¿Cuál es el motivo? ¿son necesarios?
No es necesario repetir el juicio que inspira el estilo
presidencial. Quienes nos hemos formado en la escuela del viejo radicalismo nos
sentimos visceralmente alejados de las formas intemperantes y las descalificaciones
desmatizadas a los adversarios. También de su extremo ideologismo. Ésto no
puede impedirnos analizar e intentar desentrañar lo que mueve los pasos del
presidente, que conserva un fuerte apoyo popular a pesar del durísimo ajuste
que su gobierno está realizando en la economía.
Despojándonos de las prevenciones que genera su estilo,
miremos el contenido. El ajuste está siendo exitoso en contener la inflación, a
un costo enorme que ha sido en su mayor parte financiado por los pasivos. En
términos coloquiales, los viejos han pagado el mayor precio para aliviarles el
peso a sus hijos y nietos. Es tal vez el aporte más importante que le están
haciendo a su país, en sus años finales.
Ese ajuste está terminando con la “espuma” producida por la
generosa impresión de plata sin respaldo realizada por el gobierno anterior,
cual una adicción que exigía cada vez más. Ahí se encendió la mecha de una
inexorable hiperinflación, sólo evitable con ese ajuste.
Para volver a crecer ahora se necesita urgentemente
inversión. En términos también coloquiales, inversión es igual a confianza. Desde
un taller de zapatería a una megainversión en litio, inteligencia artificial o hidrocarburos,
si no hay confianza en que lo invertido no será confiscado, que hay reglas de
juego estables y justicia independiente que haga cumplir las normas, no hay
chances de que se produzca.
Hace tiempo que insistimos en el daño que ha hecho al país
la “coalición de la decadencia”, integrada por empresarios protegidos, gremialismo
corrupto, mafias jurídico-policiales, ramificaciones con las estructuras
políticas, estructuras burocráticas clientelares, estado cooptado por intereses
corporativos sin vinculación con el bien común y hasta gran parte de la
corporación comunicacional. Esa coalición de la decadencia es la dueña de la
llave para modificaciones legales que podrían generar confianza interna.
Es ingenuo esperar que sus integrantes aporten mediante el
diálogo a desarmar todo el andamiaje que ha impedido el despegue del país en
las últimas décadas. Le hicieron la vida imposible a Alfonsín, con 13 paros
generales. Lo voltearon a de la Rúa, por intentar que no se apropiaran del gran
bocado que significó la pesificación asimétrica. Le impidieron gobernar a Macri
con los reclamos irracionales que todos recordamos. No apoyarán jamás un camino
que los condena a su desaparición.
No es el repudiable mal genio de Milei lo que impide el
acuerdo. A la vista tenemos la presión de algunos gobernadores para
desfinanciar a la ANSES apropiándose de los fondos del Impuesto al Cheque y el
impuesto PAIS -que reciben los jubilados- para poder mantener en sus distritos
sueldos varias veces millonarios (sin pagar siquiera ganancias) aunque el
precio sea aplastar más los raquíticos haberes previsionales. No les importa.
Son parte de la corporación de la decadencia. Les va en ello la vida. Como al
gremialismo corrupto, como al empresariado protegido, como a burocracias
políticas eternizadas. Siempre demandando, jamás una propuesta de dónde obtener
los recursos genuinos.
La inversión que necesitamos en Argentina es descomunal -para
dinamizar y hacer crecer la economía y con ello aumentar la recaudación, subir
los sueldos medios, acrecentar la productividad y darle consistencia al ajuste-.
En realidad, es de decenas de miles de millones de dólares, no menos de 50.000
millones por año. No estamos en condiciones de aportarlos desde una economía
raquítica, desinflada y vaciada. No hay otra fuente posible que interesar
grandes inversores que movilicen las reservas dormidas y potenciales. Y si no
hay inversión, todo cae.
Es obvio que ahí está apuntando el gobierno. Para interesar
a esas inversiones es que multiplica sus viajes y reuniones, imposta su “liberalismo”
declamado, genera choques con los adversarios globales de esos inversores y
trata de aprovechar la singular repercusión que sus gestos histriónicos han
generado en el mundo económico. No hay en el fondo una cruzada ideológica,
aunque se monte en ella. Hay razones más prácticas: si no hay inversiones, el
gobierno -y el país- no tienen futuro. En el mundo de hoy muy difícilmente se
pueda seducir inversores con las banderas de la justicia social y la ideología “nacional
y popular”.
Esto también lo sabe la Corporación de la Decadencia, que
hace lo imposible para transmitir la imagen contraria: es un gobierno que no
puede sostener lo que propone, que ni siquiera logra sacar una ley, que no
tiene respaldo institucional.
Ahí está el real punto de conflicto. Lo demás es “bla-bla-bla”,
desde los aparentes desbordes emocionales presidenciales hasta las
impostaciones “nac & pop” de importantes sectores opositores, principalmente
peronistas en su versión kirchnerista, que aprovechan la ingenuidad ideológica
-o complicidad segundona- de algunos socios circunstanciales. El éxito
económico del gobierno significaría el fin de la Corporación, de sus manejos
secretos, de sus complicidades.
No hay en ello motivos ideológicos: privatizaron YPF y luego
la estatizaron. Privatizaron empresas públicas y luego las estatizaron. Vetaron
el 82 % móvil para las jubilaciones y luego lo reclamaron. Es demasiado
evidente a medida que salen a la luz sus reales motivaciones de cooptación y
colonización del Estado para sus infinitos caminos de corrupción.
Cierro como empecé. Nunca podría apoyar a un gobierno que no
insista hasta el cansancio en la prédica por el estado de derecho. Pero tampoco
podría oponerme a un gobierno que, a pesar de sus dislates verbales, no está
afectando derechos ni libertades y está siendo atacado -como lo está- por la vieja
Corporación de la Decadencia, que se resiste a dejar de lucrar con la
Argentina, con sus jubilados, con sus recursos, con sus potencialidades y con
su futuro.
Esto no debería interferir a los otros debates: una
democracia más perfeccionada, el perfil de la educación, la construcción de un
sistema de salud público eficiente para todos, el desarrollo científico y
técnico imbricado con el mundo, un sistema previsional justo y sustentable, la
garantía de vivienda al acceso de quien quiera tenerla. En fin: una Argentina
como los argentinos nos merecemos, con otros alineamientos, en la que el Milei-económico
habrá sido apenas un capítulo, ojalá que exitoso. Porque si no lo fuera, lo que
vendría mejor ni imaginarlo.
Ricardo Lafferriere
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