lunes, 1 de febrero de 2016

“FAB-LAB”: Argentinos en la Cuarta Revolución Industrial

Los historiadores contemporáneos nos hablan de dos procesos históricos que conformaron “bisagras” de cambios de época a partir del ingreso en la modernidad: la Primera y la Segunda “Revolución Industrial”.

La primera se caracterizó por el predominio de la máquina de vapor: movió grandes instalaciones fabriles y desarrolló la primera ola de ferrocarriles. La segunda, por la incorporación de la energía eléctrica y del motor de combustión interna. Cambió literalmente la vida: iluminación, transportes, artefactos del hogar, hasta llegar a su producto insignia, el automóvil, que caracterizó la sociedad del siglo XX.

En la segunda mitad del siglo XX llegó una Tercera. Su soporte fue la sistematización de la información, y aunque sus primeros pasos se habían dado desde antes, con los bulbos de vacío, el gran salto lo protagonizó el desarrollo exponencial de la digitalización. Abrió camino a las comunicaciones –recordemos las primeras radios “Spika” o “Speaker” o las primeras calculadoras de bolsillo- los satélites, las fibras ópticas, las redes de datos, el surgimiento de los mercados financieros globales en tiempo real, el salto exponencial del “capital simbólico” y “virtual”, las computadoras, el complejo audiovisual de consumo, hasta llegar a su verdadero producto insignia: la Internet.

Ahora estamos –dicen- comenzando a atravesar los umbrales de una Cuarta. Es la revolución de la Inteligencia Artificial (IA). La creciente capacidad de cálculo de los circuitos electrónicos y la complejidad agregada de programas que generan patrones acumulados de procesamiento de información permite avanzar sobre lo más íntimo de la materia e impregnar todas las áreas de la realidad… y hasta crear realidades virtuales que comparten con la realidad “real” la existencia de las personas.

Robótica, microrobótica, bio-nano-tecnología, mega y micro sistemas complejos controlados por IA, sistemas de realidad virtual para la medicina, la defensa y seguridad, los entretenimientos, la exploración espacial, la investigación de las más pequeñas formaciones de la materia y hasta de la estructura del mismo espacio-tiempo, son entre otros campos del conocimiento y de la tecnología abordados y alcanzados por la gigantesca revolución científico-técnica que estamos viviendo.
Pero esta revolución, en lo tecnológico, se abre a la participación de más personas que los tradicionales protagonistas del “complejo científico-técnico” y ello potencia sus aplicaciones y alcance. Su “nave insignia”, avanzando lenta pero inexorablemente en su expansión, son las impresoras –y armadoras- “3D”.

Aunque no son nuevas, sí lo es su reducción de costo, que ha caído en pocos años de cientos de miles de dólares la unidad, a decenas de miles hace un lustro y un par de miles hoy, en la mitad de la segunda década del siglo XXI. Con esa progresión no sería aventurado imaginar que en un lustro más no habría hogar sin una impresora 3D entre sus artefactos, a un precio que no superaría algunos cientos de dólares.

¿Cuáles son sus ventajas? Nada menos que volver a convertir a las personas en artesanas de su hábitat. Desde adornos hasta repuestos de bienes de uso, desde prótesis hasta comida, desde ropa hasta zapatos, todo lo imaginable se anuncia como posible con el solo requisito de contar con los insumos adecuados –que estarán disponibles como hoy lo están las pinturas, las herramientas, los hilos, agujas y botones o los productos de droguería- en tiendas especializadas y a costo diverso, pero accesible.

Las impresoras 3D significarán la Revolución Industrial hogareña. Su nota diferencial será su llegada sin límites a los lugares social y geográficamente más recónditos, aún los más inaccesibles para el mundo actual. Regiones alejadas o aisladas, barriadas humildes y países muy pobres, tendrán herramientas para acceder, por fabricación propia, a todas las comodidades que el mundo industrial confina en grandes ciudades o centros urbanos.

Un camino en esa dirección son las “Fab-Lab”. Nacidas a comienzos del nuevo milenio en Estados Unidos, son los sucedáneos contemporáneos de los talleres con torno de hace décadas, abiertos al uso de los interesados que lo deseen con el pago de pequeñas tasas de uso y dotados de maquinarias de alta precisión entre las que no faltan laminadoras laser, Scanner de precisión, procesadoras de alto poder y, por supuesto, impresoras 3D profesionales.

