lunes, 25 de agosto de 2008

Hacia el reordenamiento político

Los movimientos en el escenario son densos. Se nota en el espacio oficial y también en el opositor. Se reacomodan los alineamientos y se imaginan nuevas alianzas en uno y otro lado. Sin embargo, pocos parecen advertir que el cambio mayor que está ocurriendo en la política argentina se encuentra en la conciencia de los ciudadanos.
¿Es una visión voluntarista? Más bien es una observación cauta, aunque desde la objetividad, sobre los temas que conforman la agenda de la vida cotidiana de los sectores más dinámicos, que se expresaron con claridad y masividad durante la “batalla del campo”.
Lo que se está produciendo en lo profundo de la visión de los argentinos sobre su política es un doble fenómeno: por una parte, una reivindicación del espacio ciudadano no delegado en la política, reorientando en forma copernicana una tendencia iniciada en 1930 cuya dirección había sido –con uno u otro signo y virtualmente en todos los procesos políticos incluyendo a los militares- hacia la justificación del creciente poder del Estado frente a los ciudadanos. La “línea demarcatoria” constitucional establecida en el capítulo I de la Carta Magna (“Declaraciones, derechos y garantías”) protegiendo los derechos de las personas no delegados en el Estado fue cediendo posiciones a favor de la política. Su justificación fue un presunto y fantasmagórico “interés general”, introducido de contrabando a partir del golpe de 1930, interpretado a su turno en forma diversa por quien ocupara el poder pero siempre limitando crecientemente los derechos ciudadanos, en la moda de la primera mitad del siglo XX en todo el mundo. Esta reivindicación alcanza a todos. Y por otra parte, un escrutinio más cercano sobre los movimientos “del escenario”, en el que se mueven los representantes políticos, gremiales, empresariales y de las diversas estructuras funcionales al proceso mencionado en primer término, que integró una red de complicidades con las crecientes potestades –y justificación ideológica- del Estado y la política.
En el primer campo, los ciudadanos comenzaron a dibujar nuevamente los límites. Como ocurre a menudo en los procesos políticos-sociales, el detonante fue fiscal (las “retenciones”). Pero ese detonante desató un proceso al que se sumaron masivamente casi todos. El voto de Cobos tuvo diferentes valores semióticos casi para cada argentino. Por supuesto, quienes estaban directamente involucrados en el conflicto lo entendieron como un apoyo a su lucha. Pero también expresó a ciudadanos indignados por la violencia verbal –y hasta física- con que comenzó a tratarse a opositores al gobierno, a otros también indignados por la soberbia con que eran considerados por los voceros oficiales, a otros indignados por la creciente inflación generada por las autoridades que les expropia día a día sus ingresos, a otros preocupados por el aislamiento argentino del mundo que importa y las dificultades que ello conlleva para numerosas actividades económicas, culturales y sociales en cuyas redes están inmersos con independencia del gobierno, etc. etc. La síntesis de todos estos valores podría englobarse en un reclamo: no se metan con mi vida. Sería quizás aventurado sostener que existe –como diría Marx- “conciencia para sí” en esta nueva actitud ciudadana, pero lo que es innegable es que reapareció la “conciencia en sí”, que venía en retroceso y que se instaló –afortunadamente- para dar un nuevo impulso hacia la modernidad política y económica contenida en el programa modernizador de 1853, cuyo rumbo fue abandonado en 1930. Con una diferencia: antes se trataba de un proyecto modernizador de las élites que participaban. Hoy se trata de la acción masiva de personas comunes que viven su vida y la defienden, quizás hasta sin conocer los textos constitucionales.
El segundo aspecto es menos directo y más complejo. Se relaciona con la reconstrucción de la mediación política. Es complejo porque la gran mayoría de la dirigencia nacional, también virtualmente de todos los partidos, razona y actúa sobre el supuesto de la “primer modernidad” –Ulrich Beck dixit- o de la época de los “intelectuales y políticos legisladores” –Bauman dixit-. Cuando el mundo feudal, -lleno de supersticiones, creencias ancestrales, mitos, privilegios transmitidos durante centurias, estructuración contractual de las relaciones de poder- comenzó a ser reemplazado por las monarquías constructoras de los Estados Nacionales abriendo el camino de la modernidad, los consejeros reales –precursores de los parlamentarios modernos- se dieron a la tarea de destrozar el complicado mundo antiguo y a imaginar las sociedades basadas en la razón, con normas iguales para todos, sujetas sólo al poder del Rey sin distorsiones intermedias. Esa “primer modernidad” diseñó las sociedades modernas “desde arriba”. La ley, los Códigos, el conjunto de normas dictadas primero por los reyes y luego de las revoluciones burguesas por los representantes del pueblo, decidirían cómo tendrían que organizarse las sociedades y cómo tendrían que vivir las personas, objetos de decisiones ajenas. Pues bien: en ese mundo, con sus más y con sus menos, creen estar viviendo aún la mayoría de los dirigentes argentinos, de los que los “K” simplemente expresan su sublimación. Pero no sólo eso: también creen que el escenario les pertenece y pueden hacer en él lo que les plazca. La estatización de Aerolíneas, mamarracho escatológico que dispone arbitrariamente de ingentes recursos de los ciudadanos por simple capricho o juego de poder al margen de cualquier prioridad ética, social o lógica, es una muestra.
