En el denso e interesante debate desatado sobre la crisis global, es curioso ver a casi todos dedicarse al esfuerzo –inutil- de predecir su rumbo, similar a la intención de prever el desarrollo detallado de un terremoto, una inundación o un temporal. Ello es así porque el estallido de las burbujas es uno de los fenómenos económicos que más se acerca a las fuerzas desatadas de la naturaleza. Luego de pasado, y aquietadas las aguas, seguramente se podrá analizar –como ha ocurrido con cada una de las crisis anteriores- por qué se produjeron, cómo se incubaron y cómo se desencadenaron. Pero mientras dure, la actitud frente al torrente no puede ser otra que hacer lo posible para neutralizar o achicar los daños, en la conciencia de que es ingenuo pretender conducirla o terminar con ella desde la política.
La crisis se extenderá lo que se extienda, llegará hasta donde llegue, y terminará... cuando termine.
Sin embargo, al igual que con los fenómenos naturales, es posible tratar de imaginar lo que quedará luego. Para esa predicción no es tan importante la crisis en sí, como los cimientos más sólidos de la realidad que la ha sufrido, aquellos que previsiblemente permanecerán cuando llegue la tranquilidad.
Frente a esta situación, las predicciones han marchado en tres rumbos:
La opinión de los autoexcluidos del mundo global (el chavismo, el indigenismo, el fundamentalismo iraní, la izquierda esclerosada o nostálgica de la guerra fría), quienes sostienen que la crisis significa el fin del capitalismo, de la globalización, de la libertad de mercados y de la preeminencia de los Estados Unidos como superpotencia. No hay explicitaciones sobre las características del nuevo orden sobreviviente.
La de los fundamentalistas del libre mercado, que identifican la crisis con la “destrucción creativa” schumpeteriana, afirmando que una vez limpiado el terreno de todo lo que “no servía” volverá a florecer el capitalismo glorioso para protagonizar una nueva etapa de crecimiento, con la bandera de las barras y estrellas al frente de un desfile triunfal sobre los restos del mundo.
La de los pensadores menos atados al dogmatismo ideológico, la izquierda y el centro o derecha modernos y plurales, quienes en una posición intermedia sostienen que el mundo económico que quedará luego de la crisis recomenzará con demandas normativas globales hacia el sector financiero que pongan límites a la creación de riqueza virtual con normas internacionales similares a las que tienen los países en sus sistemas financieros internos y en los espacios regulados de sus relaciones financieras externas, y que no afectará en lo sustancial el equilibrio relativo de poder y de dimensión económica existente antes de la crisis.
En lo personal, mi intuición sobre el día después oscila entre la segunda y la tercera de estas predicciones, con el corazón más cerca de la tercera pero el razonamiento acercándome a la segunda. Con independencia de sus causas puntuales, la crisis financiera actual no es diferente en su esencia y dinámica a todas las burbujas que la economía ha tenido desde la primera estudiada, la de los tulipanes, en la holanda del siglo XVII: crecimiento de valor de determinados activos por encima de sus “fundamentos” –o sea, la oferta y la demanda natural de esos valores- junto a la evaluación del costo de oportunidad de personas que ven la chance de una rentabilidad extraordinaria montada en ese crecimiento, hasta que alguno se da cuenta, comienza a vender, y la burbuja de pincha. O como diríamos en la Argentina oficial, “se derrumba”.
Nada se puede hacer para parar ese derrumbe. Sólo esperar que termine y paliar los daños de los más necesitados.
Luego de las crisis, queda lo que queda.
¿Qué quedará en ésta?
El derrumbe de la economía “simbólica” no será fatal para las fuerzas productivas que saldrán previsiblemente indemnes para superar la recesión –como lo vimos en la Argentina después de la crisis financiera del 2001/2002-. El campo estará listo para retornar su producción de alimentos, la industria para mover de nuevo las máquinas, los bancos para intermediar en la asignación de recursos económicos, los Estados para diseñar la normativa que seguramente deberá ser más previsora en el plano internacional. La ciencia y la técnica no habrán retrocedido sino que –en el peor de los casos- se encontrarán en el mismo nivel de desarrollo, y las sociedades tendrán “hambre” de retomar su camino de actividad.
Las economías más robustas, integradas y flexibles serán las que contarán con mejores condiciones para volver a arrancar, y detrás de ellas lo harán las demás. No habrá cambios sustanciales en la matriz de las fuerzas productivas globales con motivo de la crisis –aunque siempre existan cambios propios de cualquier proceso social- que tendrán un ritmo parecido al que tenían antes.
