martes, 28 de febrero de 2017

El despertar de la Corporación de la Decadencia

No haría bien el gobierno en desatender el despertar de la vieja corporación de la decadencia argentina, que parasitó durante más de ocho décadas la riqueza del país lastrando su desarrollo.

Tal vez por primera vez esa mega-corporación siente que está en peligro no ya la sola detentación del poder formal, sino su propia existencia.

Ésta está ligada al país encerrado en un corralito de aislamiento, en el que pueden cazar a placer a consumidores, trabajadores y productores. Un país en el que las personas comunes son condenadas a pagar los precios más caros del mundo y los impuestos más caros del mundo para recibir a cambios productos obsoletos y servicios -de educación, de salud, de infraestructura, de seguridad, de justicia, de defensa- propios de una sociedad primitiva.

Se trata de un entramado diabólico de empresarios rentistas, comunicadores vencidos por su ego o cooptados por su ambición, mafias sindicales enriquecidas por la corrupción de décadas, dirigencias políticas agrupadas fundamentalmente en el peronismo pero alimentadas por una parte no menor de la ¨izquierda¨ que en nombre de una arcaica identidad que sólo definen por su supuesto imaginado adversario (¨la derecha¨) banalizan el análisis y terminan confluyendo con el renacido chauvinismo populista de los países desarrollados. Su relato termina siendo el mismo de Trump y de Le Pen, de Farage y Putin, de Erdogan y de Nicolás Maduro.

Hay también allí sectores pequeños en número pero no tan pequeños en incidencia discursiva en el propio radicalismo. Éste tiene una pata -moderna y electoralmente mayoritaria- dentro de la coalición de gobierno, pero otra que responde a los mismos reflejos primitivos que esos exponentes de la vieja ¨izquierda¨ esclerosada. Las comillas separan a esta caricatura descolorida de la verdadera izquierda que, con frescura intelectual y valentía política, no renuncia a seguir indagando la forma de proyectar sus valores de siempre -solidaridad, justicia, equidad, inclusión social, democracia, derechos humanos- en un mundo con una agenda compleja y global, de pocos contactos con el escenario y la agenda de mediados del siglo XX.

La corporación de la decadencia no tiene escrúpulos. Lo pueden testimoniar los radicales, golpeados en 1989 y en el 2001 por su acción artera y antidemocrática. En ambos casos, golpes corporativos disfrazados de ¨golpes de mercado¨, manipulando la opinión pública en momentos políticos complicados, aprovecharon la debilidad institucional de las fuerzas modernizadoras y se apropiaron del poder.

En ambos casos los empresarios rentistas estaban en peligro. En ambos casos el ariete del desgaste fueron los aparatos gremiales corrompidos. En ambos casos la complicidad -consciente o inconsciente- del periodismo banal y de opiniones compradas junto a idiotas útiles presos de su ego, fueron su andamiaje discursivo. En ambos casos fue el ¨peronismo institucional¨ el que, haciendo un alto en su salvajismo interno, unió sus fuerzas en la operación mayor de apropiarse del poder y de la ¨caja¨ del Estado, a la que saquearon.

Un país lanzado a construir su futuro necesita empresarios con audacia y vocación de crecimiento. Necesita periodistas sofisticados en su capacidad de análisis y sin vasos comunicantes con las operaciones políticas. Necesita políticos e intelectuales con neuronas activas para desentrañar el futuro y formular proyectos con valores, más que reflejos trogloditas apoyados sólo en viejas -y respetables- épicas del pasado. Necesita dirigentes gremiales comprometidos con una sociedad que construya posibilidades para todos ampliando sus opciones de vida.

Este momento del país es promisorio como pocos. A diferencia de 1989 y 2001, hay una situación internacional compatible con una Argentina en desarrollo, hay una coalición de gobierno que comprende el rumbo -aunque no sepa aún transformarlo en un relato político- y hay millones de compatriotas que entienden la potencialidad del cambio modernizador y lo protagonizan a diario en sus emprendimientos, en sus campos, en sus comercios, en sus desafíos de vida.

Y hay también una alternativa política gobernando con profunda fe democrática, visión de futuro y compromiso con los valores de siempre -inclusivos, solidarios, equitativos- del país de todos que ya no está limitada por una agenda política excluyente de construcción democrática -como en 1983- porque ésta ya fue cumplida, ni está jaqueada por la tenaza de la deuda externa y la impostación de los reclamos intransigentes (del  FMI junto al peronismo) como en 2001.