Claro que el mundo siguió avanzando, corrió mucho agua bajo el puente y aunque la Argentina congelara su debate en varias décadas atrás, la democracia contemporánea debió adaptarse en el mundo a una creciente demanda de libertad ciudadana, potenciada por las características del nuevo paradigma global basado en las redes, en el protagonismo creciente de las personas comunes, en la dilución de las intermediaciones y en la exigencia cada vez mayor de respeto a la vida, la libertad, los bienes, la producción y los derechos de las personas. Este fenómeno no es ya sólo “occidental”. Se vivió en Japón, se vive en Rusia y China, crece fuertemente en la India, y es el común denominador de la sociedad global. Ese nuevo mundo que ha diseñado la producción transnacionalizada, la liberación comercial inherente a su base productiva, la mundialización del comercio y el exponencial desarrollo científico técnico, también es intolerante no sólo con las violaciones a los derechos humanos –convertidos en demanda universal- sino con las limitaciones arbitrarias a los derechos y libertades en cualquier lugar que se produzcan. Y llegó así la “segunda modernidad” –nuevamente, Beck dixit- o “posmodernidad” –entre otros, Bauman, para seguir nuestro relato-. No deja atrás a la primera sino que se edifica sobre ella. Los intelectuales y políticos pasan de ser “legisladores” a cumplir el papel de “intérpretes”. Ya no se tolera que “manden”. Se espera de ellos que representen personas y grupos, sepan articular intereses complejos, generen consensos y construyan acuerdos que permitan la convivencia en paz.
La segunda modernidad tiene una agenda crecientemente global, también asumida en la Argentina por las personas que disfrutan de los celulares, la televisión mundial a través del cable, la terminal de Internet en sus hogares, computadoras portátiles y hasta teléfonos y que atraviesa a todos los sectores sociales. Quien observe el paisaje porteño nocturno verá familias de cartoneros luchando por su subsistencia, quizás con los ingresos más humildes de la escala, con varios de sus integrantes con el celular en la cintura. La televisión por cable, por su parte, no se detiene en el asfalto: el setenta por ciento de los argentinos usa este sistema, que pone directamente en su vivienda la comunicación del mundo.
Esos argentinos estuvieron masivamente “con el campo”, aunque no supieran qué es una “retención”. Simplemente, querían dibujarle al poder “el límite” que estaban dispuestos a tolerar. Y están observando el comportamiento del “escenario”, sin adherir con el entusiasmo de otrora a divisas ni dirigentes, sino siguiendo el comportamiento de todos con el espíritu alerta y la mirada crítica.
Frente a esa realidad, resultan ingenuas las filigranas dirigenciales invocando viejas lealtades, partidarias o ideológicas. El mundo que viene no tiene relación alguna con la Carta de Avellaneda del radicalismo, ni con las Veinte Verdades peronistas, ni mucho menos con el “Manifiesto Comunista”, biblia de la izquierda. Su agenda es la del calentamiento global y el cambio climático, la de la democratización de la revolución tecnológica, la inclusión de los excluidos, la del deterioro ambiental, la del agotamiento del petróleo y la necesidad de nuevas fuentes energéticas primarias, la de la inseguridad en la vida cotidiana, la de las nuevas formas de trabajo, la de las migraciones, la del peligro de nuevas pandemias, la del terrorismo internacional como fin, más que como método, la del crecimiento de las redes delictivas de tráfico de personas, armas, estupefacientes, falsificaciones y lavado de dinero ilegal, las mafias “glo-cales” (globales-locales) imbricadas con complicidades internacionales y locales. Antiguos rivales se asocian, de cara a esta nueva agenda, en alianzas impensadas hasta hace pocos años. Empresas petroleras aliadas con organizaciones ambientalistas en busca de nuevas alternativas energéticas, las primeras porque al acabarse el petróleo se les acaba el negocio y las segundas por su preocupación ante el cambio de clima. Rusos y norteamericanos acuerdan acciones contra el terrorismo internacional, que los alcanza a ambos por igual. Chinos y norteamericanos acuerdan tácita o expresamente líneas conjuntas de acción para evitar la profundización del desbalance económico global. Y así hasta el infinito. El propio Mercosur –hoy en retroceso a raíz de los Kirchner- fue un lúcido anticipo de esta nueva etapa, convirtiendo una tradicional y secular rivalidad regional en un espacio de trabajo conjunto por la nueva agenda...
Una nueva agenda, en el mundo y en el país, anima a los viejos y nuevos actores. ¿Cómo creer que las viejas consignas y divisas limitarán su expresión ciudadana? Si hasta “izquierdas” y “derechas” –con sus amplísimas y difusas extensiones- dejan de definir los valores e intereses que mueven a las personas en los nuevos dilemas...
Dos movimientos, entonces. Ambos similares al de las placas tectónicas que dan forma al planeta. Uno, hacia el fortalecimiento de los derechos de las personas, que implica completar la primer modernidad –estado de derecho, respeto al ciudadano, política enmarcada en la Constitución, Estado subordinado a los contrapesos y frenos-. El otro, hacia la nueva agenda, en busca de su mejor articulación con la acción política. Y entre ambos, una creciente indiferencia ciudadana por las viejas divisas, lo que no significa dejar de usarlas si aciertan a responder a los nuevos problemas. Pero por esto último, no por lo que fueron en la historia. Las que sepan interpretar en forma inteligente los nuevos desafíos, tendrán lugar en el nuevo escenario, junto a las nuevas que surjan. Las otras pasarán a ser primero memoria y luego, simplemente historia.


