“Hay un intento evidente de destitución”, proclamó la señora presidenta, desde su atril, al referirse a la conformación de autoridades de las comisiones del Senado de la Nación y al cuestionamiento realizado por la oposición a su apropiación de fondos en poder del Banco Central.
No es la primera vez que recurre a esa afirmación. En rigor, desde que asumió su cargo ha aludido a una presunta intención “destituyente” de quienes no coinciden con su particular forma de enfocar los problemas nacionales. Los argentinos recuerdan su vehemente acusación al gobierno de Estados Unidos cuando, a pocas semanas de haber asumido, la justicia de ese país descubrió el caso de contrabando de dólares destinados a su campaña electoral, luego confirmado, y luego a la hiperutilización del mismo argumento en oportunidad de pretender alzarse con la totalidad de la rentabilidad agropecuaria mediante las “retenciones móviles” aplicadas por decreto.
Más tarde, quienes resistieron ser despojados de sus ahorros previsionales se integraron al mismo propósito “virtual” en la visión presidencial, y posteriormente fueron sumados a la maligna legión los medios independientes y ciudadanos que se opusieron a su inefable ley de medios audiovisuales, cuyo objetivo fue disciplinar a la prensa independiente, desmantelar la producción audiovisual nacional y convertir en un vocinglerío inentendible el debate nacional, al que atenazaron con la cadena nacional cotidiana, por un lado, y la multiplicidad de medios gratuitos con financiamiento estatal –o sea, con fondos de todos- difusamente distribuidos en los lugares de concentración masiva, por el otro.
El último manotazo fue su desbordada obsesión de apropiarse de los fondos custodiados por el Banco Central, que –obviamente- no pertenecen al Estado Nacional y que están fuera de sus competencias administrativas. La conmoción que significó esta última medida al afectar fondos que no están ni siquiera de manera eventual o indirecta en manos del Poder Ejecutivo, no sólo evidenció la ausencia de límites de cordura en la gestión presidencial, sino que generó un nuevo capítulo de acusaciones “destituyentes”, sumándole el novedoso “partido judicial”, que según el febril razonamiento de la señora presidenta y de su esposo, se habría conformado, una vez más, para destituirla. La decisión del Juez Oyharbide de sobreseer a Néstor Kirchner por su enriquecimiento ilícito sin investigarlo como lo haría con cualquier ciudadano no atenuaría el lapidario juicio presidencial sobre la intención “destituyente”, también de la justicia.
A esta altura, pocas dudas caben que el libreto destituyente no constituye más que una primitiva argucia victimizante, sin otra base real que su propio deseo de escapar de su función sin pagar el precio político de sus chifladuras. El país sufre las consecuencias con su atraso, su endeudamiento y su creciente inmersión en el estancamiento, polarización social y pobreza. Sin embargo, todos estos males no necesariamente son irreversibles si fueran el precio para que desde el corazón del abanico opositor avance el gérmen de un nuevo “ethos” político que anuncia el pluralismo de la Argentina que viene, una vez finalizado este ciclo de cine barato de terror.
Las actitudes victimizantes de la presidenta están ayudando a gestar el post-kirchnerismo en el que tendrá cabida todo el amplio colorido de una opinión nacional diversa, creativa, plural, democrática. Si en lugar de entretenernos en la patética coyuntura de un poder que claramente no está en sus cabales ponemos nuestra mirada en los tiempos que vienen, tendremos claro que el actual no es un tiempo perdido, sino un tiempo de gestación. Curiosamente, tendremos algo para agradecerles, que florecerá cuando –afortunadamente- ya no estén.
Ricardo Lafferriere
No hay comentarios:
Publicar un comentario