martes, 22 de noviembre de 2016

¿Nos afecta el “mundo Trump”?

La gran herencia del kirchnerismo fue el atraso, frente al avance global. Esa situación, curiosamente, es también una gran oportunidad.

La –en este aspecto, afortunada- soberbia de CK la llevó a ignorar uno de los principios históricos fundamentales del peronismo (dejar a quien lo suceda un país endeudado hasta la médula, como una bomba de tiempo) y eso ha permitido a Cambiemos diseñar una estrategia de salida de la crisis amortiguándola con un mayor nivel de endeudamiento.

El kirchnerismo dejó al país con una gran deuda… consigo mismo. Infraestructura, energía, comunicaciones, pasividades, educación, salud, corrupción, desorden administrativo general. Pero con poca deuda externa, gracias a la tozuda incapacidad para acordar con los “holds out” que le cerró las puertas a una nueva deuda populista. Afortunadamente.

Hace una semana, en la nota “El legado de Cambiemos” analizaba esta situación. El país tiene margen suficiente para tomar endeudamiento destinado a rutas, viviendas, autopistas, defensas hídricas, puertos, energía, comunicaciones, que no se hicieron desde el 2000. También para aliviar la transición. Y lo está haciendo con prudencia.

CK dejó otras bombas –es cierto-, que resultaron manejables porque dependen de la habilidad política interna, lo que ella jamás imaginó que podrían exhibir sus sucesores. También éstas se están sorteando con capacidad de gobierno y el acompañamiento de la mayoría de los argentinos.

Mientras el mundo –y la región- avanzaron en estos años al punto de casi duplicar su producción –en el año 2000 el PB global no llegaba a 40 billones de dólares y hoy está en 75 billones-, el PBI argentino se mantiene prácticamente niveles similares al comienzo del siglo. Lo que tuvimos de más en estos años buenos de la década de la super-soja, “nos lo comimos”. Hasta el último gramo.

En consecuencia, ese retraso es un incentivo. Aún en una situación de estancamiento global –que está lejos de ser una verdad revelada- para alcanzar ese nivel tenemos que crecer rápidamente.

Pasado a hechos: se destrozaron los trenes, debemos reconstruirlos.

Se desmanteló el sistema energético, debemos rearmarlo.

Se paralizó la construcción de viviendas, debemos construirlas.

Se congeló el sistema de comunicaciones en las inversiones de los 90, debemos actualizarlo.

Se sometió a los barrios humildes a la clientelización sin agua potable, sin cloacas, sin gas, sin pavimento, sin servicios: debemos urbanizar los hábitats de más de tres millones de compatriotas.

 Se primarizó la economía, concentrándola en el agro y la minería –luego de su expoliación-: debemos diversificarla con una gigantesca ofensiva emprendedora.

Se destrozó el sistema educativo buscando una generación de “zombies”: debemos ponerlo de pie y modernizarlo.

Donde se fije la vista, aparecen necesidades y oportunidades. Energías renovables, rutas y autopistas, gasoductos, sistema de distribución eléctrica, modernización de las telecomunicaciones con los nuevos formatos hacia la convergencia digital,  puertos, agua potable, defensas contra inundaciones… y así donde miremos. Para eso sirven y se utilizan los créditos.

La “era Trump” afectará al mundo, pero aún con las peores perspectivas, difícilmente lleguen sus efectos a la Argentina. Con una conducción prudente, el nuestro volvió a ser un país de  oportunidades. Para nosotros y “para todos los hombres del mundo…”

Lo que seguramente más se notará es una demanda al sistema político: una maduración acelerada. Se achicarán los espacios para razonamientos primarios y consignismos grotescos.

Ello no significa unanimidad –que mata las democracias- sino acuerdos básicos sin perjuicio de la lucha política cotidiana. Ya lo vivimos en los “años gloriosos” de 1880 a 1930.

El otro gran actor de la política argentina, el peronismo, lo está asumiendo. Surgen allí nuevas dirigencias modernas y algunas viejas dirigencias sensatas, con patriotismo y sentido común.

La construcción de consensos nacionales estratégicos será imprescindible. El mundo retrocede peligrosamente en el estado de derecho y avanzarán las políticas pre-Naciones Unidas.

Veremos probablemente un mundo de alianzas bilaterales y regionales, en el que el gran juego será probablemente absorbido por los tres o cuatro grandes bloques de poder  –americano, europeo, ruso, chino- y algunos menos grandes –como debiera ser el Mercosur- con multiplicidad de relaciones cruzadas de intereses coincidentes y divergentes.

No será probablemente un “mundo en guerra” sino en tensión y debates permanentes por acuerdos bilaterales e inter-regionales, en el que la política internacional trabajosamente construida desde la Segunda Guerra probablemente sea reemplazada por juegos de poder, influencias, inversiones pautadas y comercio administrado.

Desde esa perspectiva, nuestra pertenencia regional debiera ser afianzada con una puesta a punto de un Mercosur Serio, alejado de los berrinches ideológicos –cuando no infantiles- y asentado en los intereses reales de nuestras sociedades.

En un tablero global de poder, no es lo mismo ir al juego solos que con socios que incrementen la capacidad negociadora, el mercado y las oportunidades con los cuales se jugará el nuevo Gran Juego del nuevo escenario mundial.

Obviamente, hay muchos a los que ese mundo les dolerá. Está ya ocurriendo en los países bálticos, Polonia, Ucrania o Siria. También en los países más pequeños del Mar de la China y en las personas que se sienten demócratas y pacifistas en el Oriente Medio. El nuevo “Sheriff” de la región está mostrando cómo actuará allí para garantizar “el orden”, bombardeando con misiles mar-tierra desde sus acorazados en el Mediterráneo, desde cientos de kilómetros de distancia, a ciudades con decenas de miles de habitantes civiles, como Aleppo. Y hoy mismo anuncia el “Times”, de Londres, el emplazamiento de misiles rusos con cabeza nuclear en el corazón de Europa, en el enclave ruso de Kaliningrado –entre Lituania y Polonia-.

Estamos lejos de esos escenarios, y debiéramos mantenernos políticamente lejos aunque cercanos en la solidaridad. Triste para el mundo, retroceso para los derechos humanos y el derecho internacional. También espacio demandante para la solidaridad con los afectados, como ha sido siempre, en toda la historia, la actitud de la Nación Argentina y de la mayoría de los argentinos.

¿Nos afecta, entonces, el “mundo Trump”? 

Sí, como ciudadanos de un planeta que sufrirá la incomprensión y el retroceso hacia formas de convivencia menos humanizadas y más salvajes, más desinteresado de la “casa común” y más indiferente a los sufrimientos de las personas comunes. 

No, si en el contenido de la pregunta nos referimos a los efectos directos en comercio, inversiones, desarrollo económico y posibilidades de recuperar el terreno perdido por nuestro país estos años.

Tampoco se frenará la globalización económica –porque es imposible-, aunque estará más reglamentada, con mayores controles “políticos” –al estilo actual de China y Rusia-.

Como se ha venido diciendo en estos meses: la Argentina es la única buena noticia del mundo. Aprovechémosla tirándonos menos zancadillas y sin pelearnos tanto entre nosotros.


Ricardo Lafferriere

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