lunes, 18 de mayo de 2009

Rebotar bien

La recesión está instalada. El ajuste también. Algunos efectos se sienten directamente, y otros llegarán inexorablemente como consecuencia de la evolución de la propia crisis. Que, dicho sea de paso, no tiene nada que ver con la “internacional”, sino que la trabajamos nosotros solos, solitos, los argentinos.
Poco servirá ahora llorar sobre la “leche derramada”. La economía se está ralentizando aceleradamente. Alcanza con mirar los pueblos del interior –los primeros en sufrir sus alcances, por la perversidad diabólica del gobierno-. Paralizados los cultivos, paralizados los comercios, paralizadas las industrias, paralizados los transportes.
Pero no sólo allí. Ahora las ciudades están sintiendo las consecuencias de destrozar a la locomotora de la economía nacional, que es el sector agropecuario. Entran menos divisas, y las que hay dentro se van. Quienes tienen pesos los liquidan y fugan hacia cualquier otra moneda que no sea la argentina. En consecuencia, la paralización comercial es significativa. Una recorrida por las arterias y zonas comerciales nos muestra la proliferación de carteles “liquidación por cierre”, “se alquila”, “oportunidades” y similares, que tras la aséptica publicidad de venta terminal esconden el drama de familias que allí trabajaban y de ellos vivían, desde sus dueños hasta los empleados y familiares, que deberán afrontar la pérdida de sus ingresos vitales. Los negocios que quedan, salvo los que puntualmente responden a los consumos de alto nivel, están vacíos.
La disminución del comercio golpea a las fábricas, y con ello hay más compatriotas que pierden su empleo. Y golpea a la importación, que ha sufrido la caída más abrupta de su historia, configurando quizás el indicador más grave de todos: la paralización de las etapas económicas de la cadena productiva global de la que empresarios argentinos habían logrado formar parte, a pesar del gobierno.
La paralización, a su vez, genera menos ingresos fiscales. Ya incautaron ilegalmente los ahorros previsionales, que están dilapidando provocando el desfinanciamiento estructural del sistema. Y no existirán fondos para mantener los subsidios transferidos a las empresas públicas –entre las cuales destaca como barril sin fondo, la escatológica estatización de Aerolíneas Argentinas, que sostiene entre otras cosas un vuelo diario de un Jumbo a Calafate, con el 25 % de su capacidad ocupada y gran cantidad de pasajes de “cortesía”, con dinero estatal, por supuesto-. Pero también a los colectivos urbanos, a los ferrocarriles y a otros servicios públicos, con la finalidad de mantenerlos funcionando ante la imposibilidad de autofinanciación con los precios de los servicios, mantenidos demagógicamente congelados cuando la situación era buena, y hoy asfixiados por la escasez.
La tensión está cantada: si el gobierno nacional prefiere seguir el jubileo de subsidios, no habrá dinero para las provincias, que deberán financiarse con cuasi monedas, nuevamente. Y si las provincias logran, por el contrario, recuperar sus recursos confiscados por el gobierno nacional, éste deberá subir drásticamente todas las tarifas, con el impulso inflacionario que esto genera, y el drama social de golpear sobre una población asalariada desocupada o con salarios retrasados.
Nuevamente: nada tiene que ver con esto la crisis internacional, que en realidad aún no ha llegado al país. Alcanza con ver la cotización de los productos agropecuarios, en un nivel que está en el promedio de su mejor momento, pero que no se puede aprovechar por la asfixia a que sometió el gobierno al sector agropecuario confiscándole su rentabilidad e impidiendo el financiamiento de nuevas campañas.
En síntesis: los momentos que vienen no serán buenos.
Pero lo importante es saber que siempre la vida sigue y de ello tenemos experiencias repetidas los argentinos. Hemos tenidos crisis gigantescas y al final hemos arrancado, no precisamente por las genialidades de los gobiernos sino por la tenacidad optimista de la gente que trabaja y produce, a pesar de ser golpeada por la incautación de sus recursos por parte de quienes han vivido durante décadas de aprovechar el esfuerzo ajeno. Y mirando hacia adelante, lo importante será que “rebotemos bien”. Porque del ajuste se saldrá. El punto es que acertemos en la dirección del renacimiento.
