viernes, 24 de octubre de 2008

El gran robo

Artículo 17, Constitución Nacional: “La propiedad es inviolable, y ningun habitante de la Nacion puede ser privado de ella, sino en virtud de sentencia fundada en ley. La expropiacion por causa de utilidad publica, debe ser calificada por ley y previamente indemnizada....”

 

Artículo 82, ley 24241: “El fondo de jubilaciones y pensiones es un patrimonio independiente y distinto del patrimonio de la administradora y que pertenece a los afiliados...”

 

            Ni la ley ni la Constitución dejan dudas: las cuotas partes de cada afiliado a una AFJP no es del gobierno, ni de las administradoras: es un derecho de propiedad de los aportantes, que han decidido confiarlo a instituciones especializadas a fin de preservarlos del saqueo de administraciones públicas inescrupulosas. Están respaldadas por la Constitución Nacional, la que sólo permite privar de la propiedad luego de una declaración de utilidad pública, y a cambio de una indemnización que debe ser previa al desapoderamiento, y por una ley de la Nación.

            Por supuesto, la confiscación –la apropiación sin indemnización, como sería el caso actual- no está prevista en la Constitución. En todo caso, está expresamente prohibida en el artículo 17 de la carta magna.

            El intento de confiscación expresada por la presidenta Cristina Kirchner y el Admnistrador de la ANSES, Sr. Amado Bidou, enfrenta en forma clara, sin duda alguna, una manda constitucional, al apropiarse en forma ilegal de una propiedad que no les pertenece. Y si se diera el caso de que los legisladores sancionaran la ley como lo reclama el Poder Ejecutivo, serían autores, junto a los dos primeros y los ministros que firmen tal proyecto, de varios delitos: contra la propiedad –artículo 173, incs. 2 y 7 - y violación de deberes –artículo 248-, del Código Penal. Ello sin contar que, según lo estipula el Código Civil –artículo 1112- serán también civilmente responsables, con sus patrimonios, del daño que cause su acción u omisión-

            El intento de saqueo del ahorro privado jubilatorio no tiene parangón en la historia económica argentina, ni siquiera el congelamiento de los depósitos o su transformación forzada en una conversión artificial ocurrida en el 2002, luego fuertemente atenuada por las decisiones judiciales. Se trata del mayor robo de la historia, en el que el aparato del Estado despoja a sus legítimos propietarios de una suma global o “botín” de Cien mil millones de pesos, de los que podrá disoner a su total discrecionalidad mediante el diseño de una normativa de gasto público que, también en forma ilegal, ignora las formas y controles establecidos por la propia Constitución.

            Podrán posiblemente concretarla: han construido un esquema de poder al margen de las normas que, con las debidas complicidades, lo hará posible. Lo que está claro es que el delito no quedará impune, porque son demasiados los damnificados –más de tres millones- que mantendrán estampada en su memoria el recuerdo del saqueo, para insistir una y otra vez en los próximos años, cuando la justicia haya recuperado su independencia, la sanción civil y penal de los culpables –funcionarios y legisladores que apoyen la medida-, que deberán responder con su patrimonio personal y con su responsabilidad penal el daño causado.

            El argumento para justificar el saqueo es infantil: la necesidad de intervencíon estatal ante la pérdida del 2,5 % que ha sufrido el patrimonio administrado por las AFJP. Se oculta que un componente fundamental de esa pérdida ha sido la inversión forzada a la que fueron obligadas por sucesivos gobiernos en bonos públicos inexorablemente devaluados y la quita de más del 65 % que sufrieron al ser identificados con los “acreedores externos” del país, a pesar de tratarse del ahorro jubilatorio de millones de argentinos. La comparación con la caída de valor de los bonos públicos, por su parte –se cotizan hoy a apenas el 60 % de su valor- recuerda, a su vez, que no sólo las compras forzadas de esos bonos por el monto de la deuda “reducida”, sino que además la pérdida de valor de esos bonos golpeó en forma decisiva la propia rentabilidad de los ahorros previsionales, por causa de decisiones públicas.

            Pretender que el Estado, cuyos títulos han perdido casi el 50 % de su valor, será mejor custodio de esos ahorros previsionales que las AFJP, es otra burla a la inteligencia y al sentido común de los argentinos. La obvia consecuencia será el incremento de la evasión, ya que obviamente luego de este nuevo ejemplo de vocación cleptómana, quedó claro que la perspectiva jubilatoria es tan virtual y difusa como los argumentos presidenciales.

