martes, 17 de noviembre de 2015

La elección decisiva

Cambio de ciclo o cambio de rumbo. Eso decidiremos los argentinos el domingo 22.

El candidato oficialista se niega a considerarse parte del rumbo actual, pero –curiosamente- lo ratifica y anuncia su profundización. El candidato adversario propone un cambio, que es sin embargo impugnado por no ser suficientemente claro, lo que estaría ocultando –a decir de la opción continuista- un “regreso al pasado”.

Por debajo, cada argentino observa e intenta desentrañar los galimatías. Cada vez rodeado por más cepos, reglamentaciones y prohibiciones, su vida se ha estado convirtiendo en la búsqueda laberíntica de grietas que le permitan vivir según sus deseos sorteando los obstáculos inventados desde el poder con el argumento de –de nuevo, curiosamente- mejorarle la vida.

Su vida, sin embargo, se le ha complicado a niveles intolerables. Abrir un negocio –así sea pequeño- requiere tantos trámites, gastos e incertidumbres que desalienta, ante la posibilidad de calzar algún “arbitraje” entre compra y venta de divisas, fomentado por el propio gobierno con sus diferentes mecanismos de tipo de cambio y bicicletas, ya popularizadas y con las que es posible para alguien con medianos ingresos duplicar su salario. Sin trabajar, sin invertir, sin arriesgar. Muchos lo hacen, porque son las reglas de juego, pero todos saben que es un tobogán en cuyo final son ganancias insustentables en el tiempo, porque de algún lado salen –inflación, endeudamiento, o reglamentaciones caprichosas en algún otro eslabón de la cadena económica-.

Si el emprendimiento implica avanzar sobre el mercado global, el que hoy ofrece mayor posibilidad de retorno por su dimensión relativa, choca con las prohibiciones en el manejo de los pagos. Si desea prestar un servicio –educativo, profesional, o de comercio electrónico de bienes virtuales- las vías para hacerse de los micropagos propios de este campo requieren tan enmarañados procedimientos que desalientan al más tenaz. 

La obsolecencia conceptual de los gestores económicos sólo le deja el espacio del mercado interno, el que se encuentra aplastado por regulaciones –fiscales, impositivas, bancarias- aplastantes, que suelen costarle la totalidad de su rentabilidad y confiscarle su capital. Salvo, por supuesto, un contrato público, accesible si se cuenta con acceso a alguna de las múltiples ventanillas de peaje edificadas en esta década.

El cepo alcanza a la cultura. El fluido acceso a las novedades internacionales para mantenerse en la frontera del conocimiento e información es bloqueado con las barreras construidas hasta para comprar un libro. Aun sorteando la vocación cleptómana del Correo Oficial –lo que no siempre ocurre-, es probable que deba perder un día de su trabajo enfrentando agentes aduaneros de Correos que parecen haber hecho escuela en la Gestapo, para quienes el ciudadano que busca hacerse de su compra es considerado un peligroso subversivo. Si ha tenido los recursos para contratar el envío por un correo privado no habrá cleptómanos en el camino, pero deberá abonar su compra cuatro o cinco veces su precio, además de tener que inscribirla en una insólita página de la AFIP como importador, antes de acceder a su ansiado libro.

El cepo a la cultura no alcanza, por supuesto, a los que abonan en dólares oficiales millones de dólares, a través de productoras ya cooptadas o con acceso a las ventanillas de peaje, a los artistas y eventos internacionales. Ellos cobran “tickets” a valores equivalentes al dólar “blue” pero pagan con dólares oficiales que han recibido generosamente a través de la ventanilla amiga.

¿Ejemplos al pasar? Tal vez. Se multiplican hasta el cansancio. Podemos hablar de las ventanillas de peaje que debe enfrentar un empresario PYME que necesita un repuesto para una máquina –no ya comprar una máquina nueva, de mayor rendimiento y menos consumo energético, por ejemplo- para que se le autorice la importación. Y luego, para que se le entreguen sus dólares para abonarla. 

Mientras, su compra genera costos en depósitos de aduana –oh, curiosidad, también gerenciados por jóvenes de la nueva “burguesía nacional”- en la espera de la autorización y de los dólares que deberá seguramente pagar al precio de algunos de los esotéricos mecanismos  inventados por otra ala de la juventud maravillosa, dueña de ventanillas oficiales pero también de las cuevas que compran y venden los billetes de divisas de verdad.

Las miradas se pueden multiplicar y los argentinos lo saben. El horizonte está completo, desde la complicidad con el narcotráfico hasta el desmantelamiento de la educación pública, desde nuevos hospitales construidos como obra pública –a costos enigmáticos- pero sin médicos ni enfermeras hasta obras energéticas polucionantes que no pasarían ningún exámen internacional de calidad ambiental. Todo escondido tras la banalidad de un discurso rudimentario fuera de época, sólo sostenido a sangre y fuego en Venezuela y a mentira grotesca entre nosotros.

