Escalofríos. Es lo que produce
la marcha de las variables económicas.
“Caen las reservas”, “sube la inflación”, “crecen los subsidios”, “aumenta el déficit público”, “se
agiganta la deuda intra-estado”, son titulares que enmarcan experiencias concretas de la vida
cotidiana: el tomate a cincuenta pesos, el pan a treinta o las prepagas, todavía sin digerirse el último aumento, ya anunciando un
adicional en diciembre son apenas algunos testimonios. Los lácteos en precios récord al consumidor y aun así
inconsistentes para los
productores, al igual que la carne que sigue liquidando sus “fábricas”, las vacas-vientres… mientras estamos al borde de…
¡importar trigo! Nuestros
costos industriales no permiten exportar, y lo que vende el campo no alcanza ya
para financiar las importaciones que necesitan las fábricas.
Los
sueldos fijos quedaron establecidos por un año entre marzo y julio, y en ese nivel se
mantendrán hasta mediados del año próximo, mientras el dólar “blue” sigue raudo su alza por encima
de los 10 pesos, el oficial sufre la mayor devaluación diaria en diez
años y la inflación real
bordea el 30 % anualizado. Un crudo ajuste ortodoxo, inútil porque se
desperdicia con ineficiencia y corrupción lo que se logra con la caída de
salarios y actividad.
¿Es éste un escenario de derrumbe?
Está claro que este “modelo” no es sustentable, ni alimenta
el crecimiento. Pero también que el país todavía tiene margen para un nuevo
mega-endeudamiento externo, para liquidar reservas (entre ellas, las geológicas) y más riquezas privadas o provocar
mayor inflación. Esta
gestión todavía puede hacer más daño.
Queda "resto". No para crecer, pero sí
para seguir languideciendo
y decayendo. Una letanía de mediocridad liderada por la presidenta y sostenida
por una vocinglería inconsistente de pícaros aplaudidores es potenciada por la
ausencia de lucidez opositora, cuyas voces –salvo valiosas excepciones- son condicionadas
por el temor a la verdad y sus eventuales efectos ante el adormecido sentido
común de la mayoría.
La inflación –al igual que su gemelo, la
elefantiasis pública- tiene su lado simpático. Como un velo semiopaco oculta a
medias la realidad, mientras como un narcótico aletarga el razonamiento y
dificulta la comprensión.
Los ciudadanos incrementan su embotamiento al no contar con los
argumentos que en una democracia madura debieran esperar de una oposición
sensata, que prefiere aguardar a que el proceso alcance sus límites objetivos.
La deuda pública
ya superó los USD 200.000 millones, 30 % mayor a la que provocó la
crisis del 2001. El drenaje diario de reservas recuerda el ritmo de la guerra
de Malvinas, pero sin ninguna guerra en curso. El PBI “per cápita” es una incógnita por la manipulación de las
cifras, aunque en términos reales da la sensación de ser igual o inferior a
hace diez años. El déficit
público es
espeluznante, alcanzando ya el 5 % del PBI "oficial" –en el 2001 era del 3 % del real-.
El deterioro de la
infraestructura está en un nivel que supera el de los años 80. No habíamos tenido un déficit energético como el
actual desde hace más
de medio siglo. Y todos esos números se encuentran en una tendencia creciente, sostenidos por la
vieja receta de disimularla con la fabricación de moneda sin respaldo.
Frente a problemas como éstos, los alemanes, por ejemplo, estarían
hablando de la necesidad de una “gran coalición”. Por nuestros pagos lo ha dicho Sebrelli: hace falta “una gran coalición de
coaliciones”,
coordinando los esfuerzos de izquierdas y derechas. En cambio, se siguen
juntando porotitos en un lado o en otro, sin advertir la dimensión de las
tareas. Para gambetear el derrumbe y seguir languideciendo –hoy y después- afortunadamente tal vez alcance.
Para un gran cambio, seguiremos lejos.
El país soporta todo eso, aunque a costa de tensar su convivencia,
amesetar su devenir y disipar sus ilusiones. Puede hacerlo, porque en la base
existe una capacidad productiva primaria que debemos a la providencia y la tenacidad de nuestros productores, y a precios
internacionales 400 % superiores al 2001, que además estimulan la mayor
producción (150 % más que entonces). Mientras no aparezca algún cambio abrupto –como una caída del precio de los
productos de exportación- no habrá derrumbe, sino letanías recicladas por una decadencia
interminable.
Lo que sí se
siente es la abrumadora sensación de tiempo perdido y de oportunidades
desaprovechadas. De eso, por supuesto, es principal responsable el gobierno.
Pero no es el único.
El país –empresarios,
gremios, periodistas, políticos, intelectuales, cada uno en su campo- debiera
asumir su obligación ciudadana de mejorar el debate público, precisar el diagnóstico,
acordar la alternativa y trabajar por ella, superando ideologismos y mostrando
capacidad de articular consensos nacionales para hablar de los verdaderos
problemas. Y enfrentarlos.
Ricardo Lafferriere
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