lunes, 17 de marzo de 2014

Los habitantes de Crimea quieren ser rusos

Como lo habíamos pronosticado hace algunas semanas en esta misma columna, el desemboque del contencioso ruso-ucraniano estaba “cantado”: en un corto lapso, por una u otra forma jurídica, Rusia lograría anexarse la península de Crimea arrebatándosela a Ucrania.

Al parecer, las reacciones del resto de las potencias no pasa de algunos rezongos formales. Un par de decenas de dirigentes rusos no podrán ingresar a Estados Unidos –seguramente, por un tiempo-, y están estudiando “si siguen invitando a Putin al G 8”.

Rusia, por su parte, ha dejado trascender que aspira a otros territorios del este de Ucrania, con los que linda y en los que existe mayoría de población de habla rusa.

¿Es el mundo que viene, como en forma visceral lo afirmábamos en una nota anterior? ¿o en realidad, son los estertores del mundo que se resiste a morir? ¿O ambas cosas?

Aún sin adscribir dogmáticamente a las interpretaciones marxistas de la sociedad y de la historia, es nuestra convicción que la conformación y funcionamiento de la economía condiciona fuertemente el rumbo de los procesos sociales. La economía, a su vez, encuentra su motor en los avances tecnológicos, que por definición son incrementales y suelen escapa a la voluntad del poder.

La formidable revolución tecnológica que el mundo protagonizó durante el siglo XX, acelerada dramáticamente en las últimas tres décadas del siglo pasado, tienen un sector predominante: las comunicaciones. Éstas crearon una red envolvente en el planeta, que sostuvo y potenció -con el surgimiento de Internet-, el último proceso globalizador.

La característica principal de este proceso es la conformación de un sistema económico encadenado, en el que los sectores más dinámicos –y por lo tanto, ciertamente hegemónicos- de la economía mundial han escapado a los marcos nacionales y se referencian con el mundo como un todo. Producen globalmente, se financian globalmente, abastecen el mercado global y están ciertamente mucho más emancipados de los países que les sirvieron como base de desarrollo en el siglo XX.

Los mercados globales son la característica del nuevo sistema económico, del nuevo “paradigma”. La nueva economía no puede funcionar encerrada en el marco nacional, por razones de escala, y la revolución de las comunicaciones le permitió consolidar su morfología universal.

El próximo paso es la construcción política global, que va ciertamente con retraso a la marcha de la economía. La política debe reformular un entramado legal que ponga coto a los desbordes financieros, que edifique un piso de dignidad universal para evitar la superexplotación de los más débiles -mano de obra esclava, de niños, mujeres o ancianos-, que regule con la fuerza necesaria las emisiones de gases de efecto invernadero y otros tóxicos contaminantes de la atmósfera de todos, que proteja los recursos naturales no renovables, que ponga coto al delito global….y otros temas no menos importantes inherentes al control humano del mundo globalizado.

Ésa es la agenda positiva de futuro. Frente a ella, aparecen los estertores del pasado. Quienes resisten la marcha de la humanidad y añoran los Estados policíacos y autoritarios. Que sueñan con volver al mundo de las economías cerradas, los juegos geopolíticos y militares, los Estados como únicos protagonistas importantes, la indiferencia frente a los derechos de las personas, a la protección ambiental o a la superexplotación de los recursos naturales y la convivencia cómplice con las redes delictivas globales.

Esa es la línea de choque que está atravesando hoy Ucrania. Un sector del país, añorando los tiempos del Estado planificando todo, quiere volver atrás. Otro, el más dinámico, el que aspira a la convivencia en el marco de la ley –nacional e internacional-, que cree en las instituciones democráticas como mejor método de convivencia, en la libertad creadora de las personas, en la condición cuasi-sagrada de sus derechos y fundamentalmente en  un futuro globalizado y libre, quiere seguir avanzando. Lo que da originalidad al proceso ucraniano es que este conflicto, que virtualmente se da en todos los países, allí se junta por sus particularidades históricas y vecindad geográfica con las aspiraciones neoimperiales de la arcaica oligarquía rusa post-soviética.

