lunes, 6 de febrero de 2017

Gobernar no es ser Jefe

Gobernar no es para improvisados.

Si esto se nota en los niveles más básicos de la administración –como los municipios-, qué no decir de los estratos más altos, como un país, o el país más rico y poderoso del planeta.

Gobernar es complejo.

Es totalmente diferente a conducir una empresa propia, donde las decisiones del dueño tienen internamente la fuerza de una orden, y donde su voluntad no puede ser contradicha por nadie.

Gobernar requiere, además, una visión amplia, superadora de los límites estrechos de la propia administración y atenta a las reacciones de los demás, tanto de adentro como de afuera.

No en vano las sociedades modernas han diseñado y estructurado complejos sistemas de gestión, resultado de experiencias propias y ajenas, que incluyen reparticiones especializadas, jerarquías normativas, contrapesos y frenos, distribución de competencias, facultades y límites.

Si alguien aspira a desempeñar el trabajo más importante de todos en una sociedad moderna, el de la Jefatura del Estado y del Gobierno –que en nuestros países presidencialistas se confunden en una sola cabeza- debe estar capacitado para abordar esta complejidad con frescura intelectual, mente abierta e inteligencia estratégica.

“Voy a hacer el muro y lo pagarán los mexicanos”. Ahí está la promesa. Empantanada. Afortunadamente.

“Los productos mexicanos pagarán un arancel adicional del 25 %”. Hasta que le hicieron saber que ese incremento lo pagarán los ciudadanos norteamericanos con incremento de precios. Ídem con China. Por supuesto, la medida está congelada “mientras se estudia su implementación”.

“No entrarán musulmanes al país”. Esta prohibición no está admitida por la Constitución y los jueces –cuya misión no es defender al gobierno si no proteger a los ciudadanos- se lo hicieron saber. Afortunadamente.

“La OTAN está obsoleta”. No tardó una semana en revertir la afirmación: EEUU sigue tan comprometido con la OTAN como siempre.

“Nuestros aliados del Sudeste Asiático (Japón, Corea del Sur, eventualmente Taiwan, paréntesis propio) deberán defenderse solos”. En menos de diez días, el Secretario de Defensa debió desmentir a su presidente en su viaje a la región.

Las reacciones primitivas de un rudimentario comentario de sobremesa, en un bar o pontificando donde nadie se atreva a desmentirlo no alcanzan para gobernar. Pasar del permitido autoritarismo de un Jefe Absoluto de una empresa privada a la gestión normada, limitada y compleja de una sociedad altamente plural e informada requiere un cambio cultural difícilmente lograble en pocos días.

Es lo que estamos viendo. Esto es, tal vez, el mayor peligro de llegar a una función pública de esa magnitud sin absolutamente ninguna experiencia previa de gobierno. El propio ex presidente Reagan, que llegó a la política luego de toda una vida como actor, antes de ser presidente fue ocho años gobernador de California y –valoraciones ideológicas aparte- nadie puede cuestionar su capacidad de gestión.

Similar fenómeno vimos por nuestros pagos, en los que el presidente Macri, formado en la cultura de la empresa, supo entrelazarla con la experiencia de ocho años de Jefe de Gobierno y un paso fugaz por el Congreso así como en la propia gestión deportiva, donde pudo aprender que conducir una sociedad de iguales requiere contemplar las opiniones ajenas, tanto como los límites que deben respetarse fijados por la Constitución y las leyes.

El ejemplo vale como contraejemplo. Trump, teniendo mayoría absoluta en ambas Cámaras, ha debido retroceder en todas sus iniciativas. Cambiemos, con una marcada minoría en el Congreso, ha logrado cambios trascendentes manteniendo el respaldo popular con el que llegó al poder.

En nuestro caso, escuchando a la oposición y madurando las decisiones hasta lograr lo posible. En aquel, ignorando hasta a los propios partidarios y quedando cada vez más solo.

Dos estilos que hablan bien de nuestro sistema político, pero también de que la política no es una tarea para improvisados, aunque sean millonarios. Requiere experiencia, apertura, disposición a acuerdos, concesiones y comprensión de los intereses diversos.

Pero fundamentalmente la conducción política democrática exige la convicción que gobernar no es administrar caprichosamente un bien propio sino gestionar con prudencia la sociedad de todos, en la que cada ciudadano tiene diferentes funciones pero exactamente los mismos derechos que el máximo representante del país, que al fin y al cabo no es más que un mandatario, con sueldo, funciones y  término limitado en su trabajo.

Ricardo Lafferriere



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