            El propio “lapsus linguae” de la presidenta Kirchner en Formosa, cuando invocó motivos de “solidaridad”, indica que en realidad no se piensa en los aportantes, sino en el botín que se les confiscará para utilizar en el jubileo electoral del año próximo y en el festival de subsidios a empresarios, socios y amigos. A esos aportantes se les pide “solidaridad” para que se dejen robar sin protestar.

Los voceros a sueldo, economistas abonados a las burocracias sindicales y socios del saqueo seguramente saldrán a respaldar el cambio, sin importarle los derechos que afecta. Total, son fondos que no son suyos. Son aquellos para los cuales el marco legal no es más que un componente fungible de sus devaneos intelectuales y de ninguna manera el sólido soporte de la convivencia. Avalarán el dislate, y luego, cuando cambien los patrones, cambiarán de opinión.

Para quienes soñamos con una Argentina exitosa en el mundo global, libre y abierta, solidaria sobre la base de su propio esfuerzo, será un golpe duro que nos obligará a renovar esfuerzos para la recuperación del estado de derecho, la vigencia de la Constitución Nacional y los derechos de los ciudadanos.

 Ricardo Lafferriere

Calidad institucional

            En las postrimerías de la gestión de Néstor Kirchner, el balance de la opinión pública para la evaluación presidencial mostraba claroscuros, más de los que le hubiera gustado al autor que desde el comienzo desconfió de los peligrosos antecedentes políticos institucionales del patagónico, pero sin dudas conjugaba un mix de aciertos –recuperación de la autoridad presidencial, cierta disciplina macroeconómica, atisbos de renovación en el peronismo- con un claro déficit: el retroceso en la calidad institucional.

            El reclamo mayor hacia el gobierno, sobre mediados del año pasado, no era tanto la inflación –que recién se insinuaba-, ni la desocupación –que venía en descenso-, sino el creciente hastío con un estilo de gobierno que privilegiaba la confrontación e impedía la generación de consensos estratégicos, llave de oro de calquier lanzamiento sólido hacia un período de crecimiento de largo plazo.

            Las causas de tal estilo fueron evaluadas por la ciudadanía no tanto como el necesario método de construcción política para un proyecto que no podía confesar  abiertamente sus objetivos cleptómanos, como el necesario ejercicio de facultades excepcionales para encarrilar una situación nacional evidentemente desmadrada.

            En aquellos tiempos, desde esta columna marcábamos la disyuntiva: el kirchnerismo debería elegir –y mostraría a los demás...- si Néstor Kirchner era el saludable Cincinato del siglo XXI, que una vez cumplida su tarea se retiraba a su granja mientras la República retomaba su ritmo de normalidad, o si –como lo suponía el autor- el autoritarismo formaba parte de la esencia de un proyecto político para el que el bienestar de la población, los derechos de los ciudadanos y el éxito nacional no forman parte de la agenda.

            En ese contexto, la articulación de la fórmula presidencial dejaba abiertos ambos caminos, y en realidad no terminaba de disipar la incógnita. Para los incrédulos por naturaleza –entre los que me contaba- CK proyectaba un escalón superior de soberbia, la más peligrosa de todas: la de quien sin saber, cree que sabe. Pero para muchos argentinos expresaba la modernización política, el ejercicio del poder con mayor decoro y el paso hacia la normalidad que el propio Néstor Kirchner exaltó al repetir en varias oportunidades la “calidad institucional” que significaría el nuevo período, el de Cristina.

            La figura de Cobos integraba ese mensaje. Emergido de un exitoso radicalismo mendocino, su aporte a la “Concertación Plural” ayudó a configurar la oferta electoral del oficialismo ante una opción del radicalismo tradicional que, al encolumnarse tras la figura de otro –prestigioso- justicialista, restaba nitidez a su alternativa. El sentimiento tradicional de las clases medias argentinas, verdadero “field” de la balanza social nacional, se dividió en una tensión entre quienes prefirieron creer, forzando su optimismo, en la honestidad del discurso oficialista, y quienes, prevenidos contra él, tampoco se encontraban cómodos en la alternativa que le ofrecía la formalidad del viejo partido. Muchos de esos votantes se “desgranaron” hacia la Coalición Cívica, sin confiar en ninguna de ambas propuestas.

