martes, 27 de septiembre de 2022

PUTIN Y EL LIMITE DE LA AMENAZA NUCLEAR

En un discurso televisado el 22 de setiembre, Putin amenaza con usar armas nucleares

¿Cuál es el límite del chantaje nuclear? ¿Existe alguno? ¿O ya debemos asumir que quien tiene una bomba nuclear y amenaza a usarla si no se aceptan sus berrinches será dueño total de conductas, libertades, vidas y muertes de todos los seres humanos sobre la tierra?

Pareciera que éste es el gran interrogante de esta guerra vergonzosa, indignante, criminal.

Las ayudas a Ucrania llegan... desde lejos. Y el temor de los países -y no digo los gobiernos, digo claramente los países, los ciudadanos, los pueblos- que son sus vecinos y amigos, especialmente en Europa, parecen aconsejar una prudente distancia del conflicto, ante la atemorizante amenaza de los criminales de guerra.

Sin embargo, esta guerra deberá hacernos asumir, a todos, que hemos entrado nuevamente en un período negro de la historia que llevará al límite la propia existencia humana. Rusia -dicen los realistas, con razón- está dispuesta a todo, aún a usar armas nucleares, si considera que existe un riesgo para su seguridad. Este riesgo lo define como un ataque a su propio territorio.

En una actitud plena de cinismo ha fraguado consultas populares amañadas en un territorio que ocupó militarmente y que desea incorporar, a fin de que pueda considerarse un ataque a su país la defensa que el legítimo titular de esos territorios robados pueda hacer de ellos. En una actitud de matón de barrio, ha notificado al mundo que usará armas nucleares para hacerse de lo que unilateralmente considere que pueda ser peligroso para su seguridad. Lo ha declarado Mendevev, expresidente ruso y el propio Putin. En esa categoría coloca a la OTAN. Sin embargo, no existe ni un solo país al que la OTAN, alianza esencialmente defensiva, haya incorporado por la fuerza, ni siquiera amenazado o insinuado una amenaza en caso de no hacerlo, a ningún país. Y vista la actitud de Rusia, menos mal que la OTAN existe.

Por el contrario, ha sido Rusia, exclusivamente, la que ha decidido que su limítrofe Ucrania podría ser un riesgo para su existencia, a pesar de su compromiso, en 1994 por el Protocolo de Budapest, de garantizar la independencia y soberanía de Ucrania dentro de los límites que entonces tenía, que incluía no sólo a los territorios que ahora desea, sino la propia Crimea, que incorporó por la fuerza en 2014 robándosela a Ucrania, país cuyos límites y soberanía estaba comprometida formalmente a defender.

Les toca hoy a los ucranianos sufrir un martirologio que entrará en la historia. Pero es un anticipo de decisiones que tarde o temprano deberemos asumir todos. Si a Putin le sale bien su chantaje, no se detendrá aquí. Y el mundo deberá decidir si acepta en nombre del realismo que un chantaje nuclear debe aceptarse sin límites y, en todo caso, si un mundo así vale la pena ser vivido. Debe decidir, en síntesis, cuál es el límite del realismo aceptado y cuál es el riesgo que está dispuesto a asumir para vivir en un mundo digno de la condición humana.

Leí de un renombrado intelectual ucraniano que su país está cumpliendo el papel de las nuevas Termópilas. El sacrificio de Leónidas y sus 300 espartanos permitió ganar el tiempo necesario para que las ciudades griegas depusieran sus litigios y recelos y se unieran para enfrentar al invasor persa conducido por Jerjes. Era, para ellos, también una opción de subordinación o desaparición. Ha habido momentos en la historia que los pueblos han debido enfrentar esa opción.

Sin Termópilas no hubieran existido Salamina ni Platea y tal vez no hubiera existido el imperio romano ni occidente tal como lo conocemos. Sin Termópilas quizás el mundo estaría gobernado hoy por los Ayatollahs asesinos de mujeres y hablaríamos persa en todo el mundo. No hubiera existido la democracia clásica ni sus herederas. Ni el arte, los valores, el derecho, la justicia, ni mucho menos los derechos humanos ni la democracia. No existiría nuestra propia historia.

 Ese proceso se ha iniciado ya, con una actitud más unida y firme de Europa, que sin embargo no alcanza para detener la agresión inhumana del criminal de guerra. Y todo indica que si se da una duda o debilidad de Europa y el mundo democrático en general en el momento que pueden ayudar -nada más que enviando armas, aviones, tanques- la suerte de estos héroes ucranianos estaría echada.

El nuevo Jerjes se encuentra frente a la insólita novedad de que sus atacados le rememoran otro sitio feroz e inhumano: el de los nazis a Stalingrado, que él conoce bien como conocedor que es de la historia de Rusia. La otra novedad, correlativa, es que ahora el émulo de Hitler es él y los héroes que emulan la resistencia del pueblo ruso frente a la invasión nazi son los ucranianos. Zelenski, el Leónidas del siglo XXI, se está inmolando al frente de su pueblo, para que todos tengamos tiempo de organizarnos, armarnos para la defensa y superar nimiedades.

En nada nos consuela, sin embargo, esta convicción. La masacre se está desarrollando ahora, los héroes están muriendo ahora, la bestia está asesinando ahora. No ha respetado el derecho internacional, ni los principios de las Naciones Unidas a los que se obligó con su firma, ni siquiera los principios elementales de moralidad humana. Es ahora que el mundo democrático no puede ni debe ceder, por encima de las filigranas filosóficas. Enfrente no existe un razonamiento compartido, como no lo existía con Hitler y como no lo existe en los países en los que el populismo utiliza la mendacidad en las conversaciones y los acuerdos, aún en el plano de las políticas internas. Así como Hitler fue mendaz en Múnich. Así como lo ha sido Rusia con su compromiso de garantizar la independencia y seguridad de Ucrania en los protocolos de Budapest de 1994. Así como lo son el comandante Ortega, Maduro, los Castro y otros latinoamericanos que bien conocemos.

Mentir y matar, esa es la consigna. Combatientes o no, hombres y mujeres, viejos y niños. Mentir con hipocresía. Matar a distancia, para no correr riesgos. Misiles, bombardeos aéreos, bombas racimo y hasta bombas termobáricas, ese nuevo artefacto infernal que disuelve los cuerpos en un radio de un kilómetro. Si nada de eso conmueve a los vecinos ni a los congéneres, si triunfan el miedo, la hipocresía y el cinismo, sería -obviamente- el fin de Ucrania, pero también el fin del mundo con libertad. Sin perjuicio de tener abiertas siempre las puertas de la diplomacia no pueden dejarlo triunfar ni retroceder ante el chantaje.

Terrible momento, que pone a prueba valores, racionalidad y sentimientos de la humanidad entera.

Ricardo Lafferriere

miércoles, 24 de agosto de 2022

LA DEFENSA DE CFK

 



Muy poco se puede agregar a lo ya dicho con respecto al juicio contra la ex presidenta CFK y un grupo de funcionarios y allegados.

