domingo, 13 de diciembre de 2015

Estímulo para pensar el futuro

Un gran cambio en el lenguaje del escenario. Ese es el principal emergente de la primera jornada del nuevo período.

Mirado cuando ya es pasado, la duda que hubiera existido sobre la decisión final de Mauricio Macri en el sentido de solicitar la certeza judicial sobre el inicio de su mandato ha sido un paso más que acertado. La reacción de la ex presidenta y su equipo al conocer la resolución judicial desnudaron sus frustradas intenciones: convertir la ceremonia de traspaso –y las propias horas previas- en un infierno de decisiones irracionales y conflictivas, con el ritmo que ya habían adoptado en los últimos días, algunas de las cuales llegaron a concretarse en el propio Boletín Oficial publicado el propio día 9.

De la forma que ocurrieron, el cambio de tiempo fue más nítido, tal vez gracias a la separación temporal de la simpática “presidencia Pinedo”, que interpuso un período neutral de transición entre el cese y el comienzo.

Las “cara y ceca” fueron el último discurso de CK y el inicial de MM.

El 9, en la Plaza de Mayo, fue claro en su agenda de pasado. Representó los últimos estertores de un tiempo agotado, reproduciendo el debate circular del siglo XX que la realidad del mundo abandonó definitivamente hace ya un par de décadas. El escenario de la confrontación entre sistemas enfrentados, entre visiones ideológicas, entre formas autoritarias de imaginar la relación del poder con los ciudadanos. Un escenario indiferente ante la destrucción del planeta –el discurso presidencial se pronunciaba mientras en París la Argentina recibía el premio a la hipocresía ambiental, y en el país CK presionaba al Senado para que aprobara su última ley, ¡impulsando una empresa carbonífera!...; aislacionista, intolerante, faccioso, despreciativo de la pluralidad de visiones y del sano intercambio de ideas diferentes; agresivo con las instituciones, descalificador de la independencia judicial, ignorante de las normas, silencioso con el narcotráfico y la corrupción.

El 10, en el Congreso, la agenda del siglo brilló en plenitud. No más “unos contra otros” sino “unos con otros”. Intolerancia contra la corrupción, lucha sin cuartel contra el narcotráfico, trabajo incansable para terminar con la pobreza. Recreación de la educación apoyado en la recuperación de la excelencia, universalización de la protección social a aquellos despreciados por el populismo, o sea los que se animan a forjar su propio camino en forma de pioneros a los que, por su audacia y valentía, se les priva de derechos concedidos a los demás. Una agenda abierta a la región y al mundo sin temores ni prevenciones, defendiendo el trabajo argentino pero sabiendo que el crecimiento sólo llegará si también llegamos a los mercados globales con productos y servicios de calidad, ejecutados por compatriotas capacitados y en consecuencia, bien pagados. Una agenda en la que las energías renovables vayan reemplazando a las fósiles, donde la infraestructura ponga los bienes públicos al alcance de todos –y no sólo de los que viajan en avión-, y en el que las oportunidades sean iguales para todos, cualquiera sea el sector social o la región geográfica a la que pertenezcan.

La agenda del país viejo, que es también la del mundo viejo, sólo convoca al enfrentamiento y la violencia, verbal y física. La agenda del país y del mundo nuevo convoca a la reflexión creativa y el trabajo conjunto. La primera, lleva a la lucha esterizadora. La segunda, a la solidaridad en el esfuerzo.
Es difícil no entusiasmarse, aun sabiendo que existirán tropiezos y equivocaciones como en cualquier camino novedoso. El propio reconocimiento de su falibilidad por parte del nuevo presidente, constructor de equipos plurales a los que ha convocado a compatriotas de diferentes vertientes, marca también una diferencia terminante con las viejas prácticas de la convivencia del escenario político. Basta, al fin, de “caudillos sabelotodo” a los que es necesario justificarle la ignorancia con aplausos de ocasión. Bienvenidos aquellos que en lugar de hablar, escuchen, dispuestos a aprender todos los días algo novedoso sin pretender ser los especialistas en todo.

El liderazgo de la nueva etapa deberá mantener la humildad, especializarse en la construcción de consensos, no caer en la tentación de demonizar al adversario de buena fe y mantener la templanza ante aquellos que no la tengan, para que sean los propios ciudadanos quienes observen la esterilidad de los discursos impostados.

La Argentina parece estar llegando, al fin, al siglo XXI. Y eso estimula, entusiasma, alegra.

Ricardo Lafferriere




martes, 17 de noviembre de 2015

La elección decisiva

Cambio de ciclo o cambio de rumbo. Eso decidiremos los argentinos el domingo 22.

El candidato oficialista se niega a considerarse parte del rumbo actual, pero –curiosamente- lo ratifica y anuncia su profundización. El candidato adversario propone un cambio, que es sin embargo impugnado por no ser suficientemente claro, lo que estaría ocultando –a decir de la opción continuista- un “regreso al pasado”.