            La fórmula de la Concertación Plural ganó con un mensaje sintetizado en el excelente corto publicitario de su cierre de campaña, en el que toda la historia argentina, con los próceres paradigmáticos de las diferentes corrientes de opinión, se conjugaban con los hombres y mujeres que, en toda al geografía del país, trabajan cotidianamente por su futuro. “Cristina, Cobos y vos”, era el lema. Fue el lema que ganó –aunque, bueno es recordarlo, sin romper ningún récord, sin “que le sobrara nada”...

            Empezó el gobierno, y en lugar de mejorar las cosas empeoraron. La reiteración de los superpoderes fue el primer hito, que en un gesto de magna hipocresía la recién llegada dejó promulgarse por el transcurso del tiempo, como si el país fuera un Jardín de Infantes que no supiera leer gestos y actitudes. Y luego, Antonini, el ataque a la justicia norteamericana por descubrir el delito en lugar de ayudarla a “zafar”, el papelón de Néstor en la selva colombiana, el papelón presidencial en la Cumbre Presidencial que trató el conflicto entre Colombia, Venezuela y Ecuador, y de ahí en más, la debacle.

            La vocación cleptómana renació con toda su fuerza ante el intento de imposición de las retenciones móviles, que resistida al comienzo por el campo concitó la oposición de gran parte del electorado de “Cristina, Cobos y vos”. No sería aventurado afirmar que en esa batalla primero se fue “vos”, y luego se fue Cobos.

            El paso fue casi natural. Había sido convocado para una “concertación plural”, y a los cinco meses de gestión se lo pretendía arrastrar a un “divisionismo sectario”, teñido de invocaciones a hechos trágicos del pasado. Los alaridos del ex presidente imputando a los opositores de reproducir los “grupos de tareas” del proceso y hasta los “Comandos Civiles” de 1955, no fueron un exabrupto aislado: fueron avalados por diferentes intervenciones de la propia nueva mandataria en varios discursos en los que achacó a quienes no se dejaban robar de conformar “piquetes de la abundancia” y tener “proyectos destituyentes”. La claque clientelizada, los escribidores de la izquierda esclerosada añorante de la guerra fría y los socios en el proyecto cleptómano se abroquelaron en una cáscara de dogmatismo y exclusión que ya nada tenía que ver con la propuesta electoral y mucho menos con el aporte que a esa propuesta hiciera la historia, valores y convicciones del Vicepresidente.

            Hoy ya la situación está institucionalmente tanto o más desmadrada que al comienzo de la gestión kirchnerista. El oficialismo se ha convertido en un conglomerado muy cercano a una asociación ilícita, para la que no existen límites constitucionales ni legales. El hecho de que las palabras “democracia” y “estado de derecho” hayan estado ausente de los discursos oficiales en estos años es sólo un muestra. La violencia cotidiana cada vez más insoportable y los descubiertos vínculos del narcotráfico con el financiamiento de la campaña electoral presidencial agregan su nota de dramatismo.

La recreación del clima de enfrentamiento de los años de plomo ensañándose con una de las partes del conflicto violento, mientras se apaña cínicamente a la otra y se oculta pragmáticamente a quienes desencadenaron el proceso con atentados criminales y aún a quienes firmaron los decretos –de un gobierno constitucional- que ordenó la aniquilación del terrorismo, busca polarizar falsamente a la sociedad para construir un discurso plagado de intolerancia. El insolente destrato al vicepresidente Cobos –electo, en todo caso, por los mismos argentinos que votaron a la presidenta- por parte de funcionarios sin estilo ni escrúpulos, nada más que porque ha tratado de cumplir su compromiso electoral, avanza en la misma línea.

Y el sólo anuncio del propósito de confiscar los aportes previsionales de quienes, protegidos por la ley y la Constitución, optaron por el sistema de capitalización y son propietarios exclusivos de sus aportes, abre la peligrosa compuerta de la ruptura definitiva del estado de derecho y del propio pacto constitucional. En efecto: si los ciudadanos no tienen la protección del Estado para defender sus derechos, nada les impedirá defenderlos por sí mismos. Néstor y Cristina habrían logrado, al frente de una verdadera asociación ilícita, llevar al país a una situación anterior a la sanción de la propia Constitución Nacional, abriendo la puerta no ya a la institucionalidad con calidad sino a la más pura y violenta ley de la selva.