Cada vez “fabrican” más cosas. Comenzaron con modelos de productos. Hoy las hay que fabrican armas, casas, ropa, adornos, muebles, juguetes, “bijou”, relojes, automóviles ¡y hasta aviones! Y no sólo productos inertes: también tejidos biológicos, prótesis, órganos artificiales para transplantes, comida. Lo decíamos en una nota anterior: en Gran Bretaña se está experimentando hasta la fabricación de carne, con técnicas de corte de la cadena de ADN luego “cultivadas” en nutrientes adecuados, sin nervios y sin necesidad de contar con un animal que deba ser sacrificado. La experiencia piloto ha atravesado incluso el paladar de chefs de alto nivel, sin diferencias con la carne “natural”. Aunque el costo experimental es muy elevado, la fabricación en escala reduciría sustancialmente el costo a un nivel inferior sustancialmente inferior al de producir carne animal. Y tendría la ventaja –nada menor- de no necesitar matar para comer.

“Fab-Lab” fue el acrónimo que muchos relacionaron con “Fabricas-laboratorios”, otros como “Laboratorios fabulosos”. Cuando –hace un par de años- hacíamos desde esta columna la descripción del fenómeno nos preguntábamos si llegaría a los países pobres. Investigando, la sorpresa fue la información que varios de ellos estaban ya funcionando en regiones aisladas del África Subsahariana, con singular éxito al promover y contener a jóvenes con inquietudes e iniciativa, y a poblaciones que lograron, gracias a ellos, fabricar sus paneles solares, sus bombas de agua potable, e incluso sus herramientas de labranza, simplemente operando las máquinas según las instrucciones y planos a los que accedían… por Internet. Su “salto tecnológico” fue de la Edad de Piedra al mundo de la alta tecnología, en apenas un par de años.

La siguiente pregunta fue cuándo llegarían a la Argentina. La otra sorpresa fue que ya había varios de ellos funcionando en el país. Para destacar es la iniciativa “El Reactor” (https://www.fablabs.io/fablabbuenosaires ), que funciona en Palermo desde hace varios años y que tiene entre sus objetivos, junto con el “Fab-Lab Buenos Aires” (https://www.fablabs.io/fablabbuenosaires) y otros replicar la iniciativa reduciendo su costo, de los US$ 80.000 estimados internacionalmente, a USD 10.000, a fin de facilitar su reproducción. La iniciativa, el impulso y la realización ha corrido por cuenta de jóvenes emprendedores –científicos, artistas, ingenieros, - que se convocan por una pasión: “fascinados por el potencial de la convergencia entre Bits, Atomos, Neuronas y Genes (BANG!)”, definen en su sitio Web.

Pero no sólo existen en Buenos Aires: también en Córdoba, donde se desenvuelve CREAFABLAB (http://www.creafablab.com/), en La Plata “Fablab La Plata” (https://www.facebook.com/fablabLaPlata), en Bariloche “FAB LAB BRC” (https://www.facebook.com/fablabbrc?fref=ts ) , en Mar del Plata “FAB LAB MDP” (https://www.facebook.com/FabLabMardelPlata/) y seguramente en otros lugares del país que no conocemos.

Los FAB-LAB conforman ya una red internacional interactiva que, trascendiendo el valioso impulso del MIT que le dio origen, intercambia proyectos y experiencias globales. Son la “punta de lanza” del futuro en el mundo en desarrollo y la herramienta de transformaciones que permiten a las sociedades y personas aisladas de las posibilidades que daba el mundo urbano e industrial, participar de la construcción del mundo que viene. Más democrático, más humano, más inteligente, más inclusivo.

Y es estimulante observar que en lo profundo de la sociedad argentina subsiste este germen heredado de la vocación emprendedora que hizo grande al país que nos enorgullece. Y que esta nueva etapa que se abre cuenta con ellos como protagonistas fundamentales en la construcción de una sociedad mejor y así los deberá tratar.

Ricardo Lafferriere





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