La reflexión que sigue está abierta, porque confieso no haber podido comprender la congruencia de los dichos de la Vicepresidenta con los principios que sostiene el estado de derecho. La resistencia de un personaje importante a someterse a la ley y la justicia da por tierra con las construcciones teóricas sobre la naturaleza del poder democrático, la pirámide jurídica y la vigencia de la ley como marco supremo de convivencia en paz.

Es obvio que no se trata de esperar la actitud de Sócrates bebiendo la cicuta aun estando convencido de la injusticia de la sanción, que por cierto no es este caso. La auto eximición es impune, aún en nuestro Código Penal. Nadie puede saber lo que habita en lo profundo de pensamiento y sentimiento de otra persona. Cada delincuente tiene sus motivos, que desde su valores justifican su accionar delictivo. CKF puede estar íntimamente convencida que hizo el bien actuando como actuó y eso es comprensible y hasta respetable.

El problema surge cuando esa convicción choca duramente con lo que la sociedad considera compatible con un comportamiento valioso y, al contrario, opina que esa conducta -autojustificada, como lo son todas las conductas en la convicción de cada delincuente- es perjudicial para la convivencia y debe ser evitada y sancionada.

Las leyes penales -que son islotes de excepción en el principio de la libertad de las personas, definiendo las conductas que no son toleradas por el conjunto- tienen esa misión: hacer posible la convivencia en cualquier orden social.

Hay entonces tres conceptos en juego. El primero es la clara determinación del conjunto social que, a través de las leyes sancionadas por los representantes de los ciudadanos y por el procedimiento que éstas establecen para garantizar los derechos fundamentales de todos, delincuentes o no, define qué actitudes considera disvaliosas y en consecuencia no las tolera y las sanciona.

Cada persona puede considerar a cada ley como injusta y proponer cambiarla -tampoco es este el caso-, pero mientras esté vigente es obligación respetarla si se desea convivir con los demás. De nuevo: Sócrates bebió voluntariamente la cicuta que lo mató, aún a conciencia que su sentencia a muerte era injusta, porque el respeto a las leyes era más importante que su creencia o convicción.

El segundo es el principio de la democracia. Tampoco es un armado rígido y eterno. Las distintas formas que ha adoptado la democracia a través de historia y geografía indica que es nada más que un mecanismo instrumental para definir cómo se ejerce el poder, cuáles son sus límites, cómo se sancionan las normas, cómo se las ejecuta y cómo se las aplica. El valioso diseño de los tres poderes logra este equilibrio para que el sentir y deseo de la mayoría de los ciudadanos defina qué es permitido y qué no lo es, y las formas de sancionar a quienes cometan los hechos que la sociedad no tolera.

El tercero es el de la igualdad de los ciudadanos ante la ley, principio éste que se abrió camino luego de luchas de diversa intensidad hasta nuestros días, en los que su perfeccionamiento motoriza reclamos y afortunadamente ha logrado resultados impensables hasta hace no muchos años: el sufragio libre igualitario, los derechos civiles y luego políticos de la mujer, la prohibición de la discriminación, la igualdad de trato a los diversos géneros, y otras aspiraciones que marchan en el mismo sentido. En su forma más básica, prístina y contundente, está grabado en el art. 16 de nuestra Constitución: en la Nación Argentina “todos sus habitantes son iguales ante la ley”. Y en las estrofas que entonamos desde niños: “Ved el trono a la noble igualdad”.

Los ciudadanos argentinos han sancionado y jurado su Constitución Nacional. Ella determina como son elegidos sus representantes para dictar las leyes, cómo un presidente para que las haga cumplir y cómo a jueces para que sancionen los incumplimientos.

Entre esas leyes están las normas penales, las que ha sido probado en forma pública y contundente haber sido violadas por los imputados.

Los imputados, a su vez, han sido tratados con muchísima más enjundia y cuidadoso cumplimiento de las formalidades legales que a cualquier ciudadano de a pie  y le han sido garantizados sus derechos inalienables, entre los cuales está la presunción de inocencia, el debido proceso, su derecho de defensa y la vigencia de las reglas procesales sancionadas por los  legisladores para que el proceso penal garantice no sólo las aspiraciones de la sociedad a que sus normas sean cumplidas sino también los derechos constitucionales de los imputados.

En consecuencia, la actitud de la imputada CFK está fuera del orden constitucional, fuera de la ley penal y fuera de la ley procesal. La actitud de los magistrados, por el contrario, ha sido impecable, tolerando mucho más de lo que se le hubiera tolerado a cualquier argentino con acusaciones y pruebas parecidas.

Pero aún presumiendo una alteración cognitiva en la principal imputada, tanto o más grave es el comportamiento de otros actores: legisladores, dirigentes, gremialistas e incluso ciudadanos que la han votado y la siguen apoyando. No estamos en la primera mitad del siglo XX, cuando masas irracionales seguían a sus líderes aún a las atrocidades más repudiables. Estamos en el siglo del conocimiento, de la interacción general por las redes sociales, en la reafirmación de la conciencia y la responsabilidad individual y en la reivindicación de los derechos ciudadanos, aún los tradicionalmente negados tras el velo de costumbres ancestrales.

 En este proceso no se discuten ideologías políticas sino comisión de delitos. Las ideologías se discuten en los procesos electorales. En los juicios penales el debate versa sobre hechos delictivos, sus autores y sus eventuales sanciones. No son los dirigentes, ni los gremialistas, ni los ciudadanos de a pie los que participan ni deben participar de estos debates. Es misión de los jueces.

Son campos diversos, que no pueden superponerse so pena de retrotraer la convivencia a tiempos pre-constituyentes, cuando los caudillos con poder decidían sobre vida, muerte y patrimonio de las personas y cuando esos mismos caudillos confundían lo público con lo privado y el presupuesto público con su propio patrimonio.

No queremos volver a eso. Al contrario, queremos avanzar hacia una sociedad más fuerte, con leyes cumplidas por todos, sin privilegios de ninguna índole, en la que rija en plenitud el pacto constituyente y las leyes que se dicten en su ámbito. Y también suturar la profunda herida que sufre el país.

El requisito hacia la oposición es separar “la paja del trigo”, evitando considerar corrupto a todo el oficialismo. Y el requisito hacia el oficialismo es dejar trabajar a la justicia, terminando con las solidaridades mafiosas que degradan a todos. Ambas actitudes dinamitan la convivencia. El país requiere reconstruir espacios de diálogo, confrontación sana de ideas, esfuerzo intelectual y patriotismo para encontrar los mejores mecanismos para liberar las gigantescas fuerzas reprimidas de la Argentina.

RICARDO LAFFERRIERE

 

jueves, 11 de agosto de 2022

El dólar, curioso símbolo de la impotencia y de la sensatez de los argentinos

 



Desde la perspectiva de las personas comunes, en una economía crecientemente globalizada y con productos fabricados en cadenas globales o que llegan a esos mercados, las tasas de cambio deberían tener un alto grado de estabilidad en el corto plazo como condición para la estabilidad política.