Hace unos meses, también desde esta columna, exhortábamos a la presidenta a una reacción. Repetimos ahora la misma exhortación, aunque –parafraseando a Almafuerte: “cada incurable tiene cura cinco segundos antes...”-, cada vez queden menos esperanzas de que se encuentre en voluntad y condiciones de hacerlo.

 

 

Ricardo Lafferriere

viernes, 10 de octubre de 2008

El día después

En el denso e interesante debate desatado sobre la crisis global, es curioso ver a casi todos dedicarse al esfuerzo –inutil- de predecir su rumbo, similar a la intención de prever el desarrollo detallado de un terremoto, una inundación o un temporal. Ello es así porque el estallido de las burbujas es uno de los fenómenos económicos que más se acerca a las fuerzas desatadas de la naturaleza. Luego de pasado, y aquietadas las aguas, seguramente se podrá analizar –como ha ocurrido con cada una de las crisis anteriores- por qué se produjeron, cómo se incubaron y cómo se desencadenaron. Pero mientras dure, la actitud frente al torrente no puede ser otra que hacer lo posible para neutralizar o achicar los daños, en la conciencia de que es ingenuo pretender conducirla o terminar con ella desde la política.
La crisis se extenderá lo que se extienda, llegará hasta donde llegue, y terminará... cuando termine.
Sin embargo, al igual que con los fenómenos naturales, es posible tratar de imaginar lo que quedará luego. Para esa predicción no es tan importante la crisis en sí, como los cimientos más sólidos de la realidad que la ha sufrido, aquellos que previsiblemente permanecerán cuando llegue la tranquilidad.
Frente a esta situación, las predicciones han marchado en tres rumbos:
La opinión de los autoexcluidos del mundo global (el chavismo, el indigenismo, el fundamentalismo iraní, la izquierda esclerosada o nostálgica de la guerra fría), quienes sostienen que la crisis significa el fin del capitalismo, de la globalización, de la libertad de mercados y de la preeminencia de los Estados Unidos como superpotencia. No hay explicitaciones sobre las características del nuevo orden sobreviviente.
La de los fundamentalistas del libre mercado, que identifican la crisis con la “destrucción creativa” schumpeteriana, afirmando que una vez limpiado el terreno de todo lo que “no servía” volverá a florecer el capitalismo glorioso para protagonizar una nueva etapa de crecimiento, con la bandera de las barras y estrellas al frente de un desfile triunfal sobre los restos del mundo.
La de los pensadores menos atados al dogmatismo ideológico, la izquierda y el centro o derecha modernos y plurales, quienes en una posición intermedia sostienen que el mundo económico que quedará luego de la crisis recomenzará con demandas normativas globales hacia el sector financiero que pongan límites a la creación de riqueza virtual con normas internacionales similares a las que tienen los países en sus sistemas financieros internos y en los espacios regulados de sus relaciones financieras externas, y que no afectará en lo sustancial el equilibrio relativo de poder y de dimensión económica existente antes de la crisis.
