Cuantificar la deuda pública argentina es un desafío
apasionante. Y terrorífico.
¿Qué debe incluirse en ese número? ¿Sólo la deuda en divisas del Estado Nacional,
que es la que suele repetir el oficialismo?
¿Debe sumarse la deuda del Estado Nacional en pesos? Si no
lo hacemos ¿quién será el responsable de ella? Y en el caso de sumarla: ¿debe
incluirse la deuda que el Estado nacional tiene con organismos que forman parte
de la estructura jurídica del Estado, pero tienen cuentas destinadas a
afectaciones específicas, que el Poder Ejecutivo ha “arrebatado” canjeándolos
por bonos sin valor de cambio? El Banco Central y la ANSES marchan en punta con
sus acreencias, que sin embargo se extienden a infinidad de otros organismos
específicos. El Banco Nación, sin ir más lejos. Y los LEBAC y NOBAC que el BCRA
debe a los bancos privados, que nadie sabe quién pagará. O los “Swaps” con
China. O… o…
Curioso, lo del BCRA. El país –el gobierno…- acaba de ser beneficiado
por la “Justicia del Imperio”, que ha decidido que el BCRA no puede ser
considerado “alter ego” del gobierno porque su función es sostener el valor de
la moneda y no tiene vinculación con el mismo, y en consecuencia sus reservas
no pueden ser embargadas por los acreedores. Sin embargo, el gobierno no asume
como deuda los bonos no negociables que ha colocado en el BCRA para retirar la
ingente cantidad de recursos con los que mes a mes incentiva la inflación. El
trato es cada vez más parecido al que le da a la ANSES, a la que les absorbe
sus reservas cambiándoselas por papelitos pintados –tal vez impresos en la ex
CICCONE-, que simbolizan deudas incobrables.
Y curioso, lo de la ANSES. La decisión del 2008 de
apropiarse de los ahorros privados fue justificada en que “las AFJP se quedaban
con el 30 % de los aportes”. Y en consecuencia, el oficialismo decidió quedarse
con el 100 %. Fondos que no eran ni de la AFJP ni del Estado, sino de
ahorristas que habían confiado en la ley vigente, que garantizaba su “propiedad”
exclusiva, burlada por el gobierno, el parlamento y la propia Corte… No fue
solo el kirchnerismo el responsable de la desaparición de la seguridad jurídica…
¿Debe sumarse la deuda de las provincias? Porque –aun concediendo
que vivimos en un Estado Federal- a nadie se le escapa que gran parte de esa
deuda –por ejemplo, con los organismos internacionales- está avalada por el
Estado Nacional. Y tampoco que si a alguna provincia, especialmente a “alguna
provincia” en especial le faltaran recursos para pagar sueldos, aguinaldos o
proveedores, el Estado Nacional correría en su auxilio.
¿Y las deudas municipales? ¿O sólo cuentan las del gobierno
de la Ciudad de Buenos Aires, que estarán cargo “de Macri”, como si las del
Estado Nacional estuvieran a cargo “de Cristina”?...
¿Debe sumarse la deuda que “quedó fuera” del acuerdo cuando
la reestructuración, los famosos “hold outs”? Alguno podría decir que no, que “perdieron
su turno”. Discusión vieja. Lo cierto es que –como lo alertamos en su momento-
abrirían juicios diabólicos, que hoy tienen ya sentencia firme, que se están
generando intereses sobre intereses más punitorios y gastos y que sin
normalizar esa situación el país seguirá aislado del financiamiento externo.
¿Y la de los reclamos en el CIADI? Centenares de millones de
dólares se están tramitando en juicios a los que el Estado Nacional está
obligado por propia decisión, que no suelen figurar en los números oficiales,
pero que habrá que pagar.
¿Qué hacemos con los intereses, que agrandan la deuda día a
día? ¿Se deben ignorar, como si fuera posible no pagarlos, o deben contarse?
¿Qué hacemos con los centenares de millones de dólares que se deben a los
importadores –y éstos, a sus proveedores externos- sin los cuáles la
paralización industrial puede llegar a ser casi total, y con ella la
desocupación?
No. No son cuentas menores. Son tan importantes como pasar
en limpio además los gastos imprescindibles que deberá realizar el gobierno por
la defraudación escandalosa de estos diez años que ha significado el deterioro
de la infraestructura, la que demandará exigencia de recursos como si
tuviéramos que construir un país de nuevo. Trenes, puertos, autopistas, energía,
comunicaciones, defensa, infraestructura hospitalaria, educativa, policial y de
seguridad, son deudas que golpearán muy fuerte, junto a todas las mencionadas
al comienzo, a las puertas del Estado en los próximos años.
Se debe mucho. Tanto, como que la situación debiera
aconsejarnos abrir puentes de un acuerdo político gigantesco, como comenzaron a tejerse a partir del
disparador que significó el acercamiento entre el PRO y la Coalición Cívica,
personificada en las figuras de Mauricio Macri y Elisa Carrió, a la que se
afortunadamente se sumó el radicalismo abandonando una inexplicable aventura sin
destino. Este polo de atracción, amplio sobre bases éticas, tiene sobre sus
espaldas la responsabilidad de reconstruir la esperanza.
Mucho hubiéramos avanzado si hace cuatro años no hubieran
dominado los egos y la corteza de miras que llevó a la fragmentación opositora,
la ficción del 54 % y las atrocidades de estos años.
En estos años, la deuda
-las deudas…- crecieron mucho. Perdimos, además, cuatro años, que en
lugar de usar para detener la caída y comenzar el despegue, sirvieron para
acelerar el derrumbe. Y aunque tal vez sería un poquito injusto decir que la
culpa fue exclusivamente de los “dirigentes” del 2011 –que, en realidad,
reflejaban la ceguera de gran parte de sus bases-, ya en aquel momento
señalamos en soledad que los argentinos no olvidarían la indiferencia de los
principales protagonistas privilegiando su ombligo sin que les importara el abismo que abrían para el país, y no nos equivocamos.
Ninguno de los candidatos opositores
de entonces tiene ya relevancia alguna en el escenario nacional. La historia –y
los argentinos- pueden tardar en pasar la cuenta, pero ésta inexorablemente
llega.
Hoy la construcción está en marcha y tiene posibilidades
ciertas de ser exitosa. Aunque no desate oleadas de entusiasmo, abre
diariamente un nuevo pequeño espacio de confianza, cuya ampliación deberá estar
en manos de cada compatriota, poniendo en marcha sus sueños.
Se debe mucho, por culpas múltiples. Ahora deberá ser el
tiempo de unir esfuerzos para ponernos
al día y pasar al frente. El país puede, los argentinos pueden. Sentido común y
patriotismo en la dirigencia serán las principales demandas para reencarrilar
nuevamente nuestra historia y dejar atrás no sólo la decadencia, sino también
la banalidad de la chabacanería.
Ricardo Lafferriere
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