Apañado por la benevolente cobertura del “establishment”
comunicacional, los sindicatos realizaron la primera concentración gremial
contra el gobierno. Se trató de un acto numeroso que los organizadores se
ocuparon de dimensionar en “350.000 trabajadores” y que fuentes más objetivas –periodísticas,
policiales y los propios organizadores en opiniones “of de record” que
trascendieron a través de algunos medios- estimaron en alrededor de 100.000
personas.
Toda la Argentina del pasado aprovechó la oportunidad.
Burócratas sindicales enriquecidos, narcotraficantes, saqueadores del Estado,
sostenes gremiales e intelectuales del latrocinio de la última década y hasta
los relatos ideológicos ultramontanos confluyeron en visiones apocalípticas
contra el gigantesco esfuerzo que está haciendo el país entero para arrancar
desde el pantano en que lo dejaron hace apenas cuatro meses.
Ni una sola autocrítica. Ni una sola mención, por parte de los
aplaudidores del saqueo, por su acción en los años de vergüenza institucional y
vaciamiento económico a que fue sometido el país con su apoyo, en muchos casos
expreso y en otros tácito. Ni una condena a los gigantescos negociados que
están saliendo a la luz, conducidos por una familia de nulas virtudes éticas
pero posibilitados y sostenidos por una mayoría automática que le dieron desde
el Congreso los que se dieron cita en el primer ensayo general realizado el
viernes. Ni una mención a la esperpéntica política económica que nos llevó al
desastre, aplicada hasta diciembre pasado. Moyano y Aníbal Fernández.; Caló y
Scioli; Micelli ¡y Yasqui!; Frente para la Victoria… ¡y Frente Renovador!...
Todos, hasta los que habían comenzado su maquillaje…
El interrogante del título surge con fuerza y haría bien el
gobierno en advertirlo.
Lejos está de quien esto escribe apoyar la profundización de
“la grieta”. Pero mucho más lejos de silenciar lo que está claro que se
inscribe en el comienzo de un proceso que ya conocemos, porque lo vimos contra
la titánica lucha de Alfonsín en 1984, cuando debía lidiar con la herencia
dolorosa de desapariciones y necesidad de justicia, contra los herederos del
proceso que tenían aún el mando de las Fuerzas Armadas y contra las reiteradas sublevaciones
carapintadas, pero a quien no tuvieron
empacho en organizarle catorce paros
generales para provocar la hecatombe social que desembocó en la hiperinflación
de 1989.
Y también contra los esfuerzos de la Alianza para salir del
mega-endeudamiento de la década de los
90, que los mismos protagonistas que se juntaron el viernes –aunque con
otro discurso- se habían encargado de generar, dejando la bomba de tiempo que
estalló al gobierno aliancista. Los mismos sindicalistas que se crearon sus
propias AFJP después denunciaban al “neoliberalismo” que había impulsado la
reforma del sistema, que en su momento habían ellos mismos apoyado. Los mismos
que privatizaron YPF –cobrando y haciendo desaparecer los fondos recibidos-
luego la volvieron a “estatizar”, pagándola con fondos extraídos de la caja de
los jubilados. Los mismos que hace nada más que seis meses se oponían
terminantemente a sancionar una ley que prohibiera los despidos, hoy
descalifican con epítetos insultantes a quienes se opongan a la sanción de la
misma ley. Y todo sin ponerse colorados.
“No soy rencorosa. Soy memoriosa”, repite a menudo una
conocida figura televisiva de larga trayectoria en los medios. Tampoco lo es
quien esto escribe, que respeta –y hasta siente afecto- por muchos peronistas,
con algunos de los cuales hasta compartió cárcel en las duras épocas del “proceso”,
aunque por causas diferentes: en mi caso, por ser terminante en la condena a
una dictadura, en el caso de ellos por estar ubicados en el lado perdedor de la
interna peronista de la época. Justamente, por ser memorioso no puedo olvidar
que la obsesión por el poder les hace olvidar a menudo las elementales
obligaciones de un comportamiento democrático, y que el acto del viernes se
parece demasiado a hechos que ya hemos vivido, y que han iniciado procesos de alegre
desgaste institucional irresponsables de final dramático para millones de
argentinos.
Vuelven a enfrentarse, como tantas veces en la historia, los
dos caminos posibles para el país: el del futuro y el del pasado. Uno es
abierto, tolerante, plural, confiado en la fuerza vital de los argentinos para
insertarse en el mundo en forma exitosa, solidario, democrático, honesto, cree
en la libertad, la división de poderes y la república. Respetuoso, en suma, de
la dignidad esencial de cada compatriota para tomar en sus manos las riendas de
su destino. Se reúne con un lema: “Cambiemos”.
El otro, lo conocemos. Se mostró el viernes.
Ricardo Lafferriere
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