No fui un “amigo” de Fernando de la Rúa. En los hechos,
estuvimos en andariveles partidarios diferentes, desde que por los banales preconceptos
juveniles lo consideraba -sin conocerlo- un exponente de “la derecha”, hasta la
llegada de ambos al Senado, en mi caso como un emergente de las “nuevas
generaciones” y él como un prestigioso dirigente porteño, sin embargo golpeado
por la derrota de su cotejo interno con Alfonsín por la candidatura
presidencial.
Sin embargo, congeniamos rápidamente. De hecho, tuve en su
persona un apoyo franco en la mayoría de las iniciativas parlamentarias. Y
cuando el devenir de la política me llevó a disputar la candidatura a la
gobernación de Entre Ríos en 1986/7, me sorprendí al recibir de él un apoyo sin
matices, tanto en la campaña interna como en la general.
Acompañé su postulación presidencial, tomando a mi cargo la
construcción de su propuesta internacional a través de la Comisión de
Relaciones Exteriores de la Fundación que funcionaba en calle Rivadavia, frente
al Congreso. Allí fuimos puliendo su visión de inserción en el mundo, principista
pero desideologizada, junto a jóvenes funcionarios de la Cancillería y sobre la
concepción de un país inserto en el mundo sin complejos ni soberbias, que
honrara las mejores tradiciones de nuestra política exterior pero a la vez le
inyectara la necesaria cuota de modernidad de cara al siglo que comenzaba. Tal
vez su política exterior, conducida luego por Adalberto Rodríguez Giavarini,
fue lo más avanzado de su gestión.
Me honró con la designación de Embajador en España. Pude
sentir allí el prestigio del que gozaba su figura y la del país, traducidos en
innumerables muestras de simpatía y apoyo a la Argentina en un momento
socioeconómico difícil. Hasta el propio crédito de 1000 millones de dólares que
solicitamos y nos fue otorgado sin ninguna clase de demoras, condicionamientos
ni garantías fue una demostración de ello. Crédito que -bueno está recordarlo-
el gobierno siguiente incluyó en el “default”, tratándolo en igualdad de
condiciones que a los acreedores que nos cobraban las tasas del “riesgo país”
más altas de la historia -hasta entonces-.
Producido el golpe de diciembre de 2001 me sentí más su
amigo que antes. Durante la injusta e infame campaña de desprestigio que buscó
ocultar los motivos reales del golpe con una demonización de su persona no tuvo
el acompañamiento que hubiera esperado de la mayoría de sus correligionarios.
No sé si Alfonsín acordó con Duhalde su derrocamiento. Me inclino a pensar que
las coincidencias fueron más tácitas que expresas, fogoneadas por dirigentes
radicales bonaerenses que terminaron en lo que terminaron, hasta hoy.
Era su convencimiento. “Alfonsín no quería el golpe”, supo
decirme más de una vez, como una reflexión que terminaba inexorablemente con
otra: “pero si él hubiera querido, el golpe no se daba. Una palabra suya
hubiera bastado para frenar todo”. Esa palabra sin embargo no se pronunció.
Ese golpe fue la reacción histérica de la Coalición de la
Decadencia que integra políticos y empresarios, comunicadores e “intelectuales”,
burócratas sindicales y hasta jueces con relaciones cercanas al delito. Un
golpe sin otro objetivo que expropiar recursos de los argentinos -a los que se
les devaluaron o directamente se le robaron sus ahorros e ingresos- hacia un
grupo de empresas y empresarios que los recibieron licuando correlativamente
sus deudas mediante una devaluación salvaje, que el presidente derrocado había
planteado pautada, controlada y sin afectar los ingresos de la población que
creyó y apoyaba el “1 a 1”.
Es historia. No merecería pasión, si no se repitiera. Uno de
los jefes empresarios del golpe es hoy alto funcionario y destacado exponente
del plantel oficialista. Los gremialistas... son los mismos. Su “pata política”
hace gala de una limitación intelectual que avergüenza al país de Borges y
Sarmiento. La Coalición de la Decadencia funciona a pleno, enriquecida -como
entonces- por el “pobrismo” de una parte de la jerarquía católica y nuevos
integrantes: grupos narcos, organizaciones piqueteras que reproducen lo peor de
las burocracias sindicales manipulando las necesidades acuciantes de miles de
personas y un plantel de intelectuales y comunicadores a sueldo difusores del
nuevo relato populista, ya con nuevos socios en un mundo en crisis: el
chavismo, el orteguismo, el castrismo y otras expresiones que gobiernan en
países a los que muy difícilmente haya quienes quieran ir voluntariamente a
pasar sus vidas.
Exponentes de las
jornadas de entonces, sin embargo, aún en su decadencia vital, han reproducido
las creencias en las mismas consignas vacías que han servido durante décadas
para ocultar los sucesivos latrocinios, montadas en la limitada capacidad de
análisis y reflexión que acompaña a gran parte de la dirigencia.
El saldo no puede ocultarse. Décadas de estancamiento,
patético aumento de la pobreza, un país sin horizontes ni esperanzas, decenas
de miles de argentinos “votando con los pies” para buscar en la tierra de sus
ancestros lo que Argentina no puede ya ofrecerles, desprestigio y vergüenza
internacional alineados con lo peor del planeta, ex funcionarios prefiriendo
destrozar al sistema republicano para lograr la impunidad de sus inexcusables
delitos contra los bienes del estado y la fé pública y apoyando su organización
en bandas de delincuentes liberados sin control que siembran de terror e
inseguridad la vida cotidiana. Y la palabra presidencial, devaluada hasta el
ridículo en el país y en el mundo.
Un país que hace un siglo prometía ser señero, comparte hoy
el último decil con los más atrasados en economía, en cultura, en educación, en
inseguridad, en desprecio internacional y en falta de horizontes.
Una nueva generación está llegando a los escalones políticos
y podrá en su momento hacer una evaluación seria del esfuerzo del entonces
presidente para evitar el derrumbe del país y de su gente que provocó el golpe
del 2001 y el enorme precio personal que debió pagar por ello. Nuestro país,
que parece condenado a la decadencia, tiene experiencias en resurgir apenas se
liberan sus fuerzas vitales -económicas, políticas, intelectuales-. Costará más
o menos, pero ocurrirá. Esta pesadilla quedará atrás.
Cuando ello ocurra, seguramente la figura y el esfuerzo de
Fernando de la Rúa por defender el prestigio del país y la riqueza de los
argentinos de a pie tendrá el reconocimiento que se le negó injustamente durante
estos años.
Ricardo Lafferriere
DNI 7.654.935
23/12/2021
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