En lo personal, mi intuición sobre el día después oscila entre la segunda y la tercera de estas predicciones, con el corazón más cerca de la tercera pero el razonamiento acercándome a la segunda. Con independencia de sus causas puntuales, la crisis financiera actual no es diferente en su esencia y dinámica a todas las burbujas que la economía ha tenido desde la primera estudiada, la de los tulipanes, en la holanda del siglo XVII: crecimiento de valor de determinados activos por encima de sus “fundamentos” –o sea, la oferta y la demanda natural de esos valores- junto a la evaluación del costo de oportunidad de personas que ven la chance de una rentabilidad extraordinaria montada en ese crecimiento, hasta que alguno se da cuenta, comienza a vender, y la burbuja de pincha. O como diríamos en la Argentina oficial, “se derrumba”.
Nada se puede hacer para parar ese derrumbe. Sólo esperar que termine y paliar los daños de los más necesitados.
Luego de las crisis, queda lo que queda.
¿Qué quedará en ésta?
El derrumbe de la economía “simbólica” no será fatal para las fuerzas productivas que saldrán previsiblemente indemnes para superar la recesión –como lo vimos en la Argentina después de la crisis financiera del 2001/2002-. El campo estará listo para retornar su producción de alimentos, la industria para mover de nuevo las máquinas, los bancos para intermediar en la asignación de recursos económicos, los Estados para diseñar la normativa que seguramente deberá ser más previsora en el plano internacional. La ciencia y la técnica no habrán retrocedido sino que –en el peor de los casos- se encontrarán en el mismo nivel de desarrollo, y las sociedades tendrán “hambre” de retomar su camino de actividad.
Las economías más robustas, integradas y flexibles serán las que contarán con mejores condiciones para volver a arrancar, y detrás de ellas lo harán las demás. No habrá cambios sustanciales en la matriz de las fuerzas productivas globales con motivo de la crisis –aunque siempre existan cambios propios de cualquier proceso social- que tendrán un ritmo parecido al que tenían antes.
Y de entre las economías más fuertes, está claro que la norteamericana es la que tomará la responsabilidad –que ha tenido hasta ahora- de volver a poner en marcha el tren. ¿Por qué esto será así? Pues, veamos:
1. El PBI norteamericano (13,5 trillones de USD) es un tercio del global (48,5 trillones de dólares, método ATLAS). Cuadruplica al de China e India juntos (2,65 y 0,9 trillones, respectivamente). Pero no es sólo su dimensión: es su composición. Agro, industria, servicios, alta tecnología, aeronáutica, medicamentos, inserción global, redes productivas, industria espacial, electrónica de consumo. Mantiene liderazgo mundial en los cuatro grandes campos de investigación de vanguardia (nuevos materiales, nanotecnología, biotecnología y tecnología de comunicación e información), así como entre los dieciséis grandes sectores más dinámicos de las nuevas tecnologías aplicadas, en los que no solo lidera sino que es el único país que abarca a todos:
1. Energía solar barata.
2. Comunicaciones rurales inalámbricas.
3. Organismos y semillas genéticamente modificados.
4. Filtros y catalizadores de agua.
5. Alojamientos autosustentables.
6. Análisis biológicos rápidos.
7. Sistemas de fabricación “verdes” (no contaminantes)
8. Tarjetas y sistemas de ubicación global.
9. Vehículos híbridos.
10. Suministro dirigido de drogas médicas.
11. Mejoramiento de métodos de diagnóstico y cirugía.
12. Criptografía cuántica.
13. Acceso a información desde cualquier lugar.
14. Ingeniería de tejidos.
15. Redes de sensores de vigilancia.
16. Sistemas computacionales portables.