Por supuesto que –como todos los análisis sociales- los párrafos anteriores rozan la caricatura. Hay oligarquías corruptas en Ucrania que aspiran a hacer negocios oscuros con el petróleo y los oleoductos, y hay decenas de miles de ciudadanos rusos condenando el peligroso expansionismo de Putin, manifestándose en Moscú en estos días contra la anexión de Crimea y luchando por una Rusia libre, democrática, integrada al mundo que viene. Pero no son aún los predominantes.

El precio de esta tensión entre pasado y futuro parece ser la fragmentación. El peligro es que esa fragmentación –que no significa otra cosa que el renacer de los juegos geopolíticos y militares del siglo XX- continúe marcando la agenda diaria, desplazando a la agenda de futuro. Que en lugar de energías renovables, potenciemos nuevamente el petróleo. Que en lugar del derecho hablen las armas. Que en lugar de un mundo en paz volvamos al reinado de las banderas de guerra.

Por lo pronto, Putin logró lo que buscaba: agregar una pieza a la reconstrucción del imperio soviético, a contramano de la economía, la tecnología, la libertad, la democracia y la política. Hace pocos días un lúcido analista argentino, Carlos Perez Llana, sostenía “Rusia ganó Crimea, pero perdió a Ucrania”. Agregaría que Ucrania pierde territorio pero gana libertad. Los habitantes de Crimea quieren volver a ser ciudadanos rusos. Los ucranianos quieren ser ya ciudadanos del mundo.

Pero mucho más importante que Rusia o que Ucrania –al fin y al cabo, “marcas” políticas temporales propia del mundo de Estados-Nación, ambas de disímil suerte en el pasado e impreciso futuro-, es que frente a la impotencia ante los pasos de Putin, los seres humanos que vivimos en este planeta, en pleno siglo XXI, tengamos que volver una vez más a prepararnos para la violencia si queremos construir en paz el mundo que viene. Y ese es, tal vez, el saldo más dramático y preocupante de la crisis de Crimea.


Ricardo Lafferriere

lunes, 10 de marzo de 2014

La geopolítica y los derechos humanos

                En décadas de auge de la guerra fría, cuando las dictaduras militares con simpatía de Washington azotaban la región como reacción ante la acción insurgente de la “Tricontinental” y los movimientos guerrilleros, quienes detentaban el poder y la “hegemonía cultural” solían descalificar a los reclamos por los derechos humanos imputándoles ser instrumentos del “comunismo internacional” y de “proyectos extranjerizantes”.

                Muchos de quienes hacíamos política en aquellos tiempos recibíamos esas acusaciones como simples argumentos de la lucha. Era cierto que en los diarios existían pronunciamientos de los organismos más cercanos a las posiciones de izquierda, fundamentalmente los relacionados con la ex URSS.

Pero también sabíamos que esos argumentos se desdecían con los hechos, cuando en los espacios internacionales decisivos –como la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas- los gobiernos del ex bloque socialista –la URSS y la propia Cuba- hacían causa común con la dictadura militar sosteniendo la tesis que los reclamos por los derechos humanos debían detenerse ante la “soberanía nacional” de cada país. Fidel y Videla coincidían, en los hechos, en reconocerse legitimidad para hacer dentro de sus países lo que se les antojara con los derechos de las personas.

En la Argentina quienes defendíamos los derechos humanos y reclamábamos el retorno a la democracia debíamos organizar las luchas en relativa soledad, y los éxitos o retrocesos de su vigencia dependían de la situación interna, más que de los caprichos o intereses de la geopolítica.

Sufrir esa experiencia nos llevó, recuperada la democracia, a privilegiar el trabajo por el reconocimiento de los derechos humanos como un valor universal prioritario a cualquier otro, en especial al de la soberanía de los Estados. La Argentina hizo de esta causa una política de Estado. La Corte Penal Internacional fue un logro del que nuestro país se enorgullece de haber participado desde su inicio, atravesando administraciones diferentes –desde Alfonsín hasta Kirchner, pasando por Menem y obviamente Fernando de la Rúa-. El tratado aún no fue ratificado por Estados Unidos, ni por Cuba.

