Mauricio Macri disparó la polémica con su anuncio: “El cepo
se levantará en 24 horas”.
Ninguno rechazó el amague. Massa opinó que lo haría “en unos
meses” y Daniel Scioli sostuvo que la tarea le demandará “un par de años”.
Roberto Lavagna, a su vez, acaba de declarar que el
levantamiento del cepo en 24 horas requeriría una gran devaluación, posición en
la que acompaña a los economistas oficialistas. En realidad más que tener
razón, Lavagna es benévolo: en el actual escenario, no hay devaluación que
alcance para frenar la estampida.
Han abierto tanto su pronóstico los economistas que el
autor, que no lo es, se atreve a opinar apoyado en el simple sentido común:
todo es posible.
¿Cómo pueden existir tan diferentes opiniones especializadas
en un tema que –se supone- responde a una ciencia que no es ajena a los números
y a los cálculos? ¿Pueden ser tan diferentes las matemáticas?
En realidad, no es un problema matemático sino político.
Depende del marco en el que se actúe, de la coherencia del programa
político-económico y social que se diseñe, de la confiabilidad del gobierno que
lo haga, de su respaldo político interno y de su receptividad internacional.
Imaginemos por un instante un escenario imposible: que el
kirchnerismo siguiera gobernando el país. En esa hipótesis, el cepo no sólo no
sería “levantable” en ningún tiempo previsible, sino que lo más probable sería
una profundización de medidas policiales, la creciente tensión económica que se
trasladaría a lo social vía desabastecimiento y/o hiperinflación y por último
una crisis política de proporciones, al estilo del escenario que hoy vive
Venezuela, con muertos proliferando diariamente, supermercados asaltados, colas
de cuadras para conseguir pan o leche, opositores presos sin proceso y
violencia instaurada como norma, al estilo ley de la selva.
Eso no ocurrirá, simplemente porque el kirchnerismo tiene
plazo fijo. Lo que viene son matices más o menos heterodoxos en el camino de
desmontar la parafernalia de dislates construida por el oficialismo –principalmente,
por la presidenta- en la convicción de que en pleno siglo XXI es posible vivir
en una sociedad en la que las conductas de todos estén decididas por la
voluntad de una persona.
¿Se podría levantar el cepo rápidamente? Los economistas –todos-
saben que sí. También saben que para hacerlo, es imprescindible reducir el
déficit fiscal, objetivo posible en forma programada con un gobierno lúcido,
que a la vez que normalizar las cuentas internas logre reconstruir su
vinculación con el mundo financiero internacional, con el propósito de contar
con un “puente” de financiamiento entre el comienzo y el fin del proceso de
normalización que evite las tensiones sociales, la caída abrupta del salario y
los despidos masivos.
Pero también saben que no. Es imposible levantar el “cepo”
manteniendo la filosofía de los controles cambiarios no homologables con el
mundo. Hay una razón filosófica y una práctica. La filosófica es que el
concepto de “cepo” oculta la idea de que la propiedad de los bienes no se basa
en un derecho constitucional sino en la discrecionalidad del gobierno. Las divisas
son de quienes las generan, no del gobierno. Un gobierno que considere que las
divisas son suyas, por definición, no es confiable. La razón práctica es que
nadie invertirá donde en el mismo momento de su inversión se le confisca el 30
% del valor de mercado de su capital, y luego no se le permite disponer del
fruto económico que genere su proyecto.
Pero como adelantamos, eso ya no ocurrirá porque el
kirchnerismo pasará a ser historia. Lo que viene buscará, necesitará buscar,
cambiar esa perspectiva.
¿Quién pude lograr ese escenario? Quien antes que nada, se
lo proponga. Es un camino incompatible con la verborragia de opereta, la
fragmentación interna y la irresponsabilidad de gestión. La normalización
fiscal requiere confianza y la confianza requiere coherencia entre dichos y
hechos en el diseño y la ejecución de un camino sensato. Si se logra ese “puente”
y se ejecuta, el cepo puede durar horas: no sería necesario contar con un
ajuste para ubicar el precio de la moneda nacional en un camino ascendente.
Habría inversiones en sectores de infraestructura rezagados
durante una década por malas decisiones (que han respondido a caprichos, conveniencias
personales o corrupción, más que a necesidades económicas), habría préstamos
internacionales para financiarlas y se abrirían espacios de negocios que
naturalmente serían ocupados por quienes hoy prefieren inmovilizar sus ahorros
ante la imprevisibilidad que le genera la actual gestión.
¿Cuánto tardaría esto en realizarse? La respuesta también se
abre en abanico. Hoy mismo existen contactos entre interesados en realizar
grandes inversiones y los equipos de los principales candidatos presidenciales.
Cambiado el rumbo, la carrera por llegar primero también se dispara en horas.
No es aventurado decir que apenas se decida la conducción del nuevo gobierno, comenzarán
a tejerse acuerdos cuya concreción se realizará rápidamente, tal vez en días.
¿Habrá turbulencias? Es posible que sí, pero no tanto por la
relación peso-dólar, sino por el estrambótico descalce de los precios relativos
internos y por la gigantesca irresponsabilidad fiscal de los últimos tiempos
kirchneristas. Sin embargo, también existen reservas en manos privadas de
compatriotas que han sido previsores armando su “colchoncito” fuera del alcance
de las ocurrencias kicillescas. Después del 2002, es muy difícil que vuelvan a
encontrar a los argentinos con sus ahorros encerrados en las cuentas bancarias.
Un “corralón” hoy tendría apenas la dimensión de un gallinero.
Habrá, sí, viento de frente como el que nunca atravesó el
kirchnerismo en el poder. Será necesario inteligencia estratégica y flexibilidad
táctica. El mundo viene complicado ante los tropiezos de China, las
complicaciones geopolíticas del Oriente Medio y la crisis económica y
migratoria europea. Pero a la vez, ha comenzado a recuperarse la otra gran
economía del mundo, la norteamericana, que probablemente retomará su papel de
locomotora mundial.
Por nuestra parte, ha sido tan fuerte la decadencia que nuestros problemas, ubicados en el mundo, casi entran en una dimensión micro, más que macro. Recuperar el atraso demanda una sintonía de medidas serias de gestión con inteligentes proyectos para retomar la marcha, pero es posible.
Por nuestra parte, ha sido tan fuerte la decadencia que nuestros problemas, ubicados en el mundo, casi entran en una dimensión micro, más que macro. Recuperar el atraso demanda una sintonía de medidas serias de gestión con inteligentes proyectos para retomar la marcha, pero es posible.
En síntesis: el cepo, con el que comenzamos la reflexión,
puede levantarse en 24 horas, en cuatro meses, en dos años o nunca. En
realidad, en gran medida, depende de la decisión y la convicción de los propios
argentinos.
Ricardo Lafferriere
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