Cambio de ciclo o cambio de rumbo. Eso decidiremos los
argentinos el domingo 22.
El candidato oficialista se niega a considerarse parte del
rumbo actual, pero –curiosamente- lo ratifica y anuncia su profundización. El
candidato adversario propone un cambio, que es sin embargo impugnado por no ser
suficientemente claro, lo que estaría ocultando –a decir de la opción
continuista- un “regreso al pasado”.
Por debajo, cada argentino observa e intenta desentrañar los
galimatías. Cada vez rodeado por más cepos, reglamentaciones y prohibiciones,
su vida se ha estado convirtiendo en la búsqueda laberíntica de grietas que le
permitan vivir según sus deseos sorteando los obstáculos inventados desde el
poder con el argumento de –de nuevo, curiosamente- mejorarle la vida.
Su vida, sin embargo, se le ha complicado a niveles
intolerables. Abrir un negocio –así sea pequeño- requiere tantos trámites,
gastos e incertidumbres que desalienta, ante la posibilidad de calzar algún “arbitraje”
entre compra y venta de divisas, fomentado por el propio gobierno con sus
diferentes mecanismos de tipo de cambio y bicicletas, ya popularizadas y con
las que es posible para alguien con medianos ingresos duplicar su salario. Sin
trabajar, sin invertir, sin arriesgar. Muchos lo hacen, porque son las reglas
de juego, pero todos saben que es un tobogán en cuyo final son ganancias
insustentables en el tiempo, porque de algún lado salen –inflación,
endeudamiento, o reglamentaciones caprichosas en algún otro eslabón de la
cadena económica-.
Si el emprendimiento implica avanzar sobre el mercado
global, el que hoy ofrece mayor posibilidad de retorno por su dimensión
relativa, choca con las prohibiciones en el manejo de los pagos. Si desea
prestar un servicio –educativo, profesional, o de comercio electrónico de
bienes virtuales- las vías para hacerse de los micropagos propios de este campo
requieren tan enmarañados procedimientos que desalientan al más tenaz.
La
obsolecencia conceptual de los gestores económicos sólo le deja el espacio del
mercado interno, el que se encuentra aplastado por regulaciones –fiscales,
impositivas, bancarias- aplastantes, que suelen costarle la totalidad de su
rentabilidad y confiscarle su capital. Salvo, por supuesto, un contrato
público, accesible si se cuenta con acceso a alguna de las múltiples
ventanillas de peaje edificadas en esta década.
El cepo alcanza a la cultura. El fluido acceso a las
novedades internacionales para mantenerse en la frontera del conocimiento e
información es bloqueado con las barreras construidas hasta para comprar un
libro. Aun sorteando la vocación cleptómana del Correo Oficial –lo que no
siempre ocurre-, es probable que deba perder un día de su trabajo enfrentando
agentes aduaneros de Correos que parecen haber hecho escuela en la Gestapo,
para quienes el ciudadano que busca hacerse de su compra es considerado un
peligroso subversivo. Si ha tenido los recursos para contratar el envío por un
correo privado no habrá cleptómanos en el camino, pero deberá abonar su compra
cuatro o cinco veces su precio, además de tener que inscribirla en una insólita
página de la AFIP como importador, antes de acceder a su ansiado libro.
El cepo a la cultura no alcanza, por supuesto, a los que
abonan en dólares oficiales millones de dólares, a través de productoras ya
cooptadas o con acceso a las ventanillas de peaje, a los artistas y eventos
internacionales. Ellos cobran “tickets” a valores equivalentes al dólar “blue”
pero pagan con dólares oficiales que han recibido generosamente a través de la
ventanilla amiga.
¿Ejemplos al pasar? Tal vez. Se multiplican hasta el
cansancio. Podemos hablar de las ventanillas de peaje que debe enfrentar un empresario
PYME que necesita un repuesto para una máquina –no ya comprar una máquina nueva,
de mayor rendimiento y menos consumo energético, por ejemplo- para que se le
autorice la importación. Y luego, para que se le entreguen sus dólares para
abonarla.
