No fue en vano la reticencia mostrada por la ex presidenta
Cristina Kirchner en “abrir los números” para una transición ordenada. Esos
números muestran la magnitud descomunal de la deuda ocultada, del quebranto generalizado
y del desequilibrio gigantesco del aparato estatal.
Se intuía, pero nunca en esa dimensión. El déficit fiscal
con respecto al PBI se acerca al 10 %, uno de los más grandes –si no el más
grande- del mundo. La economía no ha estallado por el ancla del sector agrario,
que ha sido expoliado al límite de su quiebra, y por la expectativa abierta por
el fin del infierno y el cambio de gobierno. Esa expoliación, sin embargo,
apenas alcanza para eso: para que todo no estalle. Se acabó el tiempo en que “una
buena cosecha” nos salvaba. Y el nuevo gobierno ya llegó.
Ahí tenemos el problema heredado en toda su magnitud,
rodeado de las miserias del fin de ciclo. Los negociados de “guante blanco” que
se defienden sin rubor –como el de la venta de dólares a futuro con
megananancias de 15.000 millones de dólares que deberá soportar el BCRA, o sea,
cada compatriota so pena de entrar en un nuevo “default”- han sido adornados
con la nueva maniobra de vulgares rateros que se descubrió en la AFIP, que
levantó el cepo del dólar ahorro por un par de horas con aviso previo a los
amigos del kirchnerismo y que costó en ese par de horas 35 millones de dólares.
Todo da asco. Asco que se sublima al escuchar el cinismo con que se repiten
consignas pretendidamente progresistas para ocultar tras ellas los delitos más
guarangos.
Simplemente, ladrones.
Pero, bueno. Así están las cosas. Hay que enfrentar esa
situación y seguramente el nuevo gobierno lo hará. Ante un desequilibrio de esa
dimensión, la matemática indica dos caminos teóricos (achicar el gasto o
aumentar el producto) pero la política sólo uno posible. Intuyo que el rumbo
que adoptará el nuevo presidente no será recortar ingresos, sino inducir a los
argentinos a una reorientación de sus ingresos hacia la inversión en lugar de
hacia el puro consumo.
El precio será demorar la reducción de la inflación más de
lo pensado porque financiar un déficit de la magnitud del heredado es imposible
en forma de shock y será necesario nivelar las finanzas públicas en forma
progresiva. Pero se necesita la cooperación de la sociedad, con un cambio de
hábitos desde el puro consumo hacia el ahorro y su movilización hacia la
inversión.
El estímulo a la inversión deberá sostenerse en la vocación
pionera de los argentinos. Miles, decenas de miles de emprendimientos pequeños
y medianos que tomen al mundo como desafío, inversión que amplíe la capacidad
instalada de las fábricas con incorporación tecnológica, estímulo a la
multiplicación de las áreas sembradas con incorporación de tecnología que aumente
las cosechas e infraestructuras que permitan movilizar el sector privado de la
economía para lograr el sueño de volver a crecer mientras se “doma” la deuda y
el gasto.
Será necesaria una agenda de masiva inversión para el crecimiento,
en la que deberán diseñarse herramientas adecuadas en el plano financiero,
crediticio, aduanero y fiscal, articulada en forma virtuosa con un manejo
prudente de la deuda, con la que deberá convivirse buscando las modalidades
menos costosas y más blandas, en una relación con el mundo financiero que se
base en reglas claras, respeto recíproco y cumplimiento escrupuloso de las
normas y contratos, para reducir el costo del riesgo.
Y mientras tanto, sin perder el talante del diálogo,
encontrar en la verdad el punto de encuentro. Una verdad que no puede ocultar a
dónde llevaron al país y que debe tener como instrumentos la libre actuación de
la prensa, el debate político maduro y la justicia actuando sin cortapisas para
atrás y para adelante.
Ricardo Lafferriere
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