El dinero, en su carácter de reserva de valor, no debería tener oscilaciones que generen incertidumbres en los millones de actores económicos que conforman el gran “mercado”, que son los ciudadanos. Una alteración brusca o una incertidumbre mayor sobre su evolución implica privar a la moneda de su condición de reserva confiable de valor, la que naturalmente será buscada en el bien que sí lo haga. La alternativa que en la concepción de las personas ofrece más esa cualidad es la divisa de mayor transabilidad y percibida como de mayor fortaleza, la que en la Argentina es el dólar americano.

De esta afirmación, confirmada por la realidad, se desprende una consecuencia que obliga a una profunda reflexión sobre los mecanismos tradicionales con que la política económica valoraba el tipo de cambio. En efecto, éste ya no es sólo “uno más de los precios de la economía”.  Tampoco es sólo una moneda de transacciones internacionales, sea para comprar o vender bienes con producción final fuera del país, sea para operaciones financieras que atraviesen las fronteras. Por el contrario, ante una extrema volatilidad del valor de la moneda nacional, despojada ya de su credibilidad y condición de reserva de valor, las personas acuden al mecanismo que más cerca tienen para preservar sus ingresos. Compran dólares. Personalmente he sido testigo de jubilados con la mínima, frente al cajero de un banco al momento de cobrar su jubilación, pidiéndole comprar 10 dólares -que era su ahorro mensual- con los ínfimos pesos que calculaba ahorrar.

¿Es especulación? ¿Es de los grandes, los medianos, los chicos? Tiendo a pensar que es una medida defensiva, y que la efectúan todos. Y que es lógica y defendible, porque defienden su dinero, que es el fruto de su esfuerzo. Otra cosa es convertir la inestabilidad en un arma política, desgraciada práctica que también puede darse cuando quien tiene recursos disponibles en momentos especialmente sensibles del mercado, realiza operaciones desvinculadas de la marcha de la economía, con fines políticos o especulativos. No es imposible. Hasta una moneda tan fuerte como la libra esterlina pudo ser atacada, en un determinado momento, por la decisión de un inversor particular, George Soros, provocando su imprevista devaluación.

Pero el gran público no conoce -ni tiene por qué conocer- las complejas filigranas de los grandes mercados. Simplemente busca preservar su pequeña o gran riqueza, sea su sueldo, su capital transaccional de trabajo, o su ahorro con algún grado de liquidez. De ahí que uno de los principios fundamentales que aplica el “saber ortodoxo” sobre este tema, la “libertad cambiaria total”, es incompatible con el estado de desconfianza que, coyuntural o estructuralmente, sea atribuida a una moneda nacional.

Defender la moneda es entonces una responsabilidad pública central e irrenunciable, porque es defender a cada ciudadano. No sería buena idea aferrarse dogmáticamente a la “flotación libre”, obsesión de los economistas del FMI, como tampoco a la ficción de un valor de la divisa sólo al alcance de quienes el poder decida, ya que una u otra actitud generan distorsiones que termina pagando toda la economía y todos los argentinos. Tanto la discrecionalidad del poder como la volatilidad extrema de la moneda la convierte en inexistente de cara a su función de preservación de valor de la riqueza de los particulares, y por lo tanto no puede dejarse a la deriva de especuladores o de inescrupulosos combatientes por el poder.

Cierto es que cuando hay déficit y deudas contraídas con el mercado global -ahí estamos, por decisión propia y beneficios estratégicos- las reglas de juego no las fija el deudor a su gusto, sino que éste debe cumplir las existentes. Lo cierto es que la última renegociación con el FMI encontró en el organismo internacional una disposición al acuerdo imprevista según sus antecedentes. Las laxas metas son muchísimo más flexibles que cualquiera otorgada a ningún país con anterioridad, y la incapacidad de cumplirlas sería una terrible noticia, no ya para el gobierno sino para la Argentina, con este gobierno o con los que le sigan.

La Constitución Nacional -mediados del siglo XIX- atribuyó al Congreso la potestad de fijar el valor de la moneda, tan importante era como demostración del respeto a la propiedad privada, garantizada en los artículos 17, 14 y otros de su articulado. La norma ha quedado “demodé”, aunque sus resabios aún vigentes siguen manteniéndose simbólicamente en un poder que también se ha ido convirtiendo en cada vez más simbólico, el parlamento. En los hechos, hoy el valor de la moneda es el resultado de muchas variables que no pasan por decisiones directas del poder público y ni siquiera es definida por actores del país.

Hoy se juntan en la Argentina varias vertientes de inestabilidad, pero dos principales. La vertiente global, que a su vez tiene fuerzas “negativas” -la huida de capitales volátiles que ven más seguridad en economías más estables para realizar ganancias de corto plazo-, y positivas: el acceso a un mercado gigante para nuestros productos y la propia acción de la política económica global, que ha tendido una mano de ayuda sustancialmente mayor a la que negó en la crisis del 2001, cuando nos empujó al abismo;  y la vertiente local, que muestra a los argentinos con la necesidad de preservar sus ingresos, ahorros o capitales en un mecanismo de reserva de valor más consistente que su moneda.

Sin embargo, también en este campo hay dos fuerzas opuestas: quienes desean poner en caja las finanzas públicas como forma de defender la moneda nacional ante el ataque y la desconfianza, curiosamente mayoritarios en la oposición, y quienes al contrario desean mantener la inestabilidad y la desconfianza, sea por razones políticas -como el conmocionante episodio de las coimas que avanza judicialmente en forma inexorable hacia su máxima responsable, acercándose ya también a actores institucionales del sector financiero, y la aproximación de las elecciones- o por razones económicas: maximizar las ganancias especulativas aprovechando el río revuelto. La otra curiosidad es que éstos están más cerca del gobierno. Pero también están los miles de compatriotas honestos, gente común que sólo buscan -como está dicho- no ser “licuados” por la lucha entre titanes. Y aunque sea, sobrevivir.

¿Qué puede hacer el país ante esta situación?

Para no buscar inventar la pólvora, tal vez convenga echar una mirada al mundo. No estamos atados -como Grecia- a una moneda internacional que no se devalúe, ni tampoco integramos una economía sólida, como la europea. No tenemos poder para imponer respeto tácita o expresamente respaldado por la fuerza militar, como EEUU. Tenemos un fuerte orgullo nacional, pero ahorramos en la divisa norteamericana, país del que sin embargo somos recelosos por razones culturales. Nuestra experiencia dolarizadora de los 90 no tuvo un final exitoso, al resultar incompatible con el desequilibrio creciente de las finanzas públicas y mantener una extrema rigidez sin válvulas de escape ante la valorización de la moneda americana en esos años, lo que agregó el componente terminal del desequilibrio comercial. El entorno regional nos muestra ejemplos diferentes, con sociedades que no funcionan -ni reaccionan- igual que la nuestra. No somos Chile, ni Brasil, ni Uruguay, ni Paraguay, ni Bolivia, cuyas economías, a pesar del abanico “ideológico” de sus gobiernos, han asumido la importancia estratégica de la ortodoxia fiscal y defensa de su moneda.

