miércoles, 4 de septiembre de 2024

Kamala o Trump: ¿nos afecta el resultado?

Aún sin ser estadounidenses, difícilmente a alguien no le interesen las elecciones en Estados Unidos. Su influencia desde el fin de la segunda guerra ha sido una permanencia alrededor de la cual se “organizaban” las relaciones de poder, económicas, culturales y financieras del mundo.

Hoy vemos esta carrera con curiosidad y algo de desazón. Desde nuestra perspectiva “extranjera” al pueblo americano hay dos formas de aproximación al análisis: la que incumbe sólo a los norteamericanos, y la que atañe a los efectos globales de las diferentes alternativas para todos los ciudadanos del mundo.

No abriré juicio sobre el primer punto. La distancia, la ajenidad, la falta de información y de percepción de primera mano sobre el sentimiento que mueve a los votantes, así como la realidad “real” -no la que nos llega a través de los medios tradicionales y sociales sino la efectivamente vivida por sus ciudadanos- haría voluntarista la opinión, sin mayor trascendencia que no sea un simple opinión, casi como en una sobremesa o charla de café.

Distinto es el tema global. Aquí hay varios campos de análisis: el económico, el estratégico político y militar y el cultural.

En el campo económico, EEUU sigue aún siendo la economía más importante del mundo, cotejando ahora -superada la guerra fría y sus alineamientos- con el otro gigante, China, visualizada por la mayoría -chinos y americanos- como el gran contendiente del siglo XXI. La “nueva guerra fría” no es un tema menor y nos acompañará durante varias décadas.

Los analistas coinciden en que el campo en el que claramente la supremacía sigue siendo norteamericana es el militar, aunque reduciéndose paulatinamente por el importante crecimiento de la potencia asiática, a la que su alianza estratégica con Rusia le permite suplir en alguna medida su debilidad más marcada, la nuclear.

En el campo tecnológico también la preeminencia norteamericana continúa, aunque en este caso compartiendo la vanguardia con su rival. La performance china es espectacular y hay ya sectores -IA, robótica, genética, incluso tecnología militar- en la que se encuentra en un sitio privilegiado.

En el campo estratégico la situación es de gran complejidad. China evalúa que el tiempo juega a su favor y evita dar pasos mayores en su presencia internacional en el campo militar, mientras espera el desgaste de su rival del siglo XXI, EEUU y también de su vecino y nuevo amigo pero adversario centenario, Rusia. Mientras tanto, avanza sin pausa en los campos económico, infraestructura, comercial y tecnológico.

 La guerra de Ucrania, gigantesco error ruso, le permite declarar una curiosa neutralidad y aprovechar el embargo occidental a Rusia accediendo a bajo costo a la energía y recursos primarios que Rusia no puede vender a Europa y EEUU en los niveles previos a la guerra utilizando esos mejores costos para financiar su desarrollo tecnológico, y a la vez mantener abiertas las puertas comerciales de la Unión Europea, donde coloca la mayor parte de sus exportaciones industriales, así como sus buenas relaciones -curiosamente, igual que Rusia- con Israel.

Rusia tiene que recurrir a Irán y Corea del Norte para reforzar su arsenal. Su antiguo rol de “gran potencia” sólo se mantiene en el plano nuclear -en gran medida inútil en las guerras entre grandes potencias al garantizar la destrucción recíproca-. En lo militar no nuclear, a más de dos años de la guerra de conquista declarada contra Ucrania, no ha sido capaz de terminarla, como había planeado, en un par de quincenas. Ha perdido centenares de miles de soldados y aunque ha destrozado la infraestructura ucraniana, masacrado ciudades y matado también a cientos de miles de ucranianos, no ha logrado cerrar sus objetivos con una derrota clara de un país que es casi cuatro veces más reducido en población. Prosigue, no obstante, su arrogante decadencia primarizando su economía, convirtiendo su industria en una factoría de armas, empobreciendo su pueblo y resignándose a ser apenas una potencia regional en declive, de gran tamaño territorial, como lo fuera China durante tres siglos.

