miércoles, 2 de abril de 2008

Coherencia

Después del conmocionante paro agropecuario de dos semanas provocado por un provocador manotazo a ingresos ajenos, la presidenta pidió “humildemente” al sector agropecuario “por favor” que “levanten el paro contra el pueblo” para poder negociar. Las entidades del campo, disimulando el nuevo agravio gratuito recibido, aceptaron la sugerencia –arriesgando su propia representatividad ante sus bases- y tuvieron la deferencia de no llevar ninguna posición escrita específica para facilitar las cosas. Era imaginable que la convocatoria llevara implícita la disposición a recapacitar, al menos suspendiendo la angurrienta e inconstitucional resolución que subió el impuesto a la exportación de soja al 44 %.
Pocas horas después, el país, azorado, se entera que el gobierno llegó a la reunión “de negociación” sin ninguna propuesta concreta, reiterando su posición de mantener la exacción sin tocar ni una coma. Obviamente, los dirigentes agropecuarios debieron trasladar esta situación a sus representados y la medida se reanudó casi de inmediato en forma espontánea.
Luego, en otro cambio de discurso, justificó la arbitraria resolución en la “excesiva sojización” que le habría impedido al país contar con “otros alimentos” y que genera “muy poco trabajo por hectárea”. La anteojera ideológica siguió siendo el marco deformante de su visión, y aunque el tono fue indudablemente más respetuoso con los ciudadanos del país que preside, prosiguió con sus afirmaciones falsas que pueden ser dictadas por el desconocimiento –la mejor opción- o nuevamente por el cinismo –la peor-.
Sus conceptos hubieran sido interesantes aportes en un debate parlamentario, única vía autorizada por la Constitución para debatir y fijar impuestos, debate en el que seguramente habría escuchado otras visiones. Por ejemplo:
- que esa sojización fue lo que ha permitido excedentes fiscales y comerciales desde el año 2003 sobre los que se asentó la recuperación del país y la presuntamente exitosa gestión de su marido,
- que el país no muestra faltantes de otras clases de alimentos, y
- que la cantidad de trabajadores por hectárea es una medida obsoleta para medir la generación de empleo del complejo sojero, que se extiende a las fábricas de maquinarias agrícolas, a los miles de talleres locales, a los ingenieros y técnicos que diseñan el equipamiento, a los ingenieros agrónomos, a las fábricas de semillas –con técnicos y trabajadores calificados-, a los pueblos del interior y provincias en los que se paga impuestos locales, a los comercios de esos pueblos, etc.
Preferir el trabajo agrario directo de “mucha mano de obra” es volver al campo de hace más de medio siglo, con maquinarias rudimentarias y esfuerzos inhumanos, trabajadores sin calificar y alejado de la gigantesca –y admirable- revolución tecnológica mundial de la que nuestros productores son vanguardia, inclusive creando “capital social” para optimizar sus recursos, como los “pools de siembra”, demonizados por la ignorancia panfletaria del seudoprogresismo a sueldo que todavía no han descubierto a Bachelet, Lagos, Lula o el propio Tabaré.
La recién manifiesta vocación preservacionista de la presidenta tampoco es nueva para los hombres de campo. Son ellos los que aplican desde hace años la rotación de cultivos –en rigor, comenzó en Europa en el siglo XIII...-, la fertilización, las terrazas antierosión y otras técnicas destinadas a preservar la tierra, que es su capital. Y la deforestación a la que alude podría ser regulada si la ley de bosques, que su bloque parlamentario trabó en el Congreso por años –incluso siendo ella Senadora- hubiera recibido un tratamiento rápido e inteligente. No es culpa de los hombres de campo, ni se solucionará con las “retenciones móviles”.
En ese mismo debate parlamentario se le hubiera explicado que las retenciones móviles, además de ser inconstitucionales, generarán una explosiva demanda de camiones y consiguiente saturación de rutas para vender rápido las cincuenta millones de toneladas de cosecha, favoreciendo a los grandes acopiadores y exportadores, que podrán fijar el precio de oportunidad cuando la oferta se agigante, en tiempos de cosecha, ante la necesidad urgente de vender que tendrán los productores pequeños y medianos, para que no los coman los gastos y la inflación. La original ocurrencia de su equipo económico acarreará en consecuencia complicaciones enormes, desde accidentes viales hasta la superexplotación de los pequeños productores.
Pocas veces en la historia se ha visto una incapacidad de gestión política y económica como la que está mostrando la administración “K-K” en esta situación. No hay ninguna medida oficial que le ofrezca al país una solución real a un problema que ellos mismos provocaron. Su única reacción ha sido la organización de grupos parapoliciales estilo “camisas negras”, en la más pura tradición lopezreguista y “jotaperra”. La justificación del Jefe de Gabinete, del Ministro del Interior y de la propia presidenta al ubicar a su lado al jefe de los grupos oligarca-fascistas en los actos de Parque Norte y Plaza de Mayo indican claramente, si alguna duda hubiere existido, el origen oficialista de su accionar.
Su soledad es cada vez mayor. No tiene el acompañamiento de la sociedad, ni de los principales dirigentes del peronismo histórico y mucho menos de la oposición democrática ni los gobernadores, colocados entre la necesidad de responder a sus votantes –a los que se deben- o al gobierno central, que los esquilma y humilla.