2. Mitarmente, es y será en el próximo cuarto de siglo el mayor poder del planeta. Su presupuesto conjunto de defensa y seguridad es superior al de todo el resto del mundo sumado, y está en condiciones de aniquilar a cualquier potencial enemigo nacional. Aunque ello no signifique “triunfo” en el sentido de dominio del territorio –como lo demuestra el caso de Irak e incluso de Afganistán- todos los países del mundo saben que un conflicto bélico abierto con Estados Unidos significa la inmediata destrucción de su infraestructura y su retraso por décadas. A pesar de ello, el gasto militar en EEUU como porcentaje de su PBI (4 %) es hoy la mitad del que tenía en ocasión de la guerra de Vietnam (9,5 %). A ello debe agregarse que su círculo de alianzas de máxima confianza estratégica, con los que es altamente improbable un enfrentamiento militar –Europa y Japón- suman en conjunto bastante más de otro tercio del PBI del mundo. Ello no significa “invulnerabilidad” –como lo muestra el ataque a las Torres Gemelas-. Pero en perspectiva, los atentados terroristas no ponen en riesgo ni siquiera marginalmente su poder ni su economía.
3. Entre los países desarrollados y de mayor dimensión, es el que menos sufre el envejecimiento de la población, lo que le otorga mayor flexiblidad empresarial, laboral y militar.
4. La cantidad de trabajos médicos publicados en Estados Unidos es el 35 % de todos los publicados en el mundo, pero las citas de los trabajos efectuadas por otros –es decir, considerados como insumos de investigaciones posteriores- el 95 % corresponden a trabajos publicados en Estados Unidos. La cantidad de patentes inscriptas en los Estados Unidos es el 28 % de las inscriptas en el mundo, seguido por Japón, con el 21 %. En este aspecto es necesario destacar el notable crecimiento de patentes inscriptas por China, que ha pasado a ocupar el tercer lugar, aunque a una distancia aún muy grande de los dos primeros.
5. Aunque haya sufrido en los últimos años una reducción por razones relacionadas con las dificultades de migración debido a la paranoia antiterrorista, Estados Unidos es el país que recibe la mayor cantidad de estudiantes extranjeros para cursar en sus centros universitarios. La cantidad de fondos invertidos anualmente en Estados Unidos para Investigación y Desarrollo alcanza al 2,52 % de su Producto Nacional Bruto (que es el 30 % del PB mundial). El sistema científico técnico norteamericano cuenta con la mayor cantidad de científicos del mundo entero, alrededor de Novecientos mil. Seis de las diez más grandes empresas farmacéuticas y biotecnológicas son norteamericanas –las otras cuatro, europeas-.
6. En el plano universitario, son norteamericanas las mejores veinte universidades del mundo –recién en el lugar 21 aparece una británica, Cambridge-, son norteamericanas cuarenta y tres entre las primeras cincuenta y son norteamericanas setenta entre las primeras cien. Entre las primeras cien Universidades no aparece ninguna de la República Popular China y sólo tres del Este Pacífico, la de Tokio, en el lugar 59, la Universidad Nacional Australiana, en el lugar 60 y la Universidad Nacional de Taiwán en el puesto 96. Del resto de las cien primeras del ranking, dieciséis son europeas, canadienses ocho y una latinoamericana, la Universidad Nacional Autónoma de México. China tiene una Universidad ranqueada entre las primeras doscientas y cuatro entre las primeras quinientas, aunque su posición se eleva levemente si se considera incluidas las dos universidades de Hong Kong (tradicionalmente ranqueadas por separado), pasando de la posición 23 en el mundo, a la posición 8, detrás de Estados Unidos, Alemania, Canadá, Reino Unido, Holanda, Australia, Suecia y Suiza. La India no figura con universidades ranqueadas entre las primeras doscientas.
7. El sistema político norteamericano ha mostrado ser el más estable, flexible y cooperativo, con alta capacidad de generación de consensos y una población con fuertes vínculos de pertenencia nacional, dura en sus debates pero una vez saldados, coincidente en sus esfuerzos. Este “capital social” en el marco de una sociedad libre no tiene parangón entre los países desarrollados o de mayor dimensión cuantitativa y es importante para enfrentar y superar crisis. De hecho, y de cara a conducir la salida, se trata de un sistema político claramente preferible a la dictadura de partido único, la fragmentación federativa, la corrupción institucional y obviamente sin comparación posible con el neofascismo indigenista, el integrismo islámico o las autocracias tropicales.
