lunes, 3 de septiembre de 2018

¿El único a la altura?

No había terminado de hablar el presidente. Mucho menos se había escuchado el desmenuzamiento técnico del ministro Dujovne.

Sin embargo, estalló la jauría. Sin haberse tomado siquiera cinco minutos para analizar las propuestas, y sin evaluar en lo más mínimo la corrección de las medidas.

Estallaron para disputar la primacía televisiva y comunicacional. “Es un discurso de autoayuda”, espetó un ex gobernador de Buenos Aires, ex menemista, ex duhaldista, ex kirchnerista y hasta ex macrista y hoy sumado al Club del Helicóptero.

“No estoy para nada de acuerdo” exclamó otro lanzado a la carrera presidencial, que matizó con su esperanza de que las cosas, de todas maneras, salieran bien.

“No aprobaremos ningún presupuesto. Los mercados le han cerrado las puertas al gobierno”, lanzó eufórico el inefable presidente del bloque del FPV, olvidando que la oposición, a pesar de sus enormes diferencias, jamás dejó de facilitar la aprobación de los presupuestos de Néstor y Cristina Kirchner. Y antes, de Carlos Menem. Y entre ellos, del propio Duhalde.

Abajo, las batallas seguían y siguen inmisericordes. Los tenedores de bonos en pesos, presionando para que el Banco Central vendiera los dólares necesarios -aunque fueren todos- para que el valor de sus anteriores apuestas financieras no decayera o se pusiera en riesgo. Los tenedores de deuda en dólares, exigiendo que el Banco Central no vendiera ni un dólar, aunque se fuera a las nubes, para blindar sus acreencias en divisas. Unos y otros, haciendo fuertes “lobbys” y tomando medidas financieras diversas incomprensibles para el “gran público” para presionar en uno u otro sentido.

Dirigentes políticos que mantuvieron casi una década congeladas las jubilaciones bajando su valor real a menos de la mitad y que luego expropiaron los ahorros previsionales de los argentinos, rasgándose las vestiduras porque los haberes previsionales pueden sufrir entre un cinco y un diez por ciento en este año.

Dirigentes rurales que sufrieron lo que sufrieron en la década salvaje y fueron favorecidos por políticas que aprovecharon en bien propio y del país potenciando fuertemente la producción, luego de una devaluación del 100 % en nueve meses, retacean hoy el mínimo esfuerzo que el país necesita de ellos, para evitar que la reducción de gastos sociales -único lugar que podría continuar la reducción del gasto público luego de la degradación de la mitad del gabinete, el congelamiento salarial del sector público y la reducción al mínimo de los planteles políticos en el Poder Ejecutivo- convirtiere a la Argentina en un campo de batalla.

Dirigentes que han convertido a la Cámara superior del federalismo en un aguantadero de delincuentes, han insinuado -según trascendidos periodísticos no desmentidos- que estarían dispuestos a ayudar con la condición de que “se pare la mano con los cuadernos”, o sea, que el gobierno presione a la justicia para limitar las investigaciones de corrupción de la década salvaje.

Y hasta la ex presidenta, rodeada de procesamientos por diversos jueces -nombrados por ella-, cada vez más cercada por las pruebas de su mega corrupción y de su pésima gestión de gobierno que le costó al país más de 200.000 millones de dólares, se atreve cínicamente a sugerir “que se dediquen a gobernar” en lugar de perseguirla por sus delitos. Sin sonrojarse, ni ofrecer devolver el dinero y sin “arrepentirse de nada”.

Economistas de diverso pelaje toman posiciones según las empresas que conforman su clientela, reemplazando los análisis objetivos por reclamos sesgados lanzados a voz de cuello, tras los cuales se oculta el pequeño -o gran- interés del sector o la empresa que representan, pero sin decirlo. Hablan en nombre de sus “consultoras”.