Los cientos –o miles- de dirigentes peronistas del interior, consustanciados con sus propias bases, están cada vez más traccionados por su pertenencia popular y su responsabilidad política que por el ideologismo adolescente de la administración “K-K” que pone en riesgo su representatividad local. Al gobierno sólo le queda el respaldo de la violencia patotera de sus matones a sueldo, los argentinos a los que tiene clientelizados a fuerza de choripán y $ 50 y las “movilizaciones” como la realizada ayer en Plaza de Mayo apoyada en las estructuras sindicales subsidiadas –que la aplaudieron con el mismo entusiasmo con el que aplaudían a Menem-. Lo ayudan, es cierto, las plumas y voces alquiladas y el chantaje a periodistas y medios, pero cada vez menos.
No se trata, sin embargo, de una crisis producida en una situación económica dramática por el endeudamiento asfixiante, como la que golpeó al gobierno de la Alianza en el 2001, dejándolo sin herramientas. Ni la propia recesión de fin del menemismo, generada por la situación internacional. Por el contrario: el propio gobierno dice que tiene reservas en el Banco Central –gran parte de ellas, sustraidas al campo...- de más de Cincuenta mil millones de dólares; que tiene de superávit fiscal récord –logrado por el aporte decisivo del campo- de más de Veinticinco mil millones de pesos; y superávit comercial histórico –también originado principalmente en el trabajo del campo- de alrededor de Diez mil millones de dólares, exactamente igual al monto de las “retenciones”.
Por el contrario, es su incapacidad de gestión lo que ha puesto al país al borde de un abismo que no es económico, sino institucional y moral. Pocas dudas caben que si en unos pocos días más no se encuentra una solución al conflicto, la gente comenzará a sentir desabastecimiento e inflación desbordada, y todos sabemos que es imposible vivir sin comer.
No será un cacerolazo el que cambie la conducción del país. La propia realidad será la que se encargue de notificar que caprichos y berrinches no alcanzan para gobernar. El último desastre que puede esperarse de la administración “K-K” sería lograr, por su incapacidad, que en la Argentina, en uno de sus momentos económicos mejores, el pueblo no tenga qué comer. No hay que ser adivino para imaginar lo que puede pasar en esa hipótesis.
Nada tendrá que ver esta situación con una “crítica de género”, como la que utiliza para victimizarse la señora presidenta. No se ha escuchado en el campo, ni en las movilizaciones populares, ninguna consigna que haga referencia a su condición de mujer. Más allá de la caricatura periodística de la que se quejó en su discurso, se trata de la incapacidad para desempeñar con idoneidad las tareas exigidas a la institución mayor de una democracia representativa, nada menos que la presidencia de la República.
La destrucción institucional sistemática provocada por la administración “K-K” en estos años –vaciando el parlamento, destrozando a los partidos políticos, y construyendo poder tosco y clientelista- no ha dejado muchos instrumentos políticos de mediación. Institucionalmente quedan los gobernadores, y políticamente el peronismo de los distritos –el partido más votado y de mayor presencia territorial, sin conducción nacional por decisión kirchnerista- y la Coalición Cívica –la principal oposición-. Debieran prepararse, porque si el conflicto continúa, deberán ser ellos los que se hagan cargo de encontrar una salida, sumando a ese gran consenso a las dos siguientes fuerzas de representación parlamentaria, la UCR y el PRO.
Sería seguramente mejor que la propia presidenta liderara esta salida.
Todavía está a tiempo, aunque los hechos parecen superar su capacidad de comprensión, sometida a una esclerosis ideológica que le impide ver la realidad tal cual es. Marchando entre el cinismo de convocar al dialogo mientras trata de golpistas a quienes protestan, e incoherencias como llamar a liberar las rutas y a la vez suspender arbitrariamente las exportaciones de carne, corre el riesgo de entrar en un camino que cada vez se estreche más y en el que cada paso que avance se licue más lo que le queda de poder acercándola a la tentación de recurrir a la violencia desesperada.
Ante el curso de los acontecimientos, se impone una reflexión que contenga, en palabras de Alfredo De Angelis, el entrerriano asambleísta y dirigente de la Federación Agraria, “la grandeza de los pequeños, con la humildad de los grandes”. Sólo esa actitud, abierta, humilde y sincera, salvaría su gobierno de un deterioro terminal. Y además, clara. Como lo expresara el mismo De Angelis, “Presidenta, ¿para que lo hace tan complicado?” En efecto, la solución no parece muy difícil: suelte la cartera que quiere arrebatar, y todos felices.
Todavía está a tiempo, y si profundizara el rumbo dialoguista insinuado en el discurso del lunes 31 de marzo o el propio discurso de Plaza de Mayo, sin su innecesario componente de cinismo, podría tener un final feliz.
Pero la reacción es urgente, antes que lo que comenzó como una crisis por incapacidad de gestión se transforme en una crisis de gobierno, con el riesgo de devenir, como en el 2002, en una crisis de sistema. Y –ahí sí- las consecuencias son impredecibles.


Ricardo Lafferriere

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