En lo profundo de la inestabilidad está la concepción del Estado como botín de guerra e instrumento de lucha política, liberado de molestos controles legales y al acceso de bandas de amigos, esos que tantas veces hemos definido como la “Coalición de la Decadencia”.

El camino que quizás más pueda iluminarnos es buscar una salida hacia un funcionamiento económico bimonetario permitiendo la utilización indistinta de la moneda propia y de la divisa en las transacciones internas, con una equivalencia tranquila asegurada por el equilibrio fiscal y una macroeconomía consistente. Tal vez habría que reflexionar sobre esa alternativa, recordando que la cantidad de activos en dólares en manos de argentinos es hoy más de cuatro veces el equivalente en moneda nacional, permaneciendo inmovilizado o subutilizado. Esos recursos volcados a la dinámica económica productiva nos permitirían dar un gran salto adelante. El desafío es generarle a sus titulares la confianza absoluta que no serán robados.

El peso en Argentina ha quedado reducido a una moneda transaccional, convertido en un campo de batalla de especuladores de ganancia fácil arbitrando entre tasas, bonos y divisa, en el que siempre pierde el salario. Para ahorro, inversión y reserva de valor, los argentinos utilizan abrumadoramente el dólar, en gran medida productivamente inmovilizado. Alcanza con observar el movimiento del mercado inmobiliario, para confirmarlo. No existen valores en otra moneda que el dólar. De cualquier manera, para éste u otro camino, la solvencia fiscal y externa son requisitos ineludibles sobre los cuales construir la confianza que permitirá tomar decisiones de ahorro, inversión y endeudamiento a tasas razonables. Y es justamente la solvencia fiscal la “parte dura” del camino. Para lograrla se requiere profesionalidad en los actores, pero también decisión para poner en caja a quienes reciben los recursos fáciles en todos los escalones sociales: banqueros, empresarios paniaguados, organizaciones piqueteras, planeros y aún las clases medias.

La sociedad necesita también creer en su sistema institucional, que hoy no transmite convicción de solidez, especialmente en la persistencia de la impunidad por gran parte del saqueo. Podría responderse que éste no es un tema económico. Sin embargo, lo es. Quienes compran dólares “minoristas” por incertidumbre sobre lo que puede pasar, moderarían su actitud si se sintieran viviendo en un país en el que los delincuentes fueran tratados como tales -en lugar de protegerse en fueros especiales o someterse a privilegios procesales que terminan cubriendo su impunidad-. Invertirían con mayor entusiasmo y confiarían en su emprendimiento, no sólo los argentinos sino el mundo. Tampoco esto es sencillo. Numerosos políticos, empresarios, gremialistas, comunicadores y hasta jueces que aún forman parte del Poder Judicial y están protegidos por su estabilidad constitucional formaron -o forman aún…- parte de ese entramado mafioso cuya extensión y profundidad no tiene parangón en las sociedades modernas.

El camino no sería tan complicado en una sociedad política con diálogo. La moneda es un campo que en sociedades maduras concita la coincidencia de sus fuerzas políticas más importantes y no un territorio de disputa constante. En nuestro país, aunque el diálogo existe, está contaminado por los coletazos de la gigantesca corrupción, que condiciona la posibilidad de acuerdos entre los sectores más lúcidos de la política, los que se encuentran en una dinámica turbulenta cada uno en su propio espacio limitante de su capacidad de aporte.

Sin embargo, hay aún reservas de patriotismo en todos lados. Son mayoría, especialmente entre las nuevas generaciones, los periodistas, políticos, gremialistas, empresarios y jueces que no tienen complicidad con el pasado que nos avergüenza y quieren comenzar a vivir en un país sano. Por eso, aunque todo parezca complicado, la peor actitud sería la de no conversar entre nosotros, resignarnos o aislarnos.

El requisito hacia la oposición es separar “la paja del trigo”, evitando considerar corrupto a todo el oficialismo. Y el requisito hacia el oficialismo es dejar trabajar a la justicia, terminando con las solidaridades mafiosas que degradan a todos. Ambas actitudes dinamitan el diálogo, imposible si la intolerancia tiene un real fundamento ético. Pero todo lo demás debe encontrar espacios de diálogo, confrontación sana de ideas, esfuerzo intelectual y patriotismo para encontrar los mejores mecanismos para liberar las gigantescas fuerzas productivas de la Argentina.

No estamos “condenados al éxito”, pero tenemos todas las posibilidades de lograrlo si enfrentamos la realidad, nos proponemos una meta y ponemos en ella pasión nacional.

Ricardo Lafferriere

miércoles, 20 de julio de 2022

APUNTES PARA PENSAR: Sobre el dólar, la devaluación, los precios y el comercio exterior.




 

Teniendo en cuenta que tenemos un superávit comercial que se mantiene a pesar de la crisis ¿existe realmente un dólar “atrasado”? ¿o hay más bien un calentamiento del precio de las divisas libres por el exceso de pesos en el mercado y la desconfianza en el gobierno sobre lo que puede hacer con el valor del peso?

Si el problema fuera el primero (dólar “atrasado”), no habría superávit comercial como el que tenemos.

Si el problema es el segundo (exceso de pesos), no se ganaría nada provocando una devaluación de la moneda argentina en su cotización “oficial”. Más bien al contrario: sus efectos serían más perjudiciales que beneficiosos porque agravaría la inflación sin solucionar ningún otro problema. ¿O alguien piensa que una devaluación de 20 % -por ejemplo- aliviaría la presión sobre la divisa de quienes quieren desesperadamente huir del peso hacia las divisas fuertes?

¿Entonces? Lo obvio: lo que debe hacerse es generar la confianza en el poder político y en la divisa, y ahí las medidas no son económicas sino de esquema político: coincidir en un diagnóstico transtemporal sostenido por un arco suficientemente amplio como para remover desconfianzas y desate un proceso de inversión, o sea hacer crecer la economía. Ese propósito está ausente tanto del reclamo devaluatorio como del propósito oficial. De eso estamos a años luz. O sea: el peso seguirá devaluándose y con él, salarios, jubilaciones y activos argentinos.

DEVALUAR NO ES SOLO CAMBIAR UN NÚMERO: SIGNIFICA REDUCIR SALARIOS



Al igual que las retenciones y los impuestos del “30+45%”, la devaluación no es simplemente cambiar un número:  significa menos valor de los salarios y de los activos argentinos. Si no hubiera más remedio porque existiera un desequilibrio en el sector externo, podría ser una medida correcta. No es el caso argentino, en el que no hay una presión externa sino un calentamiento interno del precio de las divisas libres por exceso de pesos en el mercado.