Mientras, su compra genera costos en depósitos de aduana –oh,
curiosidad, también gerenciados por jóvenes de la nueva “burguesía nacional”- en
la espera de la autorización y de los dólares que deberá seguramente pagar al
precio de algunos de los esotéricos mecanismos
inventados por otra ala de la juventud maravillosa, dueña de ventanillas
oficiales pero también de las cuevas que compran y venden los billetes de
divisas de verdad.
Las miradas se pueden multiplicar y los argentinos lo saben.
El horizonte está completo, desde la complicidad con el narcotráfico hasta el
desmantelamiento de la educación pública, desde nuevos hospitales construidos
como obra pública –a costos enigmáticos- pero sin médicos ni enfermeras hasta
obras energéticas polucionantes que no pasarían ningún exámen internacional de
calidad ambiental. Todo escondido tras la banalidad de un discurso rudimentario
fuera de época, sólo sostenido a sangre y fuego en Venezuela y a mentira grotesca
entre nosotros.
No es contra “el Estado” que votaron los argentinos el 25 de
octubre y volverá a hacerlo el 22 de noviembre. Es contra este entramado de
mentira y corrupción que le ha achicado sus espacios de libertad personal y ha
empujado los hechos más nimios de su vida hasta las zonas grises de la
legalidad, donde quedan expuestos a la discrecional interpretación de la ley de
autoridades públicas adueñadas del aparato estatal para negocios privados.
No hay en esta elección un tema “ideológico”, si como tal se
entienden las opciones de mediados del siglo XX, ya superadas en el mundo y que
se intentan revivir entre nosotros con una tenaz y sospechosa obsesión. Es un
ahogo insoportable, una incertidumbre asfixiante impregnando la realidad y
anulando toda posibilidad de esfuerzo individual, de creatividad y logros
apoyados en el mérito, para convertir a la Argentina en un corral de hacienda en
el que algunos capataces deciden desde su monta la suerte de cada animal.
Cambiemos tampoco es una opción ideológica, a tal punto que
conviven allí miradas más moderadas y progresistas. Están unidas por una línea
conductora: volver a decir la verdad para entendernos, recuperar los espacios
de libertad personal para edificar los futuros personales con confianza,
recuperar la ley –objetiva, imparcial, respetada- como norma de convivencia.
Los detalles –el dólar, el arreglo de la deuda, la tasa del
impuesto a las ganancias- son temas importantes, sí, a los que cualquiera sea
el gobierno deberá enfrentar, dentro de los límites absolutamente condicionados
en los que entregará el gobierno la señora Fernández, una de las gestiones que
será recordada como de las más inútiles y corruptas de la historia. Pero lo que
votaremos no tendrá que ver con ellos, que ocuparán la agenda durante pocas de
las primeras semanas de gestión.
Lo importante tendrá poco que ver con esto y no es tan
complicado. Se trata de seguir con esta decadencia terminal y agónica hasta que
sea la propia realidad la que se haga cargo de cambiarla en forma tumultuosa y
sin “relato” que pueda ocultarla, o de retomar la senda de un país floreciente,
impulsado por la alegría de hombres y mujeres libres construyendo su futuro.
El 22 se terminará, agotado, un ciclo político cada vez más
asentado en la ocultación y la mentira. Pero también un rumbo: el del encierro y
el aislamiento. El fin del ciclo nos abre las puertas del cambio de rumbo, para
retomar la marcha del país que fuimos y por decisión propia volveremos a ser.
Tolerante y abierto, inclusivo y democrático, plural y pujante, entusiasta
adoptante de lo nuevo y con la mano tendida a quien lo necesita. Un país capaz
de contener las miradas más diversas conviviendo en paz y conversando sus
diferencias con vocación de síntesis.
Eso es Cambiemos.
Ricardo Lafferriere
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