miércoles, 25 de octubre de 2017

Después de CAMBIEMOS

(Para la reflexión y la polémica)

En los cimientos de la Argentina profunda, semiescondidas por infinidad de argumentos parciales y cosmogonías, ideologías y debates picarescos, hay dos formas de comprender la convivencia.

Lo afirmábamos ya en el 2008, cuando estas “placas tectónicas” produjeron el choque que conmovió al país con el “reclamo del campo”. Esas formas, en su núcleo más puro, giran alrededor de “ideas-fuerza” que han chocado y chocan a veces en forma subterránea y en otras eclosionan fuertemente.

Una de esas vertientes podría definirse como “autoritaria-conservadora”. Más o menos chauvinista según las épocas, cree en las potestades ilimitadas del “poder” para regular la mayor cantidad posible de relaciones humanas, relativiza la importancia de la libertad y el libre albedrío, es afecta a la fuerza y a las demostraciones de fuerza y sus utopías se ubican en el pasado. Que “siempre fue mejor”.

La otra es abierta a la modernización progresista. Se enraíza en las visiones cosmopolitas que creen en la unidad esencial del género humano, más o menos universalista según las épocas, cree que el poder debe actuar más sobre las cosas que sobre las personas, a las que les reconoce la libertad originaria. En sus visiones más modernas, cree que debe ampliarse esa libertad garantizando las posibilidades de elección de los caminos de vida de cada uno con pisos de dignidad y ciudadanía creando puntos de partida lo más equitativos posibles. Honra el pasado, pero su utopía se ubica en el futuro.

Estas formas de entender el país se concentran, sin exclusividad, en dos vertientes político-culturales. Una, organicista y jerárquica. Otra, democrática y plural.

La historia argentina ha estado motorizada siempre por el choque profundo de estas visiones, que también suelen imbricarse recíprocamente hasta perder su nitidez en la política real. Ambas han estado presentes, en mayor o menor medida, en las grandes formaciones políticas. Sin embargo, puede afirmarse que durante el siglo XX la primera construyó su “nido” en el peronismo –hoy, el kirchnerismo- y la segunda en el radicalismo –hoy, en Cambiemos-.

No son creaciones exclusivamente políticas. Responden al imaginario cultural de grandes grupos de personas. Su vestimenta formal es –casi- indiferente. Cuando el peronismo implosionó, surgió el kirchnerismo y ocupó su lugar. Cuando lo hizo el radicalismo, su espacio fue cubierto por Cambiemos, aglutinando a la mayoría de las clases medias que durante el siglo XX se expresaba en el radicalismo y aliados circunstanciales.

Desde esta perspectiva, el proceso que ha comenzado en diciembre de 2015 refleja con mayor nitidez que nunca en la historia la esencia originaria del cambio progresista. El campo conservador, golpeado por la impactante develación de la megacorrupción, se ha concentrado en el kirchnerismo residual. Los viejos actores del siglo XX, por su parte, sufren reacomodamientos identitarios profundos, engrosando las filas de una u otra de las expresiones políticas del siglo XXI, a las que llevan sus convicciones, épicas, historias y creencias. La historia no son sólo coyunturas, sino también memorias, sentimientos, experiencias, recelos y afectos y todos ellos impregnan las nuevas formaciones.

El futuro es inescrutable. Tal vez un analista de mediados del siglo XX –cuando todavía se creía que la historia tenía una dirección inexorable- sostendría que ambos campos deben reflejarse en expresiones políticas. Si así fuera, parece difícil imaginar un “tercer espacio”, entre Cambiemos y el kirchnerismo, con posibilidades de canalizar contingentes mayoritarios de ciudadanos, siempre suponiendo que ambas formaciones hicieren sus deberes. Aquellas personas que adhieren a una u otra de las grandes vertientes político-culturales mencionadas, en sus diferentes matices, tendrán allí sus referencias, cualquiera sea su lugar de origen histórico. Sin embargo, la política no suele ser lineal.