El respeto a la dignidad humana es un elemento esencial a cualquier convivencia civilizada. A pesar de los duros enfrentamientos políticos y aún de casos específicos de violencia investigados por los tribunales, el relato político de la democracia incorporó ese valor a todas las ideologías participantes en el escenario nacional. El asesinato político, la desaparición de personas, el destierro, la confiscación de bienes, la tortura, tal vez puedan ocurrir, pero recibirán no sólo la condena social sino el vacío argumental. Nadie levanta –salvo alguna voz marginal, como la de Luis D’Elía, de nula representatividad política o social- la defensa de estos crímenes.

Por eso la declaración de Gloria Ramírez, Defensora del Pueblo de Venezuela, justificando la tortura a estudiantes detenidos no puede dejarse pasar. La afinidad política o la conveniencia estratégica no puede llevar a los argentinos a olvidar lo que sufrimos, a justificar la tortura porque el que la aplique sea un gobierno que se considera amigo, o porque estemos negociando con ellos la renovación de algún crédito.

Con los derechos humanos no se juega. El gobierno, y las fuerzas políticas democráticas de la Argentina no deben dejar pasar ese gesto, que no es una “propaganda del imperio” ni una “simple denuncia infundada distribuida por las redes sociales”, sino el pronunciamiento de una funcionaria pública cuya responsabilidad primaria es, justamente, defender los derechos de los ciudadanos de su país.



Ricardo Lafferriere

martes, 4 de marzo de 2014

Crimea, Ucrania, Rusia...y el mundo que viene



Al caer la tarde del 18 de mayo de 1944, miles de efectivos de la NKVD (la policía militar soviética de Stalin) entraron en cada una de las aldeas tártaras que formaban la gran mayoría de la población de Crimea.

Entre uno y dos millones de personas, desde ancianos inválidos hasta niños de pecho, fueron ingresados por la fuerza en camiones de transporte, abandonando al saqueo de las tropas rusas sus propiedades y pertenencias.

La población de toda una etnia fue conducidas a Uzbekistán. Allí fueron arrojadas al desierto, donde murieron cientos de miles por desnutrición, sed, falta de alimentos, frío y enfermedades.

De la deportación no se salvó nadie. Desde los dirigentes del Partido Comunista de cada localidad, hasta héroes de guerra e integrantes de los “partisanos” –guerrilleros contra la ocupación nazi-. Todos, por el sólo hecho de ser tártaros, fueron objeto de la “limpieza étnica” estalinista que dejó a la península de Crimea liberada para su repoblación. 

La excusa fue la colaboración que un pequeño sector de la población tártara, según el convencimiento de Stalin y Beria –mandamás de la NKVD- , había realizado con los nazis durante la ocupación alemana de Crimea. La realidad fue la histórica ambición rusa de integrar definitivamente la península de Crimea a su territorio nacional para fortalecer su dominio del Mar Negro y posicionarse estratégicamente frente a los estrechos de Bósforo y Dardanelos.

El genocidio se mantuvo en un relativo ocultamiento hasta la caída de la Unión Soviética y la liberación de la documentación y el arribo de la libertad de expresión sobre los crímenes estalinistas. Al igual que la tragedia polaca de Katlin, cometida también por Stalin y Beria, la realidad temina por salir a la luz, en este caso regresando a Crimea en la memoria de los pocos sobrevivientes tártaros y sus descendientes que volvieron desde la lejana Uzbekistán buscando su viejo hogar en los últimos años.

Crimea, ya libre de tártaros sobre el fin de la guerra, fue repoblada por Stalin con rusos de sangre. Son sus descendientes los que ahora han reclamado la protección de Rusia ante la decisión del parlamento ucraniano de destituir al déspota y corrupto presidente Yanukóvich, quien huyó refugiándose en Moscú, desde donde incita a la ocupación rusa de toda Ucrania y su reinstalación en el poder.