Y de entre las economías más fuertes, está claro que la norteamericana es la que tomará la responsabilidad –que ha tenido hasta ahora- de volver a poner en marcha el tren. ¿Por qué esto será así? Pues, veamos:
1. El PBI norteamericano (13,5 trillones de USD) es un tercio del global (48,5 trillones de dólares, método ATLAS). Cuadruplica al de China e India juntos (2,65 y 0,9 trillones, respectivamente). Pero no es sólo su dimensión: es su composición. Agro, industria, servicios, alta tecnología, aeronáutica, medicamentos, inserción global, redes productivas, industria espacial, electrónica de consumo. Mantiene liderazgo mundial en los cuatro grandes campos de investigación de vanguardia (nuevos materiales, nanotecnología, biotecnología y tecnología de comunicación e información), así como entre los dieciséis grandes sectores más dinámicos de las nuevas tecnologías aplicadas, en los que no solo lidera sino que es el único país que abarca a todos:
1. Energía solar barata.
2. Comunicaciones rurales inalámbricas.
3. Organismos y semillas genéticamente modificados.
4. Filtros y catalizadores de agua.
5. Alojamientos autosustentables.
6. Análisis biológicos rápidos.
7. Sistemas de fabricación “verdes” (no contaminantes)
8. Tarjetas y sistemas de ubicación global.
9. Vehículos híbridos.
10. Suministro dirigido de drogas médicas.
11. Mejoramiento de métodos de diagnóstico y cirugía.
12. Criptografía cuántica.
13. Acceso a información desde cualquier lugar.
14. Ingeniería de tejidos.
15. Redes de sensores de vigilancia.
16. Sistemas computacionales portables.
2. Mitarmente, es y será en el próximo cuarto de siglo el mayor poder del planeta. Su presupuesto conjunto de defensa y seguridad es superior al de todo el resto del mundo sumado, y está en condiciones de aniquilar a cualquier potencial enemigo nacional. Aunque ello no signifique “triunfo” en el sentido de dominio del territorio –como lo demuestra el caso de Irak e incluso de Afganistán- todos los países del mundo saben que un conflicto bélico abierto con Estados Unidos significa la inmediata destrucción de su infraestructura y su retraso por décadas. A pesar de ello, el gasto militar en EEUU como porcentaje de su PBI (4 %) es hoy la mitad del que tenía en ocasión de la guerra de Vietnam (9,5 %). A ello debe agregarse que su círculo de alianzas de máxima confianza estratégica, con los que es altamente improbable un enfrentamiento militar –Europa y Japón- suman en conjunto bastante más de otro tercio del PBI del mundo. Ello no significa “invulnerabilidad” –como lo muestra el ataque a las Torres Gemelas-. Pero en perspectiva, los atentados terroristas no ponen en riesgo ni siquiera marginalmente su poder ni su economía.
3. Entre los países desarrollados y de mayor dimensión, es el que menos sufre el envejecimiento de la población, lo que le otorga mayor flexiblidad empresarial, laboral y militar.
4. La cantidad de trabajos médicos publicados en Estados Unidos es el 35 % de todos los publicados en el mundo, pero las citas de los trabajos efectuadas por otros –es decir, considerados como insumos de investigaciones posteriores- el 95 % corresponden a trabajos publicados en Estados Unidos. La cantidad de patentes inscriptas en los Estados Unidos es el 28 % de las inscriptas en el mundo, seguido por Japón, con el 21 %. En este aspecto es necesario destacar el notable crecimiento de patentes inscriptas por China, que ha pasado a ocupar el tercer lugar, aunque a una distancia aún muy grande de los dos primeros.
5. Aunque haya sufrido en los últimos años una reducción por razones relacionadas con las dificultades de migración debido a la paranoia antiterrorista, Estados Unidos es el país que recibe la mayor cantidad de estudiantes extranjeros para cursar en sus centros universitarios. La cantidad de fondos invertidos anualmente en Estados Unidos para Investigación y Desarrollo alcanza al 2,52 % de su Producto Nacional Bruto (que es el 30 % del PB mundial). El sistema científico técnico norteamericano cuenta con la mayor cantidad de científicos del mundo entero, alrededor de Novecientos mil. Seis de las diez más grandes empresas farmacéuticas y biotecnológicas son norteamericanas –las otras cuatro, europeas-.
6. En el plano universitario, son norteamericanas las mejores veinte universidades del mundo –recién en el lugar 21 aparece una británica, Cambridge-, son norteamericanas cuarenta y tres entre las primeras cincuenta y son norteamericanas setenta entre las primeras cien. Entre las primeras cien Universidades no aparece ninguna de la República Popular China y sólo tres del Este Pacífico, la de Tokio, en el lugar 59, la Universidad Nacional Australiana, en el lugar 60 y la Universidad Nacional de Taiwán en el puesto 96. Del resto de las cien primeras del ranking, dieciséis son europeas, canadienses ocho y una latinoamericana, la Universidad Nacional Autónoma de México. China tiene una Universidad ranqueada entre las primeras doscientas y cuatro entre las primeras quinientas, aunque su posición se eleva levemente si se considera incluidas las dos universidades de Hong Kong (tradicionalmente ranqueadas por separado), pasando de la posición 23 en el mundo, a la posición 8, detrás de Estados Unidos, Alemania, Canadá, Reino Unido, Holanda, Australia, Suecia y Suiza. La India no figura con universidades ranqueadas entre las primeras doscientas.