Este escenario es promisorio, a condición de no desatender la amenaza del reverdecer de la corporación de la decadencia que se nota en estos días, fogoneada por los mismos de siempre, amplificada por los mismos de siempre, financiada por los mismos de siempre y ejecutada por los mismos de siempre.


Ricardo LafferriereEl

domingo, 12 de febrero de 2017

Historia, biografías, ficción

Géneros que apasionan. Son los predominantes en las lecturas de los hombres públicos argentinos, a estar a la nota publicada en La Nación –política- de hoy 12/2, elaborada por Alan Soria Guadalupe, titulada “¿Qué leen los dirigentes?”.

Sin embargo, lo que para una persona sin obligaciones de liderazgo puede ser algo normal y estimulante, se convierte en preocupante si se asuma que ninguno de ellos –destaco, ninguno…- parece estar dedicando unos minutos de su lectura a analizar y estudiar la sociedad que se está conformando a raíz del acelerado cambio tecnológico, es decir, a intentar desentrañar en lo que sea posible el futuro al que nos estamos dirigiendo y en el que estamos ingresando. En todos los casos, los temas parecen responder a una consigna: “Desde hoy, hacia atrás…”. Ni una miradita, aunque sea rápida, al futuro que se acerca aceleradamente y a indagar las formas de encauzarlo.

La agenda del presente es ajena, no ya para aquél que manifiesta con un eufemismo benevolente “no ser un lector voraz”, sino aún para quienes expresan más valiosas inquietudes intelectuales. Tal vez lo más avanzado sea el abordaje de la crítica social de Bauman, recientemente fallecido pensador polaco cuya mirada pesimista no le quita su enorme valor, pero tampoco su resignada impotencia ante el mundo tecnológico. La mayoría opta por lecturas que no desafían su imaginación sino que fortalecen sus respectivos dogmas.

La aceleración del cambio tecnológico tiene una tendencia exponencial, para algunos incluso logarítmica. A pesar del maremágnum comunicacional que producen las medidas del nuevo presidente norteamericano y que será una moda efímera, éstas no detendrán la tendencia a la automatización y a la inteligencia artificial aplicada a todos los campos de la vida, de la producción, de la medicina, de la administración, de la guerra, del comercio, del transporte.

Su ritmo no sólo ha respondido a la “Ley de Moore“ durante más de medio siglo, sino que se ha acelerado, a pesar de los que anunciaban sus límites “físicamente inexorables”: otras tecnologías están anunciando “tomar la posta” de la miniaturización y ya hay en todos los campos de ocupación humana ayudas o reemplazos de alta tecnología que impregnan la realidad –no ya en el “primer mundo”, sino en todo el planeta- desplazando trabajo humano, cambiando demandas de capacitación, generando cambios imprevistos en la economía, abriendo campos al delito, forzando cambios en la convivencia y demandando al Estado nuevas respuestas en protección ambiental, asistencia y seguridad social, legislación laboral, seguridad, legislación, obras públicas y distribución del ingreso.

Las lecturas de nuestros líderes los muestran aferrados a la vieja agenda clásica, sin interés en lo que viene –por desconocimiento, falta de información o ausencia de inquietudes-. Ello incidirá necesariamente en su capacidad de tomar decisiones ante los cambios. Eso es lo más preocupante para los ciudadanos comunes. Y también eso es lo que fomenta el deterioro del prestigio de la política como actividad, que se vuelve disfuncional a su misión elemental, que es encauzar el cambio para mantener la armonía y contener la tendencia a la polarización social. Los ciudadanos, que sí viven la vida real, sienten esos cambios y esperan más de sus políticos, incluso en su responsabilidad modélica.

En fin. Siempre queda la duda que se trate tan sólo de un artículo “de color”, que no haya reflejado en plenitud las inquietudes intelectuales de quienes conducen. Sería esperanzador que así fuera, ya que de otra forma se los evidenciaría obsesivamente aferrados a una agenda que ya no existe –y en algunos casos, que existió hace tres o cinco décadas- y sin el arsenal de conocimientos adecuados ni preparación suficiente para enfrentar la que sí está vigente, en el país y en el mundo.


Ricardo Lafferriere

lunes, 6 de febrero de 2017

Gobernar no es ser Jefe

Gobernar no es para improvisados.

