martes, 27 de mayo de 2008

Se agota el proyecto "K-K" ¿Se viene el peronismo?

Pero... ¿cómo? ¿Los Kirchner no son peronistas? Podría preguntarse cualquier argentino que todavía interpretara a la política como un contencioso eterno entre el peronismo y los “gorilas”. Curiosamente, tendría razón.

Tanta razón como la reflexión que titula esta nota. Porque, en realidad, los Kirchner son tan peronistas como lo fueron Perón y Gelbard, Isabel, López Rega y Celestino Rodrigo, Duhalde y Ruckauf, como lo son Barrionuevo, Moyano, Balestrini o Scioli.

Ciertamente hay también peronistas democráticos y republicanos, del “último Perón”, raras avis que existen, pero que son cuidadosamente evitados por el reagrupamiento ortodoxo. Para el sectarismo oficial “no son confiables” hombres como Reutemann, Schiaretti, Rodríguez Saá y el propio de la Sota, que acaba de denunciar prácticas “stalinistas” en la conducción organizada por Kirchner.

El ex presidente ha decidido, por fin, mostrarse sin disimulo y sacar a relucir lo más sectario del discurso populista: la división del país entre “la Unión Democrática” y el presunto modelo “nacional y popular”. La novedad, en este caso, es que se omitió el agregado del “progresismo” y apareció, sin cobertura alguna, el más ortodoxo de los mensajes.

Semanas atrás, en ocasión de oficializarse la “lista única” –otro signo del peronismo ortodoxo- para la renovación de autoridades del Justicialismo, obviando cualquier competencia democrática interna, expresaba que de ahora en adelante no habría más excusas. Han reducido a la “izquierda entrista” a espacios marginales confinando sus berrinches infantiles en la política exterior –que no se nota tanto dentro del país, aunque nos haya convertido en el hazmerreír de la región y del mundo-, y han ocupado con el populismo autoritario todos los espacios reales de poder, desde el descarnado manejo de los recursos públicos confiscados a los ciudadanos que trabajan, hasta el refuerzo del clientelismo más aberrante adornado con grupos de choque estilo “camisas negras”, con dirigencias parasitarias que no hacen precisamente gala de una historia de trabajo. Desde el Congreso monocolor, hasta una justicia atemorizada y una prensa amenazada.

El proyecto “K-K”, entendido como la confluencia de la izquierda entrista en el “movimiento popular”, se agotó como modelo de gobierno. Su descomposición muestra quién es quién y cuánto había de cada componente. Y avanza ahora lo peor del peronismo, el más alejado de la tolerancia y el diálogo, el de la patota y la soberbia, el del gremialismo corrupto, la dirigencia ladrona, el puño crispado y el tono de combate.

Nadie puede saber –porque el vaciamiento del Congreso es total, otro signo del peronismo autoritario- hacia dónde decidirán orientar al país. Puede ser hacia otro “rodrigazo”. O puede ser hacia otra “devaluación pesificadora”, que acelere el vórtice hacia un nuevo derrumbe. Están exaltados, han perdido toda noción de cordura y cualquiera puede ser el rumbo. Hasta la violencia. Ese es el mensaje de la conducción peronista encabezada por Kirchner referido al conflicto del campo.

Están lejos de la Argentina democrática y republicana.
Lejos del campo, de la producción y de los ciudadanos conscientes.
Lejos de los emprendedores y exportadores.
Lejos de la inteligencia, el arte y la cultura.
Lejos de los docentes e investigadores.
Lejos de los trabajadores que se esfuerzan en capacitarse para mejorar su ingreso.
Lejos de los argentinos que, en todos los sectores sociales, luchan por una vida mejor.
Desde los empresarios con vocación de riesgo hasta los chacareros. Desde los cartoneros que prefieren recoger basura antes que humillarse ante un “plan social” clientelizado, hasta los jóvenes que quieren pensar solos, libremente, sin el alineamiento servil filofascista. Lejos de los intelectuales más lúcidos y reconocidos.
Lejos del mundo, que nos mira con curiosidad y recelo –hace dos años que no nos visita ningún líder importante, político o empresarial-.
Lejos, cada vez más lejos, de lo mejor del país.

El proyecto “K-K”, a pesar de sus aires de modernidad, nos está regresando en la historia al funesto enfrentamiento que comenzó en 1945, como coletazo de la Segunda Guerra. Y otra vez, se ubica mal.

Regresión de más de medio siglo. Eso es lo que intentan instalar, olvidando las promesas de campaña –hace apenas seis meses...- de una mejor calidad institucional, tolerancia, respeto a los próceres de todos, pluralismo, progreso, mirada al futuro. Y olvidando, también, el último mensaje de unidad nacional de su propio líder, que terminó su vida abrazándose con su “viejo adversario” y expulsando a los violentos del peronismo.