7. El sistema político norteamericano ha mostrado ser el más estable, flexible y cooperativo, con alta capacidad de generación de consensos y una población con fuertes vínculos de pertenencia nacional, dura en sus debates pero una vez saldados, coincidente en sus esfuerzos. Este “capital social” en el marco de una sociedad libre no tiene parangón entre los países desarrollados o de mayor dimensión cuantitativa y es importante para enfrentar y superar crisis. De hecho, y de cara a conducir la salida, se trata de un sistema político claramente preferible a la dictadura de partido único, la fragmentación federativa, la corrupción institucional y obviamente sin comparación posible con el neofascismo indigenista, el integrismo islámico o las autocracias tropicales.
Con todos estos elementos, ¿qué otra economía que la norteamericana sea la que previsiblemente “ponga en marcha” el tren global luego de la crisis? Por cierto, no parecieran estar en condiciones de hacerlo Venezuela, Bolivia o Irán, cuyos gobiernos anuncian el “fin del capitalismo”. Difícilmente sea la propia China, que aún luego de su admirable transformación y crecimiento todavía cuenta con un sistema político cerrado y autoritario, su población envejecida, gran inequidad social y ausencia de infraestructura altamente demandante de recursos. Rusia, con sus demócratas aún en lucha con su vocación imperial resurgida y sus mafias apoyadas en su excedente petrolero, o Europa, que luego del extraordinario proceso de unificación no ha logrado superar las dificultades para lograr unidad de decisión y un mosaico de estrategias de supervivencia no parecieran ser candidatas a “locomotoras mundiales post crisis”.
Dos advertencias: 1) Por supuesto que nadie puede prever totalmente el futuro, sino realizar aproximaciones. Nada puede asegurar que un fenómeno astrofísico catastrófico o la repentina aparición de algún “Cisne Negro” no cambien imprevistamente lo sustancial de la realidad. Y 2) La presente no es una afirmación dictada por la simpatía o la ideología, sino por el análisis de los hechos, que no pueden ser ignorados –bajo el riesgo de errar en las decisiones- por los encargados de definir políticas en nuestros países.
La “destrucción creativa” schumpeteriana anuncia la supervivencia de los más fuertes y capaces de adaptación. Así es probable que ocurra luego de esta crisis, como ocurrió incluso luego de la Gran Depresión desde la que partió la hegemonía norteamericana del siglo XX. Lo que quedará después de ésta será una economía norteamericana sin daños mayores en su infraestructura y en su estructura, con la disponibilidad de la mayor cantidad de recursos financieros del planeta, que desde todo el mundo han corrido a refugiarse en los bonos del tesoro de Estados Unidos otorgando al gobierno de ese país una capacidad de arbitraje, de manejo de la crisis y de incidencia en su salida recreando la demanda, que no tiene ninguno otro.
Cuando ponga nuevamente en marcha su economía Estados Unidos muy posiblemente resurgirá fortalecido en el corto plazo. Decidirá a quién comprar –porque al comienzo será el único comprador- y a quién vender –porque serán los primeros en mover las máquinas-. Decidirá a quién prestarle y a quién no, porque posiblemente sea casi el único prestamista. Decidirá con quién asociarse y a quién aislar.
Por supuesto que este predominio no cambiará el rumbo del largo plazo: su retroceso relativo para convertirse en “primus inter pares” en un mundo cada vez más globalizado. El abandono de su rol de gendarme global está siendo analizado hace años en sus centros universitarios y “Think Tanks”, respondiendo a una demanda cada vez más fuerte de sus ciudadanos que sienten que la responsabilidad del “bien público” del orden mundial no puede recaer sólo en sus espaldas y en sus bolsillos. Pero ese proceso no se acelerará con esta crisis. Quizás, más bien, se retrase, y en lugar de tardar algunos años demore un par de décadas, porque los demás países estarán demasiado ocupados en salir de sus propias crisis como para dedicarse a cuestionar el rol “gendarme” de USA, tan cómodo para regañar pero tan costoso para reemplazar.
En todo caso, tener en claro esa realidad es util para diseñar los pasos de nuestros países. Dar un salto exponencial en nuestra calidad institucional, liberar nuestra potencialidad productiva de intervenciones asfixiantes, integrar la región para ampliar y optimizar nuestra demanda –que será clave para la salida de la crisis-, coordinar en el Mercosur las políticas de supervivencia y relanzamiento desechando definitivamente los discursos ideologistas –salvo la cláusula democrática- y desde allí incentivar nuestra relación comercial, financiera y tecnológica con los demás espacios económicos del mundo, entre los cuales el espacio norteamericano tendrá en los primeros tiempos, sin dudas, una trascendencia singular.
Ricardo Lafferriere
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