Como siempre, existirán presiones para repetir la salida conocida, alimentando las corporaciones sindicales, empresarios protegidos y malas prácticas políticas. Esa salida nos llevará, como en el ciclo que estamos terminando, a repetir los dramas corregidos y aumentados. Ni siquiera con el “mejor período económico en nuestra historia independiente” (Cristina “dixit”) ha podido reducirse la pobreza, terminar con la inseguridad, mejorar la educación, desarrollar la infraestructura, modernizar el Estado, dejar de robar a los jubilados y ahorristas... ergo: es “el rumbo” lo que falla, como ha fallado tantas veces.
Dependerá de los argentinos y sus fuerzas políticas y sociales representativas la decisión de romper ese círculo vicioso y tomar esta vez, otro camino. No son necesarias elucubraciones muy novedosas. Es el que siguen pueblos de gobiernos tan diferentes como Brasil y China, como Chile e India, como Australia y México, como Uruguay y España. Un camino que no requiere “inventar la pólvora” sino que se basa en principios que los argentinos adoptamos cuando, hace casi dos siglos, comenzamos el camino independiente: vigencia de la ley, independencia de poderes, respeto a los derechos de los ciudadanos, seguridad para los que invierten y trabajan, limitación clara a las decisiones del poder, justicia auténticamente independiente, libertad de prensa, partidos políticos serios. Y, como colofón, asumir la realidad cosmopolita del encadenamiento productivo mundial, del que la Argentina forma parte, terminando con las ocurrencias del dedito levantado y la voz impostada, recursos dialécticos para disimular la ignorancia, que traducidos en decisiones de gobierno han llevado a desperdiciar las mejores condiciones externas que hayan existido jamás para el país en una orgía de corrupción, latrocinios y fraudes pocas veces visto –y hemos conocido muchos...- en la historia argentina.
Rebotar bien de esta crisis. Ese es el secreto. Entender el rumbo del mundo hoy, para una imbricación virtuosa. Fuerte apuesta a la capacitación, para poder montarnos en la revolución científico técnica. Sólido piso de ciudadanía, para entusiasmar a todos en el nuevo desafío. Respeto a la ley y a la palabra con reglas de juego claras y respetadas, para recuperar confianza, capital social y atracción a la inversión que genera empleos. Prudencia en la gestión económica, para alejarnos de la imagen de aprendices de brujos que nos han convertido en el hazmerreír del mundo. Y sobre todo, humildad en nuestros comportamientos, ya que está visto que no tenemos mucho que enseñarle a nadie, como no sea el nada reconfortante récord de ser el país de peores logros en el mundo en los últimos cincuenta años.
Rebotar bien. Nunca se podrá hacer con el populismo guiando el Estado, ignorando la realidad, olvidándose de los ciudadanos –desde los más pobres, sometidos a una humillante pobreza reciclada, hasta los más encumbrados, sometidos a la humillante pérdida de su capital de trabajo por los caprichos de un mafioso-. Rebotar bien es salir de la crisis apostando a la modernización productiva tanto de la industria como del sector agropecuario, al turismo, a los emprendedores, al mercado global, a la reconversión energética huyendo de los hidrocarburos fósiles y respaldando las nuevas fuentes renovables, las redes inteligentes de distribución, el consumo racional. Rebotar bien es terminar con el desprecio al medio ambiente, la preservación del entorno, el hacinamiento en villas olvidadas de todos los servicios. Rebotar bien es reiniciar la marcha con un objetivo: ser un país exitoso en el mundo global, orgulloso de su convivencia interna y cooperativo en la construcción de la “ciudad del futuro”.
Rebotar bien requiere un país democrático y republicano que retome el rumbo de sus principios fundacionales. Por eso, aunque de nada sirva a esta altura llorar sobre lo perdido, es imprescindible asumir que difícilmente nos lleven a “rebotar bien” quienes aún hoy, con las consecuencias a la vista, insisten en que se ha hecho lo correcto, que lo que está pasando es positivo, y que con el abismo enfrente todavía sostienen, sin ruborizarse, que el riesgo sería “cambiar de rumbo”.



Ricardo Lafferriere
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