sábado, 22 de agosto de 2015

Identidad

La “brecha”…. la maldita “brecha”, cuya dimensión ha sido potenciada casi hasta el límite de la tolerancia recíproca por esta “década”, alcanza no sólo a la grotesca impostación ideológica, que en otros tiempos apasionaba corazones idealistas pero hoy muestra al desnudo su crudo y mendaz rostro delictivo.

“Izquierdistas” represores, “progresistas” ladrones, “revolucionarios” de pacotilla tomando por asalto un presupuesto alimentado con la pobreza que causa la inflación y las exacciones impositivas a los que trabajan, “intelectuales orgánicos” frente a los que los de la dictadura stalinista parecen santos. Todos ellos nos hacen preguntarnos –confiesa el autor que no pocas veces lo ha inundado el interrogante- sobre si existe un común denominador que vincule a ambos “bandos” de la realidad argentina.

Es que la “brecha” alcanza a los contradictorios más estrambóticos. No es lineal, aunque en uno de sus extremos se ubica siempre, como generador, el mismo núcleo de pensamiento y acción, intolerante, excluyente, inmoral, banal, desdeñoso, despectivo y soberbio para con quien piensa diferente.

“Villerito europeizado”, ha sido el más benévolo de los calificativos con que un funcionario kirchnerista formoseño ha calificado las declaraciones de Carlos Tévez, referidas a la falta de igualdad en el país, respondiendo a la pregunta de “¿cuál es el tema que más te golpea?”

Su ejemplo fue Formosa, como lo es de muchos de quienes analizamos la etapa kirchnerista. “El hotel donde paramos es un cinco estrellas, con Casino y todo. Las Vegas… mientras afuera del paredón, la gente se c…. de hambre”. Nada que no sepamos, aunque dicho por alguien que no juega en política, sino que se ha formado con su propio esfuerzo y alcanzado su papel de liderazgo deportivo popular sin perder su esencia, su identidad y sus notables valores solidarios.

“Respetar las normas te facilita la vida”, fue otra de las respuestas ante la aguda pregunta del periodista sobre la presunta “dureza” de la vida en un país donde rige la ley. Respetar las normas y no quejarse sino justificar hasta su propia detención por la reiteración de su falta de conducir sin registro, por la que tuvo que cumplir trabajos comunitarios como cualquier ciudadano.

Quien escribe confiesa que se siente cerca, muy cerca, del trasfondo ético y moral del villerito europeizado y en las antípodas del funcionario “nacional y popular” de un gobierno que masacra indígenas, humilla a los pobres clientelizándolos, se enriquece con fondos públicos mal habidos, mata jóvenes opositores y se imbrica con el narcotráfico.

Y también confiesa que el interrogante le sigue golpeando el cerebro: ¿hay una identidad común entre argentinos ubicados en las dos orillas de “la brecha”?  ¿Podemos afirmar aún que pertenecemos al mismo pueblo?

Las preguntas golpean, por sus implicancias. Tal vez sea preferible auto convencerse que la brecha no es más que una enfermedad transitoria que contagió a muchos, como una epidemia que pasará, tan rápido como llegó. Que es un episodio triste y negro como los varios que hemos pasado en la historia del país. Que salimos hasta de la dictadura. Que no puede ser eterna. Que soldaremos la brecha con una gran bandera de unidad nacional.

La duda, la gran duda, es que ese autoconvencimiento no sea más que un atajo voluntarista para poder seguir creyendo en la unidad de los argentinos. Que nos resulte insoportable la idea de compartir la identidad nacional con los señores feudales, genocidas y ladrones. Y que no debamos para ello abandonar la solidaridad visceral, democrática, patriótica y honesta con los valores maravillosos del villerito europeizado, que reflejan con sencillez los mejores valores de la historia patria.

Lo que parece claro es que los argentinos difícilmente soporten en paz social la prolongación de la provocación permanente, por cadena nacional, de los nuevos profetas del odio, de la mentira y del desprecio. Porque en ese caso la brecha, la maldita brecha, puede seguirse ampliando al punto de no retorno que no deje espacio ni siquiera para el ejercicio voluntarista del autoconvencimiento de ser aún un país con identidad compartida y con un pueblo que convive.


Ricardo Lafferriere




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