Ricardo Lafferriere

sábado, 23 de agosto de 2008

¿Son también "destituyentes" las calificadoras de riesgo?

El embate de la presidenta contra las calificadoras internacionales de riesgo con argumentos relacionados con la lucha política interna vuelven a poner en el tapete una forma de razonamiento confuso, que en lugar de ayudar a recuperar el control de la situación perdida hace varios meses, persiste en el error de análisis y confirma la desconfianza de los argentinos en su capacidad de gobierno.
¿Es moral el precio de la soja? ¿son golpistas las calificadoras de riesgo? ¿son “destituyentes” los reclamos del campo?
Fue Blaise Pascal quien postuló por primera vez su concepto de los “órdenes”, como un “conjunto homogeneo y autónomo, regido por leyes, que adopta un determinado modelo, de donde deriva su independencia con respecto a uno o varios órdenes diferentes”. Aplicado al cuerpo humano destacaba tres: el cuerpo –que funciona según las reglas de la biología-; el espíritu –lo hace con las reglas de la razón-; y el corazón, o caridad, que lo hace con los sentimientos y la moral. Es recordada su sentencia “el corazón tiene razones que la razón no entiende”, lo que explica no sólo los amores contrariados que llevan a conductas irracionales, sino a actitudes heroicas movidas por la moral o el afecto enfrentadas con las leyes de la supervivencia y del razonamiento. La confusión sobre la naturaleza de los órdenes provoca caer en dos conceptos: el ridículo o la tiranía. El propio Pascal los definía: ridículo es la confusión de los órdenes; tiranía es el deseo de dominación universal y fuera de su orden.
El criterio de los órdenes nos ayuda a comprender con mayor claridad la desorientación de los Kirchner, haciendo oscilar entre el ridículo y la tiranía no sólo su discurso, sino su propia actuación.
Recurriendo a la interesante aproximación pascaliana, la realidad nos muestra tres o cuatro grandes “órdenes”, que funcionan con reglas propias y tienen sus propios límites: el primero es el “científico-técnico-económico”, el segundo el “político-jurídico”, el tercero el “moral” y –para algunos- un cuarto: el ético o del “amor”..
El primer orden, el científico-técnico-económico tiene como característica fundamental el criterio de verdad. Las cosas allí son o no son. Es cierto y verificable, o es incierto e inverificable. No depende de la acción humana, porque tiene componentes que trascienden la decisión de las personas e incluso de los gobiernos. Es “ridículo” –podría decir Pascal- dictar una ley que impida llover, que decida que las personas no morirán jamás, que las cosas caigan hacia arriba o que la cotización internacional de la soja sea de determinado nivel. Los hechos del órden científico-técnico-económico dependen de sus propias reglas y responden a ese conjunto homogéneo y autónomo. Sin embargo, sus consecuencias sí pueden ser atenuadas por otro orden, el “jurídico-político”. Pero “desde afuera”, no “desde adentro” del orden.
No se puede decidir por ley si llegará o no la inversión, ni tampoco –mucho menos- fijar arbitrariamente el precio de los productos. No se puede –sería ridículo- decidir desde el órden jurídico-político –o incluso desde el moral- cuánto vale el metro cuadrado de construcción en cada barrio de Buenos Aires. Y no se puede decidir que el comercio no existirá más. Sería ridículo o propio de una “tiranía”. Pero sí se puede compensar, con decisiones humanas, las situaciones que se consideren injustas producidas por el funcionamiento del propio órden científico-tecnológico-económico. Si no es posible impedir un diluvio, sí es posible ayudar a los damnificados e incluso prever sus consecuencias edificando viviendas en zonas no inundables; si no es posible prohibir que llueva, sí lo es construir un techo; si no es posible impedir una crisis, sí lo es tomar medidas que atenúen sus efectos en las personas más afectadas. Si la economía no genera naturalmente viviendas para todos, sí se pueden realizar planes de vivienda, desde el orden “jurídico-político” destinados a tal fin. “Desde afuera”, pero sin intentar cambiar las reglas que rigen el orden “por dentro”, ya que, en cuanto inherentes a la realidad, son inmodificables.
