El primer paso del terrorismo es la deshumanización del adversario, la negación de su condición humana y la atribución de condiciones animales o de características descalificadoras ajenas a un cambio de ideas articuladas y respetuosas.
Frank Fanon –y el propio Sartre- analizaron en su momento esta técnica, utilizada por los colonialistas en Africa y por los nazis en Europa. Perdida la condición humana, el trato al contrario queda liberado de la obligación de respeto, cualquiera sea su fuente - religiosa, filosófica o simplemente moral-.
Y a partir de allí, todos los caminos de lucha se abren. Las formas construidas por la humanidad para hacer posible las visiones diferentes y, a la vez, convivir –cuya elaboración más sofisticada es la democracia política- deja paso al “puro poder”, que termina definiendo el triunfo de una visión u otra con desconocimiento de las necesidades de acuerdo por la “otredad” que impone la convivencia.
Que esta actitud haya sido propia de los colonialistas tratando de “monos” a los trabajadores negros, o de los nazis tratando de “ratas” a los judíos es, a esta altura, una repugnante anécdota de la historia humana cuyas consecuencias fueron genocidios, masacres y ríos de sangre. Deja de ser sólo una anécdota cuando un presidente en ejercicio utiliza la animalización de sus adversarios en un acto político en el que la “corte” no sólo escucha, sino que aplaude, al igual que muchos de quienes asisten, frente a la pasmada plaza pública televisiva que amplifica el mensaje al infinito.
La “ejemplaridad del poder” toma aquí el peligroso papel del instigador, máxime al darse a pocos días del salvaje asesinato político de Mariano Ferreyra, realizado por sicarios sindicales del principal aliado del gobierno que ha sido confirmado como tal por la actual “juventud maravillosa” de La Cámpora y el propio Jefe de Gabinete; y el rápido contagio de estructuras de poder que, aunque surgidas en sus lejanos comienzos del propio pensamiento de izquierda, han olvidado hace tiempo lo mejor de la historia progresista –la tolerancia, la libertad, el pluralismo, el respeto por la opinión ajena, la celosa defensa de los derechos de las personas- y asumido lo peor del populismo –la violencia, el matonismo, la intolerancia, la descalificación del contrario y el vaciamiento de su condición humana-.
Las expresiones de Cristina Fernández la semana pasada al tratar de “loros” y “monos” a los opositores que no piensan como ella y no ven la realidad con sus anteojeras merecen un pedido de discupas inmediato y expreso en el parlamento, espacio democrático de la diversidad y la polémica. El silencio no hará otra cosa que admitir que, también para la oposición, todo está permitido. Que no hay límites.
Para los ciudadanos, sería repugnante.
Ricardo Lafferriere.
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