No haría bien el gobierno en desatender el despertar de la vieja corporación de la decadencia argentina, que parasitó durante más de ocho décadas la riqueza del país lastrando su desarrollo.
Tal vez por primera vez esa mega-corporación siente que está en peligro no ya la sola detentación del poder formal, sino su propia existencia.
Ésta está ligada al país encerrado en un corralito de aislamiento, en el que pueden cazar a placer a consumidores, trabajadores y productores. Un país en el que las personas comunes son condenadas a pagar los precios más caros del mundo y los impuestos más caros del mundo para recibir a cambios productos obsoletos y servicios -de educación, de salud, de infraestructura, de seguridad, de justicia, de defensa- propios de una sociedad primitiva.
Se trata de un entramado diabólico de empresarios rentistas, comunicadores vencidos por su ego o cooptados por su ambición, mafias sindicales enriquecidas por la corrupción de décadas, dirigencias políticas agrupadas fundamentalmente en el peronismo pero alimentadas por una parte no menor de la ¨izquierda¨ que en nombre de una arcaica identidad que sólo definen por su supuesto imaginado adversario (¨la derecha¨) banalizan el análisis y terminan confluyendo con el renacido chauvinismo populista de los países desarrollados. Su relato termina siendo el mismo de Trump y de Le Pen, de Farage y Putin, de Erdogan y de Nicolás Maduro.
Hay también allí sectores pequeños en número pero no tan pequeños en incidencia discursiva en el propio radicalismo. Éste tiene una pata -moderna y electoralmente mayoritaria- dentro de la coalición de gobierno, pero otra que responde a los mismos reflejos primitivos que esos exponentes de la vieja ¨izquierda¨ esclerosada. Las comillas separan a esta caricatura descolorida de la verdadera izquierda que, con frescura intelectual y valentía política, no renuncia a seguir indagando la forma de proyectar sus valores de siempre -solidaridad, justicia, equidad, inclusión social, democracia, derechos humanos- en un mundo con una agenda compleja y global, de pocos contactos con el escenario y la agenda de mediados del siglo XX.
La corporación de la decadencia no tiene escrúpulos. Lo pueden testimoniar los radicales, golpeados en 1989 y en el 2001 por su acción artera y antidemocrática. En ambos casos, golpes corporativos disfrazados de ¨golpes de mercado¨, manipulando la opinión pública en momentos políticos complicados, aprovecharon la debilidad institucional de las fuerzas modernizadoras y se apropiaron del poder.
En ambos casos los empresarios rentistas estaban en peligro. En ambos casos el ariete del desgaste fueron los aparatos gremiales corrompidos. En ambos casos la complicidad -consciente o inconsciente- del periodismo banal y de opiniones compradas junto a idiotas útiles presos de su ego, fueron su andamiaje discursivo. En ambos casos fue el ¨peronismo institucional¨ el que, haciendo un alto en su salvajismo interno, unió sus fuerzas en la operación mayor de apropiarse del poder y de la ¨caja¨ del Estado, a la que saquearon.
Un país lanzado a construir su futuro necesita empresarios con audacia y vocación de crecimiento. Necesita periodistas sofisticados en su capacidad de análisis y sin vasos comunicantes con las operaciones políticas. Necesita políticos e intelectuales con neuronas activas para desentrañar el futuro y formular proyectos con valores, más que reflejos trogloditas apoyados sólo en viejas -y respetables- épicas del pasado. Necesita dirigentes gremiales comprometidos con una sociedad que construya posibilidades para todos ampliando sus opciones de vida.
Este momento del país es promisorio como pocos. A diferencia de 1989 y 2001, hay una situación internacional compatible con una Argentina en desarrollo, hay una coalición de gobierno que comprende el rumbo -aunque no sepa aún transformarlo en un relato político- y hay millones de compatriotas que entienden la potencialidad del cambio modernizador y lo protagonizan a diario en sus emprendimientos, en sus campos, en sus comercios, en sus desafíos de vida.
Y hay también una alternativa política gobernando con profunda fe democrática, visión de futuro y compromiso con los valores de siempre -inclusivos, solidarios, equitativos- del país de todos que ya no está limitada por una agenda política excluyente de construcción democrática -como en 1983- porque ésta ya fue cumplida, ni está jaqueada por la tenaza de la deuda externa y la impostación de los reclamos intransigentes (del FMI junto al peronismo) como en 2001.
Este escenario es promisorio, a condición de no desatender la amenaza del reverdecer de la corporación de la decadencia que se nota en estos días, fogoneada por los mismos de siempre, amplificada por los mismos de siempre, financiada por los mismos de siempre y ejecutada por los mismos de siempre.
Ricardo LafferriereEl
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