Lo que no se puede, entonces, es confundir los órdenes creyendo que con decisiones políticas podemos negar las reglas del funcionamiento económico, biológico, climatológico, físico o astronómico. Varias sociedades lo hicieron en el siglo pasado tratando de edificar una economía al margen de las reglas económicas y no sólo perdieron casi un siglo de su historia sino que debieron recurrir a medidas difícilmente justificables desde la moral o incluso desde la propia política, como fueron las dictaduras de partido y atroces violaciones de derechos humanos, hasta terminar en la gigantesca implosión de las dos últimas décadas del siglo XX. La economía, hoy identificada con el capitalismo triunfante mundialmente –ni siquiera los integrismos religiosos como los de Al Qaeda se oponen a sus reglas- terminó volviendo por sus fueros y no hubo “tiranía” suficiente para frenar su impulso.
¿Esto significa que hay que dejar a la economía librada a su propia acción? Sí, y no. Sí, porque sus reglas no son reemplazables, ya que están apoyadas en una antropología inmodificable, la propia de los seres humanos, entre los cuales el egoísmo y el propio interés es su principio articulador, y en general, en forma bastante exitosa. No, porque librada a sus propios límites los grados de injusticia a que puede llegar enfrentaría otro de los “órdenes” propios de la condición humana, el de los valores de la convivencia en paz que rigen el orden político-jurídico. En consecuencia, es posible, justo y adecuado tomar medidas que neutralicen los “efectos no deseados” entre los cuales uno de ellos es qué hacer con los que pierden.
Aquí llegamos al campo de la política, del orden “político-jurídico”, que funciona sobre los ejes “legal-ilegal” y “justo-injusto”. Político, porque es el que contiene la construcción y el funcionamiento del poder coactivo; jurídico, porque ese poder coactivo organizado tiene como lenguaje, en las sociedades modernas, el de las normas, el del derecho. Volviendo al ejemplo, la acción a tomar para neutralizar los efectos no deseados –de una inundación, o de una crisis- no será “interna” al orden científico-técnico-económico, sino externa, desde el orden político-jurídico.
Ese orden es menos imperativo que el cientifico-técnico-económico cuando trata los hechos, pero más fuerte cuando trata las relaciones entre personas. Es el que las personas utilizamos para garantizar la paz, la inclusión de los excluídos, la protección de los menos capacitados –niños, ancianos, enfermos, discapacitados- e incluso los efectos más lacerantes de algunas relaciones económicas básicas –regulación de condiciones de trabajo, salarios, impuestos, vacaciones, dentro de las posibilidades reales que la economía puede tolerar sin implosionar-.
Por último, el orden moral, con su dicotomía “bueno-malo”, “correcto-incorrecto”, se convierte en una guía de acción para las personas en su relación extra-jurídica, la que no se encuentra normada por el edificio político-institucional. Y quienes agregan el cuarto órden el del “amor”, lo conciben atravesando todos los demás: el amor a la verdad –base del orden científico-técnico-económico; el amor a la libertad, la justicia y la legalidad –base del orden político-jurídico- y el amor al projimo –base del orden moral-.
¿Qué confunden los “K”? Pues los dos órdenes primarios. El científico-técnico-económico, con el jurídico-político, y caen sin advertirlo en el ridículo de querer controlar los precios –regidos crudamente por el orden 1- mediante medidas políticas como el control policial –“tiranía”- o la falsificación de los índices –“ridículo”-. O de querer modificar las cotizaciones de los títulos públicos emitidos por su propio gobierno –orden 1- mediante el cambio de las condiciones pactadas en su origen –orden 2- (“tiranía”); o atribuyendo “intenciones” a mecanismos objetivos y automáticos de medición que incluyen datos de mercado y no dependen de decisiones personales (“ridículo”). En este juego del ridículo y la tiranía están rematando la credibilidad de su administración y poniendo en juego una regla fundamental del orden jurídico-político democrático: el respaldo de las mayorías al gobierno, regla de oro no sólo de las sociedades democráticas, sino del funcionamiento de cualquier gobierno, como lo explicó el propio Maquiavelo hace cinco siglos.
Ese es el licuamiento que se siente hoy. No buscado por la oposición, ni por la “oligarquía” o las calificadoras de riesgo, sino por la peligrosa confusión de la pareja gobernante, que al no comprender los límites del orden a que debieran limitar su acción, pone en peligro el funcionamiento armónico de la sociedad entera y la estabilidad de su propia gestión.


