viernes, 2 de diciembre de 2022

Gobierno K: ¿errores o aciertos?

 Gobierno K: ¿errores o aciertos?

Hace tiempo comenzó a tomar fuerza la idea que el problema dramático que sufre la economía argentina se debe a “errores” de la gestión de gobierno, que “no ha acertado” con las medidas que requiere el país para normalizar o arreglar sus problemas. De acuerdo a esta idea, un buen economista podría arreglar lo que está mal y corregir los errores.

Sin embargo, las evidencias muestran que el problema argentino está alejado de la intención de normalización en esos términos por parte del gobierno y también de la intención del bloque social que me he permitido llamar la “coalición de la decadencia”, del que el kirchnerismo es su expresión extrema.

Cualquier cambio que permita a los argentinos decidir libremente su accionar contradice en forma directa la intención -que no es un efecto no deseado sino una consecuencia coherentemente perseguida por el kirchnerismo- de hacer desaparecer a los sectores medios y generar un empobrecimiento general que permita la clientelización de toda o la mayor parte de la sociedad. Esa dirección es la seguida en Venezuela, señeros maestros de las miradas K, pero es también la realidad del proceso cubano, pioneros en este modelo de organización y funcionamiento social.

Las políticas alcanzan a todos: autónomos, profesionales, productores, empresas chicas, medianas y hasta grandes. Subsistirán quienes acepten depender de decisiones de precios, importación, exportación y financiamiento decididos por el gobierno. Ninguno más.

Ni siquiera hago un juicio de valor sobre la conducta oficial. Tienen derecho a querer eso para el país, tanto como muchos otros de oponernos. Sin embargo, debemos tener en claro la diferencia, porque ignorarla ha llevado a demasiados actores no kirchneristas a pensar que estamos frente a sólo errores de política económica, de la que “no comprenden” las contradicciones intrínsecas que presentan y se arreglaría con un economista “que sepa”.

Con este otro enfoque se comprenderá que las medidas de política económica iniciada en diciembre de 2019 no son errores sino profundos aciertos: la consecuencia está siendo la que buscan y que fue preanunciada por muchos, entre otros por quien esto escribe en un análisis publicado en marzo de 2020 (“Argentina: país que se disuelve”, enero de 2021 - https://ricardo-lafferriere.blogspot.com/2021/01/argentina-un-pais-que-se-disuelve.html).

La política económica ha sido una herramienta coherente con el desmantelamiento institucional, el ataque a la independencia judicial, la implantación de la mendacidad en el discurso público, la creación de una historia nacional ficticia, la ruptura con las líneas maestras de la organización constitucional y el reemplazo de los valores sobre los que el país edificó su convivencia durante dos siglos, no por otros valores superiores en ética o solidaridad sino arcaicos y premodernos. Sin educación, sin pensamiento crítico y con pensamiento único.

No sólo han profundizado la clientelización los pobres de extrema pobreza, sino que lo han logrado con gran parte del empresariado, sectores de partidos políticos opositores y el aplauso simplón de “intelectuales” y “artistas”. El bloque de poder se completa con los estrechos vínculos con el narcotráfico ya adueñado de gran parte del país y el alineamiento internacional con lo peor del planeta, lo menos democrático, lo menos abierto, lo menos moderno, lo más autoritario. Y el indisimulado apoyo del “pobrismo” de importantes sectores de la Iglesia, funcional en cuanto enaltece la pobreza y demoniza la prosperidad.

No hay, entonces, ningún error. Todo el plan es maquiavélicamente coherente, incluye todos los frentes y su objetivo es indisimulable: la desaparición del país que conocimos reemplazándolo por una gran toldería con millones de seres sin derechos dependiendo de la voluntad de un grupo mafioso sin escrúpulos.

La política, en cuanto expresión de la voluntad ciudadana, no debe confundir en su análisis la naturaleza del régimen. Va en ello no ya la prosperidad sino la propia existencia del país -a ese extremo hemos llegado-. No lo ven quienes no quieren verlo. Sí lo ve la gran mayoría de la población democrática.

Ricardo Lafferriere

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