Es bueno recordar estos hechos ante la evidente intención de muchos –y no sólo rusos- de terminar con el tema que interpela la conciencia democrática occidental, levantando el argumento de que “después de todo, la mayoría son rusos”. Falaz afirmación a la que los argentinos, especialmente deberíamos resistir por su extraña similitud con el trasplante poblacional realizado por Gran Bretaña en las Malvinas, luego de su ocupación militar.

No podemos mirar para otro lado ante esta vergonzosa, agresiva y patoteril ocupación militar rusa de una porción del territorio ucraniano y mucho menos aceptar el argumento.

Putin sabe que la “realpolitik” le permitirá salirse con la suya. Ucrania está débil, por su crisis económica y política. La Unión Europea tiene su yugular –los gasoductos que alimentan sus industrias y llevan energía a sus hogares- atenazada por las decisiones del Kremlin. Estados Unidos ha resuelto replegarse hacia la defensa de sus intereses estratégicos más directos, lejanos del contencioso del Mar Negro y los Balcanes. Las Naciones Unidas están neutralizadas de cualquier acción, por el poder de veto –en este caso, de la propia Rusia-.

Ucrania está sola, acompañada exclusivamente por la sensación de impotencia y humillación de la opinión libre y democrática del mundo, la que resiste el cinismo, la hipocresía y los discursos exculpatorios de los diferentes escalones y factores del “poder” mundial.

En todo caso, es un adelanto del mundo que viene. Y una advertencia para quienes alegremente juegan con el futuro, banalizan el debate estratégico, atan al infantilismo ideológico las alianzas nacionales y debilitan a conciencia la capacidad defensiva del país con argumentos “munichistas”.

Seguramente, el futuro ucraniano será resuelto en alguna reunión como la de Munich, donde el Reino Unido, Francia, Italia y Alemania resolvieron en 1938, sin la presencia ni consulta de los checoeslovacos, la secesión de una parte de su país –los Sudetes- y su entrega a Alemania, para “calmar” las ambiciones de Hitler. 

Sería bueno que no ocurra, pero la intuición indica que algo similar pasará en este caso, con las grandes potencias acordando una virtual secesión de Crimea y su caída en la esfera de influencia rusa, con alguna forma jurídica que implique de hecho su segregación de Ucrania.

De ser así, tal vez se habrá logrado “la paz” y se habrán “tranquilizado los espíritus”. Sin embargo, se habrá abierto un antecedente de retroceso hacia un mundo que habrá renunciado a su pretensión de ser regido por el derecho y aceptado el regreso al puro poder, a la fuerza militar y a la subordinación a los intereses crudos de las potencias más fuertes.

Un mundo, en suma, que estará trayendo al siglo XXI lo peor del siglo que pasó.

Ricardo Lafferriere


lunes, 24 de febrero de 2014

Dilma, Cristina y Nicolás

Durante la última década las exportaciones brasileñas a Venezuela se dispararon un 533%  hasta 5.056 millones de dólares, convirtiendo a la nación petrolera en el segundo mayor mercado latinoamericano de Brasil después de Argentina.

Además, los economistas calculan que las inversiones brasileñas en Venezuela rondan en realidad los 20.000 millones de dólares, o tres veces más que en México, la segunda economía de América Latina. Todas se hicieron durante el chavismo.
(Leer más en: http://www.elmundo.com.ve/noticias/economia/politicas-publicas/empresarios-brasilenos-apuestan-a-maduro-para-prot.aspx#ixzz2u6zL0wIi)

En vida de Néstor Kirchner, Chávez desembolsó en préstamo 1.000 millones de dólares a favor de Argentina. Al recibirlos, la República Argentina le entregó a la República Bolivariana títulos de la deuda pública Argentina--Boden 2015--, pagaderos en 2015, por valor nominal de ¡1461,9 millones de dólares! O sea que la República Argentina se comprometió a devolver, sólo de capital, un 46% más de lo que recibió.

