domingo, 4 de noviembre de 2018

Debatir es tiempo perdido


¿Debatir es tiempo perdido? ¿Cualquier debate lo es?

El desorden de los conceptos con los que se expresaba la realidad en el mundo que conocimos se patentiza al seguir por unos días los diarios internacionales.

Los tiroteos en Estados Unidos, sí. Pero también el crimen cometido en el consulado de Arabia Saudita en Estambul, en que un periodista opositor fue asesinado y su cuerpo seccionado en pedazos con una sierra, para luego diluirlo en ácido. 

Las inundaciones en España, Francia e Italia, indudable expresión del cambio climático. Se derrite el Ártico, ante el horror de los preservacionistas, pero produciendo un gran cambio geopolítico al permitir abrir una ruta marítima de verano a través del Océano Ártico, sueño de los exploradores del siglo XVI. Y potenciando la disputa por la explotación del Ártico que profundiza la depredación del planeta pero abre a Rusia una vía marítima de acceso a los mares templados, eterna ambición desde tiempos de Catalina la Grande.

La obtención de una micro teletransportación cuántica en un escenario concreto conmociona a la ciencia básica. Varios miles de centroamericanos marchan pacífica pero inexorablemente  hacia el norte, mientras el presidente norteamericano manda a la frontera a cinco mil soldados, anuncia diez mil más y emplaza un muro ¡de alambres de púas! para detener al grupo de migrantes que quiere ingresar a Estados Unidos, recuerdo del enfrentamiento bíblico de David contra Goliat. Estos centroamericanos son un recordatorio que el planeta es una originaria propiedad del género humano, y no sólo de quienes viven dentro de determinadas fronteras artificiales.

La posibilidad de utilizar células de la piel para convertirlas en pluripotentes y eventualmente producir órganos para trasplantes, evitando el rechazo, abre horizontes impensados a la vida.

China inaugura el puente más largo del mundo, sobre el Mar de la China, y continúa su esfuerzo por la conectividad global tomando las banderas del comercio libre, que abandonaron los Estados Unidos de Trump. España se ve crecientemente desorientada e impotente ante la avalancha de refugiados africanos, que ante la prohibición italiana de desembarcar en sus costas y la ingenua debilidad del gobierno español, desembarcan desde las pateras buscando no ya mejorar su vida, sino algo más elemental: sobrevivir. Mientras, su dirigencia “debate” con el tono alzado si se removerán los restos de Franco de su tumba para llevarlos a … no se sabe bien dónde; y se entretiene con una discusión propia del siglo XVIII sobre la eventual “independencia” de una de sus regiones históricas. 

Brasil -el de Lula y Dilma- elige con contundencia un liderazgo personalista, a tono con la moda de los tiempos: liberal en lo económico, autoritario en lo político, pero con la originalidad del mayoritario respaldo del pueblo brasileño hastiado de la corrupción. Venezuela sigue expulsando su mejor gente y su gobierno acentúa la represión sangrienta mientras profundiza la cleptocracia.

Japón -el gran derrotado de la 2ª. Guerra- conmueve la investigación espacial: logra hacer aterrizar una nave exploratoria en un meteorito. China -nuevamente China…- apresa a un funcionario internacional de máximo nivel y lo hace “desaparecer legalmente”, sin que el mundo se inmute, mientras aparecen restos de una persona desaparecida hace tiempo ¡en una sede eclesiástica, en Roma!

 Las dos Coreas acentúan su minué buscando las formas de articular los dos sistemas en un solo país, lo que la convertiría en la gran potencia del sudeste asiático, la única en la región en poseer bombas atómicas además de China -aporte del Norte- pero además con un avance tecnológico, comercial e industrial de vanguardia en el mundo -que es la contribución del Sur-. Y los “locos” que estuvieron a punto de una confrontación letal -a estar a sus acusaciones cruzadas hace apenas unos meses- se prodigan cotidianamente ponderaciones floridas: Trump y Kim Jong-Un ahora son amigos…

El planeta marcha impertérrito hacia su deterioro vital, de la mano de la macabra indiferencia carnavalesca de sus principales actores. Megahuracanes superdestructores no rompen la indiferencia de la carrera por los hidrocarburos que aún fogonea las decisiones políticas de los que más mandan, aún frente a los airados aullidos a la luna de los que más sufren, y de los más lúcidos. La desaparición de especies es ya una gran “Sexta Extinción Masiva”, en manos de una de ellas, la humana, que se comporta como dueña exclusiva y excluyente de lo que va quedando del planeta. Especie que mientras está a punto de “vencer la muerte” con sus avances científicos, se acerca más a su propio extermino por sus decisiones globales.