Por debajo, cada argentino observa e intenta desentrañar los galimatías. Cada vez rodeado por más cepos, reglamentaciones y prohibiciones, su vida se ha estado convirtiendo en la búsqueda laberíntica de grietas que le permitan vivir según sus deseos sorteando los obstáculos inventados desde el poder con el argumento de –de nuevo, curiosamente- mejorarle la vida.

Su vida, sin embargo, se le ha complicado a niveles intolerables. Abrir un negocio –así sea pequeño- requiere tantos trámites, gastos e incertidumbres que desalienta, ante la posibilidad de calzar algún “arbitraje” entre compra y venta de divisas, fomentado por el propio gobierno con sus diferentes mecanismos de tipo de cambio y bicicletas, ya popularizadas y con las que es posible para alguien con medianos ingresos duplicar su salario. Sin trabajar, sin invertir, sin arriesgar. Muchos lo hacen, porque son las reglas de juego, pero todos saben que es un tobogán en cuyo final son ganancias insustentables en el tiempo, porque de algún lado salen –inflación, endeudamiento, o reglamentaciones caprichosas en algún otro eslabón de la cadena económica-.

Si el emprendimiento implica avanzar sobre el mercado global, el que hoy ofrece mayor posibilidad de retorno por su dimensión relativa, choca con las prohibiciones en el manejo de los pagos. Si desea prestar un servicio –educativo, profesional, o de comercio electrónico de bienes virtuales- las vías para hacerse de los micropagos propios de este campo requieren tan enmarañados procedimientos que desalientan al más tenaz. 

La obsolecencia conceptual de los gestores económicos sólo le deja el espacio del mercado interno, el que se encuentra aplastado por regulaciones –fiscales, impositivas, bancarias- aplastantes, que suelen costarle la totalidad de su rentabilidad y confiscarle su capital. Salvo, por supuesto, un contrato público, accesible si se cuenta con acceso a alguna de las múltiples ventanillas de peaje edificadas en esta década.

El cepo alcanza a la cultura. El fluido acceso a las novedades internacionales para mantenerse en la frontera del conocimiento e información es bloqueado con las barreras construidas hasta para comprar un libro. Aun sorteando la vocación cleptómana del Correo Oficial –lo que no siempre ocurre-, es probable que deba perder un día de su trabajo enfrentando agentes aduaneros de Correos que parecen haber hecho escuela en la Gestapo, para quienes el ciudadano que busca hacerse de su compra es considerado un peligroso subversivo. Si ha tenido los recursos para contratar el envío por un correo privado no habrá cleptómanos en el camino, pero deberá abonar su compra cuatro o cinco veces su precio, además de tener que inscribirla en una insólita página de la AFIP como importador, antes de acceder a su ansiado libro.

El cepo a la cultura no alcanza, por supuesto, a los que abonan en dólares oficiales millones de dólares, a través de productoras ya cooptadas o con acceso a las ventanillas de peaje, a los artistas y eventos internacionales. Ellos cobran “tickets” a valores equivalentes al dólar “blue” pero pagan con dólares oficiales que han recibido generosamente a través de la ventanilla amiga.

¿Ejemplos al pasar? Tal vez. Se multiplican hasta el cansancio. Podemos hablar de las ventanillas de peaje que debe enfrentar un empresario PYME que necesita un repuesto para una máquina –no ya comprar una máquina nueva, de mayor rendimiento y menos consumo energético, por ejemplo- para que se le autorice la importación. Y luego, para que se le entreguen sus dólares para abonarla. 

Mientras, su compra genera costos en depósitos de aduana –oh, curiosidad, también gerenciados por jóvenes de la nueva “burguesía nacional”- en la espera de la autorización y de los dólares que deberá seguramente pagar al precio de algunos de los esotéricos mecanismos  inventados por otra ala de la juventud maravillosa, dueña de ventanillas oficiales pero también de las cuevas que compran y venden los billetes de divisas de verdad.

Las miradas se pueden multiplicar y los argentinos lo saben. El horizonte está completo, desde la complicidad con el narcotráfico hasta el desmantelamiento de la educación pública, desde nuevos hospitales construidos como obra pública –a costos enigmáticos- pero sin médicos ni enfermeras hasta obras energéticas polucionantes que no pasarían ningún exámen internacional de calidad ambiental. Todo escondido tras la banalidad de un discurso rudimentario fuera de época, sólo sostenido a sangre y fuego en Venezuela y a mentira grotesca entre nosotros.

No es contra “el Estado” que votaron los argentinos el 25 de octubre y volverá a hacerlo el 22 de noviembre. Es contra este entramado de mentira y corrupción que le ha achicado sus espacios de libertad personal y ha empujado los hechos más nimios de su vida hasta las zonas grises de la legalidad, donde quedan expuestos a la discrecional interpretación de la ley de autoridades públicas adueñadas del aparato estatal para negocios privados.

No hay en esta elección un tema “ideológico”, si como tal se entienden las opciones de mediados del siglo XX, ya superadas en el mundo y que se intentan revivir entre nosotros con una tenaz y sospechosa obsesión. Es un ahogo insoportable, una incertidumbre asfixiante impregnando la realidad y anulando toda posibilidad de esfuerzo individual, de creatividad y logros apoyados en el mérito, para convertir a la Argentina en un corral de hacienda en el que algunos capataces deciden desde su monta la suerte de cada animal.