A ello cabe adicionar una tasa anual de intereses sobre el monto recibido de Venezuela que oscila entre un 14,86% y un 15,60%. Cabe recordar que el FMI, en ese momento, nos cobraba por la deuda pendiente, el 4,596 %. Claro, sin espacio para "negocios adicionales"...

Para hacerlo más claro: de entrada, al recibir el préstamo, Argentina se comprometió a pagar, por capital, U$S 462 de más por cada U$S 1.000 recibidos y, además, desembolsará aproximadamente un 15% anual de intereses. Esto y no otra cuestión es lo que significa que Venezuela le presta a la Argentina recibiendo en cambio títulos de la deuda pública argentina al valor de su cotización en el mercado. ¿Está CK preparando el terreno para que Nicolás renueve el crédito a su vencimiento?

El opositor Capriles ya adelantó que exigirá a la Argentina el pagos de 13.000 millones de dólares que -alega- el gobierno chavista ha facilitado al kirchnerismo. Y que aquí, al parecer, no figuran.

Estos números son sólo un ejemplo de lo que es imposible cuantificar por el secreto de todas las operaciones con Venezuela, proveedora permanente de petróleo y gasoil para la sedienta cuenta energética del kirchnerismo, que por su desastrosa gestión convirtió al país en fuertemente dependiente de las importaciones de hidrocarburos.

En el caso brasileño, es imposible no ver detrás del silencio de Dilma el consejo de Itamaratí, resultado de un frío cálculo sobre el riesgo de los capitales del vecino país volcados a la economía venezolana. El mismo que la llevará a tolerar la represión de la dictadura cubana, con la que ha formalizado también importantes acuerdos de inversión en infraestructuras (La última noticia fue la inauguración, hace pocas semanas, de la mayor instalación portuaria de la isla, construida y financiada íntegramente por capitales brasileños).

Curioso que la reprimida oposición cubana sólo fuera recibida por Piñera. La "derecha" defendía los derechos humanos, mientras las "progresistas" presidentas de Argentina y Brasil confraternizaba una con Fidel en visita cholula, y cumplía la otra con sus empresarios inaugurando obras de infraestructura hechas por ellos en Cuba.

En el caso argentino, el nuevo acuerdo con Venezuela anunciado en enero comprende un original "canje" de alimentos por petróleo. El negocio para la administración argentina es arbitrar entre alimentos adquiridos a precios internos (o sea, reducidos en el 35 % de retenciones) y el precio internacional, al que debieran tasarse para la operación de canje.

No se han informado detalles de los precios acordados, lo que deja en un gran estado de duda qué pasa con esa diferencia. Si todo fuera transparente, no debieran existir motivos para el secreto, en lugar de seguir con el sospechado procedimiento de cláusulas secretas usado para el acuerdo con Chevrón. O los oscuros negocios gerenciados por De Vido que están siendo investigados por la propia justicia venezolana.

Maduro es un gran negocio para Brasil, para el kirchnerismo y para Cristina. No lo es ni para el saqueado pueblo venezolano, ni para el argentino, que heredará del kirchnerismo deudas económicas y políticas de largo aliento que ya comenzaron a visualizarse. Tal vez el único ganancioso sea Brasil y sus empresarios, aunque difícilmente Dilma, cuyo prestigio de antigua luchadora por la democracia quedará sin dudas seriamente deshilachado después de su deslucida actitud en esta crisis. Cristina, si alguna vez lo tuvo, lo perdió hace rato.

Ricardo Lafferriere

lunes, 17 de febrero de 2014

Venezuela y Argentina

Es difícil para los argentinos no verse reflejados –o sentirse conducidos- a una situación como la que atraviesa hoy Venezuela.

