miércoles, 25 de diciembre de 2013

De la Rúa y la justicia

"Inexplicable. ¿Cómo lo van a absolver si nosotros ya lo habíamos condenado?"

Tal pareciera ser la desconcertada y coincidente reacción de voces tan respetables como las de Joaquín Morales Solá, Elisa Carrió, Graciela Ocaña, Hugo Moyano y Alberto Amato, entre otros, al cuestionar el contundente fallo que absolvió al ex presidente Fernando de la Rúa de la acusación de cohecho en oportunidad de tratarse, durante su gobierno, la ley de reforma laboral.

La coincidencia no lo fue sólo de la condena al pronunciamiento judicial. Ninguno de ellos realizó un juicio crítico del fallo, ni analizó el meduloso razonamiento de los jueces -por otra parte, los más prestigiosos e independientes del fuero penal- que desvirtuaron una a una las pruebas, reducidas al final a la sola afirmación del presunto arrepentido, luego de una entrevista reservada con el entonces Jefe de Gabinete Alberto Fernández y Aníbal Ibarra, entonces alineado con el kirchnerismo, entrevista por la que cobró, según él mismo lo confesó en la causa.

La "política-espectáculo", de fuerte resonancia en los tiempos que corren, tiene sus propias reglas, que en este caso han confundido a algunos de sus inteligentes protagonistas que, sin embargo, se equivocan al asumir como "verdad absoluta" las deducciones instaladas sin el rigor de los jueces probos buscando la verdad.

Este juicio expone la superioridad ética del estado de derecho y de la justicia independiente. Aquí no se manipularon pruebas, no se alteraron fiscales, no se cambiaron los jueces, no se presionaron testigos y no se coartó la investigación.

Más de 300 testigos -entre los cuales los había del nivel de un ex Vicepresidente de la Nación (Álvarez), un ex Presidente (Duhalde), un ex Jefe de Gabinete (Terragno) decenas de ex legisladores y funcionarios-, peritos expertos, arqueos contables de organismos públicos y patrimonios privados de los imputados, cotejos de llamadas e inspecciones oculares a los espacios públicos citados (despacho presidencial, ex SIDE, etc.) se enfrentaron a un imputado que asumió gran parte de su propia defensa y demostraron que, como lo dice el impecable texto de la sentencia, toda la causa está montada sólo en "la disparatada versión de un fabulador". Ni una sola prueba que no sea esta fábula relaciona al ex presidente con el hecho imputado, que tampoco resulta probado.

Funcionó la justicia, que mostró la entereza de los jueces fallando según su criterio, superando el presunto "clamor popular" fabricado por oportunos titulares y los desbordes de las pasiones -o las conveniencias- políticas de bajo vuelo.

Ninguna vinculación tiene esta causa con la evaluación definitiva de la gestión de Fernando de la Rúa, que hará la historia. Los momentos que estamos viviendo y los que se avizoran, los muertos que se suceden y la impotencia oficial frente a la crisis están demostrando, por otra parte, que no es lo mismo conducir un país en auge que hacerlo en situación de carencias extremas.

La conveniente demonización de su figura, y esta propia causa, sirvieron durante varios años al kirchnerismo para edificar su mendaz relato de progreso, y tal vez al propio radicalismo para evitar tener que asumir más francamente la defensa de una gestión cuya demonización fuera objeto de una impecable acción sicológica de sus rivales históricos.

Esta administración lleva ya más muertos en su haber que los ocurridos en los desbordes del 2001, donde no había precisamente un gobierno bonaerense e intendencias del conurbano conteniendo los saqueos sino más bien instigándolos, como lo reconoció poco tiempo atrás la propia presidenta de la Nación, con lo que eso significa para el mantenimiento de un mínimo de ordenamiento social y estabilidad política. Y el proceso aún no ha terminado.

El fallo, contra los impostados rezongos de quienes se consideran jueces sin serlo, es una bocanada de aire fresco para el estado de derecho. No consagra ninguna "impunidad". Pero recuerda a todos que el procedimiento penal correctamente aplicado es la forma superior de búsqueda de la verdad, la que de cara a los derechos ciudadanos no suele estar en los titulares de los diarios ni en las frases altisonantes de la política que buscan convertirse en aquéllos. 


Ricardo Lafferriere

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