Cambiemos tampoco es una opción ideológica, a tal punto que conviven allí miradas más moderadas y progresistas. Están unidas por una línea conductora: volver a decir la verdad para entendernos, recuperar los espacios de libertad personal para edificar los futuros personales con confianza, recuperar la ley –objetiva, imparcial, respetada- como norma de convivencia.

Los detalles –el dólar, el arreglo de la deuda, la tasa del impuesto a las ganancias- son temas importantes, sí, a los que cualquiera sea el gobierno deberá enfrentar, dentro de los límites absolutamente condicionados en los que entregará el gobierno la señora Fernández, una de las gestiones que será recordada como de las más inútiles y corruptas de la historia. Pero lo que votaremos no tendrá que ver con ellos, que ocuparán la agenda durante pocas de las primeras semanas de gestión.

Lo importante tendrá poco que ver con esto y no es tan complicado. Se trata de seguir con esta decadencia terminal y agónica hasta que sea la propia realidad la que se haga cargo de cambiarla en forma tumultuosa y sin “relato” que pueda ocultarla, o de retomar la senda de un país floreciente, impulsado por la alegría de hombres y mujeres libres construyendo su futuro.

El 22 se terminará, agotado, un ciclo político cada vez más asentado en la ocultación y la mentira. Pero también un rumbo: el del encierro y el aislamiento. El fin del ciclo nos abre las puertas del cambio de rumbo, para retomar la marcha del país que fuimos y por decisión propia volveremos a ser. Tolerante y abierto, inclusivo y democrático, plural y pujante, entusiasta adoptante de lo nuevo y con la mano tendida a quien lo necesita. Un país capaz de contener las miradas más diversas conviviendo en paz y conversando sus diferencias con vocación de síntesis.

Eso es Cambiemos.



Ricardo Lafferriere

miércoles, 4 de noviembre de 2015

El “dólar de Macri”

Los debates entre Marangoni y Melconián, o entre Pérez  y Marcos Peña, realizados en estos días en los medios, muestran una “acusación” reiterada del equipo oficial consistente la presunta decisión devaluatoria del proyecto de “Cambiemos”, achacándole la perversa intención de “dejar que el mercado fije el precio del dólar”, en lugar de fijar el precio de la divisa para que “esté al alcance de los trabajadores”.

El contencioso resulta curioso. El valor de la divisa depende –entre otras cosas- de la cantidad de reservas existentes “vis a vis” con las obligaciones a corto plazo, la capacidad de crédito, la disponibilidad de divisas nuevas, la cantidad de dinero en circulación, la tasa de interés, la confianza que genere el país –como marco general- y el gobierno –como circunstancia específica-. No existe un dólar voluntarista, como no existe el precio voluntarista de cualquier producto.

En este momento la cantidad de incógnitas es demasiado grande. Una no menor es saber quién gobernará. Efectivamente es cierto que el “dólar de Macri” será diferente al “dólar de Scioli”. Las expectativas de la disponibilidad de divisas ofrecidas por quienes las generan –los exportadores y los prestamistas- serán diferentes en ambos casos. Es muy probable que ante un plan productivo, que requiere la normalización de los flujos financieros, quienes tengan dólares prefieran venderlos rápidamente antes que baje, para volcar sus recursos a proyectos productivos. Ante un plan policíaco como el actual, por el contrario, es probable que los escondan y busquen conseguir más, para lucrar con la expectativa de su suba. En consecuencia, falta de entrada un dato esencial.

Pero hay otro, no menos decisivo: en este momento no se conoce en cuánto dejará el valor de la divisa la dupla Cristina-Kicilloff. La gigantesca emisión que  hemos visto y que se anuncia para este mes incrementa la incógnita, salvo que por “valor del dólar” se tenga el número que establece el BCRA para una divisa inexistente, ya que no está al alcance de la gran mayoría de quienes la demandan –y, desde ya, menos que nadie para los trabajadores, que no pueden acceder ni siquiera al “dólar ahorro”-.

Con esa perspectiva, también podría fijarse un precio reducido para cada producto –desde los celulares hasta los automóviles, desde la yerba hasta la carne- con independencia de la decisión de venta de quienes tienen esos productos. Lo que se logrará es que los productores o fabricantes no los vendan, o hasta que les resulte imposible fabricarlos y en consecuencia no existan. Más o menos como ocurre con el dólar “Cristi-Kicci”, accesible a quienes el gobierno decida, desde la clase media más o menos acomodada hasta las grandes corporaciones a las que se les habilitó el vergonzoso negocio de los “dólares a futuro”.

Porque también ocurre que falta saber aún la profundidad del desfalco de las últimas semanas. Las ventas de futuro, en efecto, con vencimiento en los primeros meses de 2016, fijan una demanda de dimensión desconocida –ya que es mantenida bajo siete llaves, como secreto de Estado- para los primeros meses del año próximo. Los economistas más optimistas estiman que esas ventas alcanzaron hasta ahora “sólo” los 30.000 millones de dólares y los de Cambiemos creen que pueden haber llegado a los 60.000 millones. Y no se sabe cuántos más venderán hasta el 10 de diciembre. Cualquiera de ambas sumas es descomunal comparada con la inexistencia total de reservas que la dupla Cristina-Kicillof dejan en el Banco Central.