En Hawaii anuncian la desaparición de una isla, por la sucesión de terremotos, preanunciando el hundimiento de dos islas-países (Tuvalu y Vanuatu) que vienen reclamando inútilmente en los foros internacionales la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero, que en pocos años las dejarán totalmente bajo las aguas del Pacífico, en ascenso inexorable.

Hasta el infinito podríamos seguir. El mundo está revuelto. Mao repetiría su apotegma confuciano “Hay un gran desorden bajo los cielos”, que nuestra Mafalda traduciría al más criollo “Paren el mundo, me quiero bajar”. Pero no hay adonde ir.  Solo tratar de entenderlo, con todas sus contradicciones, tendencias fuertes, matices y potencialidades.

Hace algún tiempo decíamos, repitiendo a los que de veras saben, que la globalización económica está convirtiendo a la humanidad progresivamente en un solo espacio y ha logrado sacar de la pobreza a cerca de mil millones de personas, ha reducido el hambre en el mundo al más bajo porcentual la historia, ha logrado avances científico-técnicos exponenciales y ha construido una economía de una dimensión y potencialidad como no se tiene memoria. Pero también que todos estos logros admirables no han sido acompañados hasta ahora por una contención política global. Decíamos que esa falencia era peligrosa y nos alegramos cuando el G20 creció en importancia, luego de su exitosa presentación en sociedad con el control de la gigantesca crisis del 2008, desatada cuando la “financiosfera” -una especie de atmósfera virtual de capital simbólico equivalente a varias veces el PBI mundial que rodea al planeta entero- se salió de cauce poniendo a la economía global en peligro explosivo.

El cambio político en el mundo tiene también sus características. Los partidos que protagonizaron el siglo XX están siendo superados, en algunos casos en sus estructuras, y en otros en sus conductas históricas, por el notable empoderamiento de los ciudadanos comunes. Liberales y socialdemócratas “ya no son lo que eran”. Se mixturan, se copian, se apropian de reclamos rivales y en cada país realizan mezclas diferentes. Están superados diariamente por la realidad, que presenta un sincretismo impensable hace pocos años. Este cambio aconsejaría “barajar y dar de nuevo”, tras un debate desapasionado sobre los graves temas de la agenda actual. Sin embargo, gran parte de los actores políticos de más experiencia se niegan a abandonar la zona de confort de sus viejas verdades, dejando el espacio reflexivo sobre lo público en manos del destino, o de la vocinglería de las redes, en la que ciudadanos nóveles en los grandes temas combaten -más que debaten- con juicios más cercanos a lo gutural que al pensamiento lógico. Como en los tiempos oscuros, la razón es reemplazada por los puros instintos. Por abajo. Porque por arriba, la “financiosfera” y los mega-actores económicos siguen actuando, sin otras reglas de juego que las propias, con la más fría lógica de la ganancia rápida.

“Murieron las ideologías”, proclaman unos, ante la indignada reacción de quienes las consideran eternas. Y más de siete mil millones de nuevas ideologías construidas por cada habitante del planeta con los fragmentos de las viejas creencias, sincretizadas como cada uno puede, protagonizan el nuevo “debate de lo público”, vocinglería interminable en la que los partidos -obviamente- no pueden participar por sus contradicciones internas debido a la desactualización de su agenda.

Como pasó en varias etapas de la historia humana, todo entró en cuestionamiento: las configuraciones político-territoriales, las jerarquías religiosas e ideológicas, los equilibrios de relaciones de poder existentes, y -obviamente- las geometrías políticas. Entre todas estas cosas, una reconfiguración del poder se gesta en forma anárquica y diacrónica, en forma diferente según cada cultura, cada realidad y cada “set de problemas” que deben enfrentarse.

Entonces… ¿sirve el debate? ¿o es tiempo perdido, que debiera dedicarse a fortalecer los propios músculos para cuando estalle de verdad todo?

La pregunta parece no tener respuesta terminante. En primera instancia, pareciera que debiera servir para limar las cuestiones secundarias entre quienes tienen intereses parecidos de cara al problema principal, la propia subsistencia.

En el plano global, debería servir para unir esfuerzos en la preservación del planeta, poner bajo control a la “financiosfera”, asegurar rápidamente un piso de dignidad a todos los seres humanos que eviten el dolor de abandonar sus terruños o morir, erradicar la delincuencia global. Se notan avances, liderados indudablemente por el G20, que ha “intervenido” de hecho a los organismos internacionales de mayor incidencia a través de sus delegados nacionales. Algunos grandes traspiés -el Brexit, la elección de Trump, el resurgimiento espasmódico del nacional-chauvinismo en Europa- lo retrasan, y es un peligro. Es una batalla abierta e inconclusa, que sin embargo nos benefició en estos días, habilitando a la Argentina con el mayor paquete de ayuda internacional recibido por un país. Con el 15 % de esa ayuda, la Alianza no hubiera caído y el país sería otro. En el medio: la crisis global del 2008 y la acción del G20.

En el plano nacional, este debate debería darse en el espacio modernizador. Lo demoran, en este caso, causas más pedestres: la coalición de gobierno no abre su diálogo interno, su fuerza hegemónica prefiere dar batallas en soledad debilitando la solidez del espacio, y la ausencia de ese debate dificulta la construcción del imaginario entusiasmante imprescindible para cualquier proceso sociopolítico. Su “utopía” se intuye, pero no se explicita. Y por fuera, la oposición conservadora, aunque desarticulada, apela no ya a la razón sino a viejas  utopías cuasi-religiosas que flotan en el pasado aprovechando que la dureza del cambio -que ayudan con tenacidad a dificultar y agravar para las personas que lo sufren- no permite respuestas mayores, simplemente porque cualquier otro atajo agravaría los problemas en lugar de solucionarlos. La une el pensamiento mágico, que oculta la insuficiencia analítica, la impotencia propositiva y la esclerosis programática.

La afirmación del título, entonces, requiere una doble respuesta. Debatir es tiempo perdido entre quienes persiguen diferentes finalidades. Lo hemos visto en las sesiones del parlamento: no son debates, son luchas. No existe entre quienes luchan ningún acuerdo básico. Los marxistas dirían que olvidaron el principio dialéctico de la “unidad de los contrarios” y sólo enfocan la dinámica de “los polos de la contradicción”. Allí sólo cabe triunfo o derrota y por ahora la lucha sigue abierta. 

El espacio conservador sólo se entusiasma con la vuelta al pasado, aunque lo sepa inviable. El modernizador, con la construcción del futuro posible, que sabe lleno de dificultades.

Pero en este espacio modernizador, el debate es más imprescindible que nunca, porque hay que diseñar caminos desconocidos para un mundo plagado de incógnitas, que no están en ningún libro. Caminos que no implican cuestionar el rumbo sino abrirlo a los matices, que son innumerables, y a la participación de los ciudadanos, fuente inagotable de ideas, entusiasmo, pasiones y creatividad.

El futuro es opaco, impredecible. No hay, como en otros tiempos, un “destino inexorable de la historia”. Hay potencialidades, posibles, enormes. Pero también peligros. Muchas sociedades se han suicidado a lo largo de la historia, plagada de naciones que ya no existen y de grupos humanos desaparecidos.

Aunque parezca un “revival” del tiempo de la Ilustración, la esperanza de que la razón ayude a enfrentar adecuadamente los complejos problemas de nuestra agenda se mantiene como la gran esperanza de llegar a buen puerto.

Ricardo Lafferriere






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