Quizás esta vez podamos elegir mejor y recomenzar nuestra historia para terminar con la decadencia. Reingresar en la modernidad de un mundo democrático, republicano, plural y transformador que está protagonizando un gigantesco proceso de cambio.

Como lo está haciendo Brasil, con un éxito que entusiasma. Y a la inversa que el camino de Venezuela, vendiendo petróleo cada vez más caro pero cada vez con mayor cantidad de pobres. O la isla-cárcel que en más de medio siglo de revolución, no ha logrado alcanzar el PBI por habitante de la época de la dictadura que derrocó.

Quizás no esté tan mal entonces que vuelva el peronismo cavernícola, para terminar de una vez por todas con la comedia. Y los argentinos podamos ver, también de una vez por todas, cómo termina la historia con todos ellos manteniendo bajo su exclusiva responsabilidad el timón hasta el final.

domingo, 25 de mayo de 2008

Un auténtico récord de Cristina

A la señora presidenta le gusta abrir caminos. “Por primera vez en la historia” tendremos un ”tren bala. “Es la primera vez en la historia que crecemos por seis años”. “Nunca en la historia se había hecho tanto por los derechos humanos”. “Jamás en la historia argentina un gobierno ha sido atacado tanto como éste”. De éstas y otras afirmaciones los argentinos no sólo hemos sido oyentes, sino inundados por la duda.
Es obvio que concedemos la primacía del “Tren Bala”. Es cierto que nunca se ha hecho, y es cierto que sólo a ella puede ocurrírsele que ese tren será el “acceso a la modernidad”, como expresó en su discurso al firmar la concesión con el país como está y con el transporte público como está. Por lo demás, está por verse si se hará.
Pero lo del crecimiento....La Argentina creció entre 1880 hasta 1930 en forma sostenida al punto de convertir un país desierto y atrasado en uno de los más prósperos de comienzos del siglo XX. Esa afirmación debe, entonces mediatizarse, mucho más si tenemos en cuenta que para contar aquel período el punto de inicio era virtualmente “la nada”, mientras que mantener el rebote desde el 2003 en adelante no implicaba mucho más que imprimir dinero, ya que el país tenía su infraestructura intacta y su equipamiento pleno. Al contrario: cuando fue necesario marcar un rumbo para dar el salto incremental hacia el desarrollo, su “proyecto” se quedó sin combustible. Y así estamos.
En cuanto a los ataques sufridos por gobiernos anteriores, bueno. Podemos nombrar a Yrigoyen, a quién derrocaron. O a Perón, que tuvo una muy fuerte oposición democrática, bastante mayor que la actual a su gobierno. O a Frondizi, a quién también lo derrocaron –al igual que a Illia, con la complicidad de muchos dirigentes del partido de la pareja gobernante-.
Oposición –y fuerte...- tuvo Isabel Perón –derrocada-, y luego Alfonsín (¿recuerda los 14 paros generales que le hizo su partido, haciendo causa común con el golpismo carapintada?); y de la Rúa, que debió enfrentar la herencia de endeudamiento y diabólica trampa cambiaria que –nuevamente- le hizo el anterior gobierno de su partido, ese conducido por quien su esposo, entonces Gobernador disciplinado, calificara de “el mejor presidente argentino, desde Magallanes en adelante”.
Lo de los derechos humanos es curioso. Al contrario de la afirmación de la señora presidenta, no es posible recordar un gobierno que haya hecho menos que éste por los derechos humanos. La pobreza ha llegado a niveles atroces en un momento de prosperidad económica inédita. La educación se ha derrumbado y su calidad está entre las peores del Continente. La cantidad de argentinos sin vivienda es la más alta de la historia. Los niños por debajo de la línea de pobreza supera el 50 % entre los menores de 10 años. Salvo que el gobierno kirchnerista –la señora, y el señor- crean que la pobreza extrema, la carencia de educación, la falta de vivienda y los niños desnutridos no son violaciones flagrantes a los derechos humanos, hablar de su respeto en estos tiempos deviene en una ironía trágica. O diabólica.
Sin embargo, hay un récord que puede agregar a su historial, que le reconoceremos –hasta hoy- y que, si lo incorpora a su repertorio no habrá forma de cuestionar: no ha existido presidente democrático, en toda la historia argentina, que haya provocado y conseguido un acto público en su contra más grande que el realizado en Rosario, el 25 de mayo. Ni Yrigoyen, ni Perón, ni Frondizi, ni Illia, ni Isabel, ni Alfonsín, ni de la Rúa.
Ha sido un verdadero récord, jamás visto antes, que quizás sirva para hacerla reflexionar.