Como se ve, el fin de ciclo kirchnerista presenta demasiadas incógnitas como para estimar seriamente el valor de la divisa. Ni Macri ni Scioli, ni sus equipos económicos, pueden hacer magia. Cualquiera de ambos recibirá una herencia envenenada, planificada con perversión para provocar un estallido.

De su claridad estratégica, su confiabilidad interna y externa, su plan de gobierno y las perspectivas que genere dependerá, en última instancia, dentro de qué márgenes oscilará el precio del dólar, uno más –aunque importante- de los precios de la economía, pero sin dudas dependiente de bastantes más condicionantes que la sola voluntad de quien le toque gobernar.



Ricardo Lafferriere

lunes, 2 de noviembre de 2015

ESCÁNDALO

La venta de dólares a futuro realizada por el BCRA que deberán abonarse en los próximos meses o en su defecto incorporarse como un endeudamiento a tasas leoninas con el mercado financiero constituye una escandalosa maniobra defraudatoria de pocos antecedentes en el país.
Conforma, además, una bicicleta ante la cual la “patria financiera” achacada a la dupla Videla-Martínez de Hoz o al “neoliberalismo” de los 90 quedarían convertidos en migajas.
El BCRA vende dólares a futuro a 10,40 pesos, que se entregarán en marzo.
En el mercado de Nueva York, el dólar a futuro para la misma fecha se cotiza hoy a 15 pesos.
Grandes operadores compran las divisas del BCRA y en el acto las venden en NY para el mismo plazo. Cumplido éste, el “beneficiario” obtendrá esas divisas del BCRA al precio pactado y las tendrá ya vendidas en el mercado neoyorkino por un 40 % más. Habrá obtenido una ganancia desvergonzada, a costa del Banco Central argentino –o sea, de la Nación-.
La pérdida para el BCRA –o sea, para los argentinos- será de entre 15.000 y 30.000 millones de dólares, que los especuladores habrán “ganado” en tres meses SIN PONER UN CENTAVO. No se tiene memoria de una “bicicleta” tan desfachatada, en ningún gobierno –civil ni militar- de la historia.
Los cálculos de economistas “prudentes” afirman que por esta vía se han realizado operaciones por 30.000 millones de dólares. Los opositores, más temerosos, calculan el monto en 60.000 millones de dólares. El juego le costará al país entre 15.000 y 30.000 millones de dólares.
Los presidentes de los bloques de CAMBIEMOS, Mario Negri y Federico Pinedo, han realizado ya la denuncia penal. Sin embargo, la operatoria sigue, aunque con un pequeño maquillaje: a raíz de la denuncia, ahora hay que “afianzarla” con el 20 % en efectivo. La ganancia se verá afectada así en menos de un 10 %.
El 21 de octubre del pasado 2014, los diarios daban la noticia del arresto de una madre y su hijo, en un mercado de Ciudadela, por robar un queso en un supermercado COTO (http://www.n3f.com.ar/…/14181-madre-e-hijo-fueron-arrestado…) Fueron presos, y el queso se les secuestró.
Sería bueno que los funcionarios que dispusieron, organizaron y ejecutaron esta operatoria –Presidenta de la Nación, Ministro de Economía, Presidente del Banco Central- no sólo enfrentaran su responsabilidad penal –ya que no se trata de una discusión “política” sobre diferentes “modelos” económicos, sino de estafas, operaciones claramente delictivas-, sino también que respondieran con sus patrimonios por el gigantesco daño que ocasionan al país.

Ricardo Lafferriere

lunes, 26 de octubre de 2015

Potente rugido de la Argentina moderna

“Atlántica”, supo calificarla Daniel Larriqueta, para diferenciarla de su versión “tucumanesa”. “Liberal”, se le dijo después para cotejarla con la conservadora. “Socialdemócrata” o “progresista”, fue la enunciación más acotada de los últimos años para enfrentarla a la “autoritaria”, “nacionalista” y aún a la presuntamente “neoliberal”. Cualquiera sea la nomenclatura –siempre de bordes difusos y nunca exacta- sus notas características son parecidas.

Es la Argentina del litoral y la pampa gringa, de los inmigrantes y la Capital Federal, de los emprendedores y la educación, en suma, de las grandes clases medias que hicieron el país moderno al imbricarse con los gérmenes revolucionarios de los padres fundadores criollos. Giran alrededor de la ley, el ciudadano, el estado de derecho, el pluralismo, la tolerancia, la solidaridad voluntaria, la apertura al mundo.