Ricardo Lafferriere

El ojo de la tormenta

No hay viento favorable para el que no sabe dónde va
Séneca


La desorientación parece ser el estado de espíritu de la pareja presidencial.
Un paso hacia un lado, retroceso. Mirada hacia el otro. Avance sobreactuado. Retroceso. Mirada alrededor.
Desorientación.
Tomando distancia, la situación que ofrece el poder en la Argentina es la de la inexistencia. Y el país, el de un barco en el ojo de la tormenta con el timonel “groggy”.
Para tomar el rumbo que quisiera, no tiene fuerzas ni posibilidades de adquirirla. Afortunadamente.
Y para tomar el rumbo que debiera, no tiene convicción ni conocimientos. Desgraciadamente.
Hacia cualquier lado que ponga la proa, se enfrentarán turbulencias. Justamente lo que al poder le da náuseas. Y también a la tripulación, que vendríamos a ser los ciudadanos.
Sin embargo, no hay atajos. El peligro, quedándose quietos, es hundirse en un remolino interno o ser absorbidos por el vórtice externo.
“Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio”, canta Serrat. La verdad que hoy tenemos es la consecuencia de la irresponsable gestión de los últimos años, desechando las advertencias y llamados de atención de toda la opinión seria del país. “Neoliberales”, “noventistas”, “al servicio de intereses económicos inconfesables” eran los más suaves adjetivos recibidos por quienes alertaban sobre la crisis energética, el retraso tarifario, la ausencia de inversión, el jubileo en el gasto descalzado con los ingresos, la asignación voluntarista y caprichosa de los recursos, las obras públicas faraónicas, los subsidios a empresarios amigos, el ocultamiento de la realidad, la falsificación de las estadísticas oficiales, el capitalismo “de amigos” y la corrupción rampante.
Sobreactuar la persecusión a nonagenarios militares procesistas para reabrir las heridas de los “años de plomo” miradas con un solo ojo fue el método político –moralmente miserable, por su cínico utilitarismo e injusta parcialidad- que utilizaron para acumular poder tras un proyecto vacío de contenido estratégico, reflejo de los rudimentarios sofismas de rápida caducidad imaginados por la cabeza más adornada de la pareja presidencial.
Y aquí estamos. Con la crisis energética, que necesita inversión. Con la infraestructura al límite, que necesita inversión. Con la industria, que para lograr capacidad exportadora y retomar impulso necesita inversión. Con el complejo agropecuario, que para aprovechar plenamente la potencialidad internacional necesita inversión.
Y con la inversión que no llega, por los dislates del gran charlatán, el aislamiento internacional, los manotazos cleptómanos y la inseguridad jurídica lograda en cinco años de gobernar a los gritos y por decretos, designar y remover jueces independientes y desmantelar la justicia.
Les gustaría tomar el rumbo de Chávez, de Evo y quizás hasta de Fidel –que está de vuelta, tras el “modelo chino”- Pero no tienen petróleo ni gas para extraerles super-rentas que financien ocurrencias, entre otras cosas porque se apropiaron de la rentabilidad para construir clientelismo, y en consecuencia no ha habido exploración para mantener, ni siquiera, abastecido de combustibles al mercado interno. Ven las ganancias del campo y se abalanzaron sobre ellas, pero se encontraron con ciudadanos decididos a defender sus derechos con la solidaridad de toda la población y el respaldo del arco político, incluyendo amplios sectores de su propio partido. Se quedan sin “caja” y en lugar de ahorrar, se lanzan a proyectos faraónicos como el Tren Bala, que aumenta la deuda pública en más Cuatro mil millones de dólares y la “estatización” de Aerolíneas luego de provocar su asfixia, que lo hace en casi mil millones de dólares, adquiriendo además obligaciones exigibles antes de fin de año por más de doscientos millones de dólares. Durante largo tiempo ignoraron el reclamo de los jubilados a los que no se les ha cumplido su derecho constitucional de movilidad, hasta que la propia Corte Suprema –que los cubrió durante cinco años- cumplió con su deber y condenó al Estado a pagar lo que debe. Rompieron con el FMI para liberarse de las auditorías y poder mantener en secreto las cuentas públicas, y ahora sólo pueden recurrir a Chávez para conseguir fondos, pagando una tasa en los niveles de default, la más alta del mundo (15 %, frente al 5 % que paga en el mercado internacional Brasil, Chile o Perú).
Les gustaría avanzar hacia el modelo cerrado y autoritario de Venezuela. Pero la Argentina tiene una sociedad civil que les demostró que no lo permitirá. Deberían hacerlo hacia una integración paulatina a la economía mundial, al estilo de Brasil o Chile, pero no saben cómo y ni quieren siquiera escuchar hablar de ello.
En consecuencia, los próximos tiempos serán los de un barco marchando en círculos, sólo tratando de evitar el vórtice y el remolino.
Con ese comportamiento, el único destino es languidecer hasta que, agotados, sea el destino el que decida lo que pase. Y lo que pase, salvo el milagroso dedo de Dios, no parece precisamente prometedor.
Eso lleva la reflexión a la alternativa, a la que llegaremos más tarde o más temprano, de una transición crítica cuya profundidad dependerá de los dislates K en los tiempos que quedan hasta una vida más normal.
Esa alternativa no puede ser sectaria, parcial, intolerante o cerrada. El principal saldo del período “K”, si buceamos en la búsqueda de una moraleja positiva, es habernos mostrado las consecuencias de la falta de política y recuperado la necesidad de enriquecer el debate público, ampliar exponencialmente el espacio de tolerancia, racionalizar ingresos y gastos del Estado, institucionalizar absolutamente todas las decisiones políticas desde la Nación hasta las provincias y municipios y respetar en forma escrupulosa los derechos constitucionales de los ciudadanos. Una “gran coalición” de visión estratégica, cualquiera sea el titular del gobierno, al estilo de la vigente hoy en Alemania.
Esa será la demanda de la Argentina que viene. Llegará a todos los partidos, desde la Coalición Cívica al peronismo “no K”. Desde el Pro hasta la UCR.
Será una Argentina que no abrirá espacios para los discursos altisonantes e impostados, tomados por el ideologismo o dominado por abstracciones.
La próxima etapa es la de un país reencauzado en la vigencia constitucional, en la que los ciudadanos no aceptarán que sólo se discuta el poder entre los participantes de la escena, sino que exigirán el respeto de lo que son sus propios derechos, los que no han delegado en nadie y que ningún poder, con ningún argumento, está legitimado para arrebatarles.
Esa Argentina, la que viene cuando termine la “pesadilla K” y el país se reencuentre con el resto del mundo, sí que será entusiasmante.