En efecto: luego del acuerdo con el FMI y la reestructuración con los acreedores privados, la presión en el sector externo se alivió. Hoy la presión sobre la divisa es interna, no externa, producto de la emisión monetaria enorme que desbalancea la oferta de dinero con la producción de bienes requeridos por las personas y las empresas.

Esa presión interna sobre la divisa tiene además otra causa: la desconfianza en el valor futuro de la moneda nacional por la incertidumbre de las personas y las empresas sobre la acción dilapidadora e irresponsable del gobierno y la inexistencia de reglas de juego estables que permitan ahorrar en pesos cuyo valor se conserve en el tiempo.

El ahorro en pesos que todavía subsiste no está motivado por las razones virtuosas clásicas -mantener el valor de la suma ahorrada, y que ésta se canalice a la inversión vía sistema bancario-.

Sus razones son viciosas: En primer lugar, la obligación -directa o indirecta- impuesta por el gobierno a bancos, empresas públicas y aún privadas. Y en segundo lugar, aprovechar la mencionada incertidumbre interna y destinar los depósitos para financiar el desequilibrio fiscal, que requiere apropiarse de ahorros internos para sostener un déficit improductivo y parasitario.

BENEFICIADOS Y PERJUDICADOS

¿A quiénes beneficiaría y a quienes perjudicaría una devaluación del peso?



Beneficiaría en primer lugar y directamente a las grandes firmas exportadoras de cereales, que vienen conteniendo sus liquidaciones de exportación en espera de una mejora en el tipo de cambio y tienen capacidad de crear un “clima” de presión -comunicacional- para lograrlo cuando las cuentas públicas necesitan divisas. Es la situación actual.

En segundo lugar, indirectamente, a los empresarios rentistas y protegidos, ya que el poder de compra de los argentinos vis a vis con el mundo se reduciría en la medida de la devaluación pero al cerrar más la economía, reforzando el “cepo-coto de caza” en el que se ha convertido el mercado interno y al dejar éste en manos de los empresarios “nacionales”, la agresión a los ingresos populares por parte de este empresariado sería mayor.

Beneficiaría a los tenedores de bonos en dólares o ajustados por el valor del dólar, ya que sus créditos valdrían más.

Por el contrario, perjudicaría a quienes reciben sueldos fijos -activos y pasivos- y a los tenedores de deuda en pesos. Se encarecían aún más los alimentos por “rebote” del incremento de su precio de exportación medido en pesos.

Perjudicaría a quienes deben abonar precios con contenido total o parcial en divisas, entre ellos tarifas de servicios públicos y energía -sean los usuarios si se reajustan las tarifas, sea el Estado subsidiador si debe hacerse cargo de la diferencia costo-precio de la energía-. Con el actual nivel de importación de energía, una devaluación golpearía muy fuertemente en las finanzas públicas, que deberían pagar más pesos por los dólares necesarios para abonar esas importaciones. Aumentaría aún más el déficit -y con él, la emisión y con ella, la inflación-.

Y perjudicaría el valor de los activos argentinos, que reducirían su valor en la medida de la devaluación.

¿Qué ganaría la economía haciendo más pobre a ciudadanos, empresas y bonistas argentinos?

Poco o nada.

CONSECUENCIAS

En primer lugar, consolidaría el incremento de precios inflacionario reconociendo un nuevo escalón superior en el deterioro del valor del peso.

En segundo lugar desataría una nueva vuelta de tuerca hacia la transferencia de ingresos a los dueños de activos en divisas, ya que las empresas argentinas, los inmuebles y en general los activos en pesos serían más baratos para quien tenga divisas en su poder.

Contra lo que se “da por supuesto”, no mejoraría la situación de los productores agropecuarios, a quienes lo que realmente perjudica son las retenciones, arbitrarias e inconstitucionales, que sin embargo están presentes en el “estado cultural” de casi toda la dirigencia política, la “intelligenzia” y los comunicadores integrantes de la Coalición de la Decadencia.

Para eliminar las retenciones que impiden el crecimiento agropecuario genuino, deberían cambiarse las reglas de juego de la economía para impulsar el crecimiento -y con ello, la recaudación también genuina-, haciendo reglas permanentes, previsibles y generadoras de confianza. Con un proceso de crecimiento lanzado, las retenciones -impuestos contra el crecimiento- serían reemplazadas naturalmente por los impuestos normales de cualquier economía.

El crecimiento de las exportaciones que llegaría de la mano con la eliminación de las retenciones permitiría avanzar hacia un tipos de cambio único y libre como el que existe en todo el mundo civilizado, terminando con el “aquelarre” de cambios múltiples y arbitrarios que facilitan tantos mecanismos de corrupción.

Paralelamente, sería imprescindible un manejo macroeconómico serio, que priorice y planifique los gastos según las posibilidades de la economía. La emisión descontrolada y sostenida termina desequilibrando tanto los precios relativos como la presión sobre la divisa.

Como el “cepo” no provee de dólares oficiales, las empresas son empujadas a proveerse de los productos intermedios importados vía los mercados “libres”, lo que al final se termina trasladando a los precios finales al convertirse el dólar (el “libre”, el único que cualquier persona toma en cuenta) en la moneda de referencia para toda la economía. Y la descomunal presión impositiva a quienes requieren divisas para fines personales o económicamente justificados -por ejemplo, viajar, estudiar o a las propias empresas- le pone a la divisa un “piso” que más que duplica el valor oficial. Ese termina siendo el nivel con el que tiende a nivelarse el sistema de precios relativos, al ser las únicas divisas disponibles y la única “moneda” como unidad de cuenta que usan los ciudadanos para planificar su economía.

Eso es inflación. Que desata el justo reclamo de los titulares de ingresos fijos de incrementos salariales. Y sigue la cadena.

CONCLUSIÓN

Sea Guzmán, Batakis o Mandrake, en este sistema de controles voluntaristas no hay chance de frenar la inflación y mucho menos de comenzar un proceso virtuoso de crecimiento. Y muchísimo menos de conseguir el necesario apoyo externo imprescindible para financiar una transición con un costo social no traumático.

El problema entonces es político y en su base está la incompetencia gobernando como escudo que oculta las apropiaciones de rentas de la Coalición de la Decadencia. Lamentablemente, con el beneplácito de muchos argentinos, cuando votan y de muchos de sus dirigentes, cuando gobiernan.

En síntesis: no hay ninguna posibilidad de mejoramiento de la situación económica, ni siquiera de un cambio de tendencia, en el marco del actual esquema económico y orientación política.

Los hechos demostrarán que recién cuando cambie el gobierno luego de las elecciones de 2023 puede haber alguna chance de revertir este deterioro. Claro que partiendo de una base más pobre aún de la que tenemos hoy, ya que nos falta un año y medio de caída libre.

Ricardo Lafferriere

viernes, 1 de julio de 2022

Argentina: ¿en riesgo de desintegración?