Ricardo Lafferriere
www.ricardolafferriere.com.ar

domingo, 18 de mayo de 2008

Cristina se sacó el gusto

Cumbre de Lima
Cristina se sacó el gusto

“Tensa polémica entre Cristina y la Unión Europea”, tituló La Nación al informar sobre el discurso de la presidenta Kirchner en Lima reclamando a voz alzada contra el proteccionismo europeo en el comercio agropecuario.
Claro. En el país ya no puede impostar la voz, levantar su dedito admonitorio y recitar sus consignas de memoria. Pero llevó su gesto a Lima, donde los Jefes de Estado y de Gobierno de Europa y América Latina fueron de pronto transportados en el túnel del tiempo... y no precisamente hacia el futuro.
CK, seguramente, debe haberse sentido una heroína de la Independencia, refregado en la cara a los imperios coloniales la vocación libérrima de estos pueblos. Olvidó, sin embargo, que en estas épocas de ciudadanos conscientes y posmodernidad globalizada lo que interesa es solucionar los problemas, no amplificarlos.
El mundo es cada vez más uno solo, integrado pero complicado, y el desafío para las gestiones públicas es contar con la frescura intelectual y la claridad de miras necesarias para ofrecer a los ciudadanos respuestas tranquilizadoras, eficaces y respetuosas. Mente abierta, respeto a los demás, capacidad de escuchar y entender.
El camino que adoptó Cristina Kirchner lo conocemos. Es el que nos ha llevado, por un lado a nosotros, latinoamericanos, a “sacarnos el gusto” de “decirles las cosas en la cara”, y por el otro a ellos, los países desarrollados, a ignorar el reclamo manteniendo el “statu quo” favoreciéndose del proteccionismo que le significa una ventaja adicional de entre cincuenta y cien mil millones de dólares al año. No ha descubierto la pólvora. La publicitada fotografía que su equipo de prensa distribuyó en Argentina, que la muestra reunida con el presidente del gobieno español mientras Zapatero estalla en una estentórea carcajada es la respuesta gráfica a su discurso y su dedito.
Más allá de los problemas, –por los que han reclamado Alfonsín, Menem, de la Rúa y Duhalde, e incluso antes de la democracia-, lo realmente importante no es reiterarlos una vez más en tono de combate, sino encontrar con inteligencia la estrategia para solucionarlos. Mirarlos con las anteojeras desenfocadas de los años setenta simplemente los congela, prolongando sus negativos efectos en el tiempo, y no toma en cuenta el cambio acelerado de la matriz económica global que incluye nuevos mercados –inmensos- para los alimentos, y nuevos desafíos. Lo que necesitamos en la Argentina urgentemente no es tanto que los europeos nos dejen entrar en sus fronteras, sino que el gobierno kirchnerista nos deje salir de las nuestras, levantando las esotéricas prohibiciones a la exportación que impiden a nuestros exportadores cumplir con sus compromisos y disputar esos promisorios nuevos mercados.
Esto es lo que le reclama la opinión pública argentina a CK en el conflicto con el campo, en el que su esclerosis ideológica –o su capricho- ha prolongando por meses un diferendo que ha provocado la caída de las reservas internacionales, la suba de la tasa de interés, la reducción de la producción agropecuaria –que en Lima reclamaba a los otros aumentar, para combatir el hambre...-, desatado una creciente tensión social y desalentado a los empresarios del campo a los que amenaza con sus hordas mercenarias filofascistas convirtiendo un problema sectorial en una conmoción generalizada de la convivencia argentina.
Es una incapacidad de gobierno que va, incluso, contra ella misma, que en apenas cuatro meses ha visto reducir su apoyo a un nivel inferior al que tenía el gobierno de Fernando de la Rúa a un año de gobierno (25 %). Dicho sea de paso, gobierno que no disfrutaba de la Soja a quinientos dólares la tonelada, ni del petróleo a ciento veinte, sino que debía enfrentar, con precios internacionales misérrimos, la deuda descomunal que le dejó el gobierno del partido cuya posta acaba de tomar el marido de la señora presidenta, en un raquítico acto que ella –no ha explicado aún en qué carácter, porque no se ve su nombre entre sus nuevas autoridades- cerró con un discurso apenas escuchado, rodeado de violencia desatada entre sus huestes.
“Necesitamos su tecnología para integrar nuestro proceso productivo de alimentos” les dijo a los europeos. Sin embargo, en su país confisca la riqueza con la que el sector de alimentos puede incorporar tecnología –que aquí se produce, y de la mejor del mundo, sin necesidad de mendigarla en ningún foro de presidentes-, para repartirla entre sus patotas mercenarias, su construcción clientelista, su cortedad de visión.
La imagen de CK dando lecciones de comercio libre a los países europeos sería potente, si los medios no hubieran internacionalizado la imagen de su Secretario de Comercio fijando precios pistola en mano, apropiándose impúdicamente de una cosecha para la que no hizo ningún esfuerzo, o prohibiendo exportar carne a productores que se encuentran entre los más eficientes del mundo.
Quizás piense la señora presidenta que con su discurso lideró la batalla del Mercosur -que le toca presidir por unos meses- y disfrute soñando con su imagen combativa acompañando a Bolívar en la iconografía continental del futuro junto a su cofrade venezolano, que a pocos días de apostrofar a Angela Merkel con el epíteto de “sucesora de Hitler” y mostrando el escaso valor que le da a sus propias palabras, le tendió su mano ante la condescendiente sonrisa de la líder germana, que cualquier cosa hará en el futuro menos tomarlos en serio, o dejar de considerar a los “bolivarianos” y sus amigos sureños poco más que como divertidas curiosidades étnicas.
Mientras tanto, el Brasil avanza con Estados Unidos en su alianza estratégica para la producción de biocombustibles, consigue el grado de inversión que le permitirá acceder a créditos virtualmente sin “riesgo país”, acumula reservas en divisas en un monto que supera su deuda externa, alcanza récord en la exportación de soja, de carnes bovinas y porcinas, coloca su PBI entre los más altos del planeta, recibe la mayor inversión externa de su historia y trabaja en silencio para su incorporación a la “alta gerencia” del mundo para la que ya ha sido propuesto por Francia y Alemania. En la opción “ruidos” o “nueces”, está claro cuál es la opción estratégica de Lula, y cual la “K-K”.
Y está claro también –lamentablemente para nosotros- el camino que está recorriendo la República Argentina.

