Informaciones
hecha públicas el domingo por un matutino de alcance nacional indican que el
antiguo programa misilístico que costó tantos dolores de cabeza al país en los
inicios de la administración Menem, estaría siendo reactivado en el marco de un
convenio de cooperación con la empresa estatal venezolana “CAVIM” (Compañía
Anónima venezolana de Industrias Militares).
La nota
peligrosa es el convenio vigente de esta última con el proyecto iraní de
desarrollo nuclear y misilístico, razón por la cual ha sido sancionada hace
pocos días por el Departamento de Estado de Estados Unidos, en razón del
embargo decretado por Naciones Unidas sobre Irán, por su proyecto de
desarrollar su capacidad nuclear ofensiva.
Quien
esto escribe siguió de cerca, hace años, los avatares del proyecto Cóndor II,
desarrollado durante el gobierno del presidente Alfonsín, mirado con recelo
–pero entonces tolerado- por Estados Unidos, en razón de su posible
contradicción con el MTCR (tratado destinado a limitar la proliferación
misilística). Lo defendió hasta donde fue posible, consciente de la importancia
que traería al desarrollo tecnológico nacional. El gobierno de Alfonsín era
insospechado de cualquier intento desestabilizador, armamentista o terrorista,
y ante eso, aún en el marco de reiteradas tensiones, pudo ser mantenido y
avanzó.
Dicha
iniciativa debió ser luego, con la administración Menem, desmantelada. El
motivo no fue otro que la incertidumbre que generaba en los actores de la alta
política internacional la displicencia con que el entonces candidato triunfante
en las elecciones de 1989 expresara, en declaraciones a la prensa, que dicha
tecnología sería transferida a Mohamar Kadafi, que en ese momento había
expresado su interés. Esa transferencia se realizaría como contraprestación por
el apoyo económico que el dirigente libio otorgara al candidato justicialista
en esas elecciones.
El
mundo es uno solo y tiene vasos comunicantes. Nada es secreto. Mucho menos,
cuando los propios protagonistas se lo cuentan a la prensa. De ahí que cuando
pocos meses después la Argentina necesitara el apoyo norteamericano en
gestiones ante el FMI, en una de sus recurrentes crisis, altos funcionarios del
país del norte exigieran el desmantelamiento de dicha iniciativa como condición
para prestar la aquiescencia pedida. Y así fue dispuesto, trasladándose las
instalaciones a la órbita civil –CONAE-, esparciéndose los científicos que
trabajaban en él, y trasladando las partes estratégicas a España, para proceder
allí a su destrucción.
Por
supuesto, en el país la polémica fue fuerte, con acusaciones cruzadas y
descalificaciones recíprocas. Lo cierto es que la Argentina cosechó el fruto de
su improvisación, y de la reiteración de una tradicional actitud de ciertos
protagonistas compatriotas: la negación de la “realpolitik”, como si nuestro
país fuera el ombligo del mundo y no estuviera obligado, como cualquiera, a
medir ventajas y desventajas de cada decisión antes de tomarla. Y después de
producidas las consecuencias, vestirse con traje de epopeya y comenzar contra
el mundo una guerra verbal, que sólo conduce a profundizar las consecuencias.
El patrioterismo, remedio de los imbéciles, o como diría Samuel Johnson, “la
última defensa de los canallas”, hace el resto.
Ahora,
y de no desmentirse con hechos la noticia mencionada más arriba, estaríamos
cercanos a reiterar el error. No parece suficiente la ambigua desmentida del Ministro
de Planificación. El 90 % del mundo está unido en la lucha contra el terrorismo
y contra la proliferación atómica y misilística. Nuestro propio país formaba –y
aún hasta hoy, forma- parte de ese consenso, que no es una imposición de las
naciones grandes, sino de las Naciones Unidas. Recomenzar el viejo proyecto,
nuevamente bajo la órbita militar, hará renacer viejas sospechas, alimentadas
por el incomprensible “memorando” firmado con Irán por el que virtualmente se
amnistía a los funcionarios de dicho país por la autoría de los dos atentados
terroristas más graves de toda nuestra historia, con un saldo de decenas de
muertos.
La
propia circunstancia de que la reanudación del proyecto fuera anunciado en el
2011 por la presidenta en la Cena anual de las Fuerzas Armadas, en lugar de
hacerlo en un ámbito científico o tecnológico civil, alimenta resquemores y
sospechas en un mundo impregnado de desconfianzas.
No
parece buen momento, ni en el país ni en el mundo, para estos experimentos.
Desarrollar un lanzador satelital que ayude a cerrar el circuito de la
tecnología espacial es una muy buena cosa. Poner ese desarrollo en el ámbito de
una cooperación inter-militar, con vínculos ciertos y públicos con un país
embargado por las Naciones Unidas por su actitud proliferante y agresiva, es
otra.
Más aún: al igual que en 1990, es
la mejor forma de condenar a esa iniciativa al ostracismo científico
internacional y de llevar al país a una profundización de su peligroso
aislamiento.
Ricardo Lafferriere
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