Con todos estos elementos, ¿qué otra economía que la norteamericana sea la que previsiblemente “ponga en marcha” el tren global luego de la crisis? Por cierto, no parecieran estar en condiciones de hacerlo Venezuela, Bolivia o Irán, cuyos gobiernos anuncian el “fin del capitalismo”. Difícilmente sea la propia China, que aún luego de su admirable transformación y crecimiento todavía cuenta con un sistema político cerrado y autoritario, su población envejecida, gran inequidad social y ausencia de infraestructura altamente demandante de recursos. Rusia, con sus demócratas aún en lucha con su vocación imperial resurgida y sus mafias apoyadas en su excedente petrolero, o Europa, que luego del extraordinario proceso de unificación no ha logrado superar las dificultades para lograr unidad de decisión y un mosaico de estrategias de supervivencia no parecieran ser candidatas a “locomotoras mundiales post crisis”.
Dos advertencias: 1) Por supuesto que nadie puede prever totalmente el futuro, sino realizar aproximaciones. Nada puede asegurar que un fenómeno astrofísico catastrófico o la repentina aparición de algún “Cisne Negro” no cambien imprevistamente lo sustancial de la realidad. Y 2) La presente no es una afirmación dictada por la simpatía o la ideología, sino por el análisis de los hechos, que no pueden ser ignorados –bajo el riesgo de errar en las decisiones- por los encargados de definir políticas en nuestros países.
La “destrucción creativa” schumpeteriana anuncia la supervivencia de los más fuertes y capaces de adaptación. Así es probable que ocurra luego de esta crisis, como ocurrió incluso luego de la Gran Depresión desde la que partió la hegemonía norteamericana del siglo XX. Lo que quedará después de ésta será una economía norteamericana sin daños mayores en su infraestructura y en su estructura, con la disponibilidad de la mayor cantidad de recursos financieros del planeta, que desde todo el mundo han corrido a refugiarse en los bonos del tesoro de Estados Unidos otorgando al gobierno de ese país una capacidad de arbitraje, de manejo de la crisis y de incidencia en su salida recreando la demanda, que no tiene ninguno otro.
Cuando ponga nuevamente en marcha su economía Estados Unidos muy posiblemente resurgirá fortalecido en el corto plazo. Decidirá a quién comprar –porque al comienzo será el único comprador- y a quién vender –porque serán los primeros en mover las máquinas-. Decidirá a quién prestarle y a quién no, porque posiblemente sea casi el único prestamista. Decidirá con quién asociarse y a quién aislar.
Por supuesto que este predominio no cambiará el rumbo del largo plazo: su retroceso relativo para convertirse en “primus inter pares” en un mundo cada vez más globalizado. El abandono de su rol de gendarme global está siendo analizado hace años en sus centros universitarios y “Think Tanks”, respondiendo a una demanda cada vez más fuerte de sus ciudadanos que sienten que la responsabilidad del “bien público” del orden mundial no puede recaer sólo en sus espaldas y en sus bolsillos. Pero ese proceso no se acelerará con esta crisis. Quizás, más bien, se retrase, y en lugar de tardar algunos años demore un par de décadas, porque los demás países estarán demasiado ocupados en salir de sus propias crisis como para dedicarse a cuestionar el rol “gendarme” de USA, tan cómodo para regañar pero tan costoso para reemplazar.
En todo caso, tener en claro esa realidad es util para diseñar los pasos de nuestros países. Dar un salto exponencial en nuestra calidad institucional, liberar nuestra potencialidad productiva de intervenciones asfixiantes, integrar la región para ampliar y optimizar nuestra demanda –que será clave para la salida de la crisis-, coordinar en el Mercosur las políticas de supervivencia y relanzamiento desechando definitivamente los discursos ideologistas –salvo la cláusula democrática- y desde allí incentivar nuestra relación comercial, financiera y tecnológica con los demás espacios económicos del mundo, entre los cuales el espacio norteamericano tendrá en los primeros tiempos, sin dudas, una trascendencia singular.

