“No hay viento favorable para el que no sabe dónde va”
Séneca
La desorientación parece ser el estado de espíritu de la pareja presidencial.
Un paso hacia un lado, retroceso. Mirada hacia el otro. Avance sobreactuado. Retroceso. Mirada alrededor.
Desorientación.
Tomando distancia, la situación que ofrece el poder en la Argentina es la de la inexistencia. Y el país, el de un barco en el ojo de la tormenta con el timonel “groggy”.
Para tomar el rumbo que quisiera, no tiene fuerzas ni posibilidades de adquirirla. Afortunadamente.
Y para tomar el rumbo que debiera, no tiene convicción ni conocimientos. Desgraciadamente.
Hacia cualquier lado que ponga la proa, se enfrentarán turbulencias. Justamente lo que al poder le da náuseas. Y también a la tripulación, que vendríamos a ser los ciudadanos.
Sin embargo, no hay atajos. El peligro, quedándose quietos, es hundirse en un remolino interno o ser absorbidos por el vórtice externo.
“Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio”, canta Serrat. La verdad que hoy tenemos es la consecuencia de la irresponsable gestión de los últimos años, desechando las advertencias y llamados de atención de toda la opinión seria del país. “Neoliberales”, “noventistas”, “al servicio de intereses económicos inconfesables” eran los más suaves adjetivos recibidos por quienes alertaban sobre la crisis energética, el retraso tarifario, la ausencia de inversión, el jubileo en el gasto descalzado con los ingresos, la asignación voluntarista y caprichosa de los recursos, las obras públicas faraónicas, los subsidios a empresarios amigos, el ocultamiento de la realidad, la falsificación de las estadísticas oficiales, el capitalismo “de amigos” y la corrupción rampante.
Sobreactuar la persecusión a nonagenarios militares procesistas para reabrir las heridas de los “años de plomo” miradas con un solo ojo fue el método político –moralmente miserable, por su cínico utilitarismo e injusta parcialidad- que utilizaron para acumular poder tras un proyecto vacío de contenido estratégico, reflejo de los rudimentarios sofismas de rápida caducidad imaginados por la cabeza más adornada de la pareja presidencial.
Y aquí estamos. Con la crisis energética, que necesita inversión. Con la infraestructura al límite, que necesita inversión. Con la industria, que para lograr capacidad exportadora y retomar impulso necesita inversión. Con el complejo agropecuario, que para aprovechar plenamente la potencialidad internacional necesita inversión.
Y con la inversión que no llega, por los dislates del gran charlatán, el aislamiento internacional, los manotazos cleptómanos y la inseguridad jurídica lograda en cinco años de gobernar a los gritos y por decretos, designar y remover jueces independientes y desmantelar la justicia.
Les gustaría tomar el rumbo de Chávez, de Evo y quizás hasta de Fidel –que está de vuelta, tras el “modelo chino”- Pero no tienen petróleo ni gas para extraerles super-rentas que financien ocurrencias, entre otras cosas porque se apropiaron de la rentabilidad para construir clientelismo, y en consecuencia no ha habido exploración para mantener, ni siquiera, abastecido de combustibles al mercado interno. Ven las ganancias del campo y se abalanzaron sobre ellas, pero se encontraron con ciudadanos decididos a defender sus derechos con la solidaridad de toda la población y el respaldo del arco político, incluyendo amplios sectores de su propio partido. Se quedan sin “caja” y en lugar de ahorrar, se lanzan a proyectos faraónicos como el Tren Bala, que aumenta la deuda pública en más Cuatro mil millones de dólares y la “estatización” de Aerolíneas luego de provocar su asfixia, que lo hace en casi mil millones de dólares, adquiriendo además obligaciones exigibles antes de fin de año por más de doscientos millones de dólares. Durante largo tiempo ignoraron el reclamo de los jubilados a los que no se les ha cumplido su derecho constitucional de movilidad, hasta que la propia Corte Suprema –que los cubrió durante cinco años- cumplió con su deber y condenó al Estado a pagar lo que debe. Rompieron con el FMI para liberarse de las auditorías y poder mantener en secreto las cuentas públicas, y ahora sólo pueden recurrir a Chávez para conseguir fondos, pagando una tasa en los niveles de default, la más alta del mundo (15 %, frente al 5 % que paga en el mercado internacional Brasil, Chile o Perú).
Les gustaría avanzar hacia el modelo cerrado y autoritario de Venezuela. Pero la Argentina tiene una sociedad civil que les demostró que no lo permitirá. Deberían hacerlo hacia una integración paulatina a la economía mundial, al estilo de Brasil o Chile, pero no saben cómo y ni quieren siquiera escuchar hablar de ello.
En consecuencia, los próximos tiempos serán los de un barco marchando en círculos, sólo tratando de evitar el vórtice y el remolino.
Con ese comportamiento, el único destino es languidecer hasta que, agotados, sea el destino el que decida lo que pase. Y lo que pase, salvo el milagroso dedo de Dios, no parece precisamente prometedor.
Eso lleva la reflexión a la alternativa, a la que llegaremos más tarde o más temprano, de una transición crítica cuya profundidad dependerá de los dislates K en los tiempos que quedan hasta una vida más normal.
Esa alternativa no puede ser sectaria, parcial, intolerante o cerrada. El principal saldo del período “K”, si buceamos en la búsqueda de una moraleja positiva, es habernos mostrado las consecuencias de la falta de política y recuperado la necesidad de enriquecer el debate público, ampliar exponencialmente el espacio de tolerancia, racionalizar ingresos y gastos del Estado, institucionalizar absolutamente todas las decisiones políticas desde la Nación hasta las provincias y municipios y respetar en forma escrupulosa los derechos constitucionales de los ciudadanos. Una “gran coalición” de visión estratégica, cualquiera sea el titular del gobierno, al estilo de la vigente hoy en Alemania.
Esa será la demanda de la Argentina que viene. Llegará a todos los partidos, desde la Coalición Cívica al peronismo “no K”. Desde el Pro hasta la UCR.
Será una Argentina que no abrirá espacios para los discursos altisonantes e impostados, tomados por el ideologismo o dominado por abstracciones.
La próxima etapa es la de un país reencauzado en la vigencia constitucional, en la que los ciudadanos no aceptarán que sólo se discuta el poder entre los participantes de la escena, sino que exigirán el respeto de lo que son sus propios derechos, los que no han delegado en nadie y que ningún poder, con ningún argumento, está legitimado para arrebatarles.
Esa Argentina, la que viene cuando termine la “pesadilla K” y el país se reencuentre con el resto del mundo, sí que será entusiasmante.
Ricardo Lafferriere
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