No es contra “el Estado” que votaron los argentinos el 25 de octubre y volverá a hacerlo el 22 de noviembre. Es contra este entramado de mentira y corrupción que le ha achicado sus espacios de libertad personal y ha empujado los hechos más nimios de su vida hasta las zonas grises de la legalidad, donde quedan expuestos a la discrecional interpretación de la ley de autoridades públicas adueñadas del aparato estatal para negocios privados.

No hay en esta elección un tema “ideológico”, si como tal se entienden las opciones de mediados del siglo XX, ya superadas en el mundo y que se intentan revivir entre nosotros con una tenaz y sospechosa obsesión. Es un ahogo insoportable, una incertidumbre asfixiante impregnando la realidad y anulando toda posibilidad de esfuerzo individual, de creatividad y logros apoyados en el mérito, para convertir a la Argentina en un corral de hacienda en el que algunos capataces deciden desde su monta la suerte de cada animal.

Cambiemos tampoco es una opción ideológica, a tal punto que conviven allí miradas más moderadas y progresistas. Están unidas por una línea conductora: volver a decir la verdad para entendernos, recuperar los espacios de libertad personal para edificar los futuros personales con confianza, recuperar la ley –objetiva, imparcial, respetada- como norma de convivencia.

Los detalles –el dólar, el arreglo de la deuda, la tasa del impuesto a las ganancias- son temas importantes, sí, a los que cualquiera sea el gobierno deberá enfrentar, dentro de los límites absolutamente condicionados en los que entregará el gobierno la señora Fernández, una de las gestiones que será recordada como de las más inútiles y corruptas de la historia. Pero lo que votaremos no tendrá que ver con ellos, que ocuparán la agenda durante pocas de las primeras semanas de gestión.

Lo importante tendrá poco que ver con esto y no es tan complicado. Se trata de seguir con esta decadencia terminal y agónica hasta que sea la propia realidad la que se haga cargo de cambiarla en forma tumultuosa y sin “relato” que pueda ocultarla, o de retomar la senda de un país floreciente, impulsado por la alegría de hombres y mujeres libres construyendo su futuro.

El 22 se terminará, agotado, un ciclo político cada vez más asentado en la ocultación y la mentira. Pero también un rumbo: el del encierro y el aislamiento. El fin del ciclo nos abre las puertas del cambio de rumbo, para retomar la marcha del país que fuimos y por decisión propia volveremos a ser. Tolerante y abierto, inclusivo y democrático, plural y pujante, entusiasta adoptante de lo nuevo y con la mano tendida a quien lo necesita. Un país capaz de contener las miradas más diversas conviviendo en paz y conversando sus diferencias con vocación de síntesis.

Eso es Cambiemos.



Ricardo Lafferriere

miércoles, 4 de noviembre de 2015

El “dólar de Macri”

Los debates entre Marangoni y Melconián, o entre Pérez  y Marcos Peña, realizados en estos días en los medios, muestran una “acusación” reiterada del equipo oficial consistente la presunta decisión devaluatoria del proyecto de “Cambiemos”, achacándole la perversa intención de “dejar que el mercado fije el precio del dólar”, en lugar de fijar el precio de la divisa para que “esté al alcance de los trabajadores”.

El contencioso resulta curioso. El valor de la divisa depende –entre otras cosas- de la cantidad de reservas existentes “vis a vis” con las obligaciones a corto plazo, la capacidad de crédito, la disponibilidad de divisas nuevas, la cantidad de dinero en circulación, la tasa de interés, la confianza que genere el país –como marco general- y el gobierno –como circunstancia específica-. No existe un dólar voluntarista, como no existe el precio voluntarista de cualquier producto.

En este momento la cantidad de incógnitas es demasiado grande. Una no menor es saber quién gobernará. Efectivamente es cierto que el “dólar de Macri” será diferente al “dólar de Scioli”. Las expectativas de la disponibilidad de divisas ofrecidas por quienes las generan –los exportadores y los prestamistas- serán diferentes en ambos casos. Es muy probable que ante un plan productivo, que requiere la normalización de los flujos financieros, quienes tengan dólares prefieran venderlos rápidamente antes que baje, para volcar sus recursos a proyectos productivos. Ante un plan policíaco como el actual, por el contrario, es probable que los escondan y busquen conseguir más, para lucrar con la expectativa de su suba. En consecuencia, falta de entrada un dato esencial.

Pero hay otro, no menos decisivo: en este momento no se conoce en cuánto dejará el valor de la divisa la dupla Cristina-Kicilloff. La gigantesca emisión que  hemos visto y que se anuncia para este mes incrementa la incógnita, salvo que por “valor del dólar” se tenga el número que establece el BCRA para una divisa inexistente, ya que no está al alcance de la gran mayoría de quienes la demandan –y, desde ya, menos que nadie para los trabajadores, que no pueden acceder ni siquiera al “dólar ahorro”-.

