Sentaku es una palabra japonesa con dos acepciones: limpieza, y elección. Abarcan lo que soñamos para la Argentina: un país que haya limpiado sus lacras históricas, y que elija con inteligencia su futuro. Limpiamente, libremente.
lunes, 23 de marzo de 2009
Corrupción, desguace institucional y diálogo
“...El país entero está fuera de quicio, desde la Capital hasta Jujuy.
Las instituciones libres han desaparecido de todas partes: no hay República, no hay sistema federal, no hay gobierno representativo, no hay administración, no hay moralidad. La vida política se ha convertido en industria lucrativa.
El Presidente de la República ha dado el ejemplo, viviendo en la holgura, haciendo la vida de los sátrapas con un menosprecio inaudito por el pueblo y con una falla de dignidad que cada día se ha hecho más irritante. Ni en Europa ni en América podía encontrarse en estos tiempos un gobierno que se le parezca; la codicia ha sido su inspiración, la corrupción ha sido su medio. Ha extraviado la conciencia de muchos hombres con las ganancias fáciles e ilícitas, ha envilecido la administración del Estado obligando a los funcionarios públicos a complacencias indebidas y ha pervertido las costumbres públicas y privadas prodigando favores que representan millones.
El mismo ha recibido propinas de cuanto hombre de negocio ha mercado en la Nación, y forma parte de los sindicatos organizados para las grandes especulaciones, sin haber introducido capital ni idea propia, sino la influencia y los medios que la Constitución ponía en sus manos para la mejor administración del Estado. En cuatro años de gobierno se ha hecho millonario, y su fortuna acumulada por tan torpes medios se exhibe en bienes valiosísimos cuya adquisición se ha anunciado por la prensa. Su participación en los negocios administrativos es notoria, pública y confesada. Los presentes que ha recibido, sin noción de la delicadeza personal, suman cientos de miles de pesos y constan en escrituras públicas, porque los regalos no se han limitado a objetos de arte o de lujo; han llegado a donaciones de bienes territoriales, que el público ha denunciado como la remuneración de favores oficiales.
Puede decirse que el ha vivido de los bienes del Estado y que se ha servido del erario público para constituirse un patrimonio propio.
Su clientela le ha imitado; sujetos sin profesión, sin capital, sin industria, han esquilmado los Bancos del Estado, se han apoderado de las tierras públicas, han negociado concesiones de ferrocarriles y puertos y se han hecho pagar su influencia con cuantiosos dineros.”
Los párrafos citados no se refieren a quienes los lectores se imaginan: pertenecen al Manifiesto de la Revolución del Parque, producida el 26 de Julio de 1890, disparadora del proceso político que culminaría poco después con la formación de la Unión Cívica Radical.
Aunque la proclama estaba firmada por Leandro Alem, Aristóbulo del Valle, Lucio V. Lopez, Demaría, Goyena y Romero, expresaba un movimiento con el que simpatizaban los más importantes políticos de la época, desde Bartolomé Mitre hasta José Manuel Estrada y Bernardo de Irigoyen. Muchos de ellos, enfrentados entre sí duramente en numerosos debates parlamentarios y batallas electorales, coincidían sin embargo en que frente al bochornoso desenvolvimiento de un gobierno carcomido hasta la médula por la corrupción y el deguase institucional, era necesaria la unidad. Ya habría tiempo para afinar las diferencias, una vez recuperado el funcionamiento siquiera mínimamente razonable del sistema político.
La revolución perdió, pero el gobierno cayó pocas semanas después, con la renuncia de Juárez Celman y su reemplazo por el vicepresidente Carlos Pellegrini, uno de los hombres más lúcidos del sistema político de entonces, cuya característica principal era su predisposición al diálogo: entre sus amistades se encontraba Leandro Alem, Bartolomé Mitre, Aristóbulo del Valle y otros líderes de la revolución derrotada. Y su breve gestión dejó como legado no sólo su apelativo de “Piloto de Tormentas” sino el saneamiento de las finanzas públicas saqueadas por Juárez Celman y su camarilla, y la creación del Banco de la Nación, herramienta de fomento de la actividad agropecuaria que cambiaría la faz productiva argentina.
Nuestro país parece condenado a alinear sus fuerzas dinámicas por cuestiones siempre parecidas. Hoy mismo está en el escenario político el debate sobre la conveniencia de confluir en grandes acuerdos. Lejos estamos de buscar salidas violentas o “revolucionarias”. Afortunadamente, han sido desterradas de las prácticas políticas. Pero el camino que se está explorando no descarta el trabajo parlamentario común y –según algunos analistas- hasta la posibilidad de listas electorales conjuntas de quienes responden a formaciones políticas diferentes.
Porque lo que no ha sido desterrado es el concepto de que la detentación del poder da carta de corso para utilizarlo en beneficio propio, allegados y familiares, y que teniendo el poder, “se puede hacer cualquier cosa”, es decir, los motivos que en 1890 provocaron la gran confluencia de opiniones diversas para poner un freno a la orgía de corrupción y deguase institucional. Y como no podía ser de otra manera, ello ha abierto la reflexión de los diferentes actores para buscar la manera de unir fuerzas, frenar el tobogán y volver a poner en marcha el estado de derecho, como se diseñó en la Constitución Nacional.
Bienvenidos, entonces, los acercamientos y los diálogos. El sistema político que viene luego de esta larga noche se está insinuando. Parecieran ser dos grandes conglomerados que girarán alrededor de los temas de la agenda del siglo XXI, con escasos contactos con los problemas del siglo que murió como no sea los ecos de las épicas políticas fundacionales, cada vez más desdibujadas por la bruma del tiempo. En ambos es previsible que participen hombres y mujeres que antes participaran de viejas luchas en los queridos partidos, que en algunos casos coincidirán con sus antigos rivales y en otras hasta rivalizarán con ex correligionarios, junto a la creciente presencia de nuevas generaciones que no estarán tan interesadas en el romanticismo del pasado, sino en el fuerte atractivo del futuro que está al alcance de nuestro esfuerzo y nuestros sueños.
Esos dos grandes conglomerados compartirán el país de las próximas décadas, y es bueno el diálogo entre ellos, desde sus diferentes visiones pero también desde su coincidencia profunda en la vigencia contitucional como base imprescindible para la reconstrucción del país. El futuro argentino puede ser portentoso, inserto en un mundo que una vez superada la conmoción de la crisis financiera volverá a mostrar la gigantesca potencialidad de su inteligencia en cadena. Los nuevos tiempos serán de quienes respeten la opinión diferente, tengan disposición al trabajo creador, potencien la inteligencia y los valores, cuiden el ambiente y participen de la construcción de la comunidad global. A ningún lado nos llevará insisir en el odio, el conflicto, la intransigencia con quien piensa diferente, la violencia, la deshumanización del rival.
En el caso de los radicales –permítaseme esta concesión a los antiguos afectos...- la tarea que viene, recordando al fundador, “pertenece principalmente a las nuevas generaciones. Ellas le dieron origen, y ellas sabrán consumar la obra”. No las carguemos con la herencia de las dificultades de los viejos recelos. Simplemente, acompañemos para facilitar ese diálogo que permitió al país, en 1890 y en otras épocas, encarrilar el país en la Constitución y dar el gran salto adelante que no se detendría hasta el regreso de la intolerancia, en 1930.
Ricardo Lafferriere
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