UCRANIA: El precio
de un cambio
Nadie sabe cómo terminará decantando la invasión a Ucrania.
Sin embargo, la conmoción global ha sido tan grande que ha desatado elementos
insospechados para todos, incluso para el propio Putin.
Obviamente, la diferencia militar es tan abrumadora en favor
de los invasores que una opinión exclusivamente militar -y, si se quiere,
táctica- lleva a una conclusión inexorable: es imposible que el contencioso sea
“ganado” por Ucrania. Sin embargo, la mirada exclusivamente militar es un
componente -muy importante, pero uno más- de una ecuación de poder estratégico
afectado fuertemente.
Nos sería justo hablar de esta guerra sin destacar la actitud
de los ciudadanos ucranianos, su presidente, sus ministros, sus alcaldes, en
fin, de todo su entramado nacional. Acostumbrados como solemos estar a los “minués”
de la política actual, al relativo desinterés de las personas por sus países y
al retiro de los compromisos comunitarios a la esfera más cercana de lo privado,
lo familiar y los propios intereses directos, ésta actitud ha sido un golpe al
corazón de la opinión pública occidental, facilitado por las redes en tiempo
real y por el acceso al directo conocimiento de lo que ocurre por los medios de
comunicación globales. Pone además una vara diferente y muy alta para los
políticos de todo el mundo.
Destacado esto, que produjo el fracaso de la intención de Putin
de “hacerse” de Ucrania en un par de días, el cambio de un escenario
geopolítico inercial desde el fin de la Segunda Guerra Mundial (primera etapa)
y el derrumbe del bloque soviético (segunda etapa) aceleró su maduración en
cuestión de horas. “Hay tiempos en que la historia se acelera y en días pueden
pasar años”, habría dicho tal vez el
propio Marx.
El elemento central de cambio se da en Europa. Despertando de una siesta que duró varias décadas, en las que descansó centralmente en el poder americano hegemonizando la OTAN -organización creada como consecuencia de la Segunda Guerra y de la Guerra Fría-, de pronto advierte que uno de sus países culturalmente más afines y geográficamente “propio” era invadido al más puro estilo hitleriano, cual reproducción del proceso que ya había experimentado con Hitler en 1939.
En aquel momento, el dictador alemán recibió como regalo los Sudetes a cambio de una
promesa de paz, para en poco tiempo anexar a toda Checoeslovaquia y atacar Polonia, sumándolas a su ya anexada Austria. Este proceso ha sido tan estudiado y madurado que forma parte del “saber
oficial” europeo. El “munichismo” -Munich fue el lugar de reunión en el que países
ajenos decidieron por sí ceder territorio checoeslovaco a Hitler sin consultar
a los checos, dueños del territorio cedido- fue un calificativo de moda en los años posteriores a la Segunda
Guerra, para describir a quienes ceden al chantaje sin respetar los principios con la esperanza de obtener
tranquilidad.
Ahora era aún más grave. Putin comenzó reclamando caprichosamente una región -Donvás,
al Este de Ucrania, apoyando separatistas armados alzados contra el gobierno
democrático ucraniano- para luego desatar la mayor concentración militar desde
la Segunda Guerra alrededor de Ucrania, desde su satélite Bielorrusia, al Norte,
y desde la península de Crimea, anexada por la fuerza hace poco más de una
década sin mucha reacción que superara lo simbólico del mundo occidental, al
estilo “munichista”. desde el sur.
El relato justificatorio -confuso, contradictorio y en gran
parte mendaz- no admitía justificación ni histórica, ni estratégica, ni
económica. Pero no importaba y no importó. Invadió el país sin expuner siquiera
pretensiones territoriales, mostrando que el objetivo de máxima en la etapa era
la anexión lisa y llana de Ucrania.
A esta altura (27/2/2022), es imposible saber qué ocurrirá en ese contencioso,
que sin embargo se convirtió en pocos días en apenas un capítulo de un
escenario muchísimo más grande.
La reacción de la opinión pública occidental ha sido
determinante en la toma de conciencia de la significación de los hechos y las
decisiones de los gobiernos, bueno es destacarlo, con una participación mínima
de Estados Unidos. De pronto, Europa se vió en peligro y no se sintió protegida
directamente por su viejo aliado, más preocupado hoy por sus intereses en el
lejano oriente asegurando las vías comerciales que atraviesan el Mar de la
China y la seguridad de sus aliados en la región -Japón, Filipinas, Australia y
Taiwan-. Y ello en un momento en que EEUU no es ya el señor indiscutido del
mundo, sino apenas el más importante.