Ese país convive con su karma: la herencia colonial del poder autoritario. Es el que trae los ecos de la colonización temprana, la que resultó de la simbiosis entre las culturas precolombinas y los reinos medioevales europeos. Esos ecos acercan la tendencia al poder sin límites, a la decisión del que manda como superior a la ley misma, a la construcción clientelar, a la intolerancia ante la discrepancia, a la idea de que el poder no puede ser plural sino homogéneo, a la búsqueda de la unanimidad aceptada o forzada.

Ambas forman el país que tenemos. Tienen obvias imbricaciones recíprocas y no se presentan en “estado puro”, justamente porque están condenadas a convivir, condena que configura tal vez el dato más fuerte de la identidad argentina. El gran desafío, que no ha podido resolverse exitosamente en dos siglos, es su articulación virtuosa. Esa convivencia, sin embargo, es la que obliga –a ambas- a renunciar a sus aristas más cortantes.

La elección del domingo significó el bramido de la Argentina atlántica, ante los reiterados desbordes de quienes llegaron con la crisis de cambio de siglo, que ante la sensación de caos reclamaba reconstruir el poder. Las tendencias autoritarias no tardaron en hacer corto-circuito con el país moderno. Su primer choque tectónico se dio en el 2008, con la rebelión del campo. Fue en ese instante que el país moderno notificó a la Argentina vieja que su poder tenía límites que no permitiría sobrepasar. También anunció a sus propias representaciones políticas la necesidad de ponerse en línea con su identidad.

Durante el siglo XX, la Argentina atlántica encontró su canal de expresión en el radicalismo, que desde Yrigoyen adquirió la virtud de imbricar en su seno ambas vertientes fundacionales. En los últimos años, sin embargo, la irrefrenable obsesión del viejo partido en abrazar una identidad ideológica de impronta europea –sin advertir que ese camino había sido ensayado sin éxito durante varias décadas por el socialismo- lo llevó a dejar libre ese espacio de representación política, que fue detectado inteligentemente por el PRO. 

Desde su original característica vecinalista fue transformando su imagen en la de un partido nacional. Consolidó su representación capitalina –donde reemplazó el vacío político dejado por el radicalismo, al que los ciudadanos porteños habían convertido tantas veces en su canal de expresión claramente mayoritaria-, y se expandió hacia las regiones más caracterizadas de la Argentina atlántica.

El interior de la provincia de Buenos Aires, Córdoba, Mendoza, Santa Fe, Entre Ríos, se fueron sumando así al fuerte enraizamiento porteño. Su base social era la misma, la que el radicalismo había abandonado tras su decisión de limitar su mensaje al sólo testimonio de su nueva buscada identidad, la que carecía de carnadura social en el país. Y hasta implantó presencia en el conurbano, región que para el radicalismo se había convertido en inaccesible. La sociedad, que requiere un juego político de mayorías y relevos, construyó su propia alternativa.

Gualeguaychú –anécdotas aparte- significa el comienzo de un retorno radical a sus fuentes históricas, no ya por el resultado, sino por el propio debate. Las dos posiciones que allí compitieron implicaron ambas regresar a la identidad de un partido funcional al equilibrio virtuoso de la democracia de alternancias. Ese debate debió condicionarse, sin embargo, a una realidad dura: ya había dejado de ser la fuerza más importante de referencia de los sectores medios. No estaba en condiciones de imponer más condiciones que las que puso.

Posiblemente la alternativa de tender puentes ampliados a la recuperación de las clases medias de origen peronista hastiadas de las deformaciones del poder absoluto hubiera facilitado el camino. O tal vez no. La historia contrafáctica es indemostrable. Pero eso lo hubiera podido hacer cuatro años antes, cuando a partir del “voto de Cobos” había recuperado una clara visibilidad nacional, y cuando el PRO aún no había profundizado su expansión territorial. 

Lo dijimos en su momento: 2011, 2012, 2013. El radicalismo debía asumirse como la columna vertebral de la alianza alternativa al populismo autoritario, abriendo sus brazos en una convocatoria que llegara desde el PRO hasta el socialismo. Pero perdió lastimosamente tres años en una aventura sin destino, mientras sus votantes naturales buscaban otras referencias en las que reflejarse. Dio –por así decirse- tres años de ventaja. Y cuando decidió hacerlo, llegó débil.

Así llegamos a hoy. La Argentina Atlántica, abierta y tolerante, emprendedora y ciudadana, la del estado de derecho y la honestidad, la de la ley y los jueces independientes, la de la libertad de prensa y la inclusión social sin clientelismo, encontró su expresión política en Cambiemos. Puede ganar o perder, pero está claro que lo ya logrado es trascendente: darle a la política Argentina el equilibrio de una fuerza equiparable a la de la Argentina vieja. No sólo eso: recuperó el control de los espacios más importantes del país productivo: la provincia de Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe, Mendoza, la Capital Federal, avanzó claramente en Entre Ríos y la Patagonia y puso su “pica en Flandes” en el extremo norte el país, mostrando el incontestable resultado exitoso de una alianza más amplia.