Ricardo Lafferriere

Condenados a languidecer

“No se cambiará ni una coma”.
Tal la declaración del entonces Jefe de Gabinete de Ministros (¿recuerdan?), repitiendo la frase del ex presidente, cuando la resolución 125 que imponía las retenciones móviles fue remitida al Congreso para su ratificación.
La frase pudo ser dictada por la soberbia –como lo entendió el país- o por la sincera convicción de que, contando el oficialismo no sólo con mayoría y quórum propio de ambas Cámaras sino con casi los 2/3 del cuerpo en una de ellas, era impensable que hubiera dificultad alguna en el trámite legislativo, al que imaginaron como eso: un mero trámite.
Producida la derrota estrepitosa a raíz del desgranamiento persistente de propios y aliados y el final desempate del Vicepresidente en contra de la ratificación, los analistas políticos –y los argentinos comunes- supusieron que la gestión kirchnerista y específicamente la presidenta aprovecharían la situación para rectificar un rumbo que condujo al país a un enfrentamiento como no se veía desde hacía décadas, y además consolidaba la tendencia a la grisitud persistente, continuando la decadencia estructural que comenzó en 1930.
No era dificil el diagnóstico. A raíz de la obsesión presidencial se dividió el bloque oficialista en la Cámara de Diputados, se reforzó el atractivo del rival bonaerense como catalizador de desconformidades internas en el peronismo, se desperdició en seis meses todo el entusiasmo que generan los nuevos mandatos, se provocó la mayor imagen negativa presidencial de la historia en un período inicial, se generaron los actos más importantes de la vida democrática argentina en contra de un presidente en ejercicio en toda la historia nacional con más de un cuarto de millón de personas cada uno en las ciudades más importantes del país, se estancó la economía, se paralizó la producción de la pampa húmeda, zona económica más dinámica, se perdió una votación en el Senado donde el bloque oficialista bordeaba los dos tercios de sus integrantes, se rompió la alianza de gobierno denominada “Concertación plural”, se abrió una fuerte grieta política entre la presidenta y el vicepresidente...
Quizás falten enumerar efectos negativos. Como la pérdida de confianza del consumidor, el renovado aliento inflacionario, el estancamiento de varios sectores productivos encabezados por la construcción, que por primera vez desde que comenzó la recuperación económica mostró una caída interanual. Se agravó la crisis energética, se esfumó la respetabilidad internacional... pero lo cierto es que el listado podría tranformarse en interminable.
¿Cómo no pensar que una pareja de políticos avezados no leería bien esa realidad –económica, social, política- y la aprovecharía para un relanzamiento?
¿Cómo no entender que el gigantesco apoyo al voto del vicepresidente que tranquilizó el país el día después fue multimensional y polisémico interpretando a un gigantesco abanico de argentinos con diferentes preocupaciones, a quienes se oponían a las retenciones pero también a los cansados de la soberbia, los hartos de Moreno, D’Elía y Moyano, los críticos de la chabacanería del expresidente, los hastiados de los negociados descomunales a la vista de todos ignorados por la justicia atemorizada, los molestos con el intento de revivir antinomias dolorosas de medio siglo y aún de sobreactuar los años de plomo reciclando heridas que el cuerpo social quiere terminar de cerrar? ¿Cómo no entender que la frase