miércoles, 14 de mayo de 2008

Señora presidenta, ¿y el rigor intelectual?

Semanas atrás, en un juicio que mereció un artículo de opinión en este medio, reclamaba usted a los periodistas “mayor rigor” en sus notas y a los economistas lo mismo en sus análisis. Se desprendía de su reclamo –y de su mención a la llegada de la modernidad, que repitió al anunciar la licitación del tren “bala”- su adhesión a los valores del conocimiento científico, pilar fundamental junto a la confianza en el razonamiento, del ideario filosófico moderno.

Si este conocimiento ha sido importante para que la humanidad dé el gran salto adelante producido en los siglos XIX y XX, también lo ha sido para apoyar en él decisiones de gobierno, al menos en los límites en que lo permiten las ciencias sociales, cuya exactitud contiene el ingrediente aleatorio en mayor medida que las otrora calificadas como “ciencias duras”.

En realidad, ambas incluyen hoy la incertidumbre como ingrediente. “Las cosas”, como diría el maestro Sebrelli, han comenzado a fluctuar desde las sólidas convicciones de otrora, dejando una sensación de incomodidad en quienes conocieron las certidumbres absolutas, hoy convertidas por quienes las mantienen simplemente en convicciones cercanas a lo religioso. El reclamo del rigor conlleva hoy siempre el presupuesto de esa duda básica e intrínseca sobre la realidad, más esquiva que en los buenos tiempos del positivismo y la modernidad temprana.

La modernidad llegó a la historia de la mano de la democracia. Incorporó la razón a lo actos de gobierno (que deben ser “fundados” para ser válidos, ¿recuerda las lecciones de Derecho Político, cuando estudiaba Derecho?) y desplazó a los actos arbitrarios propios del feudalismo, la monarquía y el “antiguo Régimen” dinástico y monástico.

Las herramientas de la razón incorporaron el rigor que usted reclama para aplicar al análisis de los fenómenos más conocidos y racionalizados, entre los cuales la vida económica cuenta con fundamentos aceptados, desde Locke en adelante, incluyendo en esta serie a Carlos Marx, por la inmensa mayoría de los seres humanos.

Fundamentos y reglas, señora, con las que funciona más del 90 % de la población del mundo en una extensión –como lo hemos repetido en esta columna- que van desde China hasta Brasil, desde Canadá hasta Chile, desde Estados Unidos hasta Rusia, desde la India hasta Suecia. La base de toda esta construcción es el reconocimiento y sistematización de los hechos como cimientos de cualquier elaboración abstracta.

Sobre los hechos –sin negar ninguno, sin sesgar los resultados, sin preconceptos religiosos o mágicos- se pueden construir teorías. Negándolos, todo se vuelve un cuento –de hadas o de demonios- pero incierto o ilusorio.

Un hecho, señora, es que los precios están subiendo de manera generalizada. Lo puede observar en el dato –positivo- de la recaudación tributaria, reflejo de una actividad económica que no ha crecido, ni siquiera en las visiones más optimistas de sus economistas, en un 50 %. Ese dato bueno contiene el malo: recauda más, porque el dinero que recoge vale menos. Y vale menos, porque su gobierno está inundando de ese dinero –que, en sí, no es más que papel impreso- una economía que no refleja ese crecimiento.

Según sus expresiones, “no hay inflación, porque nuestra macroeconomía no la contempla”. Si eso usted cree, bueno, estamos en problemas: los hechos indican que los precios han subido de manera generalizada. Si prefiere creerle a su convicción antes que a los datos de la realidad, esa preferencia no tiene cabida ni en la ciencia, ni en la razón y se acerca más bien a una actitud religiosa, o simplemente caprichosa.