Lo que falta es tan complicado como lo que se recorrió, porque hay una afirmación que debe reiterarse: ahora es Cambiemos el que debe recordar que el país tiene dos “mitades” y no olvidarlo, como lo hizo el kirchnerismo al frente de la Argentina vieja. En su aventura, la herencia “K” deja un poder reconstruido –lo que es positivo, luego del derrumbe político del cambio de siglo-, pero sobre bases deformes, porque ignoró ese dato fuerte de la identidad nacional que en lugar de procesar, se dedicó a utilizar en forma aparcera, clientelar, patrimonialista. Inmoral.

Unidad nacional. La venimos buscando desde Urquiza. Que digo, desde la Revolución de Mayo. Quiera Dios iluminar el patriotismo de los grandes protagonistas y les de sabiduría para acordar –Macri, Scioli, Massa, el radicalismo, el peronismo, el socialismo pero también las fuerzas minoritarias- las bases sólidas de un acuerdo de características neo-constituyentes sobre el que edificar una etapa de convivencia y crecimiento que dure décadas.

El otro camino, el de ceder a los “halcones” de sus respectivas formaciones, simplemente reciclará la historia y potenciará la decadencia, aunque en el presente parezca más tentador.

Ricardo Lafferriere


sábado, 19 de septiembre de 2015

Los nuevos “godos” (sobre la nota de Pérez-Reverte)

La crisis de los refugiados que golpea a Europa, al poner en escena un drama que con diversos protagonistas tiene ya varios años, ha desatado opiniones que buscan encuadrarla en interpretaciones más amplias, históricas, sociológicas o económico-políticas de los caracteres más diversos.

Las redes sociales son el vehículo facilitador de miradas románticas, nacionalistas, chauvinistas y también solidarias que invocan la representación del conjunto europeo, en la mayoría de las veces asumiendo una mirada homogénea que dista de ser representativa de las más de cuatrocientas millones de personas que integran el conglomerado multinacional abarcados por el sustantivo “Europa”.

Entre ellas se ha hecho lugar en estos días la nota de Pérez-Reverte, cuyo núcleo argumental consiste en interpretar el actual proceso emparentándolo con lo ocurrido hace mil quinientos años, en ocasión del derrumbe del Imperio Romano de Occidente.

Los “godos” serían, en su mirada, los actuales migrantes sirios que estarían llegando a un imperio en decadencia –Europa-, no sólo débil sino también incapaz de mantener mínimos estándares de autodefensa ante una invasión que estaría buscando cambiarle su alma.

Es cierto que la historia tiende a mostrar procesos similares. Mirar hacia atrás buscando similitudes facilita la comprensión banal, en tanto la mente humana se conforma con encontrar patrones con resonancias conocidas para interpretar los fenómenos que no llega a comprender de una mirada rápida. Sin embargo, también suele ser engañoso. No hay procesos iguales. Todos son diferentes en su morfología más profunda, aunque muestren similitudes en su dinámica.

Nada hay más diferente que la Europa de hoy con el Imperio Romano de ayer. Nada hay más diferente que los emigrados sirios con las tribus germanas, organizadas, con jefes guerreros, que aunque eran empujadas por los invasores “hunos”, conformaban sociedades estructuradas que emigraban en grupo, con lo que significa como sujetos portadores de conciencia, voluntad y hasta proyectos compartidos. Y que, en última instancia, querían parecerse lo más posible al imperio que conquistaban.

Europa es el espacio del confort y la seguridad, que enmarcó el “aburguesamiento” de sus ciudadanos, parece decir con algo de resignación y molestia Pérez Reverte. Estaría, en su visión, condenada al derrumbe ante los “nuevos bárbaros”, que, ignorantes de sus valores y sofistificación, la someterían a una tensión cuyo resultado sería la desaparición de su alma democrática, solidaria, pacífica.

Sin embargo, Europa es también el continente de las guerras y las intolerancias. Los dos mayores conflictos de la historia de la humanidad, que cobraron entre ambos más de setenta millones de muertos, se produjo por intemperancia entre europeos. Europea fue la Inquisición. Europeo fue Hitler. Europeo fueron los nazis y los fascistas. Europeos fueron Mussolini y Franco, Oliveira Zalazar, los coroneles griegos y Milosevich. Europeos fueron los que traicionaron en Srebrenica y los que, aprovechando la traición -¡de las Naciones Unidas!- masacraron a cientos de inocentes.

Tampoco los “godos” terminaron siendo tan malos. Los reinos godos originaron los países europeos modernos –entre ellos, España-. Fueron el vehículo de transmisión del cristianismo, y también los que detuvieron la invasión musulmana en el siglo VIII. No sería errado afirmar que sin los “godos” no existiría Europa, tal como la conocimos y la conocemos.

Digresión al margen: los países en los que la influencia de los “godos” persistió con más fuerza son los que hoy muestran no sólo mayor desarrollo económico sino mayor calidad institucional, mayor acumulación de conocimientos científicos y mayor equidad en su convivencia. Cuanto más hacia el norte fijemos la mirada, más observaremos este fenómeno. Los países más cercanos a la herencia del viejo imperio romano –los mediterráneos, tan cercanos a nuestros afectos- son los menos consolidados, aún con sus intensas contradicciones a las que no son ajenas sus condiciones fronterizas con el otro gran espacio civilizatorio, el del Islam.