Demoraron... cuatro días. Pero las decisiones llegaron.
Aislamiento de Rusia, virtual embargo comercial al bloquear sus flujos
financieros y comerciales, prohibición del vuelo de aeronaves rusas por su cielo,
desconexión del sistema global de pagos y -lo que es muchísimo más importante-
desatar la decisión de rearmarse que, al decir del almirante Yamamoto luego de
atacar Pearl Harbour, puede haber “despertado un gigante dormido”.
De todos los países europeos, aún los más pacifistas, están
saliendo no sólo ayudas humanitarias sino armamentos defensivos y ofensivos. Misiles
antitanques, municiones, armas de guerra livianas -ametralladoras, fusiles, etc- están
marchando desde toda la Unión Europea hacia Ucrania, para ayudar a la resistencia
-que se reconoce heroica- de sus fuerzas armadas y su pueblo defendiendo su
país y sus ciudades. ¡Hasta de la neutral Suiza!
Esta decisión conjunta de la UE, tomada por países unidos alrededor
del principio de la unanimidad -cosa que Putin debe haber contado como
debilidad neutralizante- se refuerza con la decisión de Alemania de destinar
Cien mil millones de dólares por año (el 2 % de su PBI) a su rearme, rompiendo una
trayectoria desmilitarizadora adoptada desde la 2ª Guerra.
Esa monstruosa cifra, puesta en contexto, es alucinante.
Alemania, que posee un PBI cuatro veces el ruso, abre un camino que seguramente
adoptará de inmediato Francia -dos veces el PBI ruso- y se suma al de Gran
Bretaña -tres veces el PBI ruso-. Frente a ésta gigantesca economía, Rusia
muestra un PBI inferior al del Brasil, que aunque la despilfarre en armamentos
y aventuras, tiene como contrapartida la pobreza creciente de su pueblo, que ya
ha comenzado a cuestionar a Putin con manifestaciones en la calle y cada vez
menos miedo.
Pero no se trata sólo de recursos sino también de un cambio
de paradigma. La dura experiencia ucraniana (“nadie lucha por nosotros, debemos
defendernos solos”) termina con el recelo antiarmamentista de la propia
centroizquierda europea, que justamente está abriendo el camino del cambio en
un país en el que gobierna la socialdemocracia y marca el rumbo económico de
Europa.
Si esto ocurre como parece, también el cambio tendrá
alcances globales. Europa defendiéndose sola alivia el compromiso
norteamericano con la OTAN, aunque siga. Y ese alivio le permite mirar con más
tranquilidad sus objetivos de mantener abiertas las vías comerciales del lejano
oriente y garantizar mejor la seguridad de sus aliados. ¿El gran perdedor ¨colateral"?
Obviamente, China. El directo, la propia Rusia, que ha desatado el crecimiento militar potencialmente apabullante de un enemigo que se creado en toda su frontera Oeste, sea lo que ocurra finalmente con Ucrania.
La historia abre sus propios caminos, a veces sin intención
por parte de sus protagonistas. Sin la invasión de Ucrania, la Unión Europea
hubiera seguido su siesta de varias décadas, Estados Unidos hubiera seguido
sintiendo sobre sus espaldas la responsabilidad de la seguridad europea
dividiendo su capacidad estratégica en dos escenarios alejados y frente a dos
potencias muy fuertes y el mundo democrático seguiría debilitándose frente al
discurso populista que ha impregnado a varios países occidentales.
Por último: da la impresión que ésto se dará, sea como sea
que termine la situación ucraniana, porque la conmoción que implicó atacar a un
país vecino al margen total del derecho internacional fue enorme. No se trató
ya de una de las cuestionadas intervenciones norteamericanas, cubiertas luego
de debates y votaciones -amañadas o no- en el Consejo de Seguridad de Naciones
Unidas, sino de una agresión al margen de cualquier norma de derecho
internacional. Aceptarlo es consolidar la ley del más fuerte en todos los
niveles y su consecuente inseguridad general.
El martirologio ucraniano tendrá entonces un saldo doloroso,
pero positivo y puede convertirse en el precio que había que pagar para
construir un mundo más seguro.
RICARDO LAFFERRIERE
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