lunes, 12 de febrero de 2024

Liderazgo de crisis

La situación de Argentina, compleja y cuasi terminal, obliga a incorporar al análisis una mirada abarcativa e integral. No es sólo lo económico: el momento muestra crisis política, cultural, ética. Esa crisis polifacética necesariamente requiere una comprensión multidimensional.

Cien años de caída no son gratis. Dejan cicatrices en la capacidad de comprensión, acostumbran a lo que debiera ser excepcional y extienden la resignación. En los grupos más activos y convencidos, endurece las posiciones respectivas quitando flexibilidad a unos y otros. Eso daña aún más la convivencia y hace más complicado acordar salidas. Cada uno suele ver en el otro sus perfiles más negativos y endurece la intransigencia de las propias miradas.

La historia muestra que en estos casos, no hay soluciones puras. Ni las ortodoxias económicas, ni las políticas, ni las culturales, ni las éticas. Lo que puede sonar horroroso en tiempo normales, deja de serlo cuando se llega al borde de la propia existencia.

Difícilmente pueda salirse de una crisis multidimensional como la argentina sin la preeminencia de un liderazgo político -impuesto o electo- en condiciones de disciplinar y alinear a los actores. Si algo conserva aún la Argentina es el rito recuperado de elegir liderazgos en procesos electivos. No es un logro menor, habida cuenta de los atajos autoritarios a que recurrido en su historia.

Sin embargo, el deterioro de las fuerzas políticas les ha impedido cumplir con su cometido más importante: generar liderazgos democráticos. La presión corporativa, la declinación ético-cultural y la propia inercia decadente esterilizó estos almácigos dirigenciales que debieran ser los partidos políticos, aplastando a sus brotes más sanos por la inmisericorde presión de las malezas.

Los liderazgos surgentes, entonces, carecen del “cursus honorum” exigidos por las democracias estables y virtuosas. Es un dato, frente al que poco puede hacerse sino tomarlo como una inexorabilidad.

Nos queda, en un extremo, la necesidad de conducción que evite la anarquía a la que conduce la caída sin freno. En el otro, liderazgos que no nacen de procesos maduros de experiencia, estudio, compromiso y virtudes, sino de la angustiante necesidad del cuerpo social, cercana a la desesperación, de frenar la decadencia y reordenar la convivencia para retomar la marcha.

En el proceso, valiosos reclamos y miradas prudentes suelen ser desplazados frente a las urgencias críticas. Ahí quedarán, para tiempos posteriores, conservando su esencial justicia para cuando esa justicia sea posible. El torrente ordenancista arrastrará lo que encuentre a su paso, con el respaldo en gran medida irreflexivo de mayorías angustiadas.

Las exigencias de madurez institucional, de matices en la economía, de proporcionalidad en las medidas, de rigor ético, siguen existiendo y condimentando el proceso social, pero cediendo por la fuerza de los hechos ante la gravedad que no tolera “medias tintas”, tal vez justas pero sin espacio y sin tiempo.

Si el proceso resulta ser virtuoso, el liderazgo aprenderá sobre la marcha a separar lo principal de lo accesorio, a comprender a los sectores, a moderar las urgencias y matizar sus discursos. Si por el contrario, es vicioso, la caída o el retroceso volverá con más fuerza, tal vez para una etapa terminal.

No hay forma de conocer el futuro, de ahí la angustia de quienes tienen convicciones diferentes y discrepan total o parcialmente con el rumbo adoptado. Quizás el mejor aporte que puedan hacer es expresar sus recelos sin tono de trinchera, aceptando con humildad que la mayoría -supremo juez de una convivencia democrática- ha fijado un rumbo diferente, y dejando con buena fe y mejor talante su opinión y consejo, sin ponerse frente al torrente que terminará aplastándolo. Mucho menos tratar de frenarlo. “Vox populi, vox Dei”...

No significa dejar valores de lado: al contrario, significa sublimarlos e insertarlos en la tolerancia democrática, preservándose para tomar eventualmente el timón ante un fracaso y preparándose para aportar lo mejor para perfeccionar y emprolijar el resultado, si fuera exitoso pero insuficiente. Al final, todo en la vida es insuficiente y siempre quedan cosas por hacer.

Lo que tal vez menos sirva sea impostar errores de forma, volverse intransigentes frente a minucias, asumir actitudes arrogantes o hasta no comprender que verdades que consideraba ya incorporadas a la cultura colectiva, esa misma cultura colectiva no las adopta como centrales; y que será necesario retomar la prédica, el trabajo, la lucha tesonera, para que vuelvan a ser valores incorporados a la conciencia ético-política de la mayoría para cuando elija sus futuros liderazgos.

Como que robar no está bien, que la ley está para ser respetada, que los delitos -grandes y chicos- deben ser sancionados, que no existe convivencia cualitativamente superior al estado de derecho y que lo que une a una sociedad por encima de las distintas visiones y creencias de sus miembros es la solidaridad nacional, o sea el patriotismo.

Ricardo Lafferriere

 

 

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