La convocatoria de la presidenta en Santa Cruz a quienes
considera “los dueños de la pelota” (sic) para acompañarla en la homologación una
mega-irregularidad más de su gestión al oficializar un proceso licitatorio
amañado no puede leerse en otra clave que la del intento de consolidación del
modelo rentista vigente desde 2002/2003.
Si la sola presencia de los grandes contratistas del Estado
y la industria protegida ya es sospechosa, la ausencia de los sectores más
dinámicos proveedores de divisas del país, los agropecuarios, no puede leerse
en otra clave que en la de considerarlos nuevamente los grandes perdedores.
También estuvieron ausentes los trabajadores. Y las clases
medias. Y los pasivos. El 75 %, que no apoyó el “modelo”. Ya presienten la
estampida de la inflación que disuelve sus sueldos y sufren la creciente
mordida de sus haberes por el “impuesto a las ganancias” con sus mínimos exentos
congelados.
Los dueños de la pelota que “han ganado mucha plata” –como
lo señaló la presidenta- se encuentran frente al dilema de seguir sosteniendo
una expresión política a la que los ciudadanos le han dado la espalda, o
mostrar su paulatino “pase” a la nueva expresión del viejo modelo,
electoralmente novedosa y de fuerte potencial, para incidir en ella y evitar su
toma de conciencia sobre los límites inexorables de la vieja economía que
defienden.
Los productores, por su parte, protestan. Son los grandes
aportantes involuntarios mediante confiscatorias retenciones, asfixiantes
regulaciones, ilegales apropiaciones de sus ingresos y una maraña impositiva
que les quita casi todo lo que producen.
Ellos presienten tiempos difíciles. Y se preparan, porque
saben que del acuerdo de los “dueños de la pelota” con el “árbitro” para
intentar romper sus límites no puede salir otra cosa que el intento de quedarse
también con el campo de juego.
El país opositor –peronista y no peronista- deberá también
tomar conciencia de esos límites. Hasta hoy no lo ha hecho y varias de sus
conducciones parecen coincidir tácitamente en una especie de “kirchnerismo
prolijo” que haría recuperar al país su dinámica económica. Y aunque es cierto
que traería una saludable tranquilidad coyuntural por el cambio de clima, creer
que con eso alcanza es errar profundamente el diagnóstico. No sería más que un
cambio gatopardista, cualquiera fuere su signo electoral.
Ni el populismo ni los actuales dueños de la pelota pueden
ser protagonistas de una nueva etapa virtuosa, porque los límites del modelo
son sus propios límites. Seguir su juego de un estado populista elefantiásico incapaz
para solucionar problemas ciudadanos pero útil como distribuidor cuasi
delictivo de rentas confiscadas es soñar con una inviable economía aislada y “autárquica”
que atrasa medio siglo, impotente para crecer en el mundo actual.
El camino virtuoso no es el acuerdo espurio entre el árbitro
y los dueños de la pelota. Es respetar el reglamento. Es reconocer la soberanía del pueblo, los
derechos de los ciudadanos, la expresión de mayorías y minorías, la
independencia del parlamento y de la justicia y la libertad de prensa.
Y por sobre todo, es recordar que el poder no tiene más
facultades sobre los ciudadanos que las que le otorga la Constitución Nacional.
Aunque acuerden otra cosa el árbitro con los dueños de la pelota.
Ricardo Lafferriere
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