martes, 27 de septiembre de 2022

PUTIN Y EL LIMITE DE LA AMENAZA NUCLEAR

En un discurso televisado el 22 de setiembre, Putin amenaza con usar armas nucleares

¿Cuál es el límite del chantaje nuclear? ¿Existe alguno? ¿O ya debemos asumir que quien tiene una bomba nuclear y amenaza a usarla si no se aceptan sus berrinches será dueño total de conductas, libertades, vidas y muertes de todos los seres humanos sobre la tierra?

Pareciera que éste es el gran interrogante de esta guerra vergonzosa, indignante, criminal.

Las ayudas a Ucrania llegan... desde lejos. Y el temor de los países -y no digo los gobiernos, digo claramente los países, los ciudadanos, los pueblos- que son sus vecinos y amigos, especialmente en Europa, parecen aconsejar una prudente distancia del conflicto, ante la atemorizante amenaza de los criminales de guerra.

Sin embargo, esta guerra deberá hacernos asumir, a todos, que hemos entrado nuevamente en un período negro de la historia que llevará al límite la propia existencia humana. Rusia -dicen los realistas, con razón- está dispuesta a todo, aún a usar armas nucleares, si considera que existe un riesgo para su seguridad. Este riesgo lo define como un ataque a su propio territorio.

En una actitud plena de cinismo ha fraguado consultas populares amañadas en un territorio que ocupó militarmente y que desea incorporar, a fin de que pueda considerarse un ataque a su país la defensa que el legítimo titular de esos territorios robados pueda hacer de ellos. En una actitud de matón de barrio, ha notificado al mundo que usará armas nucleares para hacerse de lo que unilateralmente considere que pueda ser peligroso para su seguridad. Lo ha declarado Mendevev, expresidente ruso y el propio Putin. En esa categoría coloca a la OTAN. Sin embargo, no existe ni un solo país al que la OTAN, alianza esencialmente defensiva, haya incorporado por la fuerza, ni siquiera amenazado o insinuado una amenaza en caso de no hacerlo, a ningún país. Y vista la actitud de Rusia, menos mal que la OTAN existe.

Por el contrario, ha sido Rusia, exclusivamente, la que ha decidido que su limítrofe Ucrania podría ser un riesgo para su existencia, a pesar de su compromiso, en 1994 por el Protocolo de Budapest, de garantizar la independencia y soberanía de Ucrania dentro de los límites que entonces tenía, que incluía no sólo a los territorios que ahora desea, sino la propia Crimea, que incorporó por la fuerza en 2014 robándosela a Ucrania, país cuyos límites y soberanía estaba comprometida formalmente a defender.

Les toca hoy a los ucranianos sufrir un martirologio que entrará en la historia. Pero es un anticipo de decisiones que tarde o temprano deberemos asumir todos. Si a Putin le sale bien su chantaje, no se detendrá aquí. Y el mundo deberá decidir si acepta en nombre del realismo que un chantaje nuclear debe aceptarse sin límites y, en todo caso, si un mundo así vale la pena ser vivido. Debe decidir, en síntesis, cuál es el límite del realismo aceptado y cuál es el riesgo que está dispuesto a asumir para vivir en un mundo digno de la condición humana.

Leí de un renombrado intelectual ucraniano que su país está cumpliendo el papel de las nuevas Termópilas. El sacrificio de Leónidas y sus 300 espartanos permitió ganar el tiempo necesario para que las ciudades griegas depusieran sus litigios y recelos y se unieran para enfrentar al invasor persa conducido por Jerjes. Era, para ellos, también una opción de subordinación o desaparición. Ha habido momentos en la historia que los pueblos han debido enfrentar esa opción.

Sin Termópilas no hubieran existido Salamina ni Platea y tal vez no hubiera existido el imperio romano ni occidente tal como lo conocemos. Sin Termópilas quizás el mundo estaría gobernado hoy por los Ayatollahs asesinos de mujeres y hablaríamos persa en todo el mundo. No hubiera existido la democracia clásica ni sus herederas. Ni el arte, los valores, el derecho, la justicia, ni mucho menos los derechos humanos ni la democracia. No existiría nuestra propia historia.

 Ese proceso se ha iniciado ya, con una actitud más unida y firme de Europa, que sin embargo no alcanza para detener la agresión inhumana del criminal de guerra. Y todo indica que si se da una duda o debilidad de Europa y el mundo democrático en general en el momento que pueden ayudar -nada más que enviando armas, aviones, tanques- la suerte de estos héroes ucranianos estaría echada.

El nuevo Jerjes se encuentra frente a la insólita novedad de que sus atacados le rememoran otro sitio feroz e inhumano: el de los nazis a Stalingrado, que él conoce bien como conocedor que es de la historia de Rusia. La otra novedad, correlativa, es que ahora el émulo de Hitler es él y los héroes que emulan la resistencia del pueblo ruso frente a la invasión nazi son los ucranianos. Zelenski, el Leónidas del siglo XXI, se está inmolando al frente de su pueblo, para que todos tengamos tiempo de organizarnos, armarnos para la defensa y superar nimiedades.

En nada nos consuela, sin embargo, esta convicción. La masacre se está desarrollando ahora, los héroes están muriendo ahora, la bestia está asesinando ahora. No ha respetado el derecho internacional, ni los principios de las Naciones Unidas a los que se obligó con su firma, ni siquiera los principios elementales de moralidad humana. Es ahora que el mundo democrático no puede ni debe ceder, por encima de las filigranas filosóficas. Enfrente no existe un razonamiento compartido, como no lo existía con Hitler y como no lo existe en los países en los que el populismo utiliza la mendacidad en las conversaciones y los acuerdos, aún en el plano de las políticas internas. Así como Hitler fue mendaz en Múnich. Así como lo ha sido Rusia con su compromiso de garantizar la independencia y seguridad de Ucrania en los protocolos de Budapest de 1994. Así como lo son el comandante Ortega, Maduro, los Castro y otros latinoamericanos que bien conocemos.

Mentir y matar, esa es la consigna. Combatientes o no, hombres y mujeres, viejos y niños. Mentir con hipocresía. Matar a distancia, para no correr riesgos. Misiles, bombardeos aéreos, bombas racimo y hasta bombas termobáricas, ese nuevo artefacto infernal que disuelve los cuerpos en un radio de un kilómetro. Si nada de eso conmueve a los vecinos ni a los congéneres, si triunfan el miedo, la hipocresía y el cinismo, sería -obviamente- el fin de Ucrania, pero también el fin del mundo con libertad. Sin perjuicio de tener abiertas siempre las puertas de la diplomacia no pueden dejarlo triunfar ni retroceder ante el chantaje.

Terrible momento, que pone a prueba valores, racionalidad y sentimientos de la humanidad entera.

Ricardo Lafferriere

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