La política tiene dos etapas: la de lucha –agonal- y la de
construcción –arquitectónica-.
Un año sin elecciones es un buen momento para dialogar. Ya
habrá, cuando lleguen los comicios, los tiempos de discutir.
El 2015 los argentinos eligieron un rumbo. Debiéramos ahora,
en la construcción de ese rumbo, encontrar espacios de diálogo. Y debe
reconocerse que, a pesar de las tensiones que trasladan al presente la
proliferación de hechos de corrupción del tiempo que se fue, hemos sido
aceptablemente exitosos en comenzar a elaborarlos.
El parlamento, donde nadie manda, obliga a responder a los
ciudadanos con madurez. Ha dado muestras en este año de una práctica
dialoguista aprobando leyes importantísimas –como la de la ratificación de la
ley de ministerios, el arreglo de la deuda externa, la designación de los
jueces faltantes en la Corte, la ley de autopartes, la ley de promoción de
Pequeñas y Medianas Empresas, la ley de blanqueo e incluso la ley de reforma
previsional- tratadas y sancionadas con la casi olvidada práctica virtuosa de considerar
las iniciativas enriqueciéndolas con el aporte de todas las voces, salvo las
que decidan automarginarse y elijan –en todo su derecho- el discurso
testimonial.
Las fuerzas políticas con historia y vocación de gobierno
han respondido asumiendo la gravedad del momento y la responsabilidad que
tienen. Superando sus naturales disensos internos, han sabido lograr
resultados. El sistema político argentino se está rearmando girando alrededor
del tratamiento de los problemas y dejando libertad para que quienes prefieren
situarse en el margen lo hagan, pero sin afectar la marcha de la gestión y de
la sociedad.
Es obvio que en política un cambio copernicano como el que
se ha producido luego de una gestión de más de una década no podía ser lineal y
no lo es. El rumbo de colisión, advertido durante mucho tiempo por quienes
fueron oposición en ese lapso pudo evitarse, y con él el estallido del campo
minado que el país debió atravesar y aún atraviesa, no sin asumir decisiones
que en tiempos normales cualquier gobierno hubiera evitado cuidadosamente por
su efecto en el ingreso de los ciudadanos.
Debe reconocerse, sin embargo, que
ante el horizonte que se visualizaba hace un año –ejemplificado por el drama
que atraviesa el hermano pueblo venezolano- la conducción de estos meses ha sido exitosa en impedir un colapso gigantesco. Es mérito del gobierno, está claro, pero también
de la oposición responsable.
El rumbo estratégico es lo que hoy debiera convocar a un
diálogo más franco entre quienes, en el gobierno y en la oposición con vocación
de gobierno, se sienten responsables de la marcha del país. Unos y otros
conducirán la Argentina en los momentos en que el pueblo lo decida. Por eso y sin
perjuicio de las naturales luchas “agonales”, el país necesita, de cara al
mundo, una orientación permanente de sustentabilidad.
El país no puede empezar de nuevo en cuatro años. Es más: no
puede dejar dudas que no intentará empezar de nuevo en cuatro años. Esa tarea
no es sólo responsabilidad del gobierno, sino de quienes puedan sucederlo. Y –también
debe reconocerse- que aún con rispideces y alguna intemperancia, en la oposición sensata
esta actitud se insinúa, tanto con el trabajo parlamentario como con los
acuerdos entre la Nación y las provincias, que expresan un colorido plural de
orígenes políticos pero ello no resulta óbice para el trabajo cooperativo.
Es natural en política que cada uno “busque posicionarse” de
cara a sus posibilidades electorales, se encuentre gobernando o aspire a
hacerlo en el futuro. Sin embargo, esa búsqueda deja de ser natural si pone en
riesgo el horizonte de largo plazo, que debieran aclarar entre las fuerzas
mayoritarias con la mayor claridad posible, para ayudar a definir actitudes
de inversión, no sólo externas sino –y principalmente- internas, de aquellos
compatriotas que están en condiciones de incidir, con sus decisiones
económicas, el país que volveremos a construir.
Hay y habrá siempre innumerables temas para discutir y
construir el mensaje electoral de cada uno, en el momento de la lucha. Así
ocurrió en tiempos del anterior gran salto adelante, durante el medio siglo que
fue de 1880 a 1930. Los protagonistas discutieron duramente por el matrimonio
civil, la ley de educación, la ley de servicio militar, la ley de sufragio
libre, la ley de arrendamientos, la Reforma Universitaria y otras iniciativas de diverso orden. Sin
embargo, el rumbo estaba claro para todos y el resultado fue la multiplicación
de la población y el crecimiento constante del producto, convirtiendo a la
Argentina en uno de los países más avanzados de la época.
El escenario global hoy nos muestra una agenda que no
podemos evadir y que debemos enfrentar en conjunto, como comunidad nacional. Es
una nueva oportunidad, no ya sólo por nuestra coyuntura económica y política,
sino por la coyuntura mundial. Cambios portentosos en el plano tecnológico
están diseñando un nuevo mapa productivo, que repercute en un nuevo
alineamiento geopolítico.
Grandes de otra época empequeñecen y pequeños de otra época
se agrandan. Una gran dinámica binaria de "sociedad-rivalidad" entre los dos
principales protagonistas del escenario mundial –EEUU y China- pone el marco y
define los perfiles por los que debemos transitar y aprovechar, según nuestras
posibilidades. Nuevas formas geopolíticas, comerciales y financieras plurales surgen como novedades más que interesantes, así como esbozos de una nueva gobernanza global.
Nuevos mercados de financiamiento y de comercio, nuevos
competidores y nuevas potencialidades propias indican la necesidad de nuevas
actitudes.
Los cultivos extensivos que nos permitieron el gran salto de hace un
siglo siguen –parece mentira- aportando su fuerza y son aún hoy la última
reserva estratégica del país. Sin embargo, con ellos solos ya no nos alcanza para crecer.
Hoy lo
dinámico es el conocimiento, la tecnología aplicada, el emprendedurismo local pero también el con
vocación global, la agregación de inteligencia, la incorporación a las cadenas globales
de valor construyendo eslabones competitivos basados en la capacidad creadora
de nuestra gente, la economía verde, la infraestructura modernizada, la
inteligencia artificial y la robótica, el Estado abierto, la gestión en red. En
síntesis, la educación, la capacitación permanente, los desafíos tecnológicos.
Y sí. Es obvio que siempre se pueden hacer mejor las tareas
desagradables, como la actualización de las tarifas para reconstruir nuestro
sistema energético. Y si se mejoran, también serían aún más mejorables. Sólo
que es mucho más necesario poner el calor reflexivo en la agenda grande de lo
que viene, más que gastarlo en lo que, en pocas semanas más, pertenecerá al
anecdotario del que no se recordará nada. Ese no puede -no debería- ser el tema central de la agenda política.
Los argentinos nos merecemos más. Entre otras cosas, no ser
tratados como chicos de Jardín, ni por el gobierno, ni por la oposición, ni por
los periodistas, ni por los “monos y monas” sabios de la inteligencia criolla.
Ricardo Lafferriere