Con esa perspectiva, también podría fijarse un precio reducido para cada producto –desde los celulares hasta los automóviles, desde la yerba hasta la carne- con independencia de la decisión de venta de quienes tienen esos productos. Lo que se logrará es que los productores o fabricantes no los vendan, o hasta que les resulte imposible fabricarlos y en consecuencia no existan. Más o menos como ocurre con el dólar “Cristi-Kicci”, accesible a quienes el gobierno decida, desde la clase media más o menos acomodada hasta las grandes corporaciones a las que se les habilitó el vergonzoso negocio de los “dólares a futuro”.

Porque también ocurre que falta saber aún la profundidad del desfalco de las últimas semanas. Las ventas de futuro, en efecto, con vencimiento en los primeros meses de 2016, fijan una demanda de dimensión desconocida –ya que es mantenida bajo siete llaves, como secreto de Estado- para los primeros meses del año próximo. Los economistas más optimistas estiman que esas ventas alcanzaron hasta ahora “sólo” los 30.000 millones de dólares y los de Cambiemos creen que pueden haber llegado a los 60.000 millones. Y no se sabe cuántos más venderán hasta el 10 de diciembre. Cualquiera de ambas sumas es descomunal comparada con la inexistencia total de reservas que la dupla Cristina-Kicillof dejan en el Banco Central.

Como se ve, el fin de ciclo kirchnerista presenta demasiadas incógnitas como para estimar seriamente el valor de la divisa. Ni Macri ni Scioli, ni sus equipos económicos, pueden hacer magia. Cualquiera de ambos recibirá una herencia envenenada, planificada con perversión para provocar un estallido.

De su claridad estratégica, su confiabilidad interna y externa, su plan de gobierno y las perspectivas que genere dependerá, en última instancia, dentro de qué márgenes oscilará el precio del dólar, uno más –aunque importante- de los precios de la economía, pero sin dudas dependiente de bastantes más condicionantes que la sola voluntad de quien le toque gobernar.



Ricardo Lafferriere

lunes, 2 de noviembre de 2015

ESCÁNDALO

La venta de dólares a futuro realizada por el BCRA que deberán abonarse en los próximos meses o en su defecto incorporarse como un endeudamiento a tasas leoninas con el mercado financiero constituye una escandalosa maniobra defraudatoria de pocos antecedentes en el país.
Conforma, además, una bicicleta ante la cual la “patria financiera” achacada a la dupla Videla-Martínez de Hoz o al “neoliberalismo” de los 90 quedarían convertidos en migajas.
El BCRA vende dólares a futuro a 10,40 pesos, que se entregarán en marzo.
En el mercado de Nueva York, el dólar a futuro para la misma fecha se cotiza hoy a 15 pesos.
Grandes operadores compran las divisas del BCRA y en el acto las venden en NY para el mismo plazo. Cumplido éste, el “beneficiario” obtendrá esas divisas del BCRA al precio pactado y las tendrá ya vendidas en el mercado neoyorkino por un 40 % más. Habrá obtenido una ganancia desvergonzada, a costa del Banco Central argentino –o sea, de la Nación-.
La pérdida para el BCRA –o sea, para los argentinos- será de entre 15.000 y 30.000 millones de dólares, que los especuladores habrán “ganado” en tres meses SIN PONER UN CENTAVO. No se tiene memoria de una “bicicleta” tan desfachatada, en ningún gobierno –civil ni militar- de la historia.
Los cálculos de economistas “prudentes” afirman que por esta vía se han realizado operaciones por 30.000 millones de dólares. Los opositores, más temerosos, calculan el monto en 60.000 millones de dólares. El juego le costará al país entre 15.000 y 30.000 millones de dólares.
Los presidentes de los bloques de CAMBIEMOS, Mario Negri y Federico Pinedo, han realizado ya la denuncia penal. Sin embargo, la operatoria sigue, aunque con un pequeño maquillaje: a raíz de la denuncia, ahora hay que “afianzarla” con el 20 % en efectivo. La ganancia se verá afectada así en menos de un 10 %.
El 21 de octubre del pasado 2014, los diarios daban la noticia del arresto de una madre y su hijo, en un mercado de Ciudadela, por robar un queso en un supermercado COTO (http://www.n3f.com.ar/…/14181-madre-e-hijo-fueron-arrestado…) Fueron presos, y el queso se les secuestró.
Sería bueno que los funcionarios que dispusieron, organizaron y ejecutaron esta operatoria –Presidenta de la Nación, Ministro de Economía, Presidente del Banco Central- no sólo enfrentaran su responsabilidad penal –ya que no se trata de una discusión “política” sobre diferentes “modelos” económicos, sino de estafas, operaciones claramente delictivas-, sino también que respondieran con sus patrimonios por el gigantesco daño que ocasionan al país.

Ricardo Lafferriere