Significaría que su reclamo de modernidad habría retrocedido al pensamiento mágico, y que está usted más cerca de la visión precolombina de Evo Morales, que de sus admirados Hegel y Kelsen. Ni hablar de las herramientas actuales de la ciencia económica en el mundo global.

Pero no se quedó allí: también ha expresado que el alza de los precios –en esta frase sí admite que la hay...- se debe a que los empresarios se apropian del ingreso aprovechando su capacidad de fijarlos. Y que si no fueran los empresarios, habría que buscar los responsables en el Arcángel Gabriel o en su administración.

Como su administración no habría dado motivos –por su “macroeconomía”...- y el Arcángel Gabriel no tendría entre sus facultades bíblicas fijar precios en alza –sino traer las buenas nuevas, como la Anunciación a la Vírgen-, se deduce que los malvados hombres de empresa serían los únicos responsables de tan diabólico plan.

Sin embargo, nuevamente es la ciencia económica la que nos dice cómo se forman los precios: la capacidad de demanda de la población –que se expresa en la cantidad de dinero a su disposición- se “balancea” con la oferta de bienes y servicios disponibles, y de esa relación resultan los precios.

Si la cantidad de bienes y servicios es la misma, pero se inyecta más dinero en la economía, los precios de referencia suben –porque, en realidad, es el dinero que vale menos, al sobreabundar-. Y si no lo hacen porque su Secretario de Comercio los congela “arma en mano”, los bienes baratos se agotan y sobra dinero –que se destinará a comprar divisas, en una economía fuertemente desconfiada, como la Argentina de estos tiempos de su administración-. Comenzarán a faltar bienes, nuestro conocido “desabastecimiento”.

Recuerde que en la década de los años 90, en el anterior gobierno de su partido, los precios sufrieron deflación, con estos mismos empresarios y este mismo Arcángel. Y eso aunque, en términos de su visión mágica del mundo, los monopolios habrían estado más libres que ahora para fijar los precios, porque manejaba el país el odiado “neoliberalismo”... El “desabastecimiento” que viene, en consecuencia, no será provocado por los empresarios, ni por el Arcángel Gabriel, sino, señora, por su política económica “premoderna”.

Y lo mismo ocurre con la inflación, también provocada por su gobierno, más que por decisiones de los empresarios o del Arcángel Gabriel, al aumentar el gasto público en un 50 % de un año a otro –circunstancia en la que no tienen arte ni parte ni el Cielo ni los hombres de empresa-. Ese aumento es un dato científico –“moderno”- que puede usted verificar sencillamente preguntándoselo a su Secretario de Hacienda. Llanamente. Por ejemplo, así: “Secretario, ¿cómo ha evolucionado el nivel nominal de gasto público en el último año?”

Actuar negando los hechos la llevará –y lo que es peor, “nos” llevará- a situaciones peligrosas, que conocemos porque ya hemos sufrido. Usted también las conoce: no olvide –también lo dijo en su primer discurso de su campaña de Senadora en 2005- que fue luego de que una antecesora suya se empecinara en negar los hechos que se produjo el dramático golpe de estado de 1976, circunstancia que obligó a usted y su marido a emigrar al sur, a probar suerte (“y ganar dinero...” ) alejada del escenario del conflicto, que también había provocado el grupo político en el que usted militaba, al negar los hechos y ayudar con ello a desatar el baño de sangre que asoló al país en los años setenta.

Señora, siguiendo su reclamo: hay que ser rigurosos. Cuando se ocupa un lugar como el suyo, más que nadie y que nunca.

Los precios no suben por decisión de los empresarios, ni del Arcángel Gabriel. Suben porque la gestión económica de su marido y la suya propia inexorablemente conducen a ese resultado. Suben por los dislates de su Secretario de Comercio, que seguramente cree y hace lo que haría usted si estuviera en ese lugar, dinamitando cualquier tentación de inversión –y en consecuencia, de ampliar la oferta-.

Suben por la estrafalaria política de sostener el valor de una divisa extranjera como el dólar en lugar de defender el valor de nuestro peso. Suben por las caprichosas ocurrencias como el “tren bala”, que aumenta la deuda pública sin razón económica, social o productiva alguna, o los millonarios subsidios a empresarios amigos, con dinero que le sacan al sector de la producción y el trabajo, principalmente del campo al que se asfixia, impidiendo la reinversión y en consecuencia, limitando nuevamente la oferta. Eso dice la ciencia económica, en sus fundamentos que atraviesan todas las “visiones”, que pueden discrepar en los matices, pero que no se permiten negar los hechos.

Rigor intelectual, señora, es lo que nos gustaría escuchar en sus discursos. Los exabruptos de su marido, que todos creíamos que habían terminado con él, no pegan con su estilo. Y lo que es peor: nos llevan al abismo, como en 1976.

