El pasado 14 de enero, un solitario buque petrolero atracaba
en Trieste sin ser noticia. Sin embargo, era todo un símbolo: luego de cuarenta
años de prohibición de exportación derogada en 2015 por el Congreso, el primer
embarque de crudo norteamericano llegaba a Italia, desde donde se trasladaría a
Baviera, al sudeste de Alemania, para su refinación. Había partido de Corpus
Christi, Texas, en vísperas de Año Nuevo, luego de cargar el crudo recibido por
oleoducto desde Karnes County, 100 kms al sur. Le esperaría un viaje de cinco
mil millas hasta su destino final.
El segundo embarque llegaría pocos días después a Marsella,
Francia, desde donde se movería también por un oleoducto hasta una refinería en
Suiza.
Son hechos anecdóticos que, sin embargo, marcan un cambio de
época. La dependencia del crudo importado del Oriente Medio ritmó la marcha de
la política exterior norteamericana hasta fines del siglo XX condicionando sus
pasos para proteger su “yugular” energética, en la que le iba la vida a su
economía. Cuando en el 2005 Michel Klare publicó su recordado “Sangre y
petróleo”, el debate sobre la debilidad que implicaba esa dependencia a la
libertad de acción estratégica del país en sangre de sus soldados y en la
obligación de mantener socios no del todo deseables llevó a los principales
“Think tanks” a analizar las formas de lograr la independencia energética, lo
que acaban de alcanzar luego de diez años de impulsar, con apoyo bipartidario,
el desarrollo de las tecnologías innovadoras de “fracking” y de las energías
renovables.
Hoy, Estados Unidos no sólo tiene autonomía energética sino
que exporta crudo, en una decisión cuyas consecuencias sobre la economía
mundial aún no están claras. Lo que sí está claro es que la reacción de Arabia
Saudita –su ex principal proveedor- ha conmocionado en el último año todo el
escenario global, al provocar con el aumento de su producción la reducción del
precio del crudo desde los USS 80/100 de hace dieciocho meses, al escalón de
USD 25/30 en que se encuentra hoy.
Nadie puede prever hasta dónde llegarán las ondas
expansivas, porque las hay de diversa clase. Una de ellas, importante en la
región aunque intrascendente en el mundo, es la implosión de Venezuela, cuyo
populismo gobernante había convertido al país en absolutamente dependiente del
crudo desentendiéndose de cualquier otra línea de desarrollo económico
nacional. Otra ha sido su influencia en el ajedrez geopolítico del Oriente
Medio, espacio que ante el nuevo dato del desinterés norteamericano necesita
encontrar un nuevo equilibrio regional y un nuevo “sheriff”, papel que pareciera
agradarle a Vladimir Putin, con la aquiescencia de EEUU. Queda siempre la duda
si con esta aquiescencia, EEUU no se está cobrando de Arabia Saudita el daño que
el reino saudí ha producido en la economía norteamericana con sus medidas de
super-oferta de crudo.
Porque lo más trascendente será la incidencia de esta caída
en la economía global. El derrumbe del precio del petróleo ha llevado a sus
límites al sistema bancario, que había financiado el fuerte impulso al fracking
en Estados Unidos sobre la base de un precio proyectado como estable de USD 80
el barril. Cálculos privados estiman que la falencia en cadena que se producirá
con el petróleo a USD 25/30 ante la imposibilidad de devolver los fondos
invertidos en el sector generará, tarde o temprano, una crisis financiera frente
a la cual las del 1998 y del 2008 parecerán un juego.
El monto de los quebrantos proyectados se calcula en no menos
de Cinco billones y medio de dólares, más de cinco veces las falencias que
dieron origen a las crisis de las hipotecas “sub-prime” que demandaron la
inyección de alrededor de Un billón de dólares por parte de la Reserva Federal
al sistema bancario para evitar su desplome. La nueva suma implica una
dimensión que está totalmente fuera del alcance de la acción de la Reserva
Federal y del propio gobierno de EEUU
(supera el total de la base monetaria en dólares de todo el mundo),
abriendo un intrigante enigma sobre la creatividad de los economistas y
políticos para salir del gigantesco atolladero.
