lunes, 29 de noviembre de 2010

Las hilachas del Gran Hermano

“Ministerio de la Verdad” era el nombre que George Orwell asignaba en su novela “1984” al órgano del gobierno cuya función era manipular o destruir los documentos históricos con la finalidad de adecuar el conocimiento del pasado a las afirmaciones de régimen. Publicada en 1948, predecía para 1984 (inversión de los últimos dígitos del año de su publicación) la extensión a todo el mundo de los gobiernos totalitarios de moda en la época, terminando con las cuotas de libertad individual y subordinándolas a los supremos dictados del Poder.

Junto a los otros tres ministerios –del “amor”, que administraba castigos y torturas, de “la paz” que se aseguraba de tener siempre un enemigo externo para garantizar que el país se encuentre en paz consigo mismo y “de la abundancia” que regulaba la provisión de bienes para asegurar que no sobrepasaran los límite de la subsistencia- conformaban el gobierno del “Gran Hermano”, titular de la totalidad del poder y el conocimiento completo sobre los detalles más ínfimos de la vida de las personas, que le debían obediencia suprema.

Desde la publicación de la novela, el concepto del “Gran Hermano” planeó en el debate político del mundo occidental, tensionado por las sociedades totalitarias derrotadas en la Segunda Guerra, pero también por el ejemplo tenebroso de las dictaduras del “socialismo real”. Su sola mención erizaba la piel de las personas con vocación libertaria y autonómica, para las que la libertad era un concepto forjado durante siglos de lucha, muchas veces sangrienta, contra toda clase de poder político, religioso o económico. 1984 se convirtió en una fecha ícono, que a medida que se acercaba profundizaba el temor sobre su virtualidad ante los evidentes avances científicos y tecnológicos desatados en la segunda mitad del siglo XX.

Llegó 1984 con dos perfiles, a la vez coincidentes y divergentes con la vision orwelliana. Coincidentes, en cuanto las técnicas de vigilancia se expandieron desde lo más pequeño –con los controles de comunicaciones telefónicas, sensores de voz, cámaras ocultas, artefactos de seguimiento, “tags” de ubicación de diversas características y otros implementos similares- hasta lo más grande –gigantescas bases de información alimentadas por las redes de satélites de observación, organizaciones de espionaje actuantes por encima de las normas protectoras de los individuos, sistemas de control de desplazamientos personales, etc-. Pero también divergentes, en cuanto el poder, por primera vez en la historia, comenzaba a ser escrutado en sus pliegues más íntimos al compás del crecimiento de la interactividad de esos inmensos organismos de recolección y procesamiento de información. El Gran Hermano pugnaba por concretar la predicción de Orwell, pero la realidad, tenaz y obsesiva, seguía imaginando límites y las personas seguían defendiendo su privacidad y, en última instancia, su libertad.

Dos noticias de estos días muestran un saludable saldo hacia una sociedad mejor: en el plano internacional, la publicación de los secretos de la diplomacia de la principal potencia del mundo, penetrados por la inteligencia de un experto informático que consiguió la forma de organizar la recolección secreta de diversas fuentes, no ya de los chismes de alcoba, sino de las decisiones de paz y guerra, de alianzas y rivalidades, de desconfianzas y opiniones, de principal poder de mundo.

Y en el plano local, las informaciones obtenidas del disco rígido de las computadoras de un lobbysta de la corrupción genera un fenómeno similar. Por un lado, ha mostrado las hilachas de un poder asentado en los instintos más primitivos de los seres humanos: la codicia, el aprovechamiento del Estado para fines particulares, la corrupción ramplona, la mentira. Y por el otro, el poder ha quedado tan descolocado que no sólo ha silenciado las usinas intelectuales de “Carta Abierta”, normalmente con respuestas para todo, sino que hasta ha dejado sin habla a la señora presidenta, también experta en opinar sobre los temás más diversos.

Aunque a muchos nos gustaría que estos dos episodios significaran el derrumbe definitivo del Gran Hermano y su vocación totalitaria, está claro por lo pronto que sus miserias han quedado expuestas a la vista pública, a través de episodios cuyo saldo indudable será acrecentar el límite a los futuros desbordes de los circunstanciales administradores de los estamentos de gobierno y aumentar el poder de los ciudadanos.

El Gran Hermano se ha invertido. El “secreto”, componente fundamental del poder desde todos los tiempos, ya no es inviolable ni servirá para esconder chanchullos. El “panóptico” de Bentham y Foucault funciona también al revés. Gracias a la tecnología, la interactividad, las redes ubicuas y el protagonismo de las personas, no es sólo el poder el que vigila a los ciudadanos, sino que éstos pueden vigilar cada vez más al poder, sacando a la luz en el momento menos pensado sus bajezas más notables y provocando su deslegitimación moral al mostrarlo claramente alejado del “bien común”, argumento último de sus pretendidas facultades.


Ricardo Lafferriere

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