Gobierno K: ¿errores o aciertos?
Hace tiempo comenzó a tomar fuerza la idea que el problema
dramático que sufre la economía argentina se debe a “errores” de la gestión de
gobierno, que “no ha acertado” con las medidas que requiere el país para normalizar
o arreglar sus problemas. De acuerdo a esta idea, un buen economista podría
arreglar lo que está mal y corregir los errores.
Sin embargo, las evidencias muestran que el problema
argentino está alejado de la intención de normalización en esos términos por
parte del gobierno y también de la intención del bloque social que me he
permitido llamar la “coalición de la decadencia”, del que el
kirchnerismo es su expresión extrema.
Cualquier cambio que permita a los argentinos decidir libremente
su accionar contradice en forma directa la intención -que no es un efecto no
deseado sino una consecuencia coherentemente perseguida por el kirchnerismo- de
hacer desaparecer a los sectores medios y generar un empobrecimiento general
que permita la clientelización de toda o la mayor parte de la sociedad. Esa dirección
es la seguida en Venezuela, señeros maestros de las miradas K, pero es también
la realidad del proceso cubano, pioneros en este modelo de organización y
funcionamiento social.
Las políticas alcanzan a todos: autónomos, profesionales,
productores, empresas chicas, medianas y hasta grandes. Subsistirán quienes
acepten depender de decisiones de precios, importación, exportación y
financiamiento decididos por el gobierno. Ninguno más.
Ni siquiera hago un juicio de valor sobre la conducta
oficial. Tienen derecho a querer eso para el país, tanto como muchos otros de oponernos.
Sin embargo, debemos tener en claro la diferencia, porque ignorarla ha llevado
a demasiados actores no kirchneristas a pensar que estamos frente a sólo errores
de política económica, de la que “no comprenden” las contradicciones
intrínsecas que presentan y se arreglaría con un economista “que sepa”.
Con este otro enfoque se comprenderá que las medidas de
política económica iniciada en diciembre de 2019 no son errores sino profundos
aciertos: la consecuencia está siendo la que buscan y que fue preanunciada
por muchos, entre otros por quien esto escribe en un análisis publicado en
marzo de 2020 (“Argentina: país que se disuelve”, enero de 2021 - https://ricardo-lafferriere.blogspot.com/2021/01/argentina-un-pais-que-se-disuelve.html).
La política económica ha sido una herramienta coherente con
el desmantelamiento institucional, el ataque a la independencia judicial, la
implantación de la mendacidad en el discurso público, la creación de una
historia nacional ficticia, la ruptura con las líneas maestras de la
organización constitucional y el reemplazo de los valores sobre los que el país
edificó su convivencia durante dos siglos, no por otros valores superiores en
ética o solidaridad sino arcaicos y premodernos. Sin educación, sin pensamiento
crítico y con pensamiento único.
No sólo han profundizado la clientelización los pobres de
extrema pobreza, sino que lo han logrado con gran parte del empresariado,
sectores de partidos políticos opositores y el aplauso simplón de “intelectuales”
y “artistas”. El bloque de poder se completa con los estrechos vínculos con el
narcotráfico ya adueñado de gran parte del país y el alineamiento internacional
con lo peor del planeta, lo menos democrático, lo menos abierto, lo menos
moderno, lo más autoritario. Y el indisimulado apoyo del “pobrismo” de
importantes sectores de la Iglesia, funcional en cuanto enaltece la pobreza y
demoniza la prosperidad.
No hay, entonces, ningún error. Todo el plan es
maquiavélicamente coherente, incluye todos los frentes y su objetivo es indisimulable:
la desaparición del país que conocimos reemplazándolo por una gran toldería con
millones de seres sin derechos dependiendo de la voluntad de un grupo mafioso
sin escrúpulos.
La política, en cuanto expresión de la voluntad ciudadana, no
debe confundir en su análisis la naturaleza del régimen. Va en ello no ya la prosperidad
sino la propia existencia del país -a ese extremo hemos llegado-. No lo ven
quienes no quieren verlo. Sí lo ve la gran mayoría de la población democrática.
Ricardo Lafferriere
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