 

 


El rumbo que está tomando el mundo no es nada tranquilizador. Sin embargo, no está en nuestras manos incidir en él. Nuestra influencia y peso relativo han declinado en las últimas décadas al ritmo de nuestra anomia y desorden interno, conocidos por todos.

Es imprescindible tomar conciencia que el mundo está abandonado los esfuerzos post-2ª Guerra para institucionalizar las relaciones entre países marchando hacia la construcción de instituciones mediadoras de los conflictos de toda clase que son propios de la convivencia planetaria. En rigor, esos esfuerzos comenzaron con la primera experiencia de la Sociedad de las Naciones, que aún con su fracaso en evitar las guerras, dejó la herencia de algunas instituciones tempranas -como la OIT y la Corte Permanente de Justicia Internacional-.

Pareció que las Naciones Unidas habían sintetizado la tensión secular entre el idealismo de considerar a todos iguales y la “realpolitik” que obligaba a tratar a los más fuertes de manera diferente, como condición de eficacia. La Asamblea -en la que todos valen uno- y el Consejo de Seguridad -elegido por la Asamblea, con la excepción de los “cinco grandes” con derecho a veto, reconocimiento de su poder de hecho- sintetizaban una realidad emergente de la segunda guerra y este diseño parecía superar la “ecuación de Hobbes”. Era eso o nada. El acuerdo tácito fué que los “cinco grandes” no utilizarían en forma directa su poder en enfrentamientos entre sí, y asumían una especie de “policía global” para mantener al planeta en paz. Por la Carta de las UN, todos los países signatarios se comprometen a no usar la fuerza para solucionar sus diferendos.


La historia no puede reconocerse como lineal, pero a grandes rasgos los grandes no entraron en conflicto y con sus contradicciones y grises, fueron aceptando la marcha dialéctica hacia instituciones y espacios plurales, de esos que hoy abundan en el escenario internacional. El avance del multilateralismo fue constante e inexorable. El entramado multilateral, aún insuficiente, es sustancialmente más grande que antes de la creación de las Naciones Unidas.


Hasta ahora. La invasión salvaje de Rusia a Ucrania configuró el final de esta marcha y reabrió las puertas a un conflicto global. No es un tema que pase sin secuelas: aceptar, así sea como tributo al realismo, el “derecho” de un país grande y poderoso a violar sus tratados e invadir a un vecino con la sencilla justificación de que se siente inseguro, retrotrae ese escenario a tiempos anteriores no ya de las Naciones Unidas, sino de la propia Sociedad de las Naciones.

La “realpolitik” vuelve a instalarse a pleno. No hay más normas que se reconozcan o respeten, ni siquiera las leyes de la guerra. Los ataques a civiles, la destrucción de poblaciones enteras, la masacre de pueblos y bombardeos indiscriminados sobre ciudades, los crímenes salvajes de violaciones y asesinatos a no combatientes proliferando sin consecuencias, implican un retroceso de décadas en la convivencia, en dirección a un mundo sin normas. Habían existido hasta ahora, pero nunca con el cinismo abierto de la salvaje invasión de Rusia a Ucrania.



Esta nueva realidad también nos interpela sobre nuestras propias realidades.

Como consecuencia de tiempos negros de nuestra historia reciente, la Argentina desmanteló su poder militar. Hoy es el país más vulnerable de la región, superado ampliamente en su capacidad de lucha por sus vecinos. Un cotejo con nuestro admirado vecino mayor -cuyas FFAA ocupan el décimo lugar en el mundo- nos presenta un desequilibrio de no menos de 15 a 1 en la capacitación y equipamiento de la herramienta militar de tierra. En la marina y la Fuerza Aérea ni siquiera es posible una comparación, porque han sido reducidas virtualmente a su inexistencia.

Tampoco en la frontera oeste mantenemos capacidad disuasoria: con  un poder militar ya claramente inferior a nuestros vecinos, el país debe soportar estoicamente  la vergüenza que un grupo terrorista, invocando inexistentes lazos “originarios”, ocupe porciones del territorio con total impunidad y con la aceptación del gobierno de quienes pretenden y proclaman la formación de un “Estado” con gran parte del territorio argentino y del territorio chileno, país hermano que responde con mucha mayor dignidad y sentido nacional a este desafío insólito.

En el interior, el país está agredido desde dentro por un poder narco que construye poderes paralelos en conglomerados aluvionales -como el conurbano- e incluso en la ciudad más importante del interior, Rosario, sin que a pesar de los años de persistencia de esta inexorable tarea de construcción de ilegalidad los poderes constituidos hayan podido avanzar en su desmantelamiento.

Cierto es que nuestra región es una zona de paz. También lo era Yugoslavia. Antes de la invasión de Crimea, también lo era Ucrania -a tal punto que había cedido todo el armamento nuclear en su poder luego de la disolución de la URSS, bajo el compromiso de Rusia -y Gran Bretaña y Estados Unidos a los que luego se agregó Francia- de garantizar la intangibilidad de las fronteras ucranianas, en los Protocolos de Budapest, de 1994.



Todos estamos en paz, hasta que dejamos de estarlo. Nadie puede estar seguro del futuro y por eso nadie puede descuidar su seguridad, a menos que ésta no interese porque el afecto nacional no es lo suficientemente fuerte como para plantearse defender lo propio ante eventuales ataques o desafíos. Ucrania misma no contaría con la solidaridad y ayuda de toda la opinión democrática del mundo si no hubiera dado muestras desde el comienzo de la invasión de su decisión indeclinable de defender su país, si era necesario con las armas en la mano.

Un escenario global tan lábil y con procesos políticos internos tan intensos, imprevisibles, cambiantes y polarizados hace arriesgado en grado sumo confiar ciegamente en los tratados, por cercanos que estén a nuestros afectos. No está muy lejos el tiempo en que bordeamos una guerra con un vecino entrañable, o que con nuestro vecino mayor nos embarcábamos en una carrera nuclear afortunadamente desmantelada por los acuerdos de Alfonsín con Sarney. Que -bueno es recordarlo- así como se dieron hubieran podido no darse, escalando un conflicto que podría haber llegado hasta límites insospechados.



Hoy, la Argentina no es lo que era. Se ha convertido en un país insignificante, mirado con extrañeza en el mundo y con indisimulable menosprecio por toda la región, aún por aquellos más cercanos a la “ideología” del gobierno actual. El trato recibido por los compatriotas que tienen algún problema de salud en Bolivia y pretenden la mínima asistencia sanitaria es una muestra. Y los calificativos de Maduro hacia el propio Fernández meses atrás son otra.

Podemos seguir alegremente en curso de suicidio, como si nada pasara. Pero si lográramos revertir esto, en la reconstrucción de este gran país que podemos ser cuando finalice la pesadilla, no podemos ignorar la reconstrucción del poder militar y de la inclusión inteligente en las redes de alianzas internacionales en las que podamos confiar en caso de peligrar nuestra integridad territorial, nuestra soberanía política y nuestra seguridad. Éstas deben coincidir con nuestros intereses realistas y en nuestras utopías idealistas, las que esta Nación definió ya en el preámbulo de la Constitución de la vieja "Confederación" y que siguen tan vigentes como entonces.