Con una diferencia: no podremos irnos todos a Santa Cruz, para tomar distancia y ganar dinero. Quizás esta vez ni siquiera lo puedan hacer ustedes.

domingo, 4 de mayo de 2008

Tiempo de inflexión

Los acontecimientos económicos que han concentrado la observación de analistas y de los ciudadanos, acaecidos en los últimos días; la incapacidad de reacción del gobierno; la insistencia en los dislates y el estrepitoso derrumbe de la imagen de la gestión kirchnerista en el exterior –reflejo de su deterioro interno-, están ubicando en este mes de mayo, lamentablemente, un punto de inflexión en el proceso político y económico argentino.
Detrás van quedando los lamentables retrocesos en el plano institucional, ya inocultables, como la desaparición del Congreso de cualquier debate serio sobre el rumbo nacional, el temor de una justicia sometida a la “Espada de Damocles” de la apertura de sumarios retorcidos en el Consejo de la Magistratura, el bastardeo de la lucha por los derechos humanos convertida en una mera consigna partidista y parcializada, la creciente presión para amordazar o limitar a la prensa, el sistemático ataque a la organicidad de los partidos políticos –incluso al peronismo- recurriendo a las más bajas artimañas de la corrupción ramplante, el alineamiento forzado de los gobiernos provinciales y municipales subordinados hasta en sus gastos más insignificantes a la discrecionalidad kirchnerista. Todo eso –y mucho más- ha mostrado hasta hoy la pérdida progresiva e inexorable de la República. Los hechos de estas semanas agravan la situación, porque el que se nos puede comenzar a escapar de las manos no es ya sólo la República, sino el propio país.
El desborde inflacionario es a la vez un resultado y una causa. Resultado de decisiones económicas que no serían homologables en ningún país serio del mundo: desde China a Estados Unidos, desde Rusia hasta Brasil, desde Canadá hasta Chile, desde la India hasta Suecia, todo el planeta funciona con reglas de juego fundamentales que, con pequeñas variantes internas, se apoyan en principios básicos de la ciencia económica que, por estos lares, se insiste en ideologizar o descalificar como si se tratara de genios descubriendo la pólvora.
El endeudamiento público creciente, la disposición autoritaria de la riqueza privada como si fuera patrimonio personal de los funcionarios, la aplicación de normas inexistentes confiando en el alineamiento automático de los jueces temerosos para declarar su vigencia, la confiscación de bienes a través de mecanismos inconstitucionales e ilegales, la aplicación de la prepotencia de patotas a las transacciones económicas privadas, el desconocimiento liso y llano de decisiones judiciales por parte del Estado, la incentivación de conflictos económicos por el simple capricho de un expresidente convertido en autócrata de facto, son todos condimentos que han comenzado a desatar una creciente falta de confianza en el funcionamiento de la economía y de la sociedad. Y han desatado la inflación, fenómeno que en nuestra historia está unido a los mayores dramas y a las rupturas institucionales conflictivas.
Pero también es una causa. Importantes publicaciones del mundo democrático desarrollado han hecho conocer en estos días su negativa evaluación de la administración kirchnerista, y los medios económicos nacionales y extranjeros han destacado el creciente retiro de inversiones de nuestro país, traducido en el derrumbe de la cotización de los bonos del Estado –ya a un precio inferior a los títulos “defaulteados” que no ingresaron al canje- y a la venta de acciones de empresas argentinas, a liquidar en la plaza de Nueva York, para no tener riesgo alguno originado en los caprichos del poder. Resultado de la acción kirchnerista, y causa de nuevas decisiones que profundizan el aislamiento, la inflación además aleja crecientemente al sistema político de los ciudadanos, que se sienten cada día más esquilmados y desprotegidos.