balbuceante del voto “no positivo” expresaba al campo y la ciudad, a la vocación cívica de los ciudadanos que valoran la libertad y respetan a las instituciones, a los jóvenes que por primera vez en su vida descubrieron la política hipnotizados frente al televisor hasta las cuatro de la mañana mirando una sesión parlamentaria? ¿Cómo no interpretar que la tranquilidad y la alegría del día siguiente era un capital gigantesco para poner en marcha la Argentina del futuro, en una etapa que cerrara el dogmatismo divisionista e intolerante y tomara el camino de una rápida imbricación con la potencialidad del mundo global?
Presidenta, ¡hasta Maradona –que no debe tener idea de que son las retenciones-felicitó eufórico a Julio Cobos por su voto!...
La mayoría de los argentinos pensó en un cambio. En un cambio, si no convencido, al menos inteligente.
Lamentablemente, pareciera que estaban en un error.
La patética conferencia de prensa plagada de mentiras, contradicciones, soberbia y groseros errores conceptuales indica que el régimen “K” prefiere continuar, sin fuerzas y sin posibilidades, tirando el país hacia su frustración permanente. No le interesa que se estanque la economía, que se amplíe la brecha social, que florezca la violencia cotidiana a niveles atroces, que perdamos (o nos “desacoplemos” de) un tren mundial al que vemos pasar nuevamente por nuestra estación por primera vez en casi ocho décadas. No le preocupa repetir sandeces, como la de que el Estado puede “redistribuir riqueza” al margen de los procedimientos constitucionales y legales que juraron respetar, o reciclar la desconfianza inversora con nuevos sofismas para defender lo indefendible de la manipulación de las estadísticas oficiales, o hipotecar la propia imagen presidencial atándola a los arranques patoteros y delictivos de uno de sus funcionarios emblemáticos. Nada de eso parece importar. Sólo la soberbia de insistir en un rumbo repudiado por el país y por su propio partido, al que sin embargo insiste en arrastrar en su derrumbe.
Ha elegido que el país siga languideciendo mientras ella lo presida. Porque a estar a lo expresado en Olivos, no hay más opciones. Si decide no cambiar el rumbo (“Volvería a hacer todas y cada una de las cosas que hice”), sólo puede profundizar el que tiene –para lo cual no cuenta ni contará con respaldos políticos suficientes, ni internos ni externos, porque es imposible retroceder décadas en la historia- o persiste en oponerse al pujante rumbo de la Argentina que renace, que se expresó masivamente en la lucha de estos meses, con lo cual seguirá luchando por frustrar el crecimiento de un país libre, optimista, integrado, democrático, con ciudadanos dueños de sí mismos, integrados a la portentosa marcha del cambio global del segundo milenio. Y entre ambas opciones, ha elegido oponerse al futuro, mientras le quede aliento. Ser intransigentemente conservadora, pero no de lo bueno que merezca ser conservado, sino de los caprichos incomprensibles de su dogmatismo. No quiere ponerse al frente de un país pujante y en crecimiento. Prefiere ser Juárez Cellman, más que Pellegrini.
Eligió languidecer.
Es una lástima, porque mientras ella sea presidenta –y lo será hasta dentro de... tres siglos y medio...- deberemos ver cómo el mundo y la region avanzan sin los argentinos. Y deberemos nosotros, mientras el pais oficial languidece, prepararnos para el gran salto adelante que deberemos protagonizar cuando, por fin, termine la pesadilla K.