Ricardo Lafferriere

lunes, 6 de octubre de 2008

El gobierno y los modelos

“Estos gringos van a terminar
pidiéndonos a nosotros la receta de nuestro modelo económico...”

No son sólo Néstor Kirchner y su esposa los hipnotizados por la idea de un modelo. Lo hemos visto otras veces, las más originadas en algunos economistas más cercanos a los números y las fórmulas que a la vida real del país y del mundo. ¡Tantos tuvieron su “modelo” en la historia reciente! ¡Tantos elaboraron construcciones teóricas que respondían cabalmente al sistema de ideas y conceptos que relacionaban entre sí hasta conformar un maravilloso mecanismo lógico que se probaba a sí mismo!
“Platonismo” llaman algunos a esa deformación intelectual de pretender interpretar el mundo sobre la base de conceptos puros, olvidando que éstos son sólo abstracciones cuya fuerza epistemológica deriva de su verdadera capacidad de reflejar el mundo real. Porque –no lo debemos olvidar- tanto gobierno, como economía, como política, tratan del mundo integrado por nosotros, imperfectos seres humanos con conductas y pensamientos imposibles de homogeneizar en el concepto platónico de la “idea-hombre” o de ser comprendidos identificándonos con la simple y matemática belleza de un número.
La realidad, esa inagotable fuente generadora de hechos y cosas, esa caprichosa productora de procesos y crisis, vuelve por sus fueros cada vez que el platonismo pretende encasillarla en los –al fin..- siempre toscos edificios conceptuales. No porque éstos no reflejen también admirables esfuerzos de comprensión, sino porque las infinitas probabilidades que aquella ofrece convierte en inútiles los pronósticos más ajustados que generen los pensadores que la han intelectualizado, separando esa realidad en pedazos arbitrarios de análisis y generando con ellos conceptos difícilmente abarcativos de las propiedades diversas de esa realidad.
Lo pasado, puede estudiarse. El futuro, está abierto y es impredecible. No cabe en un “modelo”. Lo hacemos los seres humanos con nuestra acción, libre y des-alineada de cualquier pretensión homogénea.
Si el fenómeno se da en las ciencias naturales, en la vida social se potencia. La libertad de decisión inherente a la capacidad de pensar – intrínseca en la condición humana- hace inabarcable una descripción que deba tener en cuenta toda la realidad. En una metáfora borgiana –como la del mapa que refleje en forma total y absoluta el territorio que represente-, es imposible conocer lo que decidirán personas y grupos tan diversos y –relativamente- autónomos en sus decisiones como un directorio financiero de un mega-banco en Wall Street, un grupo de guerrilleros en la selva colombiana, los miembros del Comité Central del Partido Comunista de China, los integrantes del Banco Central Europeo, la dirección de Al Qaeda en una cueva afgana, militares en una sala de situación del Pentágono, un “ayatollah” iraní con influencia en el gobierno de un país con poder nuclear en el centro de la mayor reserva petrolera del mundo, y tantos, tantos otros... por ejemplo, en las reflexiones íntimas de un Vicepresidente que debe desempatar una votación clave.
Frente a esa incertidumbre, que puede provocar hechos que cambien el mundo en un día como la caída del muro en Berlín, el atentado a las torres gemelas, la desbordada creación de valores “simbólicos” haciendo crecer la riqueza “virtual” a valores que tienden al infinito (olvidando la vieja definición de la economía como “la ciencia de la escasez”), el resurgimiento de la tensión militar internacional, o dé vuelta totalmente el escenario político y muchos otros imprevistos... ¿cómo hablar de “modelo” como si se tratara de las instrucciones de armado de un mecano?
La edificación intelectual y el autoconvencimiento en la validez de un “modelo” actúa muchas veces como una muleta que ayuda a soportar una discapacidad, sea una propia del natural limitado entendimiento humano, sea el reflejo de una limitación sicológica, la de resistirse a entender la vitalidad asombrosa de la realidad en un vano intento de aprehender la historia y fijar su rumbo.
Por supuesto que la ciencia trabaja por desentrañar esa realidad, su esencia, sus reglas, sus correlaciones. En esa tarea, elabora “modelos” interpretativos que, sin embargo, son siempre provisorios, abiertos a la reelaboración, transitorios y válidos “hacia atrás”. Serán superados por nuevos hechos descubiertos que muestren su error, por nuevos “modelos” que lo integren, por nuevas fronteras del conocimiento.
En todo caso, pretender aplicarlos a la política y “hacia delante” conlleva un riesgo, alertado por Blaise Pascal hace tres siglos: confundir los órdenes, y caer, sin pretenderlo, en la “tiranía”, que no es otra cosa que aspirar al dominio de todos ellos olvidando que al poder sólo le está reservado dictar normas legales en los marcos y límites que lo permiten los procedimientos constitucionales, guiados por el objetivo de la justicia, cuya definición, variable desde siempre según las realidades sociales, religiosas, culturales y tecnológicas, pertenece al campo de la moral, que fija el “ bien” y el “mal”. La que –conviene recordarlo- es también variable, según las épocas...
El “modelo” que permite la democracia a los gobiernos es sólo el del “procedimiento” y está estampado en la Constitución. Los demás objetivos, siempre limitados, parciales y cambiantes, deben responder a sus respectivos “órdenes”, cada uno de los cuales integra propiedades apoyadas en la antropología -inmodificable en los plazos previsibles- de los seres humanos. Olvidarlo llevará a la “tiranía” y fatalmente generará las tensiones que también nos muestra la experiencia, no sólo de la humanidad sino de nuestra propia convivencia, cuando en nombre de sucesivos “modelos” se ha intentado expropiar a los seres humanos su libertad de decisión. Porque si ello ocurre, ésta, caprichosa e inexorablemente, vuelve por sus fueros y a veces, de muy mala manera.
En el mundo, esto se sabe hace mucho. Es improbable que alguien pida la receta para volver a ensayar fracasos conocidos.


Ricardo Lafferriere