La “brecha”…. la maldita “brecha”, cuya dimensión ha sido
potenciada casi hasta el límite de la tolerancia recíproca por esta “década”, alcanza
no sólo a la grotesca impostación ideológica, que en otros tiempos apasionaba
corazones idealistas pero hoy muestra al desnudo su crudo y mendaz rostro
delictivo.
“Izquierdistas” represores, “progresistas” ladrones, “revolucionarios”
de pacotilla tomando por asalto un presupuesto alimentado con la pobreza que
causa la inflación y las exacciones impositivas a los que trabajan, “intelectuales
orgánicos” frente a los que los de la dictadura stalinista parecen santos.
Todos ellos nos hacen preguntarnos –confiesa el autor que no pocas veces lo ha
inundado el interrogante- sobre si existe un común denominador que vincule a
ambos “bandos” de la realidad argentina.
Es que la “brecha” alcanza a los contradictorios más
estrambóticos. No es lineal, aunque en uno de sus extremos se ubica siempre,
como generador, el mismo núcleo de pensamiento y acción, intolerante,
excluyente, inmoral, banal, desdeñoso, despectivo y soberbio para con quien
piensa diferente.
“Villerito europeizado”, ha sido el más benévolo de los
calificativos con que un funcionario kirchnerista formoseño ha calificado las
declaraciones de Carlos Tévez, referidas a la falta de igualdad en el país,
respondiendo a la pregunta de “¿cuál es el tema que más te golpea?”
Su ejemplo fue Formosa, como lo es de muchos de quienes
analizamos la etapa kirchnerista. “El hotel donde paramos es un cinco
estrellas, con Casino y todo. Las Vegas… mientras afuera del paredón, la gente
se c…. de hambre”. Nada que no sepamos, aunque dicho por alguien que no juega
en política, sino que se ha formado con su propio esfuerzo y alcanzado su papel
de liderazgo deportivo popular sin perder su esencia, su identidad y sus
notables valores solidarios.
“Respetar las normas te facilita la vida”, fue otra de las
respuestas ante la aguda pregunta del periodista sobre la presunta “dureza” de
la vida en un país donde rige la ley. Respetar las normas y no quejarse sino
justificar hasta su propia detención por la reiteración de su falta de conducir
sin registro, por la que tuvo que cumplir trabajos comunitarios como cualquier
ciudadano.
Quien escribe confiesa que se siente cerca, muy cerca, del
trasfondo ético y moral del villerito europeizado y en las antípodas del
funcionario “nacional y popular” de un gobierno que masacra indígenas, humilla
a los pobres clientelizándolos, se enriquece con fondos públicos mal habidos,
mata jóvenes opositores y se imbrica con el narcotráfico.
Y también confiesa que el interrogante le sigue golpeando el
cerebro: ¿hay una identidad común entre argentinos ubicados en las dos orillas
de “la brecha”? ¿Podemos afirmar aún que
pertenecemos al mismo pueblo?
Las preguntas golpean, por sus implicancias. Tal vez sea
preferible auto convencerse que la brecha no es más que una enfermedad
transitoria que contagió a muchos, como una epidemia que pasará, tan rápido
como llegó. Que es un episodio triste y negro como los varios que hemos pasado
en la historia del país. Que salimos hasta de la dictadura. Que no puede ser
eterna. Que soldaremos la brecha con una gran bandera de unidad nacional.
La duda, la gran duda, es que ese autoconvencimiento no sea
más que un atajo voluntarista para poder seguir creyendo en la unidad de los
argentinos. Que nos resulte insoportable la idea de compartir la identidad nacional
con los señores feudales, genocidas y ladrones. Y que no debamos para ello
abandonar la solidaridad visceral, democrática, patriótica y honesta con los
valores maravillosos del villerito europeizado, que reflejan con sencillez los
mejores valores de la historia patria.
Lo que parece claro es que los argentinos difícilmente
soporten en paz social la prolongación de la provocación permanente, por cadena
nacional, de los nuevos profetas del odio, de la mentira y del desprecio. Porque
en ese caso la brecha, la maldita brecha, puede seguirse ampliando al punto de
no retorno que no deje espacio ni siquiera para el ejercicio voluntarista del
autoconvencimiento de ser aún un país con identidad compartida y con un pueblo
que convive.
Ricardo Lafferriere
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