No está resuelto si el modelo de sociedades “orgánicas” y fuertemente regimentadas desde el poder es superior en su eficacia holística a las sociedades abiertas liberales; sin embargo, para quienes adhieren a la democracia, los derechos humanos y el respeto a la libertad individual, en lo cultural, la superioridad ética de los valores occidentales -democracia, derechos humanos, estado de derecho, pluralismo, libertad económica- es la gran debilidad china, compartida con el grupo de países o movimientos que a pesar de su aparente heterogeneidad coinciden en disciplinar a las sociedades desde el poder.

 Esta superioridad cultural sin embargo está siendo atacada en el propio seno de las sociedades occidentales por una especie de alianza tácita con el populismo global -Maduro, Ortega, Corea del Norte, el propio Lula, etc.- y otra con el integrismo islámico, del cual se margina cuidadosamente pero también aprovecha y nunca condena. Su enemigo común: las sociedades abiertas.

En este escenario, prima facie y sin que pueda afirmarse nada terminante, da la impresión de que la visión de Trump es forzar el fin de la guerra de Ucrania, paso indispensable para intentar un acercamiento a Rusia que busque horadar su vínculo con China, y de apoyar a Israel contra el integrismo terrorista buscando una paz multireligiosa en Oriente Medio apoyado en Israel y Arabia Saudita, con el objetivo de aislar a Irán, al que Biden ha evitado permanentemente molestar.

La mirada de Harris no está clara. Por un lado, la presión de parte de su base electoral condiciona sus pasos en el Oriente Medio presionando a Israel -como Biden, a veces hasta groseramente- con el fin de no romper con sus votantes pro-palestinos, que han logrado un claro avance en la juventud norteamericana más o menos culta, tradicionales votantes demócratas. Y por la otra, ratifica su fuerte apoyo a Ucrania, siguiendo la línea de la actual administración cuyo objetivo real, más que un triunfo de los heroicos ucranianos es debilitar a Rusia. La consecuencia obvia es que esta política refuerza en términos estratégicos, por reflejo, a la alianza Chino-rusa. Cómo horadar esa alianza sin afectar los derechos soberanos de Ucrania es el gran desafío, estratégico y artesanal, de la política americana de los próximos tiempos.

Con respecto a América Latina, sólo intuición: Harris parece más “democrática” en lo interno, pero más cercana al eje Brasil-Colombia-México-Venezuela-Bolivia en lo internacional, mientras Trump, con sesgo interno más autoritario, se presenta como más cercano al de Argentina-Uruguay-Paraguay-Chile-Perú-Ecuador.

Dada la afinidad de la Venezuela chavista con Cuba, Rusia, China, Irán y Corea del Norte no puede mirarse esta elección sin preocupación, aún teniendo en cuenta que de cualquier forma esas cercanías o afinidades, en el gran juego mundial, son sólo epifenómenos marginales y tal vez fluidos.

Obvio es destacarlo, al mencionar los países se referencia a sus actuales administraciones, no a los pueblos, que no siempre coinciden con sus gobiernos, como lo muestran los dramáticos casos de Venezuela y Cuba. También que en varios su situación política puede variar arrastrando un cambio en su alineamiento internacional. La Argentina es un ejemplo. También Ecuador.

En síntesis y como no-estadounidenses: ¿Trump o Kamala? Imposible no sentir la reminiscencia de la segunda vuelta de nuestras elecciones de 2023. Ninguna opción es claramente la mejor. La diferencia, en todo caso, es que nada podemos hacer para incidir hacia uno u otro lado aunque, inexorablemente, nos alcanzarán sus resultados. Y el agregado: como está el mundo y la región, no conviene descuidar nuestra propia defensa, que en última instancia y más allá de una inteligente ubicación internacional, es el último reaseguro de autonomía y respetabilidad.

Ricardo Lafferriere

 

No hay comentarios: