La conmemoración del primer cuarto de siglo de la democracia recuperada fue el marco en el que miles de radicales de todo el país se congragaron para rendir su homenaje al “hombre-bandera” de este proceso, Raúl Alfonsín, quien respondió al homenaje con la austera dignidad de los grandes hombres: convocando al diálogo por el futuro, no solo con el gobierno sino entre la propia oposición.
La voz de los jóvenes irrumpió con un mensaje cargado de las demandas del siglo XXI, muestra de una actualización política que debe alcanzar a la agenda y a los métodos. Juan Francisco Nosiglia, presidente de la organización juvenil, expresó con claridad el conjunto de desafíos de los años que vienen, colocándose a la vanguardia de la necesaria modernización partidaria y exigiendo a los mayores poner su capacidad al servicio de la unidad partidaria, única alternativa que permitirá al viejo partido recobrar su rol destacado en la política argentina.
La modernización no es sólo cambiar las palabras para tomar nota de la nueva agenda: es comprender que la nueva sociedad global tiene como protagonista a una figura sobre la que el radicalismo edificó su reclamo centenario de modernidad: el hombre, el ciudadano. Ese ciudadano ha ingresado o está ingresando aceleradamente en el debate público reduciendo sus mediaciones porque ha reivindicado su derecho a decidir, no sólo votando sino también pensando y actuando por sí mismo.
En términos políticos, en los nuevos tiempos se acabaron los liderazgos que interpretaban las escrituras frente a ciudadanos que sólo escuchaban. Ahora, los ciudadanos no sólo escuchan, sino que opinan, actúan y deciden.
El marco democrático se hace, en consecuencia, más democrático que nunca. El estado de derecho, que siempre estuvo asentado sobre el respeto al concepto del ciudadano, hoy exige que además se respete a la persona que está detrás de esa construcción teórica, que es el hombre común. Y ese respeto obliga a un aprendizaje que no es sencillo para quienes se formaron en una época de dictado de cátedras, impostaciones del discurso y admoniciones éticas similares a los sacerdotes preconciliares –o prereformistas- ante aterrorizados escuchas amenazados con el fuego eterno del infierno.
Zygmund Bauman, ese filósofo de la posmodernidad, en una obra publicada en 1992, analizaba el cambio. Los intelectuales y políticos dejaron de ser ya “legisladores”, es decir, redactores de las leyes que los ciudadanos deberían después cumplir, para convertirse en “intérpretes” de intereses contradictorios, con la obligación de articular la convivencia sin imposiciones que avasallaran los derechos fundamentales de la libertad. Otros, con menos autoridad intelectual que Bauman, sostenemos que el torrente democrático tiene dos grandes y tumultuosas corrientes de gestación: la que se hereda del Imperio universal y del papado, que apunta a la democratización del poder –más que de la vida cotidiana-; y otra que se gestó en la democratización de la sociedad, asentada en el hombre común más que en abstracciones de filosofía política.
El mundo pos-moderno hace confluir a ambas en un diseño de convivencia en la que el marco legal debe responder estrictamente a las normas y el poder no tiene legitimación alguna para actuar por fuera de lo que le autorizan la Constitución y las leyes. Jamás, por ningún motivo, ni común ni de excepción. Un poder que pase por encima de sus facultades no tiene legitimidad para imponer normas coactivas ni conductas forzosas, pierde irrevocablemente su legitimidad.
Eso es lo que ha mostrado el mensaje de Alfonsín, el discurso de Juan Francisco Nosiglia y la enérgica exposición del presidente del centenario partido, Gerardo Morales, quien destacó la importancia de entender que hoy el verdadero dilema, el auténtico contradictorio en la política argentina, es democracia o autoritarismo. Este dilema no se expresa como una consigna de barricada, sino como una base de coincidencias para buscar los consensos que requirió Alfonsín y la inclusión de la nueva agenda, que reclamó Nosiglia.
Dentro de la democracia, todas las opiniones son posibles y de su confluencia debe surgir el consenso estratégico, sin exclusiones apriorísticas. “La característica de los nuevos tiempos es que se acabó lo obvio, y su potencialidad es que podemos empezar de nuevo”, afirma el viejo y prestigioso profesor alemán de origen marxista Ulrich Beck en su última obra “La Sociedad de Riesgo Mundial”. Empezar de nuevo significa tomar conciencia de las características de los nuevos tiempos y los nuevos desafíos, frente a los cuáles viejos rivales se encuentran en la obligación de unir sus fuerzas para enfrentar los nuevos problemas, y antiguos aliados pueden devenir en rivales por sostener visiones diferentes. Pero por sobre todo, significa levantar anclas para navegar con conciencia de los valores de siempre, pero también asumiendo en plenitud la marcha de una humanidad que busca su destino en clave de construcción universal.
Sin estado de derecho no hay posibilidad de libertad. Ni de inversiones, ni de crecimiento, ni de seguridad, ni de educación, ni de futuro. Al contrario, acecha el “neo-anarquismo” citado por Alfonsín. En esta tensión se está construyendo el mundo global, que de manera tumultuosa pero con un rumbo inexorable de composición plural está edificando la sociedad planetaria asumiendo la necesidad imperiosa de completar con un marco normativo universal la globalización económica que –como siempre ha ocurrido en la historia de la humanidad en cada proceso de cambio- primero desarrolló sus fuerzas productivas y luego exigió la adecuación de las relaciones de producción y el marco político-normativo para garantizar el equilibrio y la inclusión social.
La opción es de hierro y aunque en gradaciones es distinta, en esencia no es diferente a 1983: entonces supimos vencer a la muerte y abrimos la puerta “de entrada a la vida”, recitando el preámbulo. Ahora, debemos recorrer ese camino y construir esa vida en libertad, poniendo efectivamente en vigencia sus artículos y participando con dignidad y respeto a todos en la construcción del mundo global y el país del conjunto.
Muy lejos y cada vez más aisladas quedarán las miopes visiones –afortunadamente minoritarias, apenas alguna voz sin eco- de los “aparatos”, los “diktat” propios de mediados del siglo XX, las descalificaciones generalizadoras y los sectarismos. El mensaje del Luna Park dejó en claro que el radicalismo renacido no buscará “diferenciarse” de sus rivales o “tomar distancia” del Pro, de la CC o de sectores del propio peronismo, sino al contrario, buscará encontrar los puntos de entendimiento estratégicos que asuman las preocupaciones y visiones de los demás construyendo el consenso nacional. El consenso que responda a las demandas de los ciudadanos, los “hombres” que “no pueden desarrollarse sino en el clima moral de la libertad”, como lo expresa la propia Carta de Avellaneda.
El rumbo del viejo partido está acercándose a su brújula. Por el bien de la Argentina y de su gente, quiera Dios que sea exitoso en esa recuperación superando las acechanzas –algunas de ellas, en su propio seno- que pretenderán atarlo al pasado que murió. Su experiencia política centenaria será muy util a la construcción de una alternativa democrática-republicana de amplio espectro que conduzca a la Argentina hacia la salida del infierno al que lo ha llevado el deterioro del estado de derecho, la humillación de los ciudadanos, la prepotencia del poder, la corrupción ramplante, la irracionalidad.
Ricardo Lafferriere
No hay comentarios:
Publicar un comentario