Cuando se decidió la estatización de YPF, expresamos desde
esta columna nuestra discrepancia. La veíamos inserta en un relato con el que
no coincidíamos, con una imagen del país fuera de época, claramente diferente
al que defendemos desde estas columnas. Pero a pesar de eso, era claro que ese
relato, aún en su error, era coherente.
Cuando se levantó la bandera del “desendeudamiento”
sostuvimos lo mismo. Pagar en forma anticipada al FMI, que nos cobraba una tasa
del 3 %, para endeudarnos con Venezuela al 16 % era contradictorio con nuestra visión del país
deseado. Pero era coherente con la visión “bolivariana”.
Cuando se intentó implantar las “retenciones móviles”
estuvimos en terminante desacuerdo. Nuestra visión del país es el de una
economía productiva próspera, con excedentes que permitan la reinversión en el
interior del país, refuerce el federalismo, cambie el rumbo de la macrocefalia
y estimule la inversión para crecer. Pero las retenciones eran coherentes con
el “relato”.
Cuando se decidió la reforma previsional con el argumento
que las AFJP eran demasiado costosas para los ahorristas y para solucionarlo, en
lugar de limitar las comisiones o aún estatizar esas AFJP´s, se le confiscaron
la totalidad de los fondos a esos mismos ahorristas (¡¿?!), expresamos también
nuestra discrepancia. En el colmo del cinismo, se indemnizó a las AFJP con los
recursos de los ahorristas confiscados. Pero la medida era coherente con el
relato.
Cuando se decidió subsidiar indiscriminadamente las tarifas
públicas de consumo con fondos extraídos al sector productivo, despreocupándose
de su descapitalización, marcamos nuestra discrepancia. Sostuvimos que eso terminaría
en el ahogo productivo, el desfinanciamiento del Estado y el estallido
inflacionario. Sin embargo, era coherente con el “relato”.
Ahora vemos que YPF se entrega a CHEVRON y abre sus puertas
nuevamente a REPSOL –previo pago de 5000 millones de dólares- porque nos
quedamos sin combustibles; que el nuevo objetivo de la política económica es
conseguir “financiamiento externo” –o sea, volver a endeudarnos- en los “mercados”;
y que se retirarán paulatinamente los subsidios de las tarifas porque ya no hay
más recursos para financiarlos. Hasta se liquidaron las reservas del BCRA. El
relato se murió, pero debemos hacernos cargo –los argentinos- de sus
consecuencias.
La muerte del “relato” obliga a indagar su veracidad. Lo que
se dice ¿comunica verazmente lo que se busca? Los antecedentes parecen indicar
que no. Entonces… ¿cuál es el sentido de decirlo?
Hace un par de años analizamos este tema y sostuvimos
nuestra tesis: el “relato” es un escudo que oculta lo que se busca. Y lo que se
busca, lo que le da coherencia a lo que se hizo antes y se hace ahora, hay que
deducirlo de los hechos. Éstos marcan un propósito constante: mantener el poder
a cualquier precio, sin que importen las consecuencias ni ser coherentes con lo
que se ha dicho. El “puro poder”, sin las molestas limitaciones de las leyes.
¿Esto está mal? ¿No es la política, en última instancia, conseguir
y mantener el poder?
Claramente, es así para el populismo. No es así para una
concepción democrática y republicana, que cree en los ciudadanos y en
consecuencia no considera que esté bien mentir desde el Estado.
El poder en un sistema democrático no es un botín de guerra,
para cuya obtención esté permitido recurrir a cualquier medio. Es una excepción
a la libertad de los ciudadanos, que se justifica si sirve al bien común,
respeta la ley y responde a la voluntad informada de esos ciudadanos.
Por eso es tan importante para la democracia la
imparcialidad informativa, la libertad de prensa integral sin privilegios
intrínsecos para ningún “relato” –estatal o corporativo-, el debate claro y la
condena ética y social a la mentira.
En cualquier democracia sólida, mentir desde el Estado
conlleva un descrédito y una sanción política que puede llegar hasta la
destitución, aún en temas que no estén directamente relacionados con el Estado.
Cabe recordar, sin ir más lejos, la conmoción que significó la mentira de
Clinton en un tema claramente privado e íntimo.
Solucionar un problema es mejor que crearlo. Desde esa
perspectiva y sospechas al margen, el acuerdo con REPSOL es una buena nueva, a
pesar de lo que cuesta. Sin embargo, ahora se abre un interrogante mayor:
¿existirá una política energética que regule con mesura y cuidado ambiental la
explotación que se abre con CHEVRON, REPSOL, PEMEX y las que lleguen?
¿O será una nueva irresponsabilidad del “relato” buscando en
sus estertores finales conseguir nuevas rentas –esta vez, del subsuelo, y del
futuro- para usarlas en la preservación del poder clientelar, sin que importen
las consecuencias? Los antecedentes permiten la duda.
No es un secreto nuestra resistencia a considerar Vaca
Muerta como la única “política energética” del país. Los datos del mundo, del
clima alterado, del calentamiento global, de las catástrofes climáticas cada
vez más corrientes, indican la necesidad de la extrema prudencia en quemar
combustibles fósiles.
Una cosa es la explotación racional y marginal de los
yacimientos de hidrocarburos como “puente” hasta conseguir la reconversión
limpia del sistema energético, y otra su superexplotación para convertirlos en
una nueva fuente de rentas.
El objetivo serio, maduro, moderno, de un país comprometido
con el futuro, debiera ser apuntar centralmente a las fuentes primarias
renovables, no sólo más limpias sino a estas alturas más baratas que la
extracción de hidrocarburos, aún por los sistemas tradicionales.
Si el nuevo “relato” justifica el acuerdo con REPSOL en la
explotación de Vaca Muerta –o, peor aún, si esa asociación es condición del acuerdo-
es de temer que se vuelva a las andanzas. El subsuelo –y el aire-, como los
glaciares, la minería a cielo abierto y la sojización producida por las retenciones,
seguirán siendo los costos de una política populista, rudimentaria e
irresponsable.
No llevará a la Argentina a la modernidad, plural, solidaria
y pujante. Prolongará la agonía de una mediocridad que ya lleva ocho décadas, y
que ha sido profundizada en los años que llevamos del nuevo siglo escondida
tras las mentiras del relato.
Ricardo Lafferriere
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