No pareciera entonces correcto cargar las tintas forzando identificaciones en un momento tan delicado para la convivencia del mundo cercano. Los que están llegando a Europa pidiendo refugio no son las “hordas godas”. Son personas  equiparables a un ciudadano medio europeo, que vivían con la relativa tranquilidad que podían lograr en sociedades sometidas a dictaduras feudales o patrimonialistas, a las que les llegó el horror de la guerra político-religiosa terminando con su normalidad.

Los refugiados de hoy no están llevando a cabo ninguna invasión, sino que escapan de la muerte, con la desesperación que esta angustia conlleva. Si hubiera que buscar similitudes, tal vez serían más equiparables a la angustiosa huida de los judíos que buscaban escapar de las persecuciones nazis –tan europeas, ellas…-, o de los “pogromos” polacos, húngaros, rusos o ucranianos, que no eran precisamente musulmanes.

Y tampoco Europa es el carcomido imperio romano del siglo V, centralizado en un imperio personalizado y absolutista a pesar de la “modernidad” que había desparramado por la vieja Europa de los pueblos celtas, a cuyas poblaciones llegó con Villas y Baños, foros y acueductos, caminos y ley. La Europa de hoy tiene innumerables problemas, pero también es el espacio en el que la humanidad ha logrado mayores niveles de perfección política, económica y social.

Es injusto –y peligroso- atacar a Europa por lo de bueno que tiene –el estado de derecho, el repudio a la violencia, los espacios de equidad y humanismo, su disposición a recibir emigrados y tender una mano- uniendo esa crítica a la que le realizan los que desean volver a la fuerza de los Estados fascistas, a la intolerancia de la Inquisición y a desinteresarse por la situación de los perdedores en la lucha por la vida que, aun así, son seres humanos, “únicos e irrepetibles” como lo dijera hace algunos años un líder religioso de la Europa buena.

No es defendiendo “los centuriones” que custodian “las fronteras del imperio”, que “son unos hijos de puta, pero nuestros hijos de puta” como debe actuar una sociedad que en las últimas décadas ha marcado el rumbo de desarrollo solidario, democrático y tolerante. Más bien parece que si así lo hiciera, añorando a Kadafi, respaldando a Al Assad y aplaudiendo la represión de los policías húngaros sobre niños de cinco años, sería ella misma la que se habría condenado a dejar de ser lo que es, lo que la ennoblece, lo que la hace valiosa y envidiable. Muy poco respetable terminaría siendo si hace depender su futuro de los mercenarios que la cuidan, mientras ella mira para otro lado para no enterarse.

Más que repetirse, la historia avanza. Los problemas de nuestros hijos –a los que, coincidiendo en esto con Pérez-Reverte, debemos darle las herramientas del conocimiento, la reflexión y la disposición a la autodefensa- serán diferentes a los actuales. Los europeos de hoy son así porque son los hijos de las guerras que destrozaron el continente. Por eso abrieron sus puertas a los perseguidos políticos, a los sociales, a los económicos. Miles de compatriotas y latinoamericanos están vivos por la mano que les tendió España, Suecia, Alemania, Francia, Italia. 

El hecho maldito que esta situación se produzca justo en el momento en que el sistema económico global enfrenta un ajuste del tremendo disloque que le generó su globalización des-normatizada no puede conducirnos a olvidar la esencia del alma humana, europea y también nuestra en muchos valores compartidos.

Los problemas deben enfrentarse. La política debe hacerlo, teniendo en cuenta todos sus matices, sus particularidades, sus consecuencias. Una sociedad desarrollada, con cuatrocientos millones de habitantes, no puede poner el grito en el cielo porque medio millón o un millón de personas golpeen sus puertas, con desesperación, pidiendo ayuda no por un resfrío, sino porque los matan. Y tampoco puede asustarse.

Ricardo Lafferriere

domingo, 13 de septiembre de 2015

Renta ciudadana universal: excelente propuesta de CAMBIEMOS

La presentación de los objetivos políticos para el próximo período de gobierno realizada por el candidato presidencial de Cambiemos, Mauricio Macri, incluye una bandera de fuerte actualidad en el debate político global: la garantía de una renta ciudadana universal.

La institución cobró cuerpo en las últimas décadas a raíz de la profunda transformación global, que ha cambiado la configuración de las relaciones económicas a raíz del acelerado proceso globalizador, el crecimiento exponencial del sector de los servicios y la robotización también acelerada, cuya consecuencia es la destrucción –en todo el mundo- de fuentes de trabajo no ya sólo en la industria sino también en los sectores agropecuarios e incluso de amplios espacios del comercio, las finanzas y una creciente diversidad de servicios personales.

La consecuencia es casi lineal: se está terminando el empleo estable y con él toda la protección que las sociedades industriales habían edificado a su alrededor, con la armazón conceptual de los “Estados de Bienestar”.