Alcanza con mirar la historia reciente: ya desde el 2008 la situación política argentina permitía construir una alternativa modernizadora. Sin embargo, la preeminencia ideologista en los análisis de la mayor fuerza alternativa de ese momento, el radicalismo, demoró este proceso casi una década, facilitando la perpetuación del experimento kirchnerista por un lado, y habilitando el crecimiento del PRO, con mayor claridad estratégica para analizar el país y las alternativas, por el otro. 

Y también lo observamos en el proceso electoral de octubre de 2017. La obsesión por la resurrección del peronismo llevó a sus sectores más modernos a un drenaje de sus adhesiones ciudadanas hacia lo que éstas percibieron como la mejor expresión de las visiones transformadoras, con independencia de su antigua simpatía partidaria histórica. Como ocurriera antes con el radicalismo, sus electores más modernos se integran en CAMBIEMOS, y los más conservadores se atrincheran en “Unidad Ciudadana”. Las situaciones residuales de Randazzo, Urtubey o Schiaretti hoy no son en esencia muy diferentes a la de Ricardo Alfonsín en 2011.

¿Significa esto que si la mayoría no se vuelca a Cambiemos la única opción política real es el kirchnerismo?

Hoy por hoy no se ve una alternativa superadora a Cambiemos en el espacio modernizador progresista, ni superadora al kirchnerismo en el campo conservador. Lo demás es apostar a la premonición. Nadie hubiera imaginado hace un par de años a Estados Unidos gobernado por Trump, ni el resurgimiento de grupos nazis en Alemania y Austria, o a Francia desplazando a sus fuerzas históricas para entronizar una experiencia joven y novedosa en la que tributan también viejos militantes de las antiguas izquierda y derecha francesa. Mucho menos a China y Rusia convertidos en los exigentes abanderados del libre mercado mientras EEUU comienza su declive, se cierra sobre sí mismo y abandona de hecho su liderazgo global en manos de sus antiguos rivales.

Si el proyecto de Cambiemos resulta exitoso  y logra instalar por fin a la Argentina en el camino de la modernidad democrática –como parece ser la chance más probable a esta altura del proceso, es decir octubre de 2017-, es más posible que de agotarse su ciclo político su herencia no llegue “desde afuera” sino de desprendimientos de esa misma fuerza. 

Es altamente improbable que la experiencia de Cambiemos prologue un regreso del campo conservador: la tendencia inexorable hacia la globalización de la economía y los mercados, impulsada por los principales actores del mundo y por la propia revolución científico-técnica anuncian un deterioro también inexorable de las alternativas conservadoras-nacionalistas, cuyas bases económicas se diluirán sin remedio, superadas por la realidad. Sin embargo, sería aventurado imaginar, con la aceleración de la historia en el país y en el mundo, cuáles serán los temas de agenda que encenderán pasiones y exigirán decisiones en ese momento y por lo tanto, adivinar los liderazgos y alineamientos que lo protagonizarán.  Una cosa es cierta: no lo serán ni las propuestas ni los liderazgos anclados en la mitad del siglo XX.

Es más: también es difícil imaginar qué pasará con la política como actividad, a estar a los cambios enormes que está teniendo la naturaleza del poder con el surgimiento de espacios transnacionales, supraestatales, subestatales y regionales que se ven hasta en las sociedades consideradas más estables, y con el avasallante protagonismo de los ciudadanos comunes, apoderados por las redes sociales. El caso de Gran Bretaña dejando la Unión Europea, el conflicto soberanista en España con el problema catalán y el resurgimiento del nacionalismo escocés no son más que algunos muy pocos ejemplos de realidades que se instalan en todo el mundo.


El planeta entero es hoy más apasionante que cualquier “reality”. Nunca ha sido tan necesaria como en estos tiempos la frescura intelectual, el desapego de los dogmas históricos y la capacidad perceptiva de las inclinaciones ciudadanas para protagonizar con éxito esa apasionante tarea que es la actividad política.

Ricardo Lafferriere

2 comentarios:

Divino Volador dijo...

