viernes, 12 de marzo de 2010

Sensatez... o rapiña

Conocemos ya los argentinos, por la lamentable experiencia de 1975 y aún de 1989 el efecto vertiginoso de los vórtices pre-hiper-inflacionarios. Por eso, al escuchar los cantos de sirena de quienes echan nafta al fuego con la vieja cantinela de la “redistribución del ingreso” como los vociferados por el expresidente en su discurso de reasunción, no surge la alegría de aquel al que le va bien, sino la preocupación de salvar lo que sea posible de sus ingresos, sean estos pocos, regulares o muchos ante la tormenta que se avecina. Desde el jubilado hasta el empresario están con su cabeza pensando cómo atenuar los daños inminentes.

No es necesario ser economista para darse cuenta de lo que está pasando en el país. Los argentinos “huelen” la inflación y para atenuar sus consecuencia en sus finanzas personales consumen hasta el último centavo de sus ingresos para evitar que se le licúen frente a los precios desatados. Pero no sólo eso: también se endeudan en cuotas eternas en la ilusión de que de esa forma accederán a bienes durables que, luego de ser golpeados por la inflación, se harán inaccesibles. Los precios “fijos a 30 meses”, por su parte, han incluido ya gran parte de la inflación prevista, por lo que implican una fenomenal estafa a los compradores pero generan un “virtual efecto riqueza” similar a la orquesta del Titanic, tocando las alegres melodías de los “años locos” mientras la nave se va a pique.

Dichos planes de venta eternizados son financiados con dinero extraído de la caja previsional y del Banco Central a través de mecanismos engañosos y en todo caso concentran el escaso crédito privado. Pero como la inversión no existe debido a la inestabilidad de reglas de juego y la incertidumbre generada por la inexistencia del estado de derecho, no hay mayor producción y sí provocan mayores precios.

Los datos sobre el nivel de actividad son elocuentes: la industria está trabajando a menos del 70 % de su capacidad instalada, y los niveles físicos de venta no superan los de hace un año a pesar de que se ha volcado en el mercado un adicional de más de 10.000 millones de pesos desde octubre a febrero últimos. Las encuestas a empresarios muestran que no existe ninguna predisposición a incrementar los niveles de producción y mucho menos a ampliar el equipamiento o los planteles. Prefieren ganar subiendo precios y luego convertir sus ganancias a divisas, en la espera de lo que ocurra. En otras palabras: estamos viviendo el jolgorio de liquidar el capital, como el heredero pródigo del estanciero que vende la estancia y se dedica a difrutar sin trabajar. Sabemos que eso dura lo que tarde el dinero en acabarse. Y quedarán las deudas... y dinero nacional convertido una vez más en papel pintado.

La incertidumbre la indica otro dato: 1.500 millones de dólares de “fuga” en el mes de febrero, configurados por particulares, empresarios, jubilados, autónomos y todo a quien le sobra algún saldo, comprando divisas por el temor a las chifladuras del gobierno. Si el oficialismo logra obtener la carta blanca para el financiamiento con fondos del Banco Central, que le permitiría en principio disponer de 50.000 millones de pesos extra en el corriente año, el incendio sería catastrófico, y eso la gente lo intuye, aumenta su prevención y acelera su evasión del sistema comprando dólares. Sólo queda en los bancos el dinero imprescindible para las transacciones urgentes.

“Las reservas no están para adorarlas”, dijo en otra frase de antología el ex presidente. Ocurre, sin embargo, que las reservas no son de él, ni del gobierno. Su rapacidad sin límites le impide frenarse ante bienes ajenos, como lo hiciera antes con los ahorros previsionales privados y luego con las cajas públicas de la ANSES, la AFIP, el Ministerio del Interior y cuanto fondo del sector público esté a su alcance. Con ese singular razonamiento, ninguna riqueza del país estaría fuera de su alcance: los depósitos bancarios, los encajes de depósitos privados en el BCRA, los fideicomisos, las acciones que cotizan en Bolsa, las Cajas de Seguridad, los cereales guardados por los productores en silos siembra, los lotes de hacienda, los bienes que estén en las estanterías de los comercios... todo lo que se le ocurra. Habría que preguntarse quién producirá algo en el país luego de liquidarse el capital...

Es tan demencial esta línea de razonamiento que resulta imposible entender que sea seguida por dirigentes políticos, aún del peronismo. Aunque los Kirchner puedan permanecer en sus puestos por el sostén brindado por el peronismo de todo el país, sus gobernadores, diputados, senadores, gremialistas, piqueteros y hasta algún intelectual retroprogresista, también es cierto que el peronismo conforma una fuerza con experiencia de gobierno que conoce las consecuencias de lo que hace. Y que, como el radicalismo, ha sufrido en carne propia la hiperinflación a que lleva una política de esta clase. A los peronistas les ocurrió en 1975. A los radicales, en 1989. Difícilmente los dirigentes responsables de una u otra fuerza estén tranquilos con el rumbo tomado por el oficialismo porque ya la probaron y saben dónde conduce.

El gobierno nos están llevando a una implosión y a un estallido que afectará principalmente a los menos favorecidos. Implosión económica hacia la pobreza, estallido social por la desocupación, la inflación y la desigualdad, que cuando la economía anda mal se incrementa en forma exponencial. Quienes les faciliten las cosas liberándoles recursos ficticios, perforando la seguridad jurídica de los bienes extra-fiscales y abriéndoles el camino para lubricar la marcha hacia el caos, perderán autoridad política para ofrecer una alternativa en el próximo turno, sean oficialistas u opositores, peronistas, socialistas, radicales o liberales.

Ningún cálculo por el posicionamiento electoral futuro, así sea legítimo, podrá exculpar a quien no cumpla con su deber de frenar esta afiebrada marcha hacia el abismo. Todo esfuerzo que se realice para lograrlo, aún a costa de circunstanciales derrotas en el “escenario”, serán patrióticos aportes a la recuperación de un país sensato.


Ricardo Lafferriere

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