Los debates entre Marangoni y Melconián, o entre Pérez y Marcos Peña, realizados en estos días en
los medios, muestran una “acusación” reiterada del equipo oficial consistente
la presunta decisión devaluatoria del proyecto de “Cambiemos”, achacándole la
perversa intención de “dejar que el mercado fije el precio del dólar”, en lugar
de fijar el precio de la divisa para que “esté al alcance de los trabajadores”.
El contencioso resulta curioso. El valor de la divisa
depende –entre otras cosas- de la cantidad de reservas existentes “vis a vis”
con las obligaciones a corto plazo, la capacidad de crédito, la disponibilidad
de divisas nuevas, la cantidad de dinero en circulación, la tasa de interés, la
confianza que genere el país –como marco general- y el gobierno –como circunstancia
específica-. No existe un dólar voluntarista, como no existe el precio voluntarista
de cualquier producto.
En este momento la cantidad de incógnitas es demasiado grande.
Una no menor es saber quién gobernará. Efectivamente es cierto que el “dólar de
Macri” será diferente al “dólar de Scioli”. Las expectativas de la
disponibilidad de divisas ofrecidas por quienes las generan –los exportadores y
los prestamistas- serán diferentes en ambos casos. Es muy probable que ante un
plan productivo, que requiere la normalización de los flujos financieros, quienes
tengan dólares prefieran venderlos rápidamente antes que baje, para volcar sus
recursos a proyectos productivos. Ante un plan policíaco como el actual, por el contrario, es
probable que los escondan y busquen conseguir más, para lucrar con la
expectativa de su suba. En consecuencia, falta de entrada un dato esencial.
Pero hay otro, no menos decisivo: en este momento no se
conoce en cuánto dejará el valor de la divisa la dupla Cristina-Kicilloff. La
gigantesca emisión que hemos visto y que
se anuncia para este mes incrementa la incógnita, salvo que por “valor del
dólar” se tenga el número que establece el BCRA para una divisa inexistente, ya
que no está al alcance de la gran mayoría de quienes la demandan –y, desde ya,
menos que nadie para los trabajadores, que no pueden acceder ni siquiera al “dólar
ahorro”-.
Con esa perspectiva, también podría fijarse un precio
reducido para cada producto –desde los celulares hasta los automóviles, desde
la yerba hasta la carne- con independencia de la decisión de venta de quienes
tienen esos productos. Lo que se logrará es que los productores o fabricantes
no los vendan, o hasta que les resulte imposible fabricarlos y en consecuencia
no existan. Más o menos como ocurre con el dólar “Cristi-Kicci”, accesible a
quienes el gobierno decida, desde la clase media más o menos acomodada hasta
las grandes corporaciones a las que se les habilitó el vergonzoso negocio de
los “dólares a futuro”.
Porque también ocurre que falta saber aún la profundidad del
desfalco de las últimas semanas. Las ventas de futuro, en efecto, con
vencimiento en los primeros meses de 2016, fijan una demanda de dimensión desconocida
–ya que es mantenida bajo siete llaves, como secreto de Estado- para los
primeros meses del año próximo. Los economistas más optimistas estiman que esas
ventas alcanzaron hasta ahora “sólo” los 30.000 millones de dólares y los de
Cambiemos creen que pueden haber llegado a los 60.000 millones. Y no se sabe
cuántos más venderán hasta el 10 de diciembre. Cualquiera de ambas sumas es
descomunal comparada con la inexistencia total de reservas que la dupla
Cristina-Kicillof dejan en el Banco Central.
Como se ve, el fin de ciclo kirchnerista presenta demasiadas
incógnitas como para estimar seriamente el valor de la divisa. Ni Macri ni
Scioli, ni sus equipos económicos, pueden hacer magia. Cualquiera de ambos
recibirá una herencia envenenada, planificada con perversión para provocar un
estallido.
De su claridad estratégica, su confiabilidad interna y
externa, su plan de gobierno y las perspectivas que genere dependerá, en última
instancia, dentro de qué márgenes oscilará el precio del dólar, uno más –aunque
importante- de los precios de la economía, pero sin dudas dependiente de
bastantes más condicionantes que la sola voluntad de quien le toque gobernar.
Ricardo Lafferriere
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