Aún sin ser estadounidenses, difícilmente a alguien no le
interesen las elecciones en Estados Unidos. Su influencia desde el fin de la
segunda guerra ha sido una permanencia alrededor de la cual se “organizaban”
las relaciones de poder, económicas, culturales y financieras del mundo.
Hoy vemos esta carrera con curiosidad y algo de desazón. Desde
nuestra perspectiva “extranjera” al pueblo americano hay dos formas de
aproximación al análisis: la que incumbe sólo a los norteamericanos, y la que
atañe a los efectos globales de las diferentes alternativas para todos los
ciudadanos del mundo.
No abriré juicio sobre el primer punto. La distancia, la
ajenidad, la falta de información y de percepción de primera mano sobre el
sentimiento que mueve a los votantes, así como la realidad “real” -no la que
nos llega a través de los medios tradicionales y sociales sino la efectivamente
vivida por sus ciudadanos- haría voluntarista la opinión, sin mayor
trascendencia que no sea un simple opinión, casi como en una sobremesa o charla
de café.
Distinto es el tema global. Aquí hay varios campos de
análisis: el económico, el estratégico político y militar y el cultural.
En el campo económico, EEUU sigue aún siendo la economía más
importante del mundo, cotejando ahora -superada la guerra fría y sus
alineamientos- con el otro gigante, China, visualizada por la mayoría -chinos y
americanos- como el gran contendiente del siglo XXI. La “nueva guerra fría” no
es un tema menor y nos acompañará durante varias décadas.
Los analistas coinciden en que el campo en el que claramente
la supremacía sigue siendo norteamericana es el militar, aunque reduciéndose
paulatinamente por el importante crecimiento de la potencia asiática, a la que
su alianza estratégica con Rusia le permite suplir en alguna medida su
debilidad más marcada, la nuclear.
En el campo tecnológico también la preeminencia norteamericana
continúa, aunque en este caso compartiendo la vanguardia con su rival. La performance
china es espectacular y hay ya sectores -IA, robótica, genética, incluso
tecnología militar- en la que se encuentra en un sitio privilegiado.
En el campo estratégico la situación es de gran complejidad.
China evalúa que el tiempo juega a su favor y evita dar pasos mayores en su
presencia internacional en el campo militar, mientras espera el desgaste de su
rival del siglo XXI, EEUU y también de su vecino y nuevo amigo pero adversario
centenario, Rusia. Mientras tanto, avanza sin pausa en los campos económico,
infraestructura, comercial y tecnológico.
La guerra de Ucrania,
gigantesco error ruso, le permite declarar una curiosa neutralidad y aprovechar
el embargo occidental a Rusia accediendo a bajo costo a la energía y recursos
primarios que Rusia no puede vender a Europa y EEUU en los niveles previos a la
guerra utilizando esos mejores costos para financiar su desarrollo tecnológico,
y a la vez mantener abiertas las puertas comerciales de la Unión Europea, donde
coloca la mayor parte de sus exportaciones industriales, así como sus buenas
relaciones -curiosamente, igual que Rusia- con Israel.
Rusia tiene que recurrir a Irán y Corea del Norte para
reforzar su arsenal. Su antiguo rol de “gran potencia” sólo se mantiene en el
plano nuclear -en gran medida inútil en las guerras entre grandes potencias al
garantizar la destrucción recíproca-. En lo militar no nuclear, a más de dos
años de la guerra de conquista declarada contra Ucrania, no ha sido capaz de
terminarla, como había planeado, en un par de quincenas. Ha perdido centenares
de miles de soldados y aunque ha destrozado la infraestructura ucraniana,
masacrado ciudades y matado también a cientos de miles de ucranianos, no ha
logrado cerrar sus objetivos con una derrota clara de un país que es casi cuatro
veces más reducido en población. Prosigue, no obstante, su arrogante decadencia
primarizando su economía, convirtiendo su industria en una factoría de armas, empobreciendo
su pueblo y resignándose a ser apenas una potencia regional en declive, de gran
tamaño territorial, como lo fuera China durante tres siglos.