Ni uno ni otro, ni el realismo para comprender las potencialidades y riesgos reales del país, ni el idealismo de nuestros trascendentes principios fundacionales, forman parte hoy de la reflexión, la decisión ni la  acción de los argentinos ni de su dirigencia. Son sencillamente ignorados.

Ojalá que esta ignorancia no resulte fatal.


Ricardo Lafferriere




viernes, 22 de abril de 2022

Ventana a la geología: curiosas "manchas" en la corteza profunda de la Tierra

 

Una nueva historia de mil millones de años del interior de la Tierra revela colosales 'manchas' que se fusionan y se separan como continentes



Las manchas de la Tierra como se muestra en la imagen de los datos sísmicos. La mancha africana está en la parte superior y la mancha del Pacífico en la parte inferior. Crédito de la imagen: Ömer Bodur

(Copiado y traducido de la publicación original en en blog "singularityhub.com")

Al igual que los continentes, los blobs pueden ensamblarse, formando "superblobs" como en la configuración actual, y romperse con el tiempo.


Las manchas tienen sus raíces a 2.900 kilómetros por debajo de la superficie, casi a la mitad del centro de la Tierra. Se cree que son el lugar de nacimiento de columnas ascendentes de roca caliente llamadas " plumas del manto profundo " que alcanzan la superficie de la Tierra.

Cuando estas columnas llegan a la superficie por primera vez, se producen erupciones volcánicas gigantes, del tipo que contribuyó a la extinción de los dinosaurios hace 65,5 millones de años. Las gotas también pueden controlar la erupción de un tipo de roca llamada kimberlita, que trae diamantes desde profundidades de 120 a 150 kilómetros (y en algunos casos hasta alrededor de 800 kilómetros) a la superficie de la Tierra.

Los científicos han sabido que las manchas existieron durante mucho tiempo, pero cómo se han comportado a lo largo de la historia de la Tierra ha sido una pregunta abierta. En una nueva investigación, modelamos mil millones de años de historia geológica y descubrimos que las manchas se juntan y se separan de manera muy parecida a los continentes y supercontinentes.

Un modelo para la evolución de Earth Blob

Las manchas están en el manto, la gruesa capa de roca caliente entre la corteza terrestre y su núcleo. El manto es sólido pero fluye lentamente a lo largo de largas escalas de tiempo. Sabemos que las manchas están allí porque reducen la velocidad de las ondas causadas por los terremotos, lo que sugiere que las manchas son más calientes que su entorno.

Los científicos generalmente están de acuerdo en que las manchas están relacionadas con el movimiento de las placas tectónicas en la superficie de la Tierra. Sin embargo, la forma en que las manchas han cambiado a lo largo de la historia de la Tierra los ha desconcertado.

Una escuela de pensamiento sugiere que las manchas actuales han actuado como anclas, bloqueadas en su lugar durante cientos de millones de años mientras otras rocas se mueven a su alrededor. Sin embargo, sabemos que las placas tectónicas y las plumas del manto se mueven con el tiempo, y la investigación sugiere que la forma de las manchas está cambiando .

Nuestra nueva investigación muestra que las manchas de la Tierra han cambiado de forma y ubicación mucho más de lo que se pensaba. De hecho, a lo largo de la historia se han ensamblado y desintegrado de la misma manera que lo han hecho los continentes y supercontinentes en la superficie de la Tierra.

Utilizamos la Infraestructura informática nacional de Australia para ejecutar simulaciones informáticas avanzadas de cómo ha fluido el manto de la Tierra durante mil millones de años.

Estos modelos se basan en reconstruir los movimientos de las placas tectónicas . Cuando las placas se empujan entre sí, el fondo del océano se empuja hacia abajo entre ellas en un proceso conocido como subducción. La roca fría del fondo del océano se hunde más y más en el manto, y una vez que alcanza una profundidad de unos 2.000 kilómetros, empuja a un lado las gotas calientes.

Un aspecto clave de nuestros modelos es que, aunque las gotas cambian de posición y forma con el tiempo, aún se ajustan al patrón de las erupciones volcánicas y de kimberlita registradas en la superficie de la Tierra. Este patrón fue anteriormente un argumento clave para las manchas como "anclas" inmóviles.

Sorprendentemente, nuestros modelos revelan que la mancha africana se reunió hace tan solo 60 millones de años, en marcado contraste con las sugerencias anteriores, la mancha podría haber existido aproximadamente en su forma actual durante casi diez veces más .

Preguntas restantes sobre los blobs

¿Cómo se originaron las manchas? ¿De qué están hechos exactamente? Todavía no lo sabemos.

Las manchas pueden ser más densas que el manto que las rodea y, como tales, podrían consistir en material separado del resto del manto al principio de la historia de la Tierra . Esto podría explicar por qué la composición mineral de la Tierra es diferente de la esperada a partir de modelos basados ​​en la composición de meteoritos.

Alternativamente, la densidad de las manchas podría explicarse por la acumulación de material oceánico denso de losas de roca empujadas hacia abajo por el movimiento de las placas tectónicas.

Independientemente, nuestro trabajo muestra que es más probable que las losas que se hunden transporten fragmentos de continentes a la mancha africana que a la mancha del Pacífico. Curiosamente, este resultado es consistente con un trabajo reciente que sugiere que la fuente de las plumas del manto que se elevan desde la mancha africana contiene material continental, mientras que las plumas que se elevan desde la mancha del Pacífico no lo contienen.

Seguimiento de las gotas para encontrar minerales y diamantes

Si bien nuestro trabajo aborda cuestiones fundamentales sobre la evolución de nuestro planeta, también tiene aplicaciones prácticas.

Nuestros modelos proporcionan un marco para identificar con mayor precisión la ubicación de los minerales asociados con el afloramiento del manto. Esto incluye diamantes traídos a la superficie por kimberlitas que parecen estar asociadas con las manchas.

Los depósitos de sulfuro magmático, que son la principal reserva mundial de níquel, también están asociados con las plumas del manto. Al ayudar a identificar minerales como el níquel (un ingrediente esencial de las baterías de iones de litio y otras tecnologías de energía renovable), nuestros modelos pueden contribuir a la transición hacia una economía de bajas emisiones.

Link a la publicación original: 

SingularityHub









jueves, 24 de marzo de 2022

Cristina tiene razón



El acuerdo con el FMI no soluciona ningún problema grave del país. Sólo envía al futuro el mismo problema de hoy. Y los llevará a perder las próximas elecciones.

Frente a esa opción, no dice cuál es su propuesta, simplemente porque no la tiene. Sabe -ya que tonta no es- que la única forma de que ese acuerdo sirviera para cambiar el rumbo de decadencia sería marchando hacia una economía que libere las fuerzas productivas y ella jamás aceptaría eso. Y no es sólo la racionalidad fiscal -que es muy importante-: es un cambio total en el rumbo y alineamiento económico del país.