Ricardo Lafferriere

Gatopardo metrosexual

Los argentinos nos autoconvencimos que era posible un cambio de rumbo en la gestión nacional luego de la derrota épica sufrida por el kircherismo en manos del campo, que aún frente a la incredulidad de muchos, le impidió convertir en un botín el fruto de su trabajo y logró evitar el gran despojo.
Era lógico. No sólo los productores sino la inmensa mayoría de la población –que apoyó eufórica el voto del Vicepresidente Cobos- no podía suponer que un gobierno nacido con respaldo popular y escasa oposición pudiera continuar en una senda que lo llevó a derrumbarse en la expectativa pública desde más del 50 % a apenas un respaldo de mísera subsistencia en apenas seis meses. Hasta quienes miran la política con ojos de aficcionado imaginaban un golpe de inteligencia que, tomando nota de la derrota, se pusiera al frente del cambio de rumbo reconstruyendo el capital político licuado. Porque el país –no sólo la presidenta- necesitaba y necesita eso.
Sin embargo, comenzó a desarrollarse no ya la sátira, sino el sainete. El discurso del Chaco, el antológico decreto que dispuso la “limitación” de la resolución 125, la infantil amenaza con la renuncia de la presidenta, los rumores de malos tratos físicos en la pareja presidencial que habrían descolocado a la propia Edecán, la convocatoria a los legisladores “del sí” –ni siquiera a todos los oficialistas- para arengarlos en la negación de la realidad (“no hemos sido derrotados”), la aparición en un acto público con su esposo a quien hizo objeto de una ponderación sobreactuada y la esotérica decisión de estatizar una empresa que la propia administración “K” forzó a la quiebra incrementando la deuda pública en 890 millones de dólares, son hitos escatológicos que ni siquiera pudieron ser tolerados por el ex Jefe de Gabinete Alberto Fernández, quien sin dudas era el único integrante del microclima presidencial que podía leer correctamente la realidad.
Esa renuncia precipitó las decisiones y permitió avizorar con más claridad la reacción del kirchnerismo residual. Giuseppe Tomassi, príncipe de Lampedusa, en su inmortal y única novela “El Gatopardo” describe con genialidad esta táctica política de todas las épocas cuando llegan fuertes demandas de cambio. En la obra, el tradicional aristócrata siciliano Fabrizio Corbera recibe el ofrecimiento de ser Senador de la nueva Italia, conmovida por la gesta garibaldina que culmina con la unidad peninsular. Consciente de los nuevos aires políticos y de su fuerte vinculación con el régimen que desaparece, declina la oferta pronunciando su histórica sentencia: “Algo debe cambiar para que todo siga igual”.
Y llegó Mazza.
Flanqueado por los innombrables. Expresando que no ha tenido tiempo de analizar el proyecto de ley de radiodifusión, pero anunciando –como primer acto de su gestión- la estrambótica estatización de Aerolíneas.
Pero además, a seis meses de haber sido elegido por su pueblo para la gestión local de uno de los municipios más prósperos del conurbano –obra de la gestión de su antecesor-, en lugar de tomar la correcta decisión de renunciar y convocar a elecciones municipales por haber sido llamado a ocupar el segundo lugar en importancia en la Aministración Nacional luego del Presidente de la Nación, pide licencia y hace designar a su esposa como funcionaria ... ¡del equipo de su sucesor! Difícilmente puedan encontrarse en sólo una semana tal sucesión de dislates.
Algo debe cambiar ... Los nuevos tiempos, de argentinos hartados del conflicto, parecen reclamar un metrosexual aséptico en lugar de un gladiador acorazado. Pero hasta ahí llega.
Para que nada cambie... sino que se reafirme una concepción del poder que sigue creyendo que, por haber ganado una elección se poseen facultades para gobernar por encima de la propia Constitución Nacional. Y que desde el poder se puede mantener la actitud de desprecio a la ciudadanía olvidando que es la base y justificación última de la existencia y legitimidad del poder.

Ricardo Lafferriere