La actitud de la administracion kirchnerista frente a estos hechos es sorprendente, rayana en el autismo, la soberbia y la irresponsabilidad. La repetición en tono de consigna de que el país cuenta con más de Cincuenta mil millones de dólares de reservas, que parece servir de argumento para cualquier advertencia, puede evaporarse en pocos días, como lo hicieron las divisas que respaldaban el valor del peso durante la convertibilidad: una corrida es difícilmente soportable por ninguna economía, y mucho menos si es acompañada de una desconfianza creciente en la capacidad del gobierno para definir decisiones correctas. Tal es el caso del gobierno de Cristina Kirchner, que parece haber delegado en un ex funcionario sin competencia constitucional ni legal alguna, su marido ex presidente, importantes decisiones de gobierno que obstaculizan cerrilmente la propia marcha de la administración. Las trabas a un acuerdo con el campo, apostando al agravamiento de la protesta en lugar de actuar como cualquier gobierno en cualquier lugar del mundo, buscando resolver los problemas, demuestra no sólo el rumbo perdido, sino una actitud de desprecio hacia la opinión pública, hacia los ciudadanos que expresan su reclamo, hacia las instituciones del país, hacia los funcionarios que buscan desesperados hendijas de esperanza y, por último, ante su propia esposa presidenta.
Mientras tanto, siguen los dislates, con sabor a corrupción. Los diarios de ayer, por ejemplo, han anoticiado que el proyecto faraónico estrella de la administración “K-K”, el renombrado “tren bala” –que cuando comenzó como idea no iba a comprometer fondos públicos, que luego pasó a tener sólo la garantía del Estado, y que por último se transformó en un proyecto que se realizará en su totalidad con fondos públicos que comenzarán a entregarse de inmediato en forma de bonos de nueva deuda-, no sólo fue adjudicado violando elementales normas de competencia, transparencia y correcta gestión, sino que además será el primer tren bala del mundo que tendrá... ¡un solo carril! Y para culminar la cadena de despropósitos, la humillación más vergonzosa de contratarse, a cargo del propio Estado argentino, un “seguro de default” que cubra el posible incumplimiento de esa deuda. Como gusta decir a la primera magistrada... “por primera vez en la historia”. Ni el empréstito de la Baring Brothers llegó a semejante degradación de la dignidad nacional.
Cuatro mil millones de dólares de incremento en la deuda pública, destinados a una obra que está llena de interrogantes e incertidumbres, mientras el riesgo-país se coloca en el tope de los países de la región y mientras, a la vez, el Brasil consigue, por la impecable y persistente política económica que comenzara Fernando Henrique Cardoso y continuara Luis Alberto “Lula” da Silva, el codiciado “grado de inversión”, vale decir, ingresar en el reducido club de países del mundo respetados por la seriedad de su administración y la confiabilidad de su gestión económica al que se le puede prestar dinero y donde se puede invertir con tranquilidad porque respeta las reglas básicas del estado de derecho y de la economía.
En tanto, por acá se sigue kirchnerizando empresas mediante el mafioso y conocido procedimiento seguido en el caso de YPF de acorralar a sus dueños con conflictos gremiales prefabricados y regulaciones caprichosas. Nuevos empresarios “amigos”, que pasarán a integrar la lista de futuros investigados para cuando esta pesadilla termine, serán los beneficiados y testaferros de la nueva operación: Aerolíneas, ante la inexplicable complicidad –en ambos casos- de la administración española, sólo explicable en la decisión de liquidar activos en el país y tomar distancia de una economía que se sigue cerrando sobre sí misma al ritmo de un vórtice.
Hasta ahora, se nos ha estado escapando la República y lo sufríamos quienes tenemos vocación republicana y democrática. Ahora, con la inflexión de estos días, corremos el riesgo de que, además, el que se desborde sea el país. Los argentinos sabemos, por experiencia (1976, 1989, 2001...) lo que ello puede terminar significando.
Y nadie –incluidos Cristina y Néstor- podrá escapar a sus consecuencias.