La similitud de diagnósticos y la identidad de políticas han conducido a consecuencias también muy parecidas en ambos países. Altísima inflación, recesión intolerable, desabastecimiento, huida de la moneda nacional, crecimiento desbordante del narcotráfico, violencia cotidiana al nivel de una creciente estadística de asesinatos, polarización social y destrucción del sentimiento de unidad nacional por el grave enfrentamiento político.

Hay, sin embargo, una diferencia: en la Argentina, la violencia concita el inmediato y rotundo rechazo de la mayoría ciudadana. Se acentúa la discusión política, se polarizan los debates en la calle, sube el nivel despectivo de los epítetos, pero a pesar de todo eso el pasado del que surgió la democracia pesa demasiado en la conciencia ciudadana como para abrir las compuertas de la violencia desbordada.
Ya tuvimos por acá la triple A. Sabemos lo que son los grupos parapoliciales masacrando manifestantes por el salario o por las libertades. Y también tenemos demasiado tomado el pulso a las impostaciones discursivas, que ofrecen relatos de izquierda o de derecha pero que, en realidad, sólo son escudos que ocultan el patrimonialismo predominante en la política desde hace años, con pocas y saludables excepciones.
Sería necio negar que hay “ultras” y no sólo discursivos. Hasta hemos escuchado a un conocido provocador decir en esto s días que habría que levantar “paredones” para fusilar a quienes se oponen a Maduro y su dicta-cracia en Venezuela. Tan necio como no advertir que se lo toma más con sorna que con miedo.
La propia señora, tan engolada con su imagen en el espejo y tan predispuesta a ironizar y humillar a quien no le haga la reverencia, ha advertido el dislate de su gestión desde el 2007, y está intentando –tarde- de cambiar de rumbo. Por supuesto que diciendo lo contrario –como es su estilo- pero marchando en un rumbo exactamente inverso al de su discurso.
La gente ya lo advirtió y comenzó a sufrirlo, pero parece entenderlo. Le dará la espalda, pero no deja la sensación de una rebelión indignada. Tal vez porque también advierte que “se comió el amague”  y que algo de culpa tiene al haber creído que se podía llegar al cielo sin recorrer el camino. ¡Era tan lindo creer que se podía vivir más allá de las posibilidades! ¡si lo decía nada menos que la señora... ¡cómo no creerle!... ¡aprovechemos, que no sabemos lo que vendrá!...
Ahora el salario cae al valor de lo que produce. El PBI por habitante se ubicará detrás del de Uruguay, Chile, Brasil, y tal vez Perú –luego de haber sido el más alto de la región, apenas poco más de una década atrás-. Sin petróleo y sin reservas, nos iremos acostumbrando a cortes constantes de energía –como en Cuba…- y al precio de la Nafta cada vez más cerca del real –a dos dólares el litro, por lo menos-. El gobierno culpará a la Shell y a Aranguren. La gente escuchará, pero también con sorna. Sabía que esto llegaría, porque se estaban comiendo el capital, porque pocos producían y porque se robaba demasiado. Pues el fin llegó. Como en Venezuela.
Claro que, a diferencia de Venezuela, los argentinos están ya preparando lo que sigue, que será inexorablemente diferente, cualquiera sea el presidente elegido, o la mayoría legislativa que venga. Es esta diferencia lo que trae la esperanza que no lleguemos al extremo de Venezuela: muertes en las calles, parapoliciales y civiles armados masacrando estudiantes,  grotescos exabruptos presidenciales –aunque de eso, mejor no hablar…- … ¡ya lo vivimos!...
Y que podamos continuar nuestro proceso democrático votando. Quizás eligiendo mejor, pero seguramente bloqueando cualquier intento –oficialista u opositor- de sacar la política del marco de la Constitución. Porque nos costó mucho encarrillarla y no queremos tener, otra vez, miles de muertos, desaparecidos, exilados y odios irreversibles que dividan otra vez por varias décadas al país de los argentinos.

domingo, 2 de febrero de 2014

"El principal problema es..."

"La pérdida de reservas..." "El tipo de cambio..."  "El cepo cambiario..." "La inflación..."...

