sábado, 24 de mayo de 2014

Nuevo mundo

"Depender del petróleo importado nos obliga a hacer concesiones a dictaduras sanguinarias y a involucrarnos en guerras lejanas. Cuanto más crecemos, somos más débiles y más dependientes. Este paradigma no tiene salida." Éstas eran las conclusiones que Michael Klare exponía, hace una década, en su libro "Sangre y petróleo: peligros y consecuencias de la dependencia del crudo", llamado a tener una fuerte repercusión en su país y en la reflexión política global.

EEUU se venía involucrando en una guerra tras otra, obligado a defender su "yugular", el petróleo que obtenía del oriente medio. Sostener las autocracias del golfo, regar el desierto de Kuwait, Irak y Afganistán con la sangre de sus soldados y tolerar violaciones de derechos humanos por parte de gobiernos "amigos" no hacía sintonía, precisamente, con la imagen que los norteamericanos tienen de su país y de su papel en el mundo.

China no era aún competencia y Rusia, su viejo rival de la 2ª posguerra,  se encontraba en el punto culminante de su implosión, buscando su rumbo. El "peligro" inminente para EEUU había dejado de ser ideológico. Eran, en ese momento, los fundamentalismos islámicos.

La era Bush-Cheney terminó. Diez años después,  el escenario no puede ser más distinto.

Rusia ha retrocedido a un estadio cada vez más primarizado. Apoya su economía en la superexplotación y exportación de sus recursos primarios no renovables, especialmente petróleo y gas. Ha abandonado la carrera tecnológica, su industria es cada vez más rudimentaria y la consecuencia es su aislamiento creciente acompañado -como es usual en estos procesos- por el endurecimiento de su política y el primitivo uso de formas prepotentes, tanto hacia sus ciudadanos como hacia el exterior (algo sabemos de eso los argentinos).

China, por su parte, ha "avanzado" a la etapa colonialista –apropiación de recursos naturales- y marcha hacia la imperialista –mercados y hegemonía-. Luego de su ofensiva geopolítica en África y latinoamérica, acaba de ubicar a la propia Rusia como su proveedora de materias primas. En una curiosa inversión del escenario de la guerra fría, cuando la superpotencia rusa aparecía como la "hermana mayor" de una China empobrecida y hambrienta, hoy vemos a China lanzada a un rápido desarrollo económico desafiando la preeminencia  norteamericana, "absorbiendo" recursos primarios de países empobrecidos, al más puro estilo del colonialismo del siglo XIX y adoptando en su región comportamientos crudamente imperialistas con sus vecinos.

EEUU, por último, está logrando su independencia energética en base a tres pilares: la reactivación de su programa nuclear, su masiva apuesta por las energías alternativas (especialmente solar y eólica) y la puesta en valor de sus gigantescas reservas de gas y petróleo no convencionales (shale-oil y shale-gas). Ello le ha permitido concentrarse en retomar su impulso tecnológico y se ha instalado como una economía postindustrial, recuperando claramente su liderazgo en los cuatro sectores "estrella" del nuevo paradigma: nuevos materiales, nanotecnología, biotecnología e informática-comunicaciones, cuya confluencia le permite desarrollar aplicaciones que hace pocos años hubieran sonado a ciencia ficción.

La imbricación recíproca es, sin embargo, muy grande. Rusia con China –y con Europa-, China con EEUU, EEUU y China con el mercado global. Los conflictos se han convertido en problemas “interiores” de todo el planeta, al que le falta una “política global” que enmarque los esfuerzos, procese los intereses encontrados y defina los objetivos. La amenaza del “regreso de la geopolítica” es, en este escenario, un grito de cisne, último estertor del mundo que se va. No debe ignorarse, por supuesto, ya que aún está en condiciones de hacer daño. Pero tiene poco que ver con el nuevo mundo y será superada por la realidad.

Los desafíos de la nueva agenda no requieren tanto lucha como cooperación, porque atraviesan el interior de todos los países, donde también los actores están fuertemente imbricados y son protagonistas de un cambio que no es lineal sino asincrónico, pero sí universal.

Curioso escenario, escasamente relacionado con el existente en la inmediata post- guerra fría y a años luz del mundo bipolar de la 2ª posguerra animado por la lucha entre sistemas antagónicos. Las tensiones son distintas y se relacionan más bien con el diseño del sistema global, los límites en la explotación del planeta, la inclusión de los excluidos y el disciplinamiento de actores que ponen el riesgo todo el sistema, como el desborde especulativo, el narcotráfico y las redes delictivas.

Diálogo y reflexión estratégica madura. Ese es el método, lejos de los gritos e impostaciones del dedito levantado y de las acusaciones destempladas. Lejos del "ellos o nosotros" y ubicándonos todos en el "nosotros" que requiere, por definición, cooperación en lugar de lucha sin cuartel.

Es la potente señal del nuevo mundo retumbando en el vacío de una reflexión local que parece haber renunciado a la indagación creadora para atrincherarse en la repetición acrítica de conceptos políticos y definiciones "ideológicas" aprendidos hace más de medio siglo, para un mundo que desapareció.

Ricardo Lafferriere

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