Géneros que apasionan. Son los predominantes en las lecturas
de los hombres públicos argentinos, a estar a la nota publicada en La Nación –política-
de hoy 12/2, elaborada por Alan Soria Guadalupe, titulada “¿Qué leen los
dirigentes?”.
Sin embargo, lo que para una persona sin obligaciones de
liderazgo puede ser algo normal y estimulante, se convierte en preocupante si
se asuma que ninguno de ellos –destaco, ninguno…- parece estar dedicando
unos minutos de su lectura a analizar y estudiar la sociedad que se está
conformando a raíz del acelerado cambio tecnológico, es decir, a intentar desentrañar
en lo que sea posible el futuro al que nos estamos dirigiendo y en el que
estamos ingresando. En todos los casos, los temas parecen responder a una
consigna: “Desde hoy, hacia atrás…”. Ni una miradita, aunque sea rápida, al futuro
que se acerca aceleradamente y a indagar las formas de encauzarlo.
La agenda del presente es ajena, no ya para aquél que manifiesta
con un eufemismo benevolente “no ser un lector voraz”, sino aún para quienes
expresan más valiosas inquietudes intelectuales. Tal vez lo más avanzado sea el
abordaje de la crítica social de Bauman, recientemente fallecido pensador
polaco cuya mirada pesimista no le quita su enorme valor, pero tampoco su resignada
impotencia ante el mundo tecnológico. La mayoría opta por lecturas que no
desafían su imaginación sino que fortalecen sus respectivos dogmas.
La aceleración del cambio tecnológico tiene una tendencia
exponencial, para algunos incluso logarítmica. A pesar del maremágnum comunicacional
que producen las medidas del nuevo presidente norteamericano y que será una
moda efímera, éstas no detendrán la tendencia a la automatización y a la
inteligencia artificial aplicada a todos los campos de la vida, de la
producción, de la medicina, de la administración, de la guerra, del comercio,
del transporte.
Su ritmo no sólo ha respondido a la “Ley de Moore“ durante
más de medio siglo, sino que se ha acelerado, a pesar de los que anunciaban sus
límites “físicamente inexorables”: otras tecnologías están anunciando “tomar la
posta” de la miniaturización y ya hay en todos los campos de ocupación humana ayudas
o reemplazos de alta tecnología que impregnan la realidad –no ya en el “primer
mundo”, sino en todo el planeta- desplazando trabajo humano, cambiando demandas
de capacitación, generando cambios imprevistos en la economía, abriendo campos
al delito, forzando cambios en la convivencia y demandando al Estado nuevas
respuestas en protección ambiental, asistencia y seguridad social, legislación
laboral, seguridad, legislación, obras públicas y distribución del ingreso.
Las lecturas de nuestros líderes los muestran aferrados a la
vieja agenda clásica, sin interés en lo que viene –por desconocimiento, falta
de información o ausencia de inquietudes-. Ello incidirá necesariamente en su
capacidad de tomar decisiones ante los cambios. Eso es lo más preocupante para
los ciudadanos comunes. Y también eso es lo que fomenta el deterioro del
prestigio de la política como actividad, que se vuelve disfuncional a su misión
elemental, que es encauzar el cambio para mantener la armonía y contener la
tendencia a la polarización social. Los ciudadanos, que sí viven la vida real,
sienten esos cambios y esperan más de sus políticos, incluso en su
responsabilidad modélica.
En fin. Siempre queda la duda que se trate tan sólo de un
artículo “de color”, que no haya reflejado en plenitud las inquietudes intelectuales
de quienes conducen. Sería esperanzador que así fuera, ya que de otra forma se
los evidenciaría obsesivamente aferrados a una agenda que ya no existe –y en algunos
casos, que existió hace tres o cinco décadas- y sin el arsenal de conocimientos
adecuados ni preparación suficiente para enfrentar la que sí está vigente, en
el país y en el mundo.
Ricardo Lafferriere
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