Choques de dirigentes o acuerdos de pueblos
En 1936/1939 España sufrió una sangrienta guerra civil,
saldada luego de más de medio millón de muertos y miles de exilados. Muchos de
ellos llegaron a la Argentina, que al comienzo mostró reticencia porque
pertenecían al bando de los vencidos, con el que el peronismo no simpatizaba,
pero que abrió sus puertas con amplitud a partir de 1950. Miles de españoles
llegaron al país escapando de la pobreza, mientras el gobierno argentino hacía
llegar a España barcos con alimentos para paliar la dura situación vivida. Esa
política fue decidida por Perón, pero apoyada por la dura oposición de entonces
porque se trataba de una política de estado, que superaba cualquier conflicto
ideológico interno. Años después, siendo el que escribe Embajador de su país en
España, recibió de muchos españoles una frase que lo emocionaba: “Nunca olvidaremos
ese gesto”.
El 12/12/1946, la Asamblea General de las recientes Naciones
Unidas decidieron la exclusión de España de la organización. La decisión, que incluía
la recomendación de ruptura de relaciones y retiro de embajadores de todos los
países con el gobierno español, fue tomada por una mayoría de 34 votos contra
6, grupo minoritario encabezado por Argentina y acompañado por Costa Rica,
Ecuador, El Salvador, Perú y la República Dominicana que se opusieron a la
propuesta. Otros países latinoamericanos prefirieron seguir la posición de
Estados Unidos y se sumaron a la mayoría: Bolivia, Brasil, Chile, Guatemala,
Haití, México, Nicaragua, Panamá, Paraguay, Uruguay y Venezuela.
Argentina nunca obedeció la disposición de “retirar los
embajadores” y prosiguió su labor diplomática para romper el aislamiento de
España, lo que comenzó a lograrse el 4/11/1950 mediante la Resolución 386 y
luego en forma completa el 14/12/1955, cuando el propio gobierno norteamericano
había cambiado su posición.
El gobierno de la Revolución Libertadora, que sucedió al
peronismo, mantuvo incólume la posición de Argentina respeto a España.
En 1976, un golpe militar rompió el orden constitucional en
Argentina. Miles de argentinos debieron emigrar para salvar sus vidas. España
les abrió sus puerta y los recibió con los brazos abiertos. No había ningún
motivo ideológico que incidiera en la relación entre los pueblos. Así como
recibía a los emigrados, siguió su relación con el nuevo gobierno al punto de
producirse un importante viaje de Estado de los Reyes. Con su actitud, España
salvó literalmente la vida a miles de compatriotas perseguidos por la
intemperancia. Esta vez nos tocaba a nosotros decir “Nunca olvidaremos ese gesto”.
Ya en el siglo XXI un nuevo contingente de argentinos buscó
en España un lugar de realización personal. La crisis económica, esta vez en la
Argentina, los expulsaba de su país -así como otras crisis anteriores había expulsado
a españoles del suyo-. y recibieron la
disposición permanente a dejarlos reconstruir sus vidas en su suelo. Así es el
mundo en sus altibajos y así seguirá siendo.
La relación entre Argentina y España es mucho más profunda
que los berrinches circunstanciales de la política de entrecasa. Pasa por
encima de políticas, ideologías y circunstancias, simplemente porque sus raíces
están entrecruzadas, sus familias compartidas y sus historias recíprocamente
comprendidas. Los pocos episodios narrados son nada más que ejemplos. Nada podrá
enturbiar esa relación y poco favor le hacen a esta historia de confraternidad
los gritos destemplados propios de las novedades que está trayendo al escenario
una nueva política global que, al parecer, si no pronuncia frases estentóreas,
piensa que no se hace entender.
En lo profundo de la sociedad, al contrario, hay necesidad
de acuerdos de convivencia pacífica y un real hastío hacia las formas de poder
que pierden el tiempo acentuando conflictos. En el actual “conflicto” -que
parece más bien un choque de personalidades que una diferencia diplomática
internacional- haríamos bien en recordar nuestra historia y pensar en la enorme
posibilidad que nos presenta el mundo global a ambos. Levantar la mirada, fijar
metas, respetarnos y pensar en nuestros pueblos, más que en las situaciones o
improntas personales de los dirigentes por más importantes que sean.
Ricardo Lafferriere
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