Si a ese monto le sumamos que hay Nueve billones de dólares
de deuda corporativa en mercados emergentes –tomada en dólares bajo el supuesto
de que éste permanecería débil- el quebranto puede ser directamente
inimaginable y sus primeros datos se están viendo en las crisis financieras periféricas
ante la “fortaleza” del dólar.
En este lustro, la Reserva Federal ha incrementado la
cantidad de circulante de 1 a 4 billones de dólares (300 %).
Curiosamente, a pesar de esa descomunal emisión la inflación internacional y en EEUU se han mantenido prácticamente en un nivel de cero, lo que ha agregado interrogantes a
la tradicional creencia de la relación directa entre circulante y nivel de
precios.
Sin embargo, esa gigantesca cantidad de dinero podría aún
desatar una gran inflación si los consumidores del mundo comenzaran a gastarla.
Es el temor que llevó a las autoridades monetarias norteamericanas a decidir la
–mínima- suba de la tasa de interés a fines de 2015.
El incremento de la tasa fortalece al dólar aún más, en un momento de
crisis económicas en todo el resto del mundo: China se ralentiza, en Rusia la
implosión del petróleo ha reducido el valor del rublo a la mitad, Europa no
logra reactivarse, Japón mantiene su estancamiento que lleva más de una década
y los “Bric” –incluido nuestro gran vecino y socio en el Mercosur, Brasil-
sufren la caída de los precios de los comodities a raíz de la ralentización de
China, que reduce su demanda y genera crisis económicas y políticas. El mundo
se “desapalanca” y la euforia se transforma en temor.
“Hay un gran desorden bajo los cielos”, supo sentenciar Mao
Tse Tung. Ese desorden hoy tiene tantas líneas sueltas que hace muy difícil
prever cual será el desemboque. Sin embargo, parece claro que en situaciones
límite, los catalizadores terminan siendo los más flexibles y fuertes, los que
tienen mayor capacitación y alternativas.
Lo dijimos en 2007 y lo decimos hoy: valoraciones aparte, la
economía más compleja, tecnológicamente más avanzada, integrada y madura, más
extendida globalmente y más enraizada localmente, más independiente en sus alternativas
disponibles y de mayores “espaldas” para sostener cualquier conflicto
imprevisto, es la norteamericana. Si le sumamos que es la más defendida
militarmente –el presupuesto militar y de seguridad de EEUU es igual a los de
todo el resto del planeta sumado- parece claro que a pesar de los dislates de
Trump, hay que prestar atención a los pasos estratégicos de ese país para
definir el mejor posicionamiento propio.
Pero el mayor mensaje de la crisis, para todos pero
especialmente para los países en desarrollo como el nuestro, será la necesidad
de profundizar el entramado legal del mundo globalizado. Las finanzas desbocadas,
el desinterés por el ambiente, el terrorismo fundamentalista, el agotamiento de
las materias primas, los juegos geopolíticos, las redes delictivas globales que
aprovechan las lagunas normativas, las trabas al comercio y a las transferencias
tecnológicas y el vacío preceptivo de la economía virtual deben “ponerse en
caja”, con una fuerte ofensiva diplomática multilateral, a partir de los
organismos existentes pero tomando nota de su dramática urgencia.
El “desorden bajo los cielos” debe ser superado con una
humanidad consciente de los desafíos de su nueva etapa, conviviendo bajo normas
universales dirigidas a asegurar la paz, preservar la casa común planetaria y
garantizar para todos la vigencia universal de los derechos humanos.
Ricardo Lafferriere
1 comentario:
Excelente artículo Ricardo. Me permito difundirlo.
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