Estimado Sr. Laferriere:

Muy interesante su análisis. Las posiciones de fascismo "populista" contra el liberalismo proclamado por nuestra Constitución Nacional (no tanto desde la reforma de 1994) de estos últimos tiempos eclosionaron en el revoltijo de estas últimas elecciones legislativas acompañadas por las acciones del RAM (que considero un grupo terrorista y subversivo al estilo del ERP y Montoneros) y los resabiados de La Cámpora unidos con la izquierda, que siempre ha vivido a contramano de los tiempos en nuestro país, entre peñas folklóricas y violencia tipo quebracho, el sobre bomba en la empresa encargada del recuento de votos y las amenazas de bomba en establecimientos educativos.

En lo particular, percibo al peronismo y a esa extrema izquierda como una enfermedad que acusa la política nacional. La pretención de Conductor, Líder, Duce o Führer los ubica en el mismo plano existencial de los dinosaurios porque sin capital el estado no construye fábricas, y si las construyera, necesita la mano de obra esclava que trabaje en éstas.

En el sistema democrático y republicano de gobierno proclamado por los partidos integrantes de Cambiemos, el Estado regula la ambición del capitalista y el ansia de dominio del empleado, e impone una verdadera regulación de las actividades y duración de los mandatos de los directivos sindicales e incluso de los directivos de la CGT para terminar con ese odioso fascismo de base y se transforme en una corriente laborista de alternativas válidas y no un monumento a la memoria de Juan D. Perón y María Eva Duarte.

Con el patético gobierno del peronismo kirchnerista y montonero, fascista, hambriento de Ducessa o Führerin, la decadencia nacional iba derechito a un baño de sangre de proporciones monstruosas, Atenas contra Esparta, versión Villa Miseria.

Donde el Estado se convierte en Dios Padre Estado (por emplear una expresión literaria), el pobre ciudadano de a pié, el laburante, que antes tenía la protección del Estado y sus leyes laborales, se encuentra, primero, que el Estado destruye las industrias de base para apropiarse de éstas, y luego el trabajador termina siendo esclavo del Estado, del Dios Padre Estado, al estilo Corea del Norte o Venezuela, donde no tiene a quién dirigirse para que lo defienda.

Y ése es el problema que presenta el Comunismo y el Populismo, que no es otra cosa que el comunismo capitalizado "a la sudamericana", con las empresas Castro Hnos. y Cia. S.R.L. y la Maduro y Cabello Associated Inc. a la cabeza. Nosotros íbamos camino a formar parte del Kirchner Holding Group, con sus jerarcas viviendo en fastuosas mansiones al estilo de los más poderosos narcotraficantes "latinos".

Los trabajadores, profesionales y políticos decentes (que los hay, los hay, por ejemplo: Si Ud. se mira en el espejo va a encontrar uno) estamos entre dos fuegos:

Por un lado, tenemos la ambición de poder y dominio de los grandes capitales internacionales (y varios nacionales, también), por otro lado, tenemos la ambición de poder y dominio de los "comunistas". Ambos nos predisponen en contra de uno u otro, se tratan mutuamente de Fascistas y tratan de fagocitarnos y de fagocitarse mutuamente entre ellos.

El régimen democrático, republicano y federal, siempre que esté bien entendido y respetado, es lo que impone vallas entre estos mortales contendientes y protege al ciudadano y al emigrante trabajador, y tal como dijo el Mtro. Periodista Jorge Ernesto Lanata:

Eso es porque el Estado como tal es una creación nuestra para evitar que terminemos matándonos entre nosotros.

De eso, siempre estamos en riesgo, pero puedo decir que el momento de mayor peligro ha pasado. Vendrán otros momentos peligrosos, pero roguemos al Cielo estar preparados en tales contingencias.

Cordialmente,
Oscar.

Unknown dijo...

absolutamente de acuerdo con tu análisis, me sorprendio porque refleja lo que pienso hace mucho tiempo. y me sorprendio también viniendo de un ex alfonsinista sobre todo porque no concuerdo con nada de lo que hizo raul en la ultima etapa con los Kirchner.