No es un tema sencillo, pero sí es apasionante. Diferentes iniciativas han intentado paliar los dramáticos efectos de un cambio estructural cuya dinámica está fuera de la capacidad de decisión de los Estados, porque deriva de la revolución científico-técnica y de los cambios en la economía. Entre ellos se cuentan la Garantía de Renta Mínima que se estableció en Brasil en 1991, para quienes no llegaran a obtener la mitad del salario básico, así como la ya antigua Pensión Universal canadiense, vigente desde 1952, para todos quienes cumplan 65 años con la sola condición de ser canadiense o residente legal.

Tiene también un lejano parentesco –pero no es lo mismo- con el Impuesto Negativo sobre la Renta, propuesto hace años por Milton Friedman y profundizado por James Tobin, consistente en la asignación de un crédito impositivo uniforme y reembolsable, asignado a cada persona en forma igualitaria, que se abona a cada persona anualmente según su declaración de Rentas. Si los ingresos de una persona no alcanzan ese monto, la autoridad fiscal le abona la diferencia en efectivo. Si lo supera, comienza a abonarse el impuesto a las ganancias a partir de ese nivel.

La iniciativa de la Asignación Universal por Hijo, vigente en la Argentina, es el resultado también de una larga maduración. La iniciativa tuvo su bautismo con el proyecto del radicalismo en la Cámara de Diputados, originada en las diputadas Elisa Carrió y Elisa Carca –ambas pertenecían a dicho bloque-, en el año 1997, del Ingreso Ciudadano para la Niñez. El proyecto no logró la sanción parlamentaria pero fue el obvio precursor del Decreto de Ingreso Universal por Hijo, puesto en vigencia por el decreto 1602/09, y luego respaldado por la Ley en julio del presente año, con el respaldo de todo el arco político argentino.

Estas aproximaciones no alcanzan, sin embargo, a cubrir la falencia de trabajo en las sociedades post-industriales, y allí aparece la propuesta del Ingreso Ciudadano Universal. Su característica es garantizar un ingreso igualitario básico a todos los habitantes del país, con independencia de su situación económica. Es, entonces, compatible con cualquier actividad económica que cada uno realice y guarda independencia de la voluntad de trabajar o no.

Sus beneficios son varios. Despeja el horizonte de inseguridad económica personal, reduce los espacios del clientelismo, respeta la esencial igualdad de las personas, incorpora a la actividad de ingreso formal a amplios sectores con trabajos no reconocidos, como las amas de casa, reconoce la universalidad de la propiedad de los bienes naturales –que como patrimonio del género humano son utilizados en los procesos económicos pero son hoy apropiados sólo por sus participantes reconocidos, obreros y empresarios, en forma directa o indirecta-, ayuda a la construcción de ciudadanía al reforzar la autonomía personal, respeta el valor de innumerables actividades –artísticas, artesanales, creativas, de investigación, etc.- que no reciben salarios, etc.

El desafío político de su implementación no es sencillo, porque implicará necesariamente una discusión profunda sobre la reestructuración de las distintas formas de subsidios que actualmente son administrados en forma anárquica y múltiple, sin coordinación ni garantía de equidad, por múltiples actores públicos, gremiales y privados. Entre estos subsidios se encuentran los efectuados a las empresas de servicios públicos, las diferentes asignaciones administradas por las asociaciones gremiales, los administrados por diferentes organismos estatales para distintas categorías de personas, la proliferación de “planes sociales” atados a la subordinación política, etc.

La institución del Ingreso Universal, por el contrario, fija un “piso de dignidad” establecido y garantizado por ley, compatible con las posibilidades reales de la economía, pero respeta la decisión de los ciudadanos sobre qué desean hacer con el mismo y en qué clase de consumos prefieren gastarlo. No distorsiona los precios relativos de una economía competitiva, a la vez que neutraliza los efectos de la concentración económica que es el resultado del imparable avance tecnológico, distribuyendo social y equitativamente los beneficios de ese avance en lugar de favorecer su apropiación excluyente como beneficio empresarial. Y habilita la decisión de cada uno de agregar más ingresos capacitándose, trabajando o invirtiendo más dónde, cuándo y si lo desea.

Requerirá también el debate sobre el financiamiento, el que deberá ser garantizado adecuadamente, sin golpear exageradamente sobre la presión fiscal sobre la economía productiva, es decir debe responder a la capacidad real de producción de la sociedad. Los números, en una primera aproximación, no debieran asustar: solucionada la coyuntura fiscal negativa fruto de los dislates de los últimos años, la redistribución de subsidios existentes debiera habilitar la posibilidad del Ingreso Ciudadano Universal virtualmente sin incrementar la presión fiscal, y aún reduciéndola.

De las novedades escuchadas en este proceso electoral hasta la actualidad, la propuesta de Macri es sin dudas la más revolucionaria en lo conceptual. Será necesario, en caso de efectivamente impulsarse, producir un amplio y abierto debate nacional habida cuenta de la cantidad de matices implicados en su implementación y de incorporarla como una institución permanente en la construcción de un país pujante, abierto a la innovación científico técnica, socialmente inclusivo y decidido a no dejar escapar otro siglo de su historia entreteniéndose con imposibles utopías del pasado, sino con creativos proyectos de futuro.

Ricardo Lafferriere