No está resuelto si el modelo de sociedades “orgánicas” y
fuertemente regimentadas desde el poder es superior en su eficacia holística a
las sociedades abiertas liberales; sin embargo, para quienes adhieren a la
democracia, los derechos humanos y el respeto a la libertad individual, en lo
cultural, la superioridad ética de los valores occidentales -democracia,
derechos humanos, estado de derecho, pluralismo, libertad económica- es la gran
debilidad china, compartida con el grupo de países o movimientos que a pesar de
su aparente heterogeneidad coinciden en disciplinar a las sociedades desde el
poder.
Esta superioridad cultural
sin embargo está siendo atacada en el propio seno de las sociedades
occidentales por una especie de alianza tácita con el populismo global -Maduro,
Ortega, Corea del Norte, el propio Lula, etc.- y otra con el integrismo
islámico, del cual se margina cuidadosamente pero también aprovecha y nunca
condena. Su enemigo común: las sociedades abiertas.
En este escenario, prima facie y sin que pueda afirmarse
nada terminante, da la impresión de que la visión de Trump es forzar el fin de
la guerra de Ucrania, paso indispensable para intentar un acercamiento a Rusia
que busque horadar su vínculo con China, y de apoyar a Israel contra el
integrismo terrorista buscando una paz multireligiosa en Oriente Medio apoyado
en Israel y Arabia Saudita, con el objetivo de aislar a Irán, al que Biden ha evitado
permanentemente molestar.
La mirada de Harris no está clara. Por un lado, la presión
de parte de su base electoral condiciona sus pasos en el Oriente Medio
presionando a Israel -como Biden, a veces hasta groseramente- con el fin de no
romper con sus votantes pro-palestinos, que han logrado un claro avance en la
juventud norteamericana más o menos culta, tradicionales votantes demócratas. Y
por la otra, ratifica su fuerte apoyo a Ucrania, siguiendo la línea de la
actual administración cuyo objetivo real, más que un triunfo de los heroicos ucranianos
es debilitar a Rusia. La consecuencia obvia es que esta política refuerza en
términos estratégicos, por reflejo, a la alianza Chino-rusa. Cómo horadar esa
alianza sin afectar los derechos soberanos de Ucrania es el gran desafío,
estratégico y artesanal, de la política americana de los próximos tiempos.
Con respecto a América Latina, sólo intuición: Harris parece
más “democrática” en lo interno, pero más cercana al eje
Brasil-Colombia-México-Venezuela-Bolivia en lo internacional, mientras Trump,
con sesgo interno más autoritario, se presenta como más cercano al de
Argentina-Uruguay-Paraguay-Chile-Perú-Ecuador.
Dada la afinidad de la Venezuela chavista con Cuba, Rusia,
China, Irán y Corea del Norte no puede mirarse esta elección sin preocupación,
aún teniendo en cuenta que de cualquier forma esas cercanías o afinidades, en
el gran juego mundial, son sólo epifenómenos marginales y tal vez fluidos.
Obvio es destacarlo, al mencionar los países se referencia a
sus actuales administraciones, no a los pueblos, que no siempre coinciden con
sus gobiernos, como lo muestran los dramáticos casos de Venezuela y Cuba.
También que en varios su situación política puede variar arrastrando un cambio
en su alineamiento internacional. La Argentina es un ejemplo. También Ecuador.
En síntesis y como no-estadounidenses: ¿Trump o Kamala?
Imposible no sentir la reminiscencia de la segunda vuelta de nuestras
elecciones de 2023. Ninguna opción es claramente la mejor. La diferencia, en
todo caso, es que nada podemos hacer para incidir hacia uno u otro lado aunque,
inexorablemente, nos alcanzarán sus resultados. Y el agregado: como está el
mundo y la región, no conviene descuidar nuestra propia defensa, que en última
instancia y más allá de una inteligente ubicación internacional, es el último
reaseguro de autonomía y respetabilidad.
Ricardo Lafferriere
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