miércoles, 20 de febrero de 2013

Jugando con fuego



                Informaciones hecha públicas el domingo por un matutino de alcance nacional indican que el antiguo programa misilístico que costó tantos dolores de cabeza al país en los inicios de la administración Menem, estaría siendo reactivado en el marco de un convenio de cooperación con la empresa estatal venezolana “CAVIM” (Compañía Anónima venezolana de Industrias Militares).

                La nota peligrosa es el convenio vigente de esta última con el proyecto iraní de desarrollo nuclear y misilístico, razón por la cual ha sido sancionada hace pocos días por el Departamento de Estado de Estados Unidos, en razón del embargo decretado por Naciones Unidas sobre Irán, por su proyecto de desarrollar su capacidad nuclear ofensiva.

                Quien esto escribe siguió de cerca, hace años, los avatares del proyecto Cóndor II, desarrollado durante el gobierno del presidente Alfonsín, mirado con recelo –pero entonces tolerado- por Estados Unidos, en razón de su posible contradicción con el MTCR (tratado destinado a limitar la proliferación misilística). Lo defendió hasta donde fue posible, consciente de la importancia que traería al desarrollo tecnológico nacional. El gobierno de Alfonsín era insospechado de cualquier intento desestabilizador, armamentista o terrorista, y ante eso, aún en el marco de reiteradas tensiones, pudo ser mantenido y avanzó.

                Dicha iniciativa debió ser luego, con la administración Menem, desmantelada. El motivo no fue otro que la incertidumbre que generaba en los actores de la alta política internacional la displicencia con que el entonces candidato triunfante en las elecciones de 1989 expresara, en declaraciones a la prensa, que dicha tecnología sería transferida a Mohamar Kadafi, que en ese momento había expresado su interés. Esa transferencia se realizaría como contraprestación por el apoyo económico que el dirigente libio otorgara al candidato justicialista en esas elecciones.

                El mundo es uno solo y tiene vasos comunicantes. Nada es secreto. Mucho menos, cuando los propios protagonistas se lo cuentan a la prensa. De ahí que cuando pocos meses después la Argentina necesitara el apoyo norteamericano en gestiones ante el FMI, en una de sus recurrentes crisis, altos funcionarios del país del norte exigieran el desmantelamiento de dicha iniciativa como condición para prestar la aquiescencia pedida. Y así fue dispuesto, trasladándose las instalaciones a la órbita civil –CONAE-, esparciéndose los científicos que trabajaban en él, y trasladando las partes estratégicas a España, para proceder allí a su destrucción.

                Por supuesto, en el país la polémica fue fuerte, con acusaciones cruzadas y descalificaciones recíprocas. Lo cierto es que la Argentina cosechó el fruto de su improvisación, y de la reiteración de una tradicional actitud de ciertos protagonistas compatriotas: la negación de la “realpolitik”, como si nuestro país fuera el ombligo del mundo y no estuviera obligado, como cualquiera, a medir ventajas y desventajas de cada decisión antes de tomarla. Y después de producidas las consecuencias, vestirse con traje de epopeya y comenzar contra el mundo una guerra verbal, que sólo conduce a profundizar las consecuencias. El patrioterismo, remedio de los imbéciles, o como diría Samuel Johnson, “la última defensa de los canallas”, hace el resto.

                Ahora, y de no desmentirse con hechos la noticia mencionada más arriba, estaríamos cercanos a reiterar el error. No parece suficiente la ambigua desmentida del Ministro de Planificación. El 90 % del mundo está unido en la lucha contra el terrorismo y contra la proliferación atómica y misilística. Nuestro propio país formaba –y aún hasta hoy, forma- parte de ese consenso, que no es una imposición de las naciones grandes, sino de las Naciones Unidas. Recomenzar el viejo proyecto, nuevamente bajo la órbita militar, hará renacer viejas sospechas, alimentadas por el incomprensible “memorando” firmado con Irán por el que virtualmente se amnistía a los funcionarios de dicho país por la autoría de los dos atentados terroristas más graves de toda nuestra historia, con un saldo de decenas de muertos.

                La propia circunstancia de que la reanudación del proyecto fuera anunciado en el 2011 por la presidenta en la Cena anual de las Fuerzas Armadas, en lugar de hacerlo en un ámbito científico o tecnológico civil, alimenta resquemores y sospechas en un mundo impregnado de desconfianzas.

                No parece buen momento, ni en el país ni en el mundo, para estos experimentos. Desarrollar un lanzador satelital que ayude a cerrar el circuito de la tecnología espacial es una muy buena cosa. Poner ese desarrollo en el ámbito de una cooperación inter-militar, con vínculos ciertos y públicos con un país embargado por las Naciones Unidas por su actitud proliferante y agresiva, es otra.

Más aún: al igual que en 1990, es la mejor forma de condenar a esa iniciativa al ostracismo científico internacional y de llevar al país a una profundización de su peligroso aislamiento.

Ricardo Lafferriere

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