lunes, 27 de mayo de 2024

Los viajes de Milei

 

¿Cuál es el motivo? ¿son necesarios?

No es necesario repetir el juicio que inspira el estilo presidencial. Quienes nos hemos formado en la escuela del viejo radicalismo nos sentimos visceralmente alejados de las formas intemperantes y las descalificaciones desmatizadas a los adversarios. También de su extremo ideologismo. Ésto no puede impedirnos analizar e intentar desentrañar lo que mueve los pasos del presidente, que conserva un fuerte apoyo popular a pesar del durísimo ajuste que su gobierno está realizando en la economía.

Despojándonos de las prevenciones que genera su estilo, miremos el contenido. El ajuste está siendo exitoso en contener la inflación, a un costo enorme que ha sido en su mayor parte financiado por los pasivos. En términos coloquiales, los viejos han pagado el mayor precio para aliviarles el peso a sus hijos y nietos. Es tal vez el aporte más importante que le están haciendo a su país, en sus años finales.

Ese ajuste está terminando con la “espuma” producida por la generosa impresión de plata sin respaldo realizada por el gobierno anterior, cual una adicción que exigía cada vez más. Ahí se encendió la mecha de una inexorable hiperinflación, sólo evitable con ese ajuste.

Para volver a crecer ahora se necesita urgentemente inversión. En términos también coloquiales, inversión es igual a confianza. Desde un taller de zapatería a una megainversión en litio, inteligencia artificial o hidrocarburos, si no hay confianza en que lo invertido no será confiscado, que hay reglas de juego estables y justicia independiente que haga cumplir las normas, no hay chances de que se produzca.

Hace tiempo que insistimos en el daño que ha hecho al país la “coalición de la decadencia”, integrada por empresarios protegidos, gremialismo corrupto, mafias jurídico-policiales, ramificaciones con las estructuras políticas, estructuras burocráticas clientelares, estado cooptado por intereses corporativos sin vinculación con el bien común y hasta gran parte de la corporación comunicacional. Esa coalición de la decadencia es la dueña de la llave para modificaciones legales que podrían generar confianza interna.

Es ingenuo esperar que sus integrantes aporten mediante el diálogo a desarmar todo el andamiaje que ha impedido el despegue del país en las últimas décadas. Le hicieron la vida imposible a Alfonsín, con 13 paros generales. Lo voltearon a de la Rúa, por intentar que no se apropiaran del gran bocado que significó la pesificación asimétrica. Le impidieron gobernar a Macri con los reclamos irracionales que todos recordamos. No apoyarán jamás un camino que los condena a su desaparición.

No es el repudiable mal genio de Milei lo que impide el acuerdo. A la vista tenemos la presión de algunos gobernadores para desfinanciar a la ANSES apropiándose de los fondos del Impuesto al Cheque y el impuesto PAIS -que reciben los jubilados- para poder mantener en sus distritos sueldos varias veces millonarios (sin pagar siquiera ganancias) aunque el precio sea aplastar más los raquíticos haberes previsionales. No les importa. Son parte de la corporación de la decadencia. Les va en ello la vida. Como al gremialismo corrupto, como al empresariado protegido, como a burocracias políticas eternizadas. Siempre demandando, jamás una propuesta de dónde obtener los recursos genuinos.

La inversión que necesitamos en Argentina es descomunal -para dinamizar y hacer crecer la economía y con ello aumentar la recaudación, subir los sueldos medios, acrecentar la productividad y darle consistencia al ajuste-. En realidad, es de decenas de miles de millones de dólares, no menos de 50.000 millones por año. No estamos en condiciones de aportarlos desde una economía raquítica, desinflada y vaciada. No hay otra fuente posible que interesar grandes inversores que movilicen las reservas dormidas y potenciales. Y si no hay inversión, todo cae.

Es obvio que ahí está apuntando el gobierno. Para interesar a esas inversiones es que multiplica sus viajes y reuniones, imposta su “liberalismo” declamado, genera choques con los adversarios globales de esos inversores y trata de aprovechar la singular repercusión que sus gestos histriónicos han generado en el mundo económico. No hay en el fondo una cruzada ideológica, aunque se monte en ella. Hay razones más prácticas: si no hay inversiones, el gobierno -y el país- no tienen futuro. En el mundo de hoy muy difícilmente se pueda seducir inversores con las banderas de la justicia social y la ideología “nacional y popular”.

Esto también lo sabe la Corporación de la Decadencia, que hace lo imposible para transmitir la imagen contraria: es un gobierno que no puede sostener lo que propone, que ni siquiera logra sacar una ley, que no tiene respaldo institucional.

Ahí está el real punto de conflicto. Lo demás es “bla-bla-bla”, desde los aparentes desbordes emocionales presidenciales hasta las impostaciones “nac & pop” de importantes sectores opositores, principalmente peronistas en su versión kirchnerista, que aprovechan la ingenuidad ideológica -o complicidad segundona- de algunos socios circunstanciales. El éxito económico del gobierno significaría el fin de la Corporación, de sus manejos secretos, de sus complicidades.

No hay en ello motivos ideológicos: privatizaron YPF y luego la estatizaron. Privatizaron empresas públicas y luego las estatizaron. Vetaron el 82 % móvil para las jubilaciones y luego lo reclamaron. Es demasiado evidente a medida que salen a la luz sus reales motivaciones de cooptación y colonización del Estado para sus infinitos caminos de corrupción.

Cierro como empecé. Nunca podría apoyar a un gobierno que no insista hasta el cansancio en la prédica por el estado de derecho. Pero tampoco podría oponerme a un gobierno que, a pesar de sus dislates verbales, no está afectando derechos ni libertades y está siendo atacado -como lo está- por la vieja Corporación de la Decadencia, que se resiste a dejar de lucrar con la Argentina, con sus jubilados, con sus recursos, con sus potencialidades y con su futuro.

Esto no debería interferir a los otros debates: una democracia más perfeccionada, el perfil de la educación, la construcción de un sistema de salud público eficiente para todos, el desarrollo científico y técnico imbricado con el mundo, un sistema previsional justo y sustentable, la garantía de vivienda al acceso de quien quiera tenerla. En fin: una Argentina como los argentinos nos merecemos, con otros alineamientos, en la que el Milei-económico habrá sido apenas un capítulo, ojalá que exitoso. Porque si no lo fuera, lo que vendría mejor ni imaginarlo.

Ricardo Lafferriere

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