Los debates económicos disputan la jerarquía del problema principal. Sobre su conclusión sobre este "primer interrogante" sugieren las respectivas "salidas".

Curiosamente, todas son racionales y coherentes, desde la perspectiva de la economía. Nadie puede oponerse sensatamente a recomponer reservas, mantener un tipo de cambio homologable con las demás variables económicas, volver a la libertad cambiaria que fuimos limitando crecientemente en los últimos dos años, y terminar con la inflación que carcome ingresos potenciando la incertidumbre...

Imaginemos que tenemos que hacer un viaje. "Vamos en tren" opinan unos. "No, mejor en avión..." sugieren otros. "A mí me gusta el auto..." tercia uno. "¿Y si vamos en barco?" Propone el último. Sin embargo, falta algo: definir a dónde se quiere viajar. Sin esa información, difícilmente pueda tomarse una decisión correcta porque no es lo mismo viajar a Nueva York que a Lanús, a Montevideo que a Europa o a Sydney que a Rosario.

Enfoquemos ahora los interrogantes económicos. La economía en un país democrático tiene dos tipos de actores, cuya orientación es necesario alinear para conseguir una marcha exitosa. Esa alineación deberá, por supuesto, tener en cuenta las posibilidades reales del país, sus condicionantes y sus potencialidades.

Esos dos actores son por un lado la política, que debe fijar el rumbo interpretando la voluntad mayoritaria y estableciendo las reglas de juego que regirán el juego; y por el otro los actores privados, empresas, familias y personas, que harán sus apuestas -de ahorro, inversión, consumo, créditos, endeudamientos- para participar del juego buscando llegar a la meta. Para ello, usarán sus conocimientos mayores o menores de economía y las normas establecidas por el Estado.

El papel de la política tiene algo de arte y mucho de ciencia. Debe detectar cuál es el rumbo posible que la mayoría desea, y lo hará con la intuición, las herramientas de análisis de opinión pública y su percepción del entorno regional y mundial. Y debe elaborar con capacidad y oficio, según los principios legales y los conceptos de la ciencia económica, las reglas de juego a aplicar que regirán el comportamiento de los actores privados.

La sociedad es como un cuerpo vivo (perdonando el organicismo, sólo didáctico) que seguirá funcionando cumpla o no la política con su función rectora. La ausencia de rumbo -es decir, la incapacidad de la política para con su responsabilidad- dejará un vacío a llenar por algún actor más poderoso, o por el propio caos o anarquía.

Entonces...¿cuál es el problema principal, en el estado actual del país?

Contra la opinión de muchos, desde esta columna venimos sosteniendo que no es la economía, en la que las mentes argentinas más lúcidas del pensamiento económico, de todo el "arco ideológico", viene repitiendo que no hay problemas dramáticos, o al menos del dramatismo que percibimos en la situación que vivimos.

El problema es político, en el sentido grande y trascendente del término. No hay respeto ni contención de la opinión mayoritaria, no hay percepción de la realidad regional y global, no hay objetivos nacionales -ni los discutidos democráticamente en el Congreso a través de la Ley de Presupuesto, ni con un liderazgo lúcido sugiriendo a dónde vamos-. En síntesis no hay rumbo.

En este marco, no hay solución económica posible . Los argentinos son empujados hacia el reflejo defensivo de defender su ingreso, de la forma que sea. El país se desliza hacia una selva de todos contra todos, en la que todo vale.

Ningún economista ni plan económico puede salvar ésto, que no es un problema cuya solución esté al alcance de Kicilloff ni de Capitanich. Tampoco de Blejer, Melconián o Cavallo. Es de la presidenta, de su partido y hasta de los liderazgos opositores.

Es lo que significa que "el problema es político". Ni la pérdida de reservas, ni el tipo de cambio, ni el déficit fiscal, ni el cepo cambiario, ni la inflación.  Es esta sensación que impregna todo de no saber hacia dónde vamos, qué perseguimos, que rumbo tomará la nave del país y en consecuencia, cuál es el papel de cada uno en ese colectivo que es la Nación, no sólo ahora sino incluso, ante un eventual recambio del poder.