Ricardo Lafferriere

jueves, 1 de mayo de 2008

Señor Kirchner, a usted no lo votó nadie

“Ganamos con el 45 % y le sacamos una ventaja del 23 % al que nos seguía”, dicen los diarios que gritó usted, desaforado, en Mendoza, mostrando sin pudor alguno, una vez más, su estado rayano en la insanía. De este “triunfo”, aparentemente, deduce usted que tiene derecho al país, como señor feudal que lo compra al Rey, con las personas que están adentro.
Sin embargo, olvida un detalle: a usted no lo votó nadie. Recuerde que puso a su esposa, porque todos los datos de sus encuestadores le mostraban el desgaste inexorable a que estaba sometida su imagen como consecuencia de los dislates de su gobierno. Y recuerde que cuando a usted le había tocado, a pesar del apoyo del entonces presidente Duhalde, apenas llegó al 22 % del electorado argentino.
En todo caso, aún concediendo legitimidad al sospechado proceso electoral de octubre, fue su esposa la votada por los argentinos, y además, con un discurso que está en las antípodas de sus arranques de Nerón criollo. La gente votó –lo recordamos- a quien hablaba de la unidad nacional, de los grandes próceres de todos los partidos, del trabajo y la tolerancia, de la construcción del país del futuro....
Eso no tiene nada que ver con su discurso, Kirchner. Aunque pretenda asumir el papel del López Rega del siglo XXI, los argentinos hemos madurado mucho como para respetar a quien nos hable a los gritos, como si fuéramos soldados de un cuartel –donde, bueno es recordarlo, ya no existen ni siquiera “colimbas”, sino profesionales ciudadanos, que han elegido ese trabajo como cualquier otro y donde ya no es posible gritarles, ni siquiera a ellos-. Y cuesta creer que usted piense que su esposa es Isabel. Recuerde que la presidenta es ella, y usted sólo un ciudadano más. Si no lo entiende, será identificado cada vez más con López Rega.
Si pierde los estribos porque a ella no le va bien, pues vaya a un sicólogo. No entorpezca la gestión –que bastante trabajoso lo tiene- que le ha dejado a su mujer, como una brasa ardiente, con todos los frentes que caprichosamente se le ocurrió abrir sin importarle las consecuencias. Es ella –pero más que ella el país, que es lo importante- el que debe sufrir el aislamiento internacional convertido en el hazmerreir del mundo, la crispación interna, el crecimiento de la droga, la violencia cotidiana, volver al borde del abismo, la falta de energía, el deterioro terminal de la infraestructura de transporte, los muertos en las rutas, la desaparición de la seguridad aérea, la inflación desatada, el crecimiento de la pobreza, la licuación institucional, la desaparición del parlamento, el temor en los jueces, la persecusión a la prensa libre, la negación de la oposición, el desmantelamiento de la defensa, la corrupción generalizada y ramplante inundando todas las áreas del Estado, la desaparición del federalismo, la clientelización de la política, la vuelta de lo peor delas mafias del conurbano... y podríamos seguir hasta el cansancio.
Ha asumido usted la presidencia del peronismo. Quizás ese partido haya cambiado mucho. Quizás. En otras épocas, y salvo al fundador Juan Perón, no le hubieran tolerado sus berrinches infantiles, ni el sabotaje permanente a la gestión de su mujer, ni mandar a sus matones a intimidar ciudadanos, o a incendiar campos...; mucho menos, a embarcarlo en un camino sin salida, empujando todos los días a una gestión con su sello partidario hacia un nuevo abismo, quizás mayor que el del 2001. Aunque es posible que haya logrado hacer con el propio peronismo lo que hizo con el país: destrozarlo apoyándose en lo peor del populismo y de la izquierda entrista y excluyendo a los que tienen una visión moderna y democrática del país, la política y el mundo.
A propósito del fuego en el Delta: ha insistido en su discurso de Mendoza con la letanía “no nos manden humo, no nos incendien los campos”, imputando los incendios a los productores. Sin embargo, debe seguramente conocer que mucho ha circulado en la red sobre su responsabilidad intelectual en los incendios. Como hombre de Entre Ríos, no puedo entender cómo puede ser que productores que tienen en las islas el ahorro de toda su vida, en hacienda que han traido a pasar el invierno, puedan incendiar los campos poniendo en riesgo fatal todo su capital, sin motivo productivo alguno. Y varias han sido las denuncias, que pocos se animan a publicar, de personas que han visto a extraños circulando por las islas horas antes del “estallido” de los focos de fuego.
Es curioso, además, su obsesión por culpar a esos productores, a los que les han quemado el campo, de incendiar ellos mismos sus propiedades (¿?). Lo dijo usted en la Matanza, y lo repitió en Mendoza. Es una obsesión que facilmente se articula con su desbordado ataque a los hombres de campo, haciéndose el dueño, por lo demás, del éxito de los esfuerzos productivos de estos años, como si el milagro de salir de la crisis hubiera sido provocado por “San K”, en lugar de ser una respuesta natural –y magnífica- de los productores argentinos a una excelente situación internacional, que generaron riqueza a pesar de su gobierno y no gracias a él.
Esa duda, Kirchner, inundó a todos los argentinos y renace cada vez que ocupa una tribuna. Es curioso que con la dimensión que tomaron los hechos, no haya ni un imputado serio y ninguna investigación sólida que lleve a detectar el origen. Un prestigioso diario nacional, por su parte, en su carta de editor del viernes 25 de abril, dejó trascender con valentía la sospecha que muchos tienen: la de un sabotaje. Esta hipótesis, obviamente, no puede originarse en las víctimas sino en un desborde irracional o descontrolado.En todo caso, debiera ser usted, frente a estas dudas, el más interesado en descubrir a los autores, en lugar de darlos por descontado. Quizás piense, como hizo en el caso de Patti, que es el sospechado el que tiene que demostrar su inocencia. Como los nazis.
Está desatando los peores fantasmas del pasado nacional: la violencia, el enfrentamiento, la intolerancia, la inflación, los grupos parapoliciales. Hacia allí conduce su discurso “irracional” (Elisa Carrió) y “descontrolado” (Gerardo Morales), alejado del reclamo de “escuchar a los demás” (Macri).
Hágale un favor al país. Recuerde, aunque sea por un momento, que a usted no lo votó nadie. Que la que debe gobernar es su esposa, a la que acaba de expulsarle del gobierno al único ministro que le dejaron elegir. Cállese la boca. Váyase a la patagonia, a seguir juntando plata con carretillas en sus prósperos negocios inmobiliarios comprando tierras por centavos ayudado por intendentes amigos. O retírese a la vida privada construyendo su fortuna de nuevo magnate petrolero. Deje a los argentinos que trabajan seguir con su intento de reencauzar el país mirando al futuro, por el amplio parabrisas que enfoca hacia adelante, en lugar de conducir mirando por el pequeño espejito retrovisor.
Ya hizo suficiente daño. Dejenos tranquilos.


Ricardo Lafferriere