Si esto se nota en los niveles más básicos de la administración –como los municipios-, qué no decir de los estratos más altos, como un país, o el país más rico y poderoso del planeta.

Gobernar es complejo.

Es totalmente diferente a conducir una empresa propia, donde las decisiones del dueño tienen internamente la fuerza de una orden, y donde su voluntad no puede ser contradicha por nadie.

Gobernar requiere, además, una visión amplia, superadora de los límites estrechos de la propia administración y atenta a las reacciones de los demás, tanto de adentro como de afuera.

No en vano las sociedades modernas han diseñado y estructurado complejos sistemas de gestión, resultado de experiencias propias y ajenas, que incluyen reparticiones especializadas, jerarquías normativas, contrapesos y frenos, distribución de competencias, facultades y límites.

Si alguien aspira a desempeñar el trabajo más importante de todos en una sociedad moderna, el de la Jefatura del Estado y del Gobierno –que en nuestros países presidencialistas se confunden en una sola cabeza- debe estar capacitado para abordar esta complejidad con frescura intelectual, mente abierta e inteligencia estratégica.

“Voy a hacer el muro y lo pagarán los mexicanos”. Ahí está la promesa. Empantanada. Afortunadamente.

“Los productos mexicanos pagarán un arancel adicional del 25 %”. Hasta que le hicieron saber que ese incremento lo pagarán los ciudadanos norteamericanos con incremento de precios. Ídem con China. Por supuesto, la medida está congelada “mientras se estudia su implementación”.

“No entrarán musulmanes al país”. Esta prohibición no está admitida por la Constitución y los jueces –cuya misión no es defender al gobierno si no proteger a los ciudadanos- se lo hicieron saber. Afortunadamente.

“La OTAN está obsoleta”. No tardó una semana en revertir la afirmación: EEUU sigue tan comprometido con la OTAN como siempre.

“Nuestros aliados del Sudeste Asiático (Japón, Corea del Sur, eventualmente Taiwan, paréntesis propio) deberán defenderse solos”. En menos de diez días, el Secretario de Defensa debió desmentir a su presidente en su viaje a la región.

Las reacciones primitivas de un rudimentario comentario de sobremesa, en un bar o pontificando donde nadie se atreva a desmentirlo no alcanzan para gobernar. Pasar del permitido autoritarismo de un Jefe Absoluto de una empresa privada a la gestión normada, limitada y compleja de una sociedad altamente plural e informada requiere un cambio cultural difícilmente lograble en pocos días.

Es lo que estamos viendo. Esto es, tal vez, el mayor peligro de llegar a una función pública de esa magnitud sin absolutamente ninguna experiencia previa de gobierno. El propio ex presidente Reagan, que llegó a la política luego de toda una vida como actor, antes de ser presidente fue ocho años gobernador de California y –valoraciones ideológicas aparte- nadie puede cuestionar su capacidad de gestión.

Similar fenómeno vimos por nuestros pagos, en los que el presidente Macri, formado en la cultura de la empresa, supo entrelazarla con la experiencia de ocho años de Jefe de Gobierno y un paso fugaz por el Congreso así como en la propia gestión deportiva, donde pudo aprender que conducir una sociedad de iguales requiere contemplar las opiniones ajenas, tanto como los límites que deben respetarse fijados por la Constitución y las leyes.

El ejemplo vale como contraejemplo. Trump, teniendo mayoría absoluta en ambas Cámaras, ha debido retroceder en todas sus iniciativas. Cambiemos, con una marcada minoría en el Congreso, ha logrado cambios trascendentes manteniendo el respaldo popular con el que llegó al poder.

En nuestro caso, escuchando a la oposición y madurando las decisiones hasta lograr lo posible. En aquel, ignorando hasta a los propios partidarios y quedando cada vez más solo.

Dos estilos que hablan bien de nuestro sistema político, pero también de que la política no es una tarea para improvisados, aunque sean millonarios. Requiere experiencia, apertura, disposición a acuerdos, concesiones y comprensión de los intereses diversos.

Pero fundamentalmente la conducción política democrática exige la convicción que gobernar no es administrar caprichosamente un bien propio sino gestionar con prudencia la sociedad de todos, en la que cada ciudadano tiene diferentes funciones pero exactamente los mismos derechos que el máximo representante del país, que al fin y al cabo no es más que un mandatario, con sueldo, funciones y  término limitado en su trabajo.

Ricardo Lafferriere