Un pequeño ejercicio: imaginemos que quisiéramos cubrir con colocaciones de deuda en el mercado la totalidad de la deuda pública argentina, hoy alrededor de los 400.000 millones de dólares (más que un PBI). Una tasa de riesgo país de 1900 puntos significa una carga de intereses anuales -nada más que intereses- de 72.000 millones de dólares (19 %). Es una cifra escalofriante, por encima de cualquier posibilidad de cobertura con nuestra economía que, aún andando bien, genera excedentes en el comercio exterior que difícilmente superen los 15.000 millones de dólares. Sería la forma de “liberarnos de la tiranía del FMI”...

¿Entonces? ¿debemos declarar un default e irnos del FMI? ¿Renunciar a integrar el mundo por querer inventar la pólvora, negando las leyes de la economía y pretendiendo establecer trasnochadas reglas de juego “al  uso nostro”, que no siguen ni siquiera los países más recelosos hacia el mundo occidental, como Rusia, China o los países árabes?

Imaginemos otra situación: esa misma deuda, con un riesgo-país que hubiera alcanzado el nivel de la región, que oscila en 200 puntos -o sea, 2 % anual de tasa de interés- (Uruguay, Chile, Brasil, Paraguay, Bolivia, oscilan en ese rango). Esa tasa nos permitiría reducir nuestra carga de intereses en el mercado, por toda la deuda, a 8.000 millones de dólares al año. Con el superávit comercial normal nos alcanzaría y nos quedarían 7.000 millones de dólares por año, sea para comenzar a pagar capital o -como sería más útil- para volcar al desarrollo nacional.

Ya en la administración de Cambiemos pudimos alcanzar, para el 2017, una tasa de 450 puntos. Y luego rebotó hasta ubicarse entre 700 y 800, obligándonos a recurrir al FMI, cuya tasa de interés oscila en el 5 % anual. ¿Por qué rebotó? Pues por el enrarecimiento de la situación internacional y por la falta de unidad interna respaldando un camino homologable con el mundo. Nada “raro”: es el comportamiento de todos, no sólo de la región. EEUU y Japón, Gran Bretaña y China, Rusia y los países árabes, todos saben que “con eso no se juega”. Salvo por acá, donde razonando “modelo siglo XX” se piensa que sí se puede jugar con fuego. Inmediatamente de las PASO de 2019 todo se agravó: el riesgo-país saltó a 1600 puntos, y no precisamente por Macri, sino por el resultado electoral.  Hoy roza los 1900 puntos.

¿Cómo podríamos reducir la tasa de riesgo-país? Pues, como hacen nuestros vecinos -y todos los que tienen gobiernos racionales-: generando confianza en el mundo acreedor de que no caeríamos en las locuras “nacionalistas” de mediados del siglo XX, negando la deuda,  declamando a los cuatro vientos que la propiedad  no tiene valor, anunciando a los acreedores que no cobrarán lo que nos presten y notificando a los posibles inversores que por el solo hecho de traer sus dólares para invertir en Argentina perderán el 50 % de su capital por la manipulación cambiaria que hace discrecionalmente el gobierno con los tipos de cambio. Y además, ignorando las reglas económicas que hoy el mundo acepta en forma unánime, hasta Corea del Norte o Cuba.

Cristina tiene razón. El arreglo con el FMI sólo le quita presión al país en la coyuntura. No arregla nada de fondo. Lo que calla es que con su receta tácita (default con el FMI e inmediatamente default con todo el resto del mundo) la situación no sólo no mejoraría: empeoraría hasta el borde de la propia existencia nacional, habida cuenta de los nuevos actores -narcotráfico, delito violento, imbricación con actores internacionales violadores sistemáticos de los derechos humanos y la democracia, etc.- que tensan la convivencia al límite abriendo caminos insospechados.

No hay salida para la Argentina en este camino. Sí la habría con un cambio de rumbo.

Para ese cambio inexorablemente necesitaríamos un acuerdo gigantesco del país sensato, en el que no deberían caber los profetas del dedito levantado, que la política -y la sociedad- deben aislar y encapsular sin vasos comunicantes con la administración. Un acuerdo que logre el 60 o 70 % de respaldo ciudadano y de sus representantes, removiendo cualquier duda sobre nuestra responsabilidad política nacional, pero que excluya cuidadosamente a quienes conspiran contra el relanzamiento argentino con su sabotaje permanente.

 Un acuerdo cuyo resultado será recuperar la confianza perdida hace varios años, que habíamos comenzado a recuperar hasta la debacle del 2018, cuando desde la propia coalición de gobierno de entonces comenzó a cuestionarse y ponerse en duda la corrección del rumbo tomado, por resabios populistas pero también por no tener en claro las demandas que un proceso virtuoso exige a cualquier país que desee crecer y que llegó al paroxismo con el ataque al Congreso en ocasión de tratarse la reforma del sistema previsional.

No hay ningún país en el mundo, ninguno, que haya crecido en el formato que impulsa el Frente de Todos-con crudeza- o el resto del populismo -con disimulo-. Repito: ninguno. Ni en su versión agónica del albertismo, ni en su versión trágica del Cristinismo.

Al revés, todos los que han crecido lo han hecho respetando las reglas de juego, convocando inversiones propias y extrañas, manteniendo con el crecimiento una permanente vocación inclusiva compatible con la dignidad humana pero, a la vez, evitando cuidadosamente la paranoia de ocultar ante la sociedad el objetivo de las medidas que se tomen y expresen con claridad tanto el rumbo como las metas de la gestión económica y política del país.

Tal vez el caso extremo es Japón: debe dos veces y media su PBI y a pesar de eso su tasa de riesgo-país es de sólo 34 puntos. O sea, 0,34 % de interés anual por encima de la tasa americana. Japón, con una deuda de Once billones de dólares, tiene una cuenta de intereses con el mercado de la mitad de la que pagaría en el mercado la Argentina por una deuda veinte veces inferior. Y obviamente, no necesita del apoyo del FMI. ¿Su secreto? Nunca hizo un default, nunca cuestionó pagar lo que pidió prestado y nunca culpó de su deuda a sus acreedores.

Hoy el gobierno, en sus dos versiones -la agónica y la trágica- no ofrece estas alternativas. La oposición, aún, tampoco ha podido generar las bases para un nuevo rumbo evitando cuidadosamente los vínculos con el populismo irracional: por el contrario, varios en su seno siguen predicando la engañosa fórmula de la “unidad con todos”, que conduce a la impotencia.

Cristina tiene razón. El acuerdo con el FMI no soluciona nada. Pero hay algo mucho peor: un acercamiento de la oposición al populismo agónico confundirá aún más a una sociedad golpeada y ansiosa de una alternativa lúcida. Su resultado se ve en la fuga de compatriotas, la más grande de nuestra historia, desilusionados y temerosos hasta de perder no sólo su país, sino su propia vida.