El coro comunicacional con síndrome de abstinencia de pauta, por su parte, se desloma en análisis que recuerdan a los “monos sabios” de que hablaba el recordado César Jaroslavsky, cada uno levantando el dedito acusador sin vergüenza ninguna y sin mantener la mínima coherencia entre lo sostenido por ellos mismos meses atrás, semanas atrás, días atrás u horas atrás. Gracias a Dios y al destino que en el propio seno del periodismo se está insinuando y avanza una línea ética cuya mayor expresión es hoy Diego Cabot, ejemplo de un comportamiento patriótico y democrático para todos los ciudadanos y -sería bueno- también para sus colegas.

Otros, para ser justos, en el propio espacio de gobierno, vencidos por sus egos, retacean el apoyo en un momento en que ante la lucha en soledad en que la ha dejado la oposición política, la coalición de gobierno debiera soldarse más que nunca alrededor del presidente, que en un momento de extrema sensibilidad como la que atravesamos debería contar con las manos libres para tomar las decisiones que necesita.

Frotándose las manos, el equipo del 2002 fogonea el derrumbe reclamando un “gobierno de transición”, votado por nadie. Con él, el dólar no se iría a 40 sino a 200. Suspendería las relaciones con el mundo, tal vez con un nuevo default y otra década salvaje bañada en el barro de la corrupción. Funcionarios estilo Moreno recibirían con el revólver en la mesa a los empresarios que necesitaran importar alguna máquina o insumo y no quisiera pagar coimas o regalarle su empresa. Empresarios del cartel de la obra pública volverían a asegurarse obras, compartiendo los sobreprecios con los funcionarios que se las adjudicaran. 

Los jubilados sufrirían seguramente otra década de congelamiento en sus haberes. Eso sí: los “empresarios” protegidos podrían recomenzar su importación de chucherías que, pasadas por “nacionales”, les permitirían las superganancias a costa de la explotación de los consumidores. Las provincias volverían a depender de las decisiones nacionales, sin autonomía ninguna. Volveríamos en poco tiempo a no tener más ni rutas en condiciones, ni electricidad, ni gas. Apagones, cortes eternos, y al final, algún Maduro Nac & Pop daría las puntadas finales. 

Y para coronar: terminaría la persecución sin cuartel al narcotráfico, tal vez el mayor cambio protagonizado por Cambiemos frente a las complicidades múltiples de la administración kirchnerista.

Mientras tanto, con todas las dudas que derivan de su propia condición humana, el presidente pareciera ser el único a la altura. No sé si la propuesta que hace será la adecuada pero no hay dudas que ha analizado todas las alternativas posibles, como lo han reconocido importantes analistas. Su mayor error fue creer que presidiría un país en el que era posible volver a crecer sin que los más necesitados fueran el “pato de la boda” durante la transición, con una transición gradual y sostenida por todos. 

La jauría que grita tapándose los oídos, sin ningún interés por escuchar, y a la que no le importa eso en lo más mínimo, ha emponzoñado tanto el ambiente y el debate que ya trasciende la escena nacional. En ocasiones pienso si un funcionario internacional, un inversor externo o un fondo de inversión podría estar tentado de dar una mano o venir a arriesgar en un país sin el mínimo de solidaridad nacional ni comportamiento no ya maduro, sino simplemente cuerdo. Mucho más cuando los propios argentinos han llegado a tal nivel de desconfianza sobre sí mismos que no se creen unos a otros y mucho menos a lo que debiera ser el símbolo de su identidad y soberanía: su propia moneda. La jauría forzó el fin del gradualismo, y los que sufrirán esos gritos destemplados no serán ellos, sino los compatriotas más necesitados. Tampoco les importa.

Es de esperar, con sinceridad, que las enormes reservas con sentido patriótico que tiene la Argentina, alejadas del “escenario” que grita sin escuchar, muestren al mundo que el país merece una oportunidad, pesar de los rudimentos de su gobernanza. Que es un pueblo capaz de mostrar gestas de producción, de iniciativa, de inteligencia, de solidaridad, de mano tendida. 

Y que esa mayoría de los argentinos, casi siempre callada y alejada del debate, muestre una vez más su apoyo al camino iniciado en el 2008 con las gigantescas movilizaciones republicanas que pusieron límite al autoritarismo ladrón y populista y pudo recuperar para el país la dignidad que hoy se intenta una vez más violentar.

Ricardo Lafferriere




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