 Definido éso, las cosas comenzarán a alinearse nuevamente. No antes.

Ricardo Lafferriere

jueves, 30 de enero de 2014

230.000 millones de pesos

Tal sería la cuenta de equilibrio que relacione la base monetaria con las reservas en oro y divisas -tal como las cuenta el gobierno-, en un dólar de ocho pesos.

Kici respondería: no estamos en la convertibilidad. Esa cuenta no corresponde. Y sería cierto.

Pero también lo es que ante tantas incertidumbres -sobre la tasa de inflación, el monto efectivo del PBI, el nivel de endeudamiento real, los objetivos concretos de la política económica (que, en otros tiempos, eran definidos por la ley de presupuesto), etc., quienes realizan operaciones económicas y financieras terminan recurriendo como referencia a las únicas cifras ciertas con las que cuentan: el circulante vs. las reservas.

Pues bien. Esta relación para "confluir" -diría Kici- surge de una cuenta sencilla: 29.000 millones x 8. Las reservas en divisas multiplicadas por el tipo de cambio. 230.000 millones.

Pero he aquí que el balance del BCRA nos informa que la base monetaria alcanza a 371.442 millones de pesos. Curiosamente, si realizamos la operación inversa -es decir, si dividimos la base monetaria por la cantidad de divisas-, el número que obtenemos es ... 12,80. (¿Les suena?). Ese número irá variando cuando bajen (o suban) las reservas, o cuando suba (o baje) el circulante.

El BCRA acaba de subir la tasa de interés emitiendo bonos -"pidiendo prestado"- al 26 %, para "absorber" 9.000 millones de pesos de la base monetaria y "aliviar la presión sobre el dólar".

Ese nivel de tasas provocará la retracción de la economía, con un efecto insignificante en el mercado cambiario. Retirar 9.000 millones cuando han emitido casi 100.000 es sólo un estertor con consecuencias negativas. El encarecimiento del crédito y la retracción de la demanda afectarán el nivel de actividad y por ende, del empleo. Pero es lo único que pueden hacer... en este marco político.

La contracara de la medida será mayor desocupación, y la "yapa" es cambiar el déficit fiscal por el cuasi fiscal, porque el BCRA deberá hacerse cargo de pagar esas tasas y a la larga no puede hacerlo de otra forma que emitiendo más dinero aún.

La presión sobre el dólar terminará cuando cambie la política, no sólo la económica sino la integral, es decir cuando un gobierno creíble -éste, u otro- respaldado y representativo, establezca por consenso un programa de crecimiento coherente, con cifras transparentes y verificables.

Ese programa podrá tener las metas más diversas, reflejando el colorido democrático de la opinión nacional y el juego natural de los intereses y las ideologías que conviven en el país. Lo que no podrá es suponer que 2 + 2 sean 5, aunque al final, si es exitoso, termine siendo.

Quienes toman decisiones económicas realizarán así otras cuentas, no ya defensivas de su ingreso sino asociadas a las metas nacionales. Los acreedores querrán volver a prestarnos y los empresarios -pequeños, medianos y grandes- querrán volver a invertir. No se preocuparán más por la relación entre reservas y circulante, sino por cómo sumarse a la oleada de crecimiento.

Esto no es de izquierda ni de derecha, no es socialdemócrata o neoliberal. Es la verdad de perogrullo que aplica el 95 % del mundo, desde USA hasta China, desde Uruguay hasta Chile, desde Perú hasta Vietnam. Es, sencillamente, gobernar, en lugar de dejar esa tarea estratégica al mercado como se ha hecho en los últimos años.

Hasta que no asumamos esa realidad, seguiremos a los tumbos, de crisis en crisis. Como la que -desgraciadamente- se acerca a pasos acelerados, avisando que viene mientras nos divertimos cruzándonos intolerancias. Y la